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domingo, 7 de febrero de 2010

26.- MI POLITICA

Hemos considerado anteriormente las diferencias entre Política y política. A mí la Política me ha interesado siempre. No creo que nadie deba sentirse indiferente ante la administración y gobierno de la comunidad de la que forma parte. Me sigue interesando la Política. Me repugna, contrariamente, la política, la lucha innoble por alcanzar el poder, donde toda mentira, toda falsedad, son aceptadas en cuanto sirvan para engañar al votante inclinándolo a nuestro favor y en contra del contrincante.


Sé de la dificultad de convencer a los rutinarios de que, repugnándome esa política, haya sido Alcalde más de quince años, pero las cosas son como son y no como a otros les parezca que sean. Veamos hechos concretos.


En Junio de 1938, llamada mi quinta del 41 por el Gobierno de la República, evadí en la primera ocasión que tuve y pasé a zona nacional. Enrolado en el Ejército de Franco pidieron en el cuartel voluntarios para Tercios de requetés o Banderas de Falange. El carlismo me pareció algo retrógrado mientras a Falange, con postulados sociales, la veía moderna y actual. Intenté entrar en la Bandera Valenciana. No había plazas, estaba completa. Las había en otra, la Móvil de Aragón, que era la que en la Sierra de Alcubierre había ganado, colectivamente, la Laureada de San Fernando. Esto y el adjetivo de Móvil me hizo suponer que fuera una unidad destinada a intervenir en los hechos de mayor peligro. Mi elección estaba motivada por una entrega generosa a la que me creía obligado. Me equivoqué. Era, simplemente, un batallón más, encuadrado en la 53 División, que mandaba el General Sueiro, perteneciente al Cuerpo de Ejército de Aragón, del que era jefe el General Moscardó. Me incorporé a esa Bandera la víspera del inicio de las operaciones de Sierra Cavalls, fase terminal de la Batalla del Ebro. Otras batallas después al Sur de Lérida para, en la Navidad del 38, romper el frente por la Cabeza de puente de Balaguer, iniciando la Campaña de Cataluña, que puso fin a la guerra. En todo el tiempo que estuve en el frente di un paso al frente en cuantas ocasiones se pidieron voluntarios para intervenir en operaciones peligrosas como son, por ejemplo, las descubiertas. Fui herido grave el 19 de enero del 39, salí del hospital de Orense el 11 de mayo, con dos meses de convalecencia y me fui a Catarroja, de la que me había ausentado, a la fuerza, el 24 de julio del 36.


Hago todo este relato no para presumir de héroe, que no lo soy. Tengo el cupo de miedo que corresponde a toda persona sensata. Esto no obsta para que, cuando yo me reincorporo al vecindario de Catarroja, mi curriculum, valorado desde el bando vencedor, fuera superior al de cualquier otro. Pues bien: mi apartamiento de la política local es completo, absoluto, me dan asco los grupitos, las denuncias, las falsedades. En nada intervengo.


Pasan unos años, yo al margen de todo, y recibo un día una citación del Alcalde y jefe local convocándome a una reunión en el Salón de Actos del Ayuntamiento, un día a las diez de la noche, a la que debía acudir “sin excusa ni pretexto alguno”. Me presenté a las diez menos cinco: todo el Ayuntamiento a oscuras, menos la planta baja donde un Guardia o Alguacil me informa que el Alcalde se acaba de ir a cenar y, como vive lejos, tardará en volver. Espero que suenen las diez en el campanario, le dejo la orden de citación al guardia y le digo: Haga el favor de entregársela al señor Alcalde cuando venga y dígale que yo “sin excusa ni pretexto alguno” a las diez estaba aquí y que él, que había dado esta orden tan tajante, no estaba. Después de esto nunca más me llamaron, hasta que un día hacia 1950, recibo otra orden, esta vez del Inspector Provincial de la zona, para que me personara en el local de Falange de Catarroja. Fui. Me preguntó mi opinión sobre la actuación del Alcalde y jefe local. Le contesté que no podía dar una opinión firme, que era evidente que en el pueblo, prácticamente, no se había hecho nada, pero no podía atribuirlo a incapacidad del Alcalde por cuanto yo no sabía los medios con que contaba el Ayuntamiento, que veía que en los pueblos del alrededor, poco o mucho, algo se había hecho, que en Catarroja no, pero que esto podía depender de la economía de cada municipio.


Después de esta entrevista, dos o tres vecinos, también llamados, me dijeron que el Inspector les había preguntado por mí. No entendí eso. A mí no me había preguntado más que por el Alcalde. ¿Por qué a otros les preguntaba por mí que tan ajeno estaba a todo aquello?


Un año después tuve la respuesta. Otro Inspector me llamó a la Jefatura Provincial de Falange para decirme que el año anterior el Gobernador había pedido a la Guardia civil la propuesta de una terna para sustituir al Alcalde y Jefe local, que la Guardia Civil me había incluido en la terna y que la conclusión del anterior Inspector, después de las entrevistas, había sido la de señalarme a mí para el relevo. Así, sin comerlo ni beberlo, me veía designado como futuro Alcalde y jefe local ¿Por qué la Guardia civil me incluyó en esa terna, de la que no tuve la menor noticia? Pienso que la benemérita tiene una ficha sobre casi todos, al menos sobre muchos, de los vecinos. Si en la mía figuraban datos que me calificaban como persona de indudable afección al régimen y, además, limpio de las marrullerías de la política local debieron de considerarme idóneo para incluirme en la terna.


