Páginas

domingo, 7 de febrero de 2010

2.- LA REPUBLICA DEL SIGLO XX

España tuvo su república del siglo XIX, la primera, que duró menos de un año; tuvo su república, la segunda, en el siglo XX, que duró desde el 14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936 o el 1º de abril de 1939, según se quiera mirar. ¿Tendrá su tercera república en el siglo XXI? Quiera Dios que no, y lo decimos no porque sintamos ningún fervor monárquico, sino por los resultados que nos ofrecieron aquellos dos experimentos.


La República de 1873 surgió como consecuencia del desastre a que nos había llevado la monarquía con sus problemas dinásticos, las luchas entre liberales y absolutistas, entre carlistas e isabelinos. La descomposición era superlativa. El general catalán don Juan Prim, a falta de un rey de cosecha propia, recurrió a la importación de un rey foráneo; fichó, diríamos en términos deportivos actuales, a Amadeo de Saboya, de la cantera italiana, pero el día anterior a la llegada de Amadeo caía asesinado por los anarquistas el hombre que lo traía, el General Prim. Poco tiempo estuvo entre nosotros don Amadeo que nos dejó dándonos una lección que los españoles no deberían olvidar nunca. Dijo: no soy español pero, al aceptar la Corona, juré y me prometí a mí mismo dar mi vida, si necesario fuera, para defender a España, pensando siempre que tendría que defenderla contra cualquier otro país que la atacase. Durante este breve período de reinado percibo que contra quien tendría que defender a España es contra los mismos españoles. En fin, que nos dijo bay-bay o tal vez a rivederci, porque era italiano y nos dejó. Vino la primera república. ¡Cuidado que era difícil superar aquel desastre! Pues lo superó: Estanislao Figueras, Pi y Margall, Nicolás Salmerón y, por último, Emilio Castelar, cuatro Presidentes en menos de un año: desordenes públicos, indisciplina, ausencia de autoridad y, sobre todo, disolución. Estalló el separatismo: la masa de republicanos quería la independencia, pero no la independencia de cada región respecto del resto de regiones, sino también la independencia de comarcas respecto de la región a la que pertenecía. No solo Cartagena quería ser independiente de la región murciana; también lo quería ser Jumilla, hasta el punto de proclamar que declararía la guerra a Murcia capital si osaban invadir el territorio de la nación jumillana.

Con el mal recuerdo que habían dejado Fernando VI y su hija Isabel II, que había contraído varios matrimonios, uno de ellos con un soldado perteneciente a su Guardia real, hubieron de volver los españoles a la monarquía, que fue restaurada con la coronación de Alfonso XII, hijo de Isabel II y bisabuelo del actual Rey Juan Carlos I. Cánovas del Castillo (don Antonio) fue el político que hizo la restauración, de acuerdo con don Práxedes Mateo Sagasta; aquél conservador y éste liberal, concertaron turnarse en el poder para mantener la monarquía de Alfonso XII frente a los republicanos, pero Alfonso XII murió muy joven, a los 28 años y tuvo que sucederle la Reina, austriaca, que ejerció la Regencia prudentemente hasta los 18 años del hijo que llevaba en las entrañas al morir Alfonso XII. Este hijo, Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, reinó hasta el advenimiento de la segunda república en 1931.


Liberales y conservadores actuaron al alimón con Cánovas y Sagasta, lo que terminó cuando otro anarquista, Angiolillo, italiano, mató a Cánovas. Entrados en el siglo XX se acabó aquella entente, llamada Pacto del Pardo y liberales y conservadores se enfrentaron en una lucha por el poder, como es usual en el régimen de partidos, mientras en los estratos más bajos de la población (bajos en el sentido de posibilidades económicas) se incrementaba por una parte el republicanismo pero por otra y en una proporción notablemente superior en esta zona de levante, el anarquismo.


Por la década de 1870, Pablo Iglesias, un impresor gallego, nacido en El Ferrol, en el que nacería después Francisco Franco Bahamonde, había fundado el PSOE y como filial en el campo sindical la Unión General de Trabajadores, U.G.T.; estas dos organizaciones inspiradas en El Capital, el libro del alemán judío Carlos Marx, no tomaron cuerpo hasta entrado ya el siglo XX; el sindicato que aglutinaba a la mayor parte de los trabajadores era la Confederación Nacional del Trabajo. La C.N.T. superaba en mucho a la UGT no solamente en el registro de afiliados sino, además, en poder de convocatoria, en fuerza de arrastre, en suma en capacidad de acción, pero no tenía una organización política que la amparase como el PSOE respecto a UGT. Faltos los cenetistas de este respaldo político, conscientes de que su orfandad les ponía en desventaja frente a la competencia, buscaron el amparo y encontraron un padre adoptivo en la Federación Anarquista Ibérica, F.A.I.. Ya tenemos, pues, dos familias, PSOE-UGT por un lado y CNT-FAI por otro. ¿Capuletos y Montescos frente a frente? No tanto, aunque sí algo de eso. En una cosa están de acuerdo: en ir contra la Monarquía. Más tarde, durante la segunda república se vería que también estaban de acuerdo en ir contra ella, porque siempre estuvieron acordes en ir no ya contra el capitalismo, que esto era natural, sino en ir también contra la simple burguesía, a pesar de que el régimen connatural a la burguesía, creación de la Revolución francesa, no es otro que la República democrátrica y liberal.

