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domingo, 7 de febrero de 2010

36.- RICOS Y POBRES

La lucha por la subsistencia ha hecho que, desde siempre, los seres humanos hayan tenido que enfrentarse entre ellos por la posesión de los medios económicos necesarios para vivir. El hombre primitivo tuvo que luchar contra el prójimo por el vegetal que la tierra producía o por la captura o la caza de los animales con los que podían alimentarse. Los documentales que hoy nos ofrecen las cadenas de televisión sobre la vida de los animales nos demuestran como las especies carnívoras atacan, inmisericordes, a todo ser que le sirva para su sustento. Se dice que perro no come perro, frase que, generalizada, significa que ninguna especie se alimenta de sí misma, porque todo animal lleva en sí mismo, no solamente el instinto de su propia conservación sino, además, el de la especie a la que pertenece. Sorprende que, en general, las especies se preocupen de alcanzar el alimento que necesitan en el momento y no se ocupen de asegurar el que van a necesitar mañana. Solamente la especie humana prescinde de un alimento momentáneo para disponer de él en el futuro. Siembra el grano que hoy le alimentaría para recoger mañana la cosecha o incuba el huevo de hoy, para disponer mañana del pollito que, debidamente alimentado, se convertirá en ave. De todo esto resulta que, según un ser humano sea más o menos activo, más o menos inteligente, más o menos ordenado, tendrá a su disposición más o menos bienes que le aseguren más o menos el porvenir. Y con esto hemos llegado a esa simple clasificación que, desde siempre, distingue a los hombres en dos clases: ricos y pobres.


En una de esas tertulias en las que se habla de todo lo divino y lo humano, al hablar de esta cuestión, preguntó uno de los reunidos: Pero, vamos a ver ¿a partir de qué punto se es pobre o se es rico? Otro, respondió: Eso está claro; cada uno considera ricos a los que tienen más de lo que él tiene. La respuesta me pareció sumamente inteligente y me sirvió para que, a partir de ese momento, tuviera una idea distinta, en este dilema de todos los tiempos que encierran estos conceptos: ricos y pobres, en derredor de los cuales han girado cuestiones tan importantes como la lucha de clases, las injusticias sociales, la desigualdad económica, empresarios y trabajadores, capitalistas y proletariado...


Nadie negará que un trabajador actual dispone de un nivel de vida superior al de cualquier potentado de hace unos siglos; que un operario de cualquier fábrica vive mejor que el empresario de hace solo seis o siete décadas, que el promedio de vida ha subido en decenas de años, consecuencia de que se come mejor y se realiza un trabajo menos agotador, en definitiva que el pobre de hoy, es muchísimo menos pobre que el de ayer. El himno histórico del Partido Socialista Obrero Español, se inicia con esa frase conmovedora de “Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión...”Así se ha cantado durante probablemente más de cien años. Hoy, la clase dirigente del partido, está compuesta, casi exclusivamente, por universitarios. Si no todos, sí muchos, o al menos algunos, son propietarios de excelentes viviendas, de amplios y lujosos automóviles, con hijos estudiando en Universidades norteamericanas. No creo que estos señores, entonen aquello de la famélica legión, pero sí que se les oye clamar contra el capitalismo, y reclamar un reparto más justo de la riqueza. Sobre esto del reparto justo de la riqueza, viene a cuento aquel de los dos hermanos gemelos, Juanito y Pepito. El día que cumplieron diez años, sus progenitores lo celebraron con una buena tarta. Al cortar el padre la primera ración, exclamó Juanito, indignado. ¿Ese trozo tan grande es para Pepito?. Respondió el padre: No, es para ti. Replicó, igualmente indignado Juanito: Tan pequeñito.


Hoy mismo, 5 de mayo de 2003, hemos visto en televisión una entrevista con una gran figura, de primerísima fila, del PSOE. Se dice de él que es propietario de grandes fincas en Sudamérica. No lo creo. Sé de la tendencia de la gente a considerar que todo político se sirve del ejercicio de funciones públicas como un medio de hacer negocios ilícitos o simplemente de disponer de los caudales públicos para incrementar su patrimonio particular. No cabe duda de que en algunos casos esta creencia no carece de base, pero estimo que en la mayor parte de los casos, el ejercicio de la política no es rentable, que si los que en ella se mueven dedicaran su tiempo a actividades empresariales, comerciales o al ejercicio de su carrera, gozarían de una posición económica más holgada.


Pues bien: ha dicho el líder socialista que en el mundo de hoy hay tres países que con el 18 por 100 de los habitantes del planeta tienen el 80 por 100 de la producción industrial. Esto le parece al eminente político, que es una notoria injusticia. Coincido con él en que así es, que si el 18 por 100 aportan al mundo el 80 por 100 de la producción industrial es totalmente injusto que el 82 por 100 restante aporte solo el 2O. Sí que es verdad que en la clasificación de ricos y pobres, esos tres países son ricos y pobres el resto pero ¿son culpables aquellos tres de que los otros no produzcan más?


