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domingo, 7 de febrero de 2010

32.- CATALANES Y VALENCIANOS

Entre estas dos clases de españoles solamente vemos una vinculación apreciable: la de una lengua, aparte la castellana, en que se expresan sus gentes. Dicen los catalanes que esa lengua es la misma: el catalán. Alegan los otros que son distintas. La singularidad o pluralidad resulta trascendente. Si se trata de un mismo idioma, los catalanes se atribuyen su paternidad. Para ellos Tirant lo Blanch y Joanot Martorell son catalanes; catalana es la cerámica de Onda, Alcora y Manises y, según algunos, hasta la paella lo es. Lo valenciano no existe. Valencia no pasa de ser una extremidad catalana. Para los valencianos nosotros somos nosotros. No tenemos otro nexo de unión con los catalanes que el uso de una lengua vernácula que, aunque distinta, tiene puntos múltiples de contacto, consecuencia de un origen común, pero también muy cuantiosas discordancias, propias de la diversidad de caracteres de las gentes de estos dos países o regiones.


Es notable la diferente forma en que unos y otros se sienten catalanes o valencianos. Para ellos ser catalán conlleva una clara superioridad sobre los demás españoles de otras zonas o comunidades. Cuando dicen: Yo soy catalán, no suelen hacerlo con la sencillez y la modestia de quien expresa la geografía de su vecindad o su origen vital. Lo hacen con el orgullo de quien pertenece a una raza o categoría superior. Es posible que también algún valenciano incurra en esa misma vanidad de estimar que su denominación de origen constituye por sí una gloria a la que no quiere renunciar, pero no cabe duda de que en este aspecto los valencianos somos menos soberbios, menos tontos. Ser catalán, valenciano, gallego o murciano no es en cada caso más que una circunstancia a la que él es ajeno. En una ocasión a alguien que afirmaba con tesón, nada dispuesto a apearse de su altura, que era catalán, le dije: ¿Y qué hiciste tú para nacer en Cataluña? Yo nada, pero soy catalán y por nada del mundo renunciaría a serlo. Pues tú serías el mismo que eres si hubieras nacido en otro sitio. ¿Qué dirías si te hubieran nacido en Cartagena, en El Ferrol, en Jerez de la Frontera, si fueras murciano, gallego o andaluz?



Yo, que he nacido y vivido siempre en la región valenciana, me siento muy satisfecho de esa suerte. Disfrutamos de un clima con el que no puede compararse ninguna de las otras tierras por las que fugazmente he pasado. Pero de ningún modo me siento orgulloso de ser valenciano; para ello tendría que haber sido yo el autor de ese evento afortunado. La realidad es que si nadie elige el lugar ni siquiera el hecho de su nacimiento ¿cómo podemos presumir de ser de aquí, de allá o de más allá? Demos gracias a la suerte de haber venido al mundo donde hayamos nacido. Son muchos los motivos que tenemos los valencianos para considerarnos agraciados por esa fortuna.



Sean los que sean los defectos que podamos tener los valencianos, de uno nos hemos librado: el de considerarnos superiores a nadie. El valenciano no es excluyente. Nunca hemos tenido un sentimiento de rechazo hacia lo foráneo. Jamás hemos exigido, por ejemplo, obispos valencianos. Tuve ocasión de tratar a un Arzobispo, que me pareció un sacerdote excepcional, don José Maria García de la Iglesia, creo que se llamaba. Era madrileño. El caso de un político murciano, desconocedor de nuestra lengua, presidiendo durante ocho o diez años la Comunidad Autónoma, es clara muestra de nuestra hermandad con todas las regiones o pueblos de España. Nuestra conducta hacia los demás españoles es como una invitación tácita a que no se marchen, a que se queden aquí si les place, disfrutar de este sol, de esta brisa, de esta temperatura suave en el frío y el calor, si quieren aspirar el azahar primaveral de nuestros naranjos. Les hablamos en castellano si esa es su lengua que no rechazamos, que también es nuestra. Aceptamos su folclore porque nos satisfacen hondamente la jota, las malagueñas, el chotis y los fandangos que, por españoles, son también de Valencia. Y nadie cantó la copla, ese monumento de la música popular hispana, como Concha Piquer, que era de Burjasot.