El enfrentamiento entre estos grupos, competidores en la captación de la clase trabajadora, no se producirá mientras haya un enemigo común al que vencer. UGT-PSOE por un lado y CNT-FAI por otro actuarán separadamente la mayor parte de las veces, no siempre, pero nunca se enfrentarán mientras el poder esté en manos de los partidos, dominados por la burguesía, mas cuando, estallado el 18 de julio y en la zona no sublevada la clase media pierda el poder se planteará la cuestión de quien se hace con él en exclusiva; en una primera etapa serán los libertarios, CNT-FAI, para tener que cederlo después, no al PSOE-UGT sino más bien al Partido Comunista que, apoyado por Moscú, se hará dueño de la situación hasta el final de la guerra.


No adelantemos los acontecimientos. Estábamos en los antecedentes de la República. Roto el pacto entre liberales y conservadores para defender la monarquía restaurada, fallecidos Cánovas y Sagasta, se ha puesto al frente de las fuerzas conservadoras un gran político: Antonio Maura. Después surgirá otro gran político para acaudillar a los liberales: don José Canalejas, nacido también como Pablo Iglesias y Francisco Franco, en El Ferrol (¿Qué tendrá ese Ferrol?), pero, una vez más, los anarquistas matan; cuando Canalejas de paso al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, pasa por delante de la Librería San Martín, aún hoy existente, y se detiene a mirar el escaparate, el anarquista Pardiñas le mata de un tiro en la nuca para suicidarse a continuación. El dúo Maura - Canalejas que, puestos de acuerdo, hubieran podido hacer las reformas que España necesitaba, ha sido roto, y el mallorquín quedará arrinconado ya de por vida. No me resisto a relatar una anécdota que, sea o no cierta, es en todo caso una muestra de ingenio. Entra un viejo en el Congreso, en un día de pleno y se sienta en las gradas destinadas al público al lado de un joven. Otro joven, diputado, está en el uso de la palabra. El oyente viejo le pregunta al joven oyente: ¿Quién es este diputado que está hablando?.- Un chico de Mallorca, abogado, cuñado de Gamazo, casado con una hermana; se llama Antonio Maura. (Gamazo era diputado destacado del Partido Conservador) Termina Maura su discurso y el oyente joven le pregunta al viejo oyente: ¿Qué le ha parecido?. Responde el viejo: Que muy pronto será Gamazo el cuñado de Maura.


Maura dijo tres frases escuetas, muy sencillas, que son toda una filosofía del poder: “Una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno”, “que gobiernen los que no dejan gobernar” y, por último “La revolución desde el poder”. ¡Cuanta sabiduría política en esas tres frases! Lo malo de los partidos políticos es que entiendan que la función de la oposición es ponerse siempre en contra, sistemáticamente, de todo lo que decida el gobierno, conseguir derribarle para sustituirle, considerando toda esa empresa como primordial, dejando en un plano secundario el verdadero interés público. En suma: no dejar gobernar para conseguir estar en el Gobierno. Lo que Maura pretendía era gobernar. ¿Para qué? Para hacer una revolución, desde el Poder. España necesitaba esa revolución y Maura veía que el sitio desde el cual las revoluciones son fructíferas no es la calle, que los autores de una obra tan compleja no pueden ser las masas, sino que las minorías gobernantes, el Congreso y los ministerios, ocupados por personas idóneas son los medios adecuados para tan magna obra. La descomposición política y social que sufría España había hecho exclamar, creo que a Ganivet aquello de: En España, algún día tendremos que sacrificar a un millón de españoles para evitar que a todos se nos coman los cerdos. Fue Costa, el gran pensador de Graus quien dijo aquello de que España necesitaba un cirujano de hierro que nos diera lo que el país necesitaba: escuela y despensa.


Ya veremos en otro lugar cómo esa revolución se hizo después en la segunda mitad del siglo XX, cómo apareció el cirujano de hierro y como España consiguió al fin la escuela y la despensa. A Maura no le dejaron que anticipara el logro de estas conquistas. Todos los partidos, el liberal en primer lugar que, aunque monárquico, era adversario del Conservador que presidía Maura, los partidos republicanos, los sindicatos UGT y CNT con sus socios PSOE y FAI, todos estuvieron contra Maura y en el deshojar de aquella margarita del “Maura sí” “Maura no”, triunfó el no. Por si algo faltaba, el mallorquín tampoco era el hombre del Rey, porque el dilecto de Alfonso XIII era el Conde de Romanones, listo, ocurrente, intrigante, acomodaticio, cortesano, maniobrero. Una frase retrata lo que fue en la historia de este tiempo la personalidad de este político. Cuando falleció, apartado de la política activa, ya en tiempos de Franco, un coetáneo suyo preguntó: ¿Qué pretenderá el Conde con esta jugada?