Este fue el origen de mi inserción en el juego político, y no mi deseo de ocupar ningún cargo, ni mi afición a la política activa, que nunca he sentido.


Cuando se me llamó para comunicarme esa designación tenía yo abierto un expediente en la Fiscalía de Tasas. El Gobierno había decretado la libertad de precio, comercio y circulación del arroz blanco. Al amparo de aquella disposición había llevado en dos o tres ocasiones, un camión de arroz a Barcelona, sin más documentación que el Boletín Oficial del Estado donde se publicó el decreto. En algunos controles de la Guardia civil me paraban y me pedían la guía. En todos me defendía diciendo que esa guía no era ya exigible según el Boletín que les mostraba. Si alguno me apuntaba sus dudas sobre lo que yo decía y la posibilidad de detenerme por un posible estraperlo, le respondía que lo pensara bien porque presentaría una querella por detención ilegal. Al final, todos acababan por dejarme pasar, hasta que un día en Sagunto me llevaron ante el Capitán de la Compañía que me dijo: Mire usted, aquí tengo una orden escrita del Gobernador civil en la que se dice que no permita el paso de ningún cargamento de arroz que no lleve una guía de la Cooperativa Nacional del Arroz. Tengo que retenerle la mercancía y depositarla en el Cuartel de Arrancapinos. Vaya usted, hable con el Gobernador y resuelva la cuestión. Yo solo cumplo órdenes.


Pedí audiencia en el Gobierno civil y me la dieron para un par de días después, a las siete de la mañana. De noche aún, pues estábamos en pleno invierno, me senté frente al Gobernador, mesa en medio. Era la primera de las entrevistas de las muchas que después tuve con Diego Salas Pombo. Le dije que había sido objeto de una detención ilegal por parte de la Guardia civil, que cumplía órdenes suyas, y que me había decomisado un camión de arroz blanco. Me preguntó qué documentación de la mercancía llevaba, y al decirle que ninguna, se disparó: Dice usted que ha sufrido una detención ilegal, cuando ha cometido un estraperlo como un piano. Pero, hombre, si lo que usted merece es que de aquí le lleven inmediatamente a la cárcel. Recibí bien la descarga y le respondí con tranquilidad: Yo no he venido a eso, sino a discutir esto con usted, si se puede discutir. Si no, aquí me tiene a su disposición. Cambió el talante, como ahora suele decirse, y me dijo: Bien, vamos a discutir. Ahí lleva usted el Boletín ¿no? Sí y en él se declara la libertad del precio, comercio y circulación del arroz blanco. Toma la palabra el Gobernador, en un tono amable que ya no perderá y me explica: Tenga usted en cuenta que el arroz cáscara es transformado en blanco por la Federación de Industriales, por los molinos, que lo ponen a disposición de la Cooperativa Nacional del Arroz, que es el organismo que lo pone en el mercado. Este proceso no ha terminado. La Cooperativa no ha puesto todavía el arroz de esta campaña en el mercado, luego todo el arroz que circula es de otras campañas, que estaban reguladas. Ese arroz, por tanto, no estaba libre; su circulación como tal es clandestina y constituye un estraperlo. Le contesto: Señor Gobernador, esta disposición del Gobierno no regula una campaña, no se contrae a la cosecha de este año; se refiere al arroz blanco, sin distinción; afecta a todo el arroz blanco, sea de la campaña que sea y, cuando la ley no distingue no cabe distinguir en su interpretación. Si el arroz de una campaña quedara libre y el de otra anterior no, habría de llevar cada saco su, digamos, partida de nacimiento para determinar de qué cosecha era; la disposición no dice que las libertades de precio, comercio y circulación empezarán a ser efectivas en un futuro pendiente de determinar. Cuando una disposición nada dice en ese sentido, empieza a regir a partir del día siguiente a partir de la publicación en el Boletín; desde ese día todo el arroz blanco, todo, está libre de circulación y exigir cualquier documento para su transporte es atentar a la libertad de circulación, como tener que ser comprado a la Cooperartiva Nacional del Arroz es atentar a la libertad de comercio y el conjunto de los dos requisitos es infringir lo dispuesto por el Gobierno en este decreto. Llegado a este punto, Salas Pombo me preguntó, perplejo: Por favor, ¿cual es su profesión? Comerciante de frutos secos, le respondí (era la matricula industrial que yo había sacado para poder comerciar con el arroz) Mi respuesta no debió de sacarle de la perplejidad.