A mí eso de la lengua valenciana me sofoca muy poco. No es que la desprecie; es la lengua de mis abuelos, de mis padres, de mi familia, de mi infancia, en la que balbuceé mis primeras palabras, pero no intentaré imponerla a nadie. Creo una gran desdicha que en los tiempos actuales hable la humanidad en más de cinco mil idiomas, que haya más de cinco mil maneras de que los seres humanos podamos hablar sin entendernos. No puedo explicarme que haya gobernantes que en lugar de intentar reducir esos enormes obstáculos al entendimiento, intenten incrementarlos pretendiendo extender idiomas a la fuerza en oposición a otros mayoritarios que se expanden por sí mismas, de manera natural. ¿Para qué extender, imponer a la trágala, el catalán o el valenciano si los que nos llegan de fuera nos hablan en inglés? ¿Por qué atacar al castellano si es un idioma que hablan un número creciente de más de 400 millones y que se extiende nada menos que en el territorio de los hegemónicos Estados Unidos?



Si dicen los catalanes que nuestra lengua es el catalán y no el valenciano ¿para qué discutir? Tirant lo Blanch, ese monumento literario lo escribió en su lengua un valenciano, pero también es cierto que en una parte importante del territorio de la comunidad valenciana, posiblemente más de la mitad, se habla castellano. En ese idioma han escrito su obra Blasco Ibáñez, Gabriél Miró, Azorín, Arniches, últimamente Vizcaíno Casas. Castellana es la letra de las zarzuelas cuya música compusieron Serrano y Ruperto Chapí.



La civilización, el progreso, ha consistido en una ampliación constante de los espacios políticos. Los primitivos municipios se fueron agrupando en departamentos, provincias, regiones, Estados, federaciones. Después de las dos grandes guerras del Siglo XX, y de la consecuente guerra fría, ha quedado como hegemónica, única, esa federación que son los Estados Unidos de América. Europa, constituye un conjunto de naciones que, si se agruparan, vendrían a ser en número de habitantes, en economía, en todo superiores a los Estados Unidos. Lo que impide que esta posibilidad se convierta en un hecho real es que todos los que formamos parte de los distintos estados no nos sentimos unidos, partícipes de un ente común; tendríamos que considerar también como nuestro lo bueno o malo que les suceda a los demás. Hace un par de años tuvimos en España la desgracia del Prestige. Los políticos que luchan por el poder en España se enfrentaron para aprovechar la catástrofe en su propio beneficio de cara a las siguientes elecciones. Gentes de otras regiones o comunidades españolas, fueron solidarias con Galicia, a la que afluyeron masas de voluntarios para ayudar en la limpieza de las playas. Alemanes, franceses, italianos, belgas, nadie vino a ayudarnos. No digamos finlandeses o polacos que, posiblemente, ni llegaron a enterarse de lo que nos había sucedido, Cito este ejemplo para que veamos cuanto nos falta para llegar a sentirnos cada uno parte integrante de un mismo todo. ¿Se preocuparan algo los daneses de la multitud de africanos que vienen en pateras para desembarcar ilegalmente en las costas españolas?



Un elemento que dificulta esa unión es, precisamente, la diversidad de lenguas que se hablan en Europa. Sin el idioma inglés, que se habla en todos los Estados, no hubiera podido formarse la U.S.A. Con la diversidad de lenguas con que hablamos en Europa, será sumamente difícil, sino imposible, formar los Estados Unidos de Europa. Sería necesario para ello el establecimiento de un idioma común, obligatorio para todos los Estados, compatible con el uso simultáneo de las lenguas propias, cuyo número, excesivo, debería ir reduciéndose con el tiempo.