Alejado Maura del poder como consecuencia de la Semana Trágica en 1909, asesinado Canalejas en 1912, a manos de Pardiñas, la monarquía de Alfonso XIII va ya a la deriva. Una huelga revolucionaria en 1917, dirigida por Saborit, Anguiano, Largo Caballero y Besteiro, pone al país al borde del caos. Alfonso XIII llama a todos los políticos monárquicos y les lanza un ultimátum: si no deponen sus diferencias y forman un gobierno de coalición, se va de España. Se forma ese gobierno, presidido por Maura que se reincorpora desde su destierro, al ser llamado, diciendo para sus adentros: Ahora, ahora me llamáis... Tampoco ese Gobierno logra consolidarse: a los dos meses ya dimite un ministro, luego otro... lo de siempre, hasta que en 1923, un general, don Miguel Primo de Rivera, bajo la inspiración o, al menos, la complacencia del Rey, implanta la Dictadura que es recibida por el pueblo, libre de compromisos políticos, con general alegría. Hasta un filósofo con tan buena cabeza como Ortega y Gasset, le da la bienvenida.


Un hecho que demuestra el caos al que había llegado España antes de la Dictadura, es la llamada “ley de fugas”. Los atentados, huelgas y bombas de los que eran autores los sindicatos, especialmente CNT, llegaron a hacer estallar un artefacto en el Teatro Liceo de Barcelona, durante la representación de una ópera. Esa bomba, a teatro lleno, llevó a la muerte a muchos espectadores. ¿Qué tendrían que ver los oyentes de “Il trovatore”, “La Boheme” o “Rigolletto” con las reivindicaciones del proletariado? Posiblemente lo que impulsara a los revolucionarios a matar en el Liceo era la condición de burgueses de aquellos señores y aquellas damas, aficionadas a oír música o a exhibir trajes y alhajas.


Como defensa al ataque constante de que era objeto la burguesía por parte de los sindicatos revolucionarios, que así creían defender la escasez de medios en que tenían que vivir los trabajadores, pusieron en práctica aquellos gobernantes la llamada “ley de fugas”. Los sindicalistas detenidos como consecuencia de aquellos hechos vandálicos eran conducidos, por la fuerza pública, de uno a otro establecimiento penitenciario; la ley autorizaba a los guardias a disparar contra el preso o detenido que intentase la fuga. Con ese respaldo la fuerza pública ejecutaba, sin formación de proceso, a los cabecillas considerados más peligrosos, alegando un supuesto intento de fuga durante el traslado. Ocurrió esto viviendo España bajo un régimen democrático.


Dentro de ese cuadro general, hubo en Catarroja, durante todo ese periodo de los primeros 20 años del siglo XX, un notable incremento del anarquismo. No fueron generalmente simples trabajadores asalariados quienes se embarcaron activamente en esas ideas; no fueron jornaleros agrícolas carentes de tierra, sin otros medios que sus trabajos esporádicos como braceros, quienes nutrieron esas filas de los anarquistas. Junto a algunos que pudieron reunir esas condiciones de pobreza, se alinearon otros agricultores propietarios, aunque no terratenientes, que disponían de alguna propiedad rústica, aunque fuera modesta, que les permitía vivir del cultivo de su tierra, complementando los ingresos con los de ir a jornal por cuenta de otros. Antes de 1920, alrededor de 1918, uno de esos anarquistas, apellidado Royo y conocido por “Royet”, murió a manos de la Guardia civil, según oí decir de pequeño. Según información razonada que me facilita un amigo que me supera en edad, el hecho ocurrió así: conducía una pareja de la Guardia Civil a uno o dos anarquistas en dirección a Valencia; al llegar a un cruce de tranvías, llamado de la jabonería, situado entre la Torre y la Cruz Cubierta, en sitio entonces descampado, oculto por unos montones de grava, al pasar la pareja de guardias, asomó Royet quien, para liberar al detenido o detenidos, disparó contra los guardias, hiriendo a uno de ellos; el otro guardia disparó sobre Royet, alcanzándole y dándole muerte.


Uno o dos años después, cuando regresaba, por la noche, en tranvía, el Alcalde de Catarroja Miguel Peris Diego, del Partido Conservador, que tal vez fuera, además, Diputado Provincial, y que tenía algo que ver con la administración de la plaza de Toros, que es propiedad del organismo provincial, fue asesinado con tiro de pistola en la cabeza, cuando el tranvía en que viajaba Miguel Peris estaba parado en espera del cruce de la Jabonería, donde había muerto Royet. La muerte del Alcalde fue atribuida por los conservadores a sus adversarios, los liberales, imputación que oí, incluso, a persona descendiente de un conspicuo liberal. Otros, especialmente los liberales la atribuyeron a miembros de la FAI, explicándola como venganza por la muerte de Royet. Quien me ha hecho el relato supone que por aquellas inmediaciones podrían tener los anarquistas algún refugio o escondite, porque tanto Royet como quien mató a Peris ejecutaron su acción en el mismo sitio y tomaron el mismo camino para huir, si bien Royet cayó en el intento. Intentando saber algún detalle más preciso sobre la muerte de Royet, hablé recientemente con persona descendiente de una rama colateral del interfecto. Nada sabía; solo que un hermano de un antepasado había muerto hacía muchos años “en un lío con la Guardia civil”. Nada exacto ha llegado a mi conocimiento sobre este asunto. El relato del amigo podrán ser conjeturas pero me parecen muy bien razonadas aunque nada aseguren de manera indudable sobre un hecho que, por el tiempo transcurrido, permanece difuso, indefinido.


Nos hemos entretenido en estas dos muertes, la de Royet y Miguel Peris, ocurridas entre 1918 y 1920, que fueron dos acontecimientos en Catarroja y que son una muestra de lo que era la situación política española, verdaderamente dramática, cuando en 1923 el General Primo de Rivera se levanta en Barcelona para poner en suspenso la Constitución de 1876 y declarar inaugurada la Dictadura.