He resumido una entrevista que duró más de una hora en la que aquel hombre que inicialmente me había mencionado la cárcel se fue dando cuenta de su error, de la falta de cobertura legal en que se movía. Se levantó, me acompañó hasta la puerta diciéndome amablemente, como si se tratara de un amigo: Le abrirán un expediente en la Fiscalía de Tasas, le harán un pliego de cargos, conteste alegando todo lo que ha dicho aquí. He relatado con alguna extensión esta entrevista con el Gobernador Salas Pombo porque fue la primera de las muchas que hube de tener con él y con los Gobernadores que le sucedieron.


Estábamos en que el Inspector del Movimiento me comunicaba mi futuro nombramiento como Alcalde y Jefe local, al que yo oponía la objeción de tener un expediente abierto en la Fiscalía de Tasas. Supongo que lo transmitiría al Jefe Provincial, Salas Pombo, quien decidiría esperar la resolución de aquel asunto.


Durante este aplazamiento se convocaron las elecciones en los Sindicatos arroceros. Alfredo Alapont, el tío Alfredo como le llamaba mi mujer, de la que era padrino, se presentó para la presidencia; quiso el Alcalde y jefe local de entonces abortar aquella candidatura sirviéndose del hecho de que el candidato prestaba un servicio de carros al Sindicato. La incompatibilidad se declaraba en un pasquín fijado en las inmediaciones del local del Sindicato, y que firmaba el propio Delegado Provincial de Sindicatos Clemente Cerdá Gómez. Decidió Alfredo Alapont retirar su candidatura y yo le dije que no lo hiciera, que aquello no era como decía el Delegado Provincial, que una cosa es la incapacidad y otra la incompatibilidad. La incapacidad impide ocupar un cargo a quien no reúne las condiciones necesarias. La incapacidad prohíbe la simultaneidad de dos cargos o funciones. Si él ganaba la votación tendría que renunciar al servicio de carros antes de tomar posesión como presidente. No retiró su candidatura y ganó la elección. Llegó el asunto a la resolución del Gobernador y lo resolvió en el sentido por mí razonado. Esto le sirvió a Salas para encontrar una persona que le pareció adecuada para la Alcaldía. Separó los dos cargos de Alcalde y Jefe local y adjudicó el primero para Alfredo Alapont y el segundo para mí. Fui a hablar con él para mostrarle mi disconformidad con su resolución. A mí no me apetecía ningún cargo, como podía deducirse de mi total alejamiento en la política local; que nombrase Alcalde y jefe local a Alfredo Alapont; que la dualidad no ofrecería buen resultado. Alapont y yo éramos en edad, en formación, en carácter, totalmente distintos y que un clima político entre los dos sería propicio a situaciones desagradables, incluso en el ámbito familiar. No le convencí. Posiblemente no estuviera seguro del acierto en su decisión y quisiera tenerme en la reserva. Cuatro años después fui nombrado Alcalde.


Nunca hablamos, Salas y yo, de aquella primera entrevista sobre el camión de arroz, que me fue devuelto, sin sanción. Siempre pensé que con tantas visitas (recibía muchas diariamente y por eso empezaba antes del alba) aquella discusión conmigo habría pasado al rincón del olvido. Pues no: 30 años después, cuando Salas trabajaba en Madrid, con despacho abierto como Abogado, apartado de la política le visitó don Rafael Tamarit que fue Interventor del Ayuntamiento en mis últimos diez años como Alcalde. Le preguntó Salas Pombo por mí. Le dijo Tamarit que estaba bien y retirado de la política. Añadió Salas: Yo hablé con Porcar la primera vez por un camión de arroz...A los 30 años un señor que habría recibido centenares de miles de visitas, aún recordaba aquella que, si para mí era importante, para él era una más. Eso es tener memoria y lo demás son gaitas.


Dispénseme el lector tanta desviación del tema principal, que es el de mi nula vocación por la política activa. En 1970, a los quince años y medio, otro Gobernador, don Antonio Rueda Sánchez-Malo, decidió renovar a los Alcaldes de más de doce años. Entré, por tanto, en el paquete de los renovables. Lo recibí como una liberación. He visto después que otros que han ocupado la Alcaldía, han continuado, después del cese, en la actividad política como jefes de la oposición o como simples concejales, esperando, posiblemente, recuperar el sillón perdido. Lo digo sin la más mínima intención crítica. Lo considero plenamente lícito si se tiene esa vocación.


Hace 35 años que cesé como Alcalde. Invito a que alguien diga que me haya visto en un acto político, que haya advertido en mí, manifiesta o solapada, alguna intervención directa o indirecta en la política local. En todas las elecciones convocadas he acudido a depositar mi voto, lo que considero que es legalmente un derecho y éticamente un deber. A eso y nada más que a eso se ha reducido mi intervención en .la política.


Más de uno me han dicho alguna vez, insistentemente, que si fui Alcalde es porque me gustaba, que nadie me había puesto una pistola en el pecho para que lo fuera. Desde luego, contesté una vez y a la vez pregunté: ¿Tú vas a los entierros de tus amigos? Sí, sí, claro. ¿Por qué? ¿Es que te gusta que mueran? No, pero voy porque debo ir. ¿Y no puede uno aceptar un cargo, sin gustarle, porque considere que tiene el deber de aceptarlo?

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