No van por ahí los tiros. En lugar de reducir el número de idiomas en beneficio de una lengua común, lo que pretenden nuestros vecinos, los catalanes, es atacar y destruir en lo que puedan, el idioma castellano, que está en franco crecimiento, que será, según las previsiones de los sociólogos, junto al inglés, el árabe y el chino, uno de los pocos idiomas que quedarán en un lejano futuro. Andan ahora nuestros vecinos con la pretensión de que a los múltiples idiomas que se hablan en las reuniones del Consejo de Europa, lo que supone un considerable retraso en la discusión de los asuntos y un enorme gasto en las traducciones, se añada ahora uno más, el catalán. ¿Pretenderán que sea éste el idioma universal?



Hace unos dos o tres años empezaron a escribir en catalán los botes de conservas que siempre habían escrito en castellano. La consecuencia inmediata fue una disminución de ventas. El turismo masivo que durante 50 años viene a las playas españolas, ha hecho que muchos extranjeros dispongan de un modesto conjunto de palabras castellanas que les sirve para una comunicación verbal, aunque elemental, con los españoles. En cuanto a la traducción de lo escrito en un idioma las posibilidades son siempre mayores. Cuando llegaron los botes de conservas escritos en catalán, se encontraron con que sus conocimientos del idioma español no les servían para nada. Fueron muchos los que cambiaron de marca. No sé si habrán vuelto los recalcitrantes catalanes a explicar las bondades de sus conservas en el odiado castellano. Lo creo muy posible porque, al fin y al cabo, la pela es la pela.



Aunque pueda parecer lo contrario, nada tengo contra los catalanes. Me parecen gente muy trabajadora, con ganas de moverse y mejorar económicamente, cumplidores en los tratos, Nada malo veo en ellos aunque, como en todos los sitios, haya de todo. Algo sí que tengo contra sus dirigentes políticos, empeñados muchos de ellos en destruir la unidad española, en atacar al castellano, la lengua de todos, en tratar a los españoles que allí fueron en busca del trabajo que en sus tierras no encontraban, a los inmigrantes que tanto han hecho a favor del engrandecimiento de Cataluña, intentando imponerles lo catalán en demérito del sentido de amor filial que cada uno pueda sentir sobre su tierra natal. Los catalanes, fuera de Cataluña, en cualquiera otra región de España, continúan sintiéndose catalanes, sin sentirse adoptivos de las tierras en que viven. ¿Por qué no han de aceptar que sientan eso mismo en Cataluña los inmigrantes de otras zonas?


Estamos en Diciembre de 2004. El conflicto entre catalanes y valencianos sobre la unidad o diversidad de sus lenguas está en pleno vigor. Citaré una anécdota personal. Viajábamos dos matrimonios una noche por Francia cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos equivocado de carretera. El mapa no nos resolvía las dudas. La solución era parar en la primera estación de servicio y preguntar, pero ¿quién se entendía con un francés? No había otro remedio. Cuando bajamos en la gasolinera y preguntamos en castellano, el empleado, que había visto la matrícula valenciana del coche, nos habló en una lengua que se parecía bastante al valenciano. Nos entendimos lo suficiente para orientarnos. Al preguntarle cómo era que no nos hubiera respuesto en francés nos dijo que estábamos en el Languedoc. Todo estaba claro. Esa región tiene un nombre que traducido resulta “Lengua de Oc”, de la que proceden el catalán, el valenciano, el mallorquín, el menorquín, el ibicenco, y el aranés. Tres lenguas en Baleares que son una misma si se prescinde de las pequeñas diferencias. Lo mismo puede decirse del catalán, el valenciano, las tres isleñas y lo que se habla en el valle de Arán. ¿Es todo una misma lengua, con diferencias particulares de cada una respecto al común, o son lenguas distintas aunque tengan un mismo origen? Esta es la cuestión, que habrían de resolver los filólogos, pero que quedará por resolver porque entre ellos habrá dictámenes para todos los gustos.



Los catalanes pretenden, por lo visto, que lo que ellos hablan, procedente o no de la lengua de oc tiene personalidad propia y que eso que se habla en las islas, en Valencia y en un trozo del Pirineo español, no son lenguas propias, sino catalán. La cuestión no es baladí, es trascendente. Si lo que se habla en todos esos espacios es catalán, la consecuencia que sacan es la de que existen “els Paísos catalans” de los cuales ellos son el país integrador.