A una dictadura militar la promueve, a veces, el impulso de restablecer el orden público, de restaurar el principio de autoridad y el imperio de la ley, en definitiva de recuperar la libertad perdida cuando los conflictos sociales se ventilan en enfrentamientos resueltos por la fuerza y no por el derecho. Primo de Rivera creó como órgano supremo de la organización política un Directorio militar compuesto por generales y algún almirante; su misión primordial fue sofocar, empleando la energía necesaria, toda vulneración del orden, tan repetida y largamente conculcado no solamente por los conflictos sociales sino también por la delincuencia común. Un acontecimiento inmediato pondría a prueba al Directorio: el vagón correo del expreso de Andalucía fue asaltado para robar el importe de los giros postales que llevaban unos funcionarios de correos, que fueron asesinados; a los pocos días la Policía o la Guardia civil había detenido a los autores; el principal de ellos, el cerebro de la operación era un oficial de correos, conocedor del importe que llevaban las sacas. Este funcionario, de apellido Navarrete, era hijo de un Coronel del Ejército. Dada su filiación y que los componentes del Directorio eran militares, todos pensaron: ¡Bah! A éste, hijo de un coronel, no le pasará nada. En efecto, nada le pasó, nada bueno se entiende, porque un par de semanas después y en virtud de sentencia dictada en proceso sumarísimo era ejecutado a garrote vil. La opinión pública cambió: ¡Ah! Pues esto va de veras. El orden se restableció; terminaron las huelgas, los atentados, las bombas... y la ley de fugas. Empezó la construcción de carreteras, aumentó el empleo; se crearon Comités Paritarios, con representación de empresarios y trabajadores. Se nombró Consejero de Estado al líder sindical y socialista Largo Caballero y, en definitiva, se abrió España a la modernidad y al progreso en lo económico y social. En 1927, mediante el desembarco de Alhucemas, se dio fin a la sangría que desde tantos años, aunque con intermitencias, implicaba la guerra con Marruecos, en la que tantos españoles habían caído.


Al Directorio Militar primigenio le habían sucedido gobiernos compuestos mayoritariamente por personas civiles, entre los que destacó un joven gallego, Abogado del Estado, don José Calvo Sotelo, maurista, que fue, a los 28 años, Gobernador civil de Valencia, más tarde Director General de Administración local, ya con la Dictadura, y, por último, Ministro de Hacienda. El general Miguel Primo de Rivera fue, a pesar de su investidura como dictador, un hombre de principios liberales, campechano, risueño, simpático, extrovertido. Prueba de esas condiciones es el hecho de que, durante sus siete años de dictadura, no se dictase ni una sola sentencia de muerte por motivos políticos. Multas y deportaciones, sí; penas de muerte, ni una. Unamuno, el inquieto y genial Rector de Salamanca, nos reflejó en una frase todo lo que hubo de rigor en la Dictadura de Primo de Rivera respecto a sus enemigos políticos. Cuando, terminada la Dictadura, regresa Unamuno del destierro al que había sido sancionado, y le pregunta un periodista por la persecución de que había sido objeto, contesta el filólogo: ¿Perseguido yo por la Dictadura? De ninguna manera; fui yo quien la persiguió.


Esta era la verdad: los políticos, los intelectuales, en lugar de reconocer el cambio, la mejora que en lo económico y social había traído la Dictadura, en vez de ponerse a estudiar la forma en que pudieran hacerse compatible todo aquel progreso con un restablecimiento de los partidos políticos, se dedicaron a minar los cimientos de aquel sistema autoritario pero benévolo, no ahorraron esfuerzo en desprestigiar al Dictador, en incitar a los estudiantes a la rebeldía. El General, que era hombre noble, espontáneo y sin retranca, aceptó el envite y quiso contestar con razones, a todos los ataques de sus adversarios, mediante notas informativas de publicación casi diaria en la prensa. Cualquier desliz que en el orden humano tuviese el General era motivo de escarnio. Viudo desde hacía años, parece ser que tuvo alguna relación con un cupletista, relación oculta, no pública. Pues bien: aquello fue motivo de escándalo, divulgado por quienes se servían de todo con tal de derribar al Dictador. En lo álgido de este ambiente enrarecido, estalló la crisis económica del 29. Aunque Estados Unidos no tenían entonces en lo económico un papel tan preponderante como el actual, aunque lo que hoy se llama globalización económica fuera inexistente en aquel tiempo, la crisis económica que Estados Unidos sufrió en 1929 llegó a todo el mundo. Nuestra moneda que tenía una relación de cambio con el dólar de seis a uno, pasó a siete; esta desvalorización de menos del 17 por 100 fue considerada una catástrofe imputable no a la crisis mundial sino a la Dictadura. Por fin, en 1930, cae el Dictador, que emigra y a los dos meses muere en la habitación de un hotel de segunda clase en París de un ataque de diabetes.


El Rey nombró como sucesor del General Primo de Rivera al General Dámaso Berenguer, Jefe de su Casa Militar. Tenía la misión de restablecer el régimen constitucional, convocando las elecciones necesarias, entre ellas las de unas Cortes Constituyentes. El Gobierno Berenguer acuerda celebrar primero unas elecciones municipales, seguidas de otras provinciales para terminar con las de unas Cortes constituyentes y nombra Presidente del Gobierno para que presida todo ese proceso electoral al Almirante don Juan Bautista Aznar.


