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domingo, 7 de febrero de 2010

14.- CABANES

Un papel muy importante en la labor de adecentamiento de las cuentas lo representó Juan Antonio Salvador Cabanes Tarazona, simplemente Cabanes para la mayoría de los vecinos, “Bigot” para los de les Barraques, apodo heredado de su padre y también “Farina” para sus compañeros de fútbol en un equipo juvenil en el que fue portero. Así le bautizaron, paradójicamente, por el moreno de su piel.


Conocí mucho a su padre, Joaquín Cabanes Ferrer, persona muy ocurrente y graciosa, que venía, casi diariamente, al Juzgado, donde yo trabajé desde mi infancia, a charlar con mi padre. Coincidían ambos en la admiración por quien había sido Dictador, en los años precedentes, el General don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Estábamos en los años 34, 35 y 36, en plena segunda República. Los desórdenes eran constantes, las huelgas continuas, el paro creciente, frecuentes las muertes por cuestiones políticas, el clima social era de odio y enfrentamiento. Las conclusiones a que llegaban los dos conversantes siempre eran las mismas: Esto acabará mal, así no podemos seguir, vamos al desastre, hace falta otro General... Yo, con mis 14, 15, 16 años, rumiaba en mis adentros: Ya están con lo de siempre. Pero si aquí no pasa nada....


¡Cuanta razón tuvieron! En una guerra civil en la que tantas muertes alevosas hubo en las dos retaguardias, aquellos dos hombres, ya maduros, que a mi me parecían pesimistas agoreros, fueron asesinados, más la esposa de uno y un hijo del otro. La madre de Cabanes, según versión de la que se tuvo noticia después de su muerte, se dedicaba a hacer algún préstamo. El tipo de interés que se aplicaba en esta clase de operaciones, era el normal del 5 o el 6 % totalmente legal pero a quienes se dedicaban a esto les solían llamar usureros. Uno de los deudores del matrimonio Cabanes-Tarazona, que éste era el apellido de la mujer era un anarquista destacado que fue el responsable del asesinato de aquel matrimonio, lo que le sirvió para librarse del pago de su deuda, según dijeron. No sé. Ese mismo individuo vino a mi pueblo, con otros compañeros de heroicidades, para matar a mi padre. Este destacado anarquista, figura en una historia sobre la guerra civil en Catarroja, patrocinada, editada o subvencionada por el Ayuntamiento como un personaje modélico de entre los que gobernaron en esa época.


La represión franquista hizo que esta persona estuviera unos años en la cárcel. Por el año 1960, íbamos por la calle de Serrano Suñer, antiguamente y ahora calle de la Alquería, nombre evocador que nunca debió perder; a bastante distancia, en la acera, solo, había un vecino que miraba hacia nosotros. Cabanes me preguntó: ¿Conoces a aquél No, ¿quien es? Es fulano. ¿Ese es quien mató a tus padres ¿no? Sí. También vino a mi pueblo, con otro, para matar al mío. Además dejaron el encargo de que me mataran a mí.


Avanzamos lentamente para darle tiempo a que entrase en casa, pero no. Esperó que llegásemos a su altura para decirnos, con tono melifluo y gesto sonriente: Buenos días. Cabanes y yo, sin previo acuerdo, incurrimos en la misma grosería de no corresponder al saludo.

Mi aprecio por Cabanes no obedecía a nuestra desgracia común sino a mi complacencia por su carácter íntegro y sus graciosas ocurrencias, cualidad ésta heredada de su padre. A don José Serra, Cura Arcipreste, encontrándole un día paseando al sol en la plaza de la Iglesia, se le acercó para decirle: Don José, yo tengo una duda que espero que usted, que sabe más que yo, me aclare. Tú dirás. Yo fui a la guerra, hasta que terminó, estuve de soldado 15 meses, y al volver a casa me encuentro con que mi mujer tenía un niño de tres meses ¿Qué le parece a usted esto? Don José le pregunta ¿Estuviste en la guerra 15 meses? ¿Y tu mujer tiene un hijo de tres? Eso es, exacto. Pues qué quieres que te diga... Lo que sea porque yo no lo veo claro. No no, claro del todo tampoco lo veo yo, contesta, preocupado, el sacerdote. Añade Cabanes: Bueno, me ha faltado decir que un año antes había venido con un permiso de diez días. ¡Hombre, Cabanes! Vete a paseo, termina, riendo, don José.