La Constitución española, aprobada al extinguir el régimen franquista, divide a la nación española, única como nación, en nacionalidades y regiones que se constituyen en Comunidades Autónomas, que no podrán integrarse entre sí. Lo de asociarse los países catalanes en una misma unidad política resulta constitucionalmente imposible. De ahí la pretensión catalana de que Cataluña no es una nacionalidad sino una nación. Ultimamente ya se atreven a decir que lo que no es una nación es España. Todo ello diga lo que diga la Constitución, que hay que cambiarla, para que sea posible el proyecto catalán, que llegará, si se les deja, a que se les agregue la región aragonesa. En definitiva, lo que quieren es restaurar lo que fue el antiguo Reino de Aragón, convirtiéndolo en una república. No se trata de recuperar la Corona de Fernando de Aragón, asumiéndola ahora Juan Carlos I sino de instaurar la independencia bajo la presidencia de Maragall, en primer lugar, para dejar paso después, tal vez, al señor Carod con las testas de ambos cubierta, claro, por la barretina bermella.



Ante todo este proyecto ¿qué debemos hacer los valencianos? Lo primero, entiendo, es evitar que el hecho de que la lengua valenciana sea o no distinta de la catalana, resuelva una cuestión que tiene mucha más hondura. La comunidad valenciana es una región bilingüe. En más de la mitad de su territorio, la lengua de uso es el castellano. Si desde la capital, Valencia ciudad, no dirigimos hacia el oeste, vemos que a 30 kilómetros, al llegar a Cheste, ya se habla castellano, desde allí hasta Caudete o Villargordo del Cabriel, que no sé cual es el último pueblo de la provincia. A partir de Real de Montroy, en Dos Aguas ya se habla castellano, y dirigiéndonos hacia el norte, no sé cual es el primer pueblo de habla castellana, pero no debe estar muy distante de Liria. Algo semejante ocurre en las provincias de Castellón y Alicante. Sus lindes con Aragón, Cuenca y la Mancha hacen que el castellano se propague extensamente sobre nuestras tres provincias. Si tenemos en cuenta, además, que en el territorio de habla valenciana, son muy numerosos los casos en que matrimonios compuestos por valencianos, con uso entre ellos de esa lengua, hablan a los hijos en castellano, porque el valenciano ya lo aprenderán en la calle, y que la gran cantidad de inmigrantes de otras provincias, hablan en castellano, llegaremos a la conclusión de que la lengua valenciana, o catalana si así lo quieren los del “tothom” y el “sapigué”, o “catalán/valenciano” como últimamente y con inspiración salomónica parece que dice el Gobierno, es en la Comunidad Valenciana, lengua minoritaria frente al castellano. Por consiguiente, como dice Felipe González, nada tenemos que ver con los Países catalanes, y como los castellanos no pretenden crear ese engendro de Países castellanos, y como nosotros, con una lengua u otra, o con las dos a la vez, lo que queremos ser y somos no es más que valencianos, de ahí que lo que tenemos que hacer es librarnos de quienes pretendan integrarnos en inventos tendentes a que seamos administrados por los inventores.



En plena vigencia tenemos un asunto que nos sirve para suponer lo que sería para Valencia formar parte de esa entidad de los países catalanes. El agua que el Ebro vierte en el mar, sin beneficio para nadie, ha sido solicitada por Valencia, Murcia y no sé si también por Almería, para el riego de tierras secanas. En esas provincias se disfruta de un clima excelente para la agricultura de frutas y hortalizas. De la zona de El Egido, en Almería, hemos leído que salen diariamente setecientos camiones cargados hacia Europa. Con el agua que se pierde en el Ebro, aumentaría nuestra producción agrícola en beneficio no solo de España sino incluso de las tierras que nos envían a sus infelices gentes con las pateras. Pues bien: cuando se ha intentado realizar este proyecto de aprovechar las aguas perdidas del Ebro, se ha despertado la sed de los catalanes: ese agua la necesitan ellos para beber. ¡Qué casualidad! Resulta no se habían dado cuenta hasta ahora de que estaban sufriendo una sed ancestral. Nunca les hemos agradecido el sacrificio que para ellos representaba el que, estando desecados, nos vendiesen sus aguas de Malavella y del Vichy catalán.