Estamos ya a las puertas de lo que será la república del siglo XX. ¿Qué pasó durante ese tiempo de la Dictadura en Catarroja? Desconozco quien o quienes sucedieron al Alcalde Miguel Peris Diego, asesinado en 1920, hasta 1923. Sé, como pueden recordar todos los de mi edad, que en la mayor parte de la Dictadura, si no en todo su tiempo, la Alcaldía estuvo ocupada por Francisco Martí Muñoz “Paco el Flare”, padre de Francisco Martí Asencio quien, años después, sería concejal en una etapa de seis años del tiempo en que fui Alcalde, y del que guardo muy buen recuerdo. Este Alcalde de la Dictadura, Francisco Martí Muñoz era persona, según referencias que me han dado, pues no le traté, de la que nada malo puede decirse, poco brillante para ocupar la Alcaldía, aunque excelente labrador y hombre de bien. Pertenecía al Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte Raga, que vivía al lado de su casa. La conclusión que uno saca, a riesgo de equivocarse, es que quien consiguió hacerse con la Alcaldía fue don Manuel pero, no queriendo ser Alcalde, o no pudiendo tal vez por ser médico titular y dada la incompatibilidad del ejercicio de ambas funciones, escogió a hombre de su confianza y de buena fama, y nadie mejor y más cómodo que su vecino Francisco Martí Muñoz.


Uno de los efectos de la Dictadura de Primo de Rivera fue la construcción de un conjunto de obras públicas, especialmente carreteras, muy superior a lo que se había hecho hasta entonces; dos de esas grandes realizaciones fueron las Exposiciones de Barcelona y de Sevilla. Cuentan que el general invitó a los valencianos a que le pidiesen algo semejante a lo que se había hecho en Barcelona y Sevilla, que nuestros paisanos, constituidos en grupos distintos y distantes, le pedían cosas diversas, oponiéndose cada uno a lo que pedían los demás, por lo que el Dictador terminó diciendo: Pónganse ustedes de acuerdo y ya me dirán lo que hayan decidido. Y ahí terminó la cosa.


La aportación de Catarroja a este conjunto total de obras de la Dictadura fue la construcción del mercado actual y del grupo escolar Palucié. El mercado como comercio público y diario, especialmente de alimentación, se ejercía en la plaza llamada Mayor hasta que a la muerte del Alcalde Peris, de la que hemos tratado, pasó a llamarse Plaza de Miguel Peris, situada al final o al principio, según se mire, de la calle Mayor o de Cervantes. Carecía el pueblo, por tanto, de mercado-edificio. En aquel reducido espacio se instalaban y desmontaban cada día las paradas, que los viernes se extendían hasta la “plaseta de Martino”. Se construyó el mercado-edificio en el lugar en que hoy lo tenemos, que entonces era zona de huerta, como lo era todo el terreno desde las espaldas de las casas con fachada a la carretera hasta la línea del ferrocarril. La inauguración del mercado debió de ser por los años 27 ó 28. Ese año 1927 se inauguró el grupo escolar Palucié. Recuerdo haber visto de niño unos mapas que editaba don Esteban Palucié y Podreider, apellidos que no suenan a origen valenciano. Este señor adquirió a sus costas los terrenos necesarios, que donó al Ayuntamiento, para la construcción escolar, razón por la cual se le dio el nombre al grupo. No sé qué relación pudiera tener con el señor Palucié el fabricante local de licores Vicente Codoñer Asins, persona con evidentes virtudes cívicas, presidente que fue de la Sociedad Musical “La Artesana” y padre político de la maestra Maruja Bayarri Monforte; me ha quedado el recuerdo, difuso, de que, conociendo a don Esteban Palucié y sabiendo que éste deseaba hacer o contribuir a alguna obra en beneficio de la enseñanza, consiguió Codoñer convencerle de que la hiciese en Catarroja. Ignoro si la obra la pagó el Ayuntamiento o se hizo con cargo al presupuesto nacional de Educación.


Lo que sí se construyó a cargo del municipio, fue el Mercado Municipal, que debió costar sobre 300 o 400.000 pesetas, financiadas con cargo a un empréstito que fue motivo de campañas políticas durante unos años. Los presupuestos municipales de entonces rondarían las 250.000 pesetas; la amortización del empréstito podría estar sobre las 30.000 pesetas, o tal vez algo más. El caso es que del presupuesto ordinario había que detraer, en lo sucesivo y hasta su extinción, una cuota anual que impedía la realización de nuevas obras. Las dimensiones del edificio resultaron sumamente excesivas para aquella época; la mayor parte de los puestos del mercado quedaban sin ocupar. Aun hoy, 70 años después, cuando el censo de habitantes se ha más que duplicado, y no digamos el poder de compra de los españoles, parece que aun sobra mercado. Sin duda día vendrá en que el mercado será totalmente utilizado y otro posterior en que resultará insuficiente. Alguien dirá en el futuro que quienes lo construyeron quedaron cortos, pero si esto ocurre a los cien años de su inauguración, lo que habrá que decir es que en su origen fue excesivo porque su financiación, ociosa durante tantos años, impidió la construcción de obras de necesidad más inmediata.