Íbamos otro día Cabanes y yo por la calle del Fus. Estábamos un par de días sin agua potable por un reventón importante en la tubería general. Cabanes y sus hombres estaban trabajando noche y día. En estas circunstancias, Cabanes no estaba para gaitas. Una vecina que venía en dirección contraria se paró a distancia para decirle con descaro: `Bigot! Pero ¿cuant penseu donarmos l´aigua? Cabanes, sin modificar el paso, embistió al trapo diciendo: No hi ha presa. ¿No saps que l´Alcalde y yo tenim un tubo que mos la porta directe del motor a casa? ¿Quina presa vols que tingam? Ya de espaldas oí que la interpelante, riéndose, decía: Mira qu´eres animal. Cabanes, por lo bajini, reía también.


He citado antes la integridad de Cabanes. Era profundamente honrado, totalmente, sin fisura alguna. Al final de un verano en el que yo me había tomado unas pequeñas vacaciones, al incorporarme al Ayuntamiento vino a decirme: Mientras tú has estado fuera hice una cosa que no me acaba de gustar. ¿Que ha sido? El Ayuntamiento comió un all y pebre en Casa Vaina y el segundo Alcalde me pidió que hiciera una relación de jornales para pagar la comida. ¡Y qué! La hice; ¿qué te parece? A mí, muy mal. ¿Te pedí yo eso alguna vez? Nunca. Sí, ya sé que no te parecería bien, pues una y no más.


Si esto se repitió alguna otra vez, no me enteré. La cuestión carecía de importancia. Unos concejales que perdían muchas horas por razón del cargo, y que carecían de toda clase de retribución, bien merecían, una vez al año convidarse a un all y pebre, pero en estas cosas hay que ir con cuidado. Varias eran las veces en que los distintos Concejales me habían preguntado cuando hacíamos una comida. Siempre respondí diciendo que no lo creía conveniente porque “pagaremos nosotros el gasto y creerán todos que la paga el pueblo”. La verdad es que cuando decía eso, ya nadie insistía.


Cabanes me demostró lo buen amigo que era cuando vino un día al Juzgado a ofrecerme su pase como socio o abonado del Valencia. Se tenía que jugar el domingo un partido importante, del que se habían agotadas las entradas. El no podía asistir por la boda de un familiar. Me entregaba su pase. No, Cabanes, gracias, hace ya tiempo que dejé de ir a Mestalla y los domingos solemos comer juntos unos matrimonios amigos. Muchas gracias por tu intención. Me dijo: Pues irá mi hijo, que me lo ha pedido, pero yo le había dicho que primero eras tú. Era muy de agradecer su ofrecimiento. Hacía ya mucho tiempo desde mi cese como Alcalde.

No tardó mucho en contraer una mala enfermedad que anunciaba una muerte cercana. Si le veía de lejos, evitaba el encuentro. No tenía ánimo para darle ánimo.

Hace unos pocos años me paró un hombre en el cementerio, que me dijo: ¿Usted no me conoce? No caigo. Soy hijo de Cabanes. ¡Hombre! ¿De mi amigo Cabanes? Yo apreciaba mucho a tu padre. Y él a usted. ¡Cuan honrado era tu padre! Eso mismo decía él. Me contó una anécdota: Portalés (un contratista de obras, de Algemesí, que estaba pavimentando unas calles de Catarroja) fue a casa de Cabanes, que no estaba allí por lo que le dio a su esposa un billete de 500 pesetas para que se lo entregase al marido “de parte de Portalés”. Al decir la señora que su marido le tenía ordenado que no aceptase nunca nada contestó Portalés: Esto no es nada malo, él ya lo sabe. Al llegar Cabanes a comer y recibir el recado se puso hecho una fiera. ¿Pero no te tengo dicho...? Si él me ha dicho que tú ya lo sabías... Ya sabes que yo no recibo nada de nadie. Cogió el billete diciendo: Ya le diré yo a ese imbécil...

Supongo, y no creo equivocarme que Portalés, haciendo la excavación previa al adoquinado, rompería alguna tubería del alcantarillado o del agua potable; llamaría a Cabanes que repararía rápidamente la avería y que Portalés, en agradecimiento le obsequiaba con una cantidad que no tenía, por su cuantía, nada inadmisible. Pero ni eso era capaz de admitir Cabanes. Es una prueba de la integridad de una persona.

Es posible que me haya extendido en el recuerdo de este amigo. Espero que quien lea entienda que no escribo solamente para el lector. Escribo también para mí mismo y ésta es, aparte de mi familia, una de las personas a las que más aprecié, tal vez, además, por la semejanza de nuestras tragedias familiares.

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