Pensemos los valencianos que en estos tiempos la zona de mayor desarrollo económico de España, no es como lo fueron anteriormente el País Vasco y Cataluña. Es posible que sus pretensiones independentistas, hayan restado atractivos para la inversión al capital extranjero. El Madrid antiguo, ciudad de funcionarios y rentistas de cupón, ha sido sustituido por una Comunidad Autónoma que goza hoy del mayor índice de crecimiento de toda España. La aportación vía impuestos al presupuesto nacional es, según dicen, superior a la de Cataluña. Alrededor de Madrid, especialmente en la zona sur, surgen poblaciones con censos de muchas decenas de miles de habitantes, que no se dedican a ocupar puestos de funcionarios en los Ministerios, sino a trabajar en grandes empresas privadas.



Toda esa zona del centro de España, tiene en el de Valencia el puerto marítimo más próximo. Sus playas más cercanas son las de nuestro litoral. Si los catalanes, con su Costa Brava, su Salou, su Castelldefels, insisten en ganarse las antipatías de todos quienes hablan en castellano, ¿qué razones tenemos nosotros para privarles de ese derecho? Ahí están nuestras playas, desde Peñíscola a Torrevieja, pasando por Oropesa y Benicasim, Puebla Farnals, el Saler, Cullera, Gandía, Calpe con su Peñón de Ifach, y ese gran triunfo de nuestro turismo que es Benidorm. Integrados nosotros en una comunidad catalana, ¿iban sus gobernantes a promocionar y apoyar lo nuestro, en perjuicio de lo suyo? Valencia era hasta hace poco, según decían, la segunda comunidad de España en índice de crecimiento a continuación de la de Madrid. Las economías de las Comunidades de Madrid y Valencia no son competenciales sino complementarias y nuestro mutuo ofrecimiento de productos, bienes y servicios no implica pérdida alguna de nuestra personalidad. Actuemos con cautela. Cuidado con los políticos catalanes, más que independentistas imperialistas, aunque en miniatura. Como dice una vieja frase: Cada uno en su casa y Dios en la de todos.



Este personaje que se hace llamar Carod Rovira, nació en Aragón, se apellida realmente Pérez Carod. Pérez es apellido puramente castellano; Carod es francés, Su madre tenía por apellidos Carod Rovira. El hijo pretende apellidarse Carod Rovira para que aparezca lo catalán por algún lado. Y los españoles somos tan tontos que le hacemos el juego. Le llamamos Carod Rovira en lugar de Pérez Carod. Si los dirigentes del PP fueran un poco astutos tendrían en este sujeto una mina de votos. Ha bastado que alguien haya propuesto un rechazo del cava catalán en estas compras navideñas, para que los fabricantes catalanes hayan puesto el grito en el cielo, porque han visto que los clientes les retiraban pedidos por muchos miles de botellas. En Utiel y Requena se embotella también cava con el nombre de Torre Oria. ¡Qué ocasión para hacer publicidad añadiendo a la marca: Un cava español!



En lugar, ante todas estas estupideces catalanas, de servirnos de ellas en nuestro beneficio, estamos cometiendo la enorme majadería de pedir a la Comunidad Europea que lo que se habla en el Parlamento nos lo traduzcan al valenciano como lengua distinta al catalán, en lugar de decir que nosotros no necesitamos ninguna interpretación especial, que nos basta la traducción en lengua castellana que se hace para todos los españoles, que españoles somos los valencianos y castellana una de nuestras dos lenguas. ¿A qué querer nosotros ser valencianistas para no ser menos que los catalanes? Dejemos que pretendiendo ser distintos y superiores a los demás se ganen sus antipatías. ¿Vamos a imitarles para no ser menos? ¿Tan tontos somos?

1 comentario:

  1. Espectacular artículo que hace verdadera cirugía de "nuestro conflicto" con los vecinos norteños...simple , claro , sin rodeos...

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