Así, cuando, terminada la Dictadura, vigente aún la Monarquía, entra de Alcalde Fernando Ribes Santacreu, jefe del Partido Unión Republicana Autonomista, se encuentra con un presupuesto que apenas le cubre los gastos fijos de personal y de sostenimiento de servicios; no puede disponer de un sobrante para obras de nueva instalación, de las que tan necesitado estaba el pueblo, todavía con muchos pozos de agua junto a pozos ciegos (en 1934 hubo una gran epidemia de tifus hasta el punto de que un día hubo cinco entierros de esa enfermedad); todo, según Ribes, porque se había tirado el dinero con la construcción de un mercado desorbitado. Entre lo que pudiera haber de cierto en ello y que Ribes era republicano y liberales monárquicos quienes habían gobernado el municipio durante la Dictadura, las campañas electorales de Ribes se apoyaron siempre y básicamente en el empréstito que había “hipotecado al pueblo” para los próximos 50 años. Otro punto de apoyo de los autonomistas fue que en ese tiempo de la Dictadura, habían robado el dinero guardado en la caja municipal; entrando por el tejado del edificio, habían llegado al lugar en que se encontraba la caja, que quedó abierta sin una peseta dentro. La versión de los autonomistas era que todo aquello había sido un burdo montaje y que los ladrones no habían entrado por el tejado, que estaban dentro del edificio. Este episodio resulta poco edificante en todo caso, tanto para los que gobernaban, si lo que decían los autonomistas era cierto, como para los propios autonomistas si no lo era. Si hago este relato es porque el hecho estará olvidado incluso por las gentes de mayor edad, pero ha quedado en mi memoria, y esta es la razón por la que lo relato. Personalmente no creo que aquellos señores del Partido Liberal fueran capaces de hacer lo que los republicanos les atribuían; sí creo que Fernando Ribes fue un buen Alcalde que, a pesar de los limitados medios de que dispuso (y esto es lo que hay que tener en cuenta para calificar una gestión) pavimentó alguna calle, construyó dos lavaderos y algunas alcantarillas, inauguró el motor de aguas potables, todo ello sin contraer ninguna deuda que tuvieran que pagar quienes le sucedieran.


Toda esta batalla entre Ribes y el Partido Autonomista por una parte, y el Partido Liberal por otra se libró, en un primer tiempo, en las elecciones municipales convocadas por la Monarquía, con posterioridad a la Dictadura, y en un segundo tiempo, ya en la República, entre aquellos mismos liberales, convertidos ahora en republicanos de izquierdas, liderados siempre por don Manuel Monforte en lo local y ahora en lo nacional por don Manuel Azaña que, dicho sea de paso, había militado en el partido Reformista o Progresista, pero en todo caso monárquico, del que había sido jefe don Melquiades Alvarez, asturiano, asesinado en Madrid durante la guerra civil. Fernando Ribes había sido nombrado Alcalde en las postrimerías de la Monarquía. Cuando, derrocada la Dictadura, se inicia el retorno a una situación constitucional, fueron cesados todos los Consistorios nombrados durante la Dictadura, En su sustitución, y temporalmente hasta que se proclamasen por elección los nuevos Ayuntamientos, fueron nombradas unas Comisiones gestoras compuestas por vecinos en virtud de lo que pagaban por contribución rústica, urbana y matrícula industrial. Fernando Ribes tenía una fábrica de jabón, si tal podía llamarse a una empresa que no tenía más que un trabajador, máximo dos, que creo que no. Como tal industrial formó parte de la Comisión gestora, junto con don Salvador Estela Donderis, dueño del huerto de su nombre, que era el mayor propietario en rústica. Esta Comisión gestora votó como Presidente a Ribes. Ese es el origen de que el Alcalde de Catarroja, imperante aún la Monarquía, fuese el jefe del único partido republicano entonces existente, el Partido Unión Republicana Autonomista, fundado por Vicente Blasco Ibáñez y que tenía en Catarroja su sede en la calle Mayor en lo que hoy es una de las entradas al Salón Internacional.


El 12 de abril de 1931 se celebraron esas elecciones municipales en toda España. El resultado fue un claro y rotundo éxito de las candidaturas republicanas. Los monárquicos fieles a sus principios, por encima de la fidelidad a la verdad de los hechos, intentaron entonces y aun ahora lo intenta algún historiador o comentarista, negar la autenticidad del triunfo republicano. Esgrimen a favor de sus opiniones voluntaristas que los monárquicos sacaron, en el conjunto nacional, más concejales que los republicanos. Hasta tal punto llegan a veces los descaros argumentales. El número de concejales de cada Ayuntamiento no es proporcional al censo de habitantes; de serlo, si un pueblo de 500 habitantes tiene tres concejales, uno de 500.000 habría de tener tres mil ediles. En los pueblos pequeños de las zonas pobres de España, la instrucción de las gentes era escasa, el vecino más pudiente, el que podía ofrecer algún jornal a los más necesitados, disponía del voto de estos, ésta era la institución social del caciquismo. Los votos de estas pobres gentes no eran indicativos de verdadera voluntad política; estaban determinados por la ignorancia y la sumisión. Si esto no era suficiente, resultaba que, además, cinco mil de estos habitantes, divididos en diez municipios, designaban treinta concejales, mientras que otros 500.000 de una gran población nombraban el mismo número de 30. Si aquellos concejales eran monárquicos y éstos republicanos, se había dado un empate, en opinión de los monárquicos, cuando la verdad era que los 30 monárquicos representaban una población y un censo electoral cien veces menor.


El triunfo de las candidaturas republicanas fue casi unánime, y tal vez sobre el casi, en todas las capitales de provincia y grandes poblaciones y aun medianas, mientras que el de las candidaturas monárquicas se obtenía en numerosos pueblos pequeños, poblados por gentes pobres y poco instruidas, en aquello que Azaña calificó como burgos podridos. Cuándo el Almirante Aznar, Presidente del Gobierno, sale el lunes de su casa para dirigirse al edificio de la Presidencia, le abordan los periodistas y a la pregunta de ¿Alguna novedad, señor Presidente? responde el marino con otra: ¿Quieren ustedes más novedad que la de un pueblo que se acuesta monárquico y se levanta republicano? El juicio objetivo que merece aquel acontecimiento, sea uno monárquico, republicano o hasta cuáquero, es que los españoles votaron con total sensatez: habían vivido desde 1876 en una monarquía parlamentaria, un sistema de partidos políticos que había resultado un desastre, lo que les había llevado a una dictadura que acababa de ser derribada. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Iniciar de nuevo el ciclo? Lo sensato era probar algo que, si anteriormente había fracasado, había ocurrido sesenta años antes; ahora eran otros tiempos. En su inmensa y consciente mayoría votaron en republicano.


El advenimiento de la República tuvo un acontecimiento previo que resulta curioso, que parecería de sainete si no fuera porque todo hecho que suponga la muerte de alguien debe ser tratado con respeto. En la guarnición de Jaca (Huesca) estaba destinado un capitán del Ejército llamado Fermín Galán, que había combatido en Marruecos a las ordenes de Mola, el que después sería, ya general, director del Alzamiento de 1936. Este Galán, oficial distinguido por su valor y capacidad, creyó ser merecedor, por ciertos hechos de armas, de una laureada, condecoración que no le fue concedida. Terminada la guerra de Marruecos se dedicó, de manera incesante, a conspirar contra la Monarquía. Nombrado Director General de Seguridad, por el Gobierno Berenguer, el General Mola, y dado el ascendiente que creía tener sobre el capitán Galán, le reconvino advirtiéndole que se tenía conocimiento de sus actividades, lo que le advertía amistosamente para que cesase en ellas. No atendió Galán el aviso y planeó un alzamiento militar contra la Monarquía, a finales de 1930. El Comité revolucionario formado por los republicanos, en el que formaban Alcalá Zamora, Azaña, Prieto, Largo Caballero, etc., quienes formarían después el Gobierno Provisional de la República, apoyaba el insensato alzamiento de Galán. Enterados del día en que iba a producirse y creyendo que no era momento adecuado, enviaron a Santiago Casares Quiroga para que comunicara a Galán el aplazamiento acordado por el Comité. Llega Casares a Jaca por la noche y estimando que eran horas intempestivas para molestar a nadie o quizá porque al enviado le apeteciera su propio descanso, se fue al hostal y se acostó. Cuando al día siguiente se despertó se encontró con la noticia de que Galán se había levantado, no de la cama, sino en armas al mando del regimiento del que era capitán, asociado con el también capitán García Hernández. Dirigieron las fuerzas hacia la capital, Huesca, adonde no pudieron llegar a pesar de la sorpresa; fueron parados antes y con escasa lucha apresados y desarmados, después de dejar un pequeño número de cadáveres. Lo chocante de la aventura, lo que hace evocar la representación teatral del sainete es que este hombre, que se alzaba contra una monarquía a la que consideraba un régimen opresor, contrario a la dignidad del hombre, que debe vivir en un régimen de plenas libertades, publicase al alzarse un bando con un artículo único, que decía, más o menos: Todo el que con hechos, de palabra o por escrito, se oponga a la república naciente, será fusilado sin formación de proceso. Fermín Galán. Los capitanes Galán y García Hernández sí fueron sometidos a proceso. Un Consejo de guerra les condenó a la máxima pena. Fueron ejecutados a los tres o cuatro días de la sublevación. Pocos meses después, proclamada la República se convertirían en héroes de leyenda.


El triunfo de las candidaturas republicanas fue claro, pero las elecciones habían sido de concejales. Con un criterio formalista, no se podía alegar que el pueblo había votado por la República, puesto que no era eso lo que se había sometido a su elección. Legalmente no cabía dar a los votos más alcance que el de considerar que, en cada municipio aisladamente, los vecinos habían elegido a las personas que consideraban más idóneas para administrarles y que éstos en su mayor parte eran de ideología republicana, pero nada habían decidido, porque no habían sido consultados, sobre el régimen en que deseaban vivir. Los componentes del Comité revolucionario, que aspiraban a proclamar la república, fueron sorprendidos por un éxito que ni los más ilusos podían soñar. Uno de ellos se atrevió a cometer la osadía de vaticinar, frente a la opinión opuesta y razonable de los demás: Antes de dos años tendremos la República. Mal calculó el osado profeta: la tuvieron a los dos días.


Un cálculo de la situación en aquel momento, hecho hoy a setenta años de distancia, nos indica un estado de suma debilidad en la salud de la corona y una gran inestabilidad en el futuro del Rey. Los republicanos, los socialistas, los anarquistas, los sindicalistas (comunistas no había en número apreciable) se oponían, como es lógico, a la monarquía; los simpatizantes con Primo de Rivera, que no eran pocos, porque la Dictadura había sido una etapa de siete años con paz y progreso, aunque se oponían al grupo anterior de republicanos, socialistas, etc., tampoco sentían entusiasmo por un rey que había sacrificado al General que fallecía a los dos meses escasos de su cese; los monárquicos clásicos, liberales y conservadores, que ahora intentaban recuperar el poder, se habían sentido defraudados por el Rey que permitió que el General les tuviese siete años a dieta, en el ostracismo. Una vez más, se vio lo acertado de esa máxima que dice que la victoria tiene muchos padres mientras la derrota es siempre huérfana. El culpable de la Dictadura era el Rey, sin tener en cuenta que Primo de Rivera tomó el poder por la acumulación de males de una monarquía que habían administrado aquellos dos grandes partidos. Alfonso XIII, ese lunes 13 de abril, debió mirar en su derredor para ver las fuerzas que tenía a su lado. Solo vio un político y un general. El político era Juan de la Cierva, abuelo del gran historiador actual, ex ministro de la UCD, Ricardo de la Cierva; el general, Cavalcanti, un militar de estilo siglo XIX, con enorme mostacho horizontal. De la Cierva, político de valía, hombre con una consciente energía, insistió en que el Rey no abandonara, que esperase al menos las elecciones legislativas, en las que los monárquicos presentarían batalla electoral, lo que no habían hecho en las municipales. Cavalcanti, el general, se apoyaba en la espada, no en razones de orden político, para mantener el trono. Hay una anécdota de este militar a la que le encuentro cierta gracia. Era casado Cavalcanti con una hija de Emilia Pardo Bazán, literata, novelista. Cuando en alguna reunión con literatos o intelectuales, presente Cavalcanti, intentaba éste participar, su suegra le decía: No, hijo, no, estas no son cosas para ti; tú eres un héroe.


Fuera de estos personajes, ningún otro se puso espontáneamente a disposición del monarca. El Conde de Romanones, preferido del rey, le aconsejó que se marchara. El Director de la Guardia Civil, General Sanjurjo, fue pulsado para ver si estaba dispuesto a apoyar la Corona. Sanjurjo había hecho una brillante y rápida carrera de ascensos durante la guerra de Marruecos pero, amigo personal de Primo de Rivera, se sintió dolido por la forma en que el Rey trató al Dictador. Cuando le preguntaron a Sanjurjo si podían contar con la Benemérita para mantener a Alfonso XIII, contestó, fríamente, que él obedecería las órdenes que le diera el Ministro de la Gobernación, porque estaba obligado a ello, pero que no esperasen del Director General de la Guardia Civil ninguna iniciativa propia. Esa respuesta hizo desistir del intento a los escasos defensores de la Monarquía. Ese mismo día, presente aún Alfonso XIII en España, se presentó el General Sanjurjo en el domicilio de Miguel Maura, que formaba parte del Comité Republicano, para decirle: Vengo a ponerme a las órdenes del futuro Ministro de la Gobernación. Esto hizo que Miguel Maura comunicase enseguida la noticia a sus compañeros de Comité: Prepárense a proclamar la República; el Director General de la Guardia civil ha venido a ponerse a mis órdenes.


Fue mediador entre el Rey y los republicanos del Comité, el Conde de Romanones. Amigo de Alfonso XIII por un parte, reunía por la otra haber tenido de pasante en su despacho de abogado a don Niceto Alcalá Zamora, Presidente del Comité Revolucionario y futuro Presidente de la República; el Rey se iría y ellos podrían proclamar la República. Le contestaron: Sí, pero tiene que ser antes de que se ponga el sol. Ir y venir del Conde, gestionando, pidiendo unos pocos días para que el Rey pudiese resolver algunas cuestiones personales y siempre lo mismo: No, no, se tiene que ir antes de que se ponga el sol; de lo contrario no respondemos. Tanta insistencia en que quien aún tenía todo el poder y renunciaba pacífica y generosamente a él no pudiera contemplar un último ocaso en España, hizo decir al Conde, con melancólica sorna: Dichoso sol. Alfonso XIII, sin tiempo para despedirse de nadie, fue en coche a Cartagena, donde embarcó en un barco de la Marina, destino Marsella, antes de que el sol se ocultara. Al día siguiente, 14 de abril, el Comité Republicano o Revolucionario, que de las dos formas se denominaba, proclamó la segunda República española; Miguel Maura fue Ministro de la Gobernación y el General Sanjurjo continuó como Director General de la Guardia civil, como si nada hubiera pasado. Durante algún tiempo fue considerado por los republicanos, y así le llamaban cariñosamente, como “El padre de la República”.


La República vino a España sin el más leve atisbo de violencia. El Rey, jefe del Ejército, manifestó en su mensaje de despedida, redactado por Gabriel Maura, hermano de Miguel, Ministro de la Gobernación, hijos ambos de don Antonio Maura Montaner, la gran figura del Partido Conservador, decía el Rey que, aún disponiendo de la fuerza suficiente para defender los derechos que la historia le confería, no quería provocar un enfrentamiento entre los españoles, que por mantener esos derechos no se derramaría ni una sola gota de sangre.

1 comentario:

  1. Gracias por el recuerdo a Miguel Peris , alcalde de Catarroja un familiar mío

    ResponderEliminar