Vamos a considerar como válida la opinión de quienes consideran injusta la diferencia entre la producción y la renta consiguiente de los países ricos y las de los países pobres. De dos maneras se puede reducir esa diferencia; que los pobres produzcan más o que los ricos produzcan menos; obviamente la diferencia se reducirá más si los dos cambios son simultáneos. A los ricos solo les podremos exigir que reduzcan ellos, no que aumenten los pobres, pero si los ricos trabajan menos, producen menos y consumen menos comprarán a los pobres menos minerales, que es lo único que estos exportan, con lo que esas materias primas bajarán de precio por descenso de demanda. Habremos conseguido no que la renta de los pobres aumenta sino por contra que descienda en paralelo con la de los ricos.


Uno de esos periodistas que hablan por la radio, que se quejan de todo y para todo tienen solución, clamaba una vez, escandalizado, porque cada día había más ricos. La solución a este grave problema estaba chupada: había que conseguir que lo que aumentase fuera el número de pobres, solución que no convence a todos porque son muchos los que dicen que lo que hay que conseguir es que haya menos ricos para que haya menos pobres, que es como pedir que haya menos mujeres guapas para que haya menos feas, que haya menos hombres con abundante cabellera para que haya menos calvos, que haya menos inteligentes para que haya menos torpes o que descienda el número de graciosos y simpáticos para que se reduzca el de pelmas y patosos.
Si prescindimos del tópico, advertiremos que en todos los países los pobres de los países donde hay más ricos, son menos pobres que los de aquellos en que hay menos ricos. Atribuir la culpa de la pobreza de estos países misérrimos, antiguamente colonias de países avanzados, hoy independientes y libres para matarse salvajemente en guerra tribal, atribuir esa culpa a los países que trabajan y producen en beneficio de ellos mismos, pero también de toda la humanidad, es teoría torpe y demagógica que no puede sustentarse sino con fines electoreros o por pura pereza mental. Una idea también corriente sobre el tema es aquella que dice que pobres y ricos existirán siempre, pero que no es justo que pobres y ricos sean siempre los mismos. La falta de rigor es evidente; en toda comunidad de vecinos, por pequeña que sea, vemos claros y numerosos ejemplos de personas y familias que fueron en un tiempo adineradas y que dejaron de serlo y a su lado otras que de simple trabajadores manuales pasaron a ser fabricantes que hoy gozan de buena posición. En la esfera nacional, las Koplowitz, los Albertos, Emilio Botín, Juan Abelló, encabezan hoy las grandes fortunas, por encima de los Romanones, los Villalonga o los March de antaño.


En una determinada circunstancia, vimos como colectividades agrícolas tomaron las tierras de sus legítimos propietarios, controles obreros se hicieron cargo de industrias usurpadas a sus dueños. Los dirigentes de toda esta revolución social pasaron a ser los nuevos ricos. Lo que quizá fuera la mejor casa del pueblo fue habitada en Catarroja por un destacado anarquista, que dispuso de coche y chofer y de vidas y haciendas ajenas. No pasó mucho tiempo y las gentes más modestas tuvieron que sentir carencias que nunca habían sufrido.


Hay en el mundo países afortunados a los que la Creación puso debajo de sus pies lagos inmensos de ese oro negro que es hoy el petróleo. En gran parte de esos países privilegiados, sus gentes no se han dedicado a explotar la riqueza que ellos no han creado, que les fue regalada. Han tenido que llegar empresas foráneas, con la técnica necesaria para hacer sondeos y encontrar el petróleo, subirlo a la superficie, llevárselo fuera, refinarlo, obtener toda la gama de subproductos, suministrarlos a los países de origen y servirles automóviles y otros medios de locomoción o transporte. El país de origen del petróleo no ha tenido otra intervención en todo este proceso que cobrar por el hecho de autorizar a las empresas de otros países para que saquen y pongan en el mercado el petróleo de las bolsas que la suerte puso en su subsuelo. Cuando han podido han puesto ese petróleo por las nubes, causando crisis económicas que duraron muchos años, como la de 1971. En otras ocasiones cayó el precio a niveles muy bajos, como hace cuatro o cinco años. Ello fue debido no a que los países industriales les forzaran a ese precio bajo, sino a que los propios países petroleros, por gastar más de lo que ingresaban, necesitaban aumentar su volumen de ventas, lo que lógicamente abarató los precios. Pues bien: si el petróleo se pone a 40 dólares barril, la culpa es de las compañías americanas que venden a mayor precio los subproductos; si baja a 10 dólares, la culpa es de las compañías americanas, que pagan el petróleo muy barato a los pobres países árabes. Y en esos países tan ricos en petróleo y con masas de gente tan pobre, sus magnates, viven gastando miles y miles de millones en estancias veraniegas en Marbella como esos jeques o lo que sean de Arabia Saudí o Kuwait, o como ese Sadam Huseim, con tan inmensa fortuna que le permitía el lujo de disponer de decenas de palacios, con lavabos dotados de grifos de oro, con hijos con centenares de coches muy lujosos que ni siquiera podría poner en marcha por falta de tiempo. Personajes como estos y como Ben Landen, multimillonarios al cuadrado, emprendieron, al alimón, una guerra contra Estados Unidos como máximo representante de país capitalista. Estos señores del Islam consideran por lo visto que no necesitan inclinar el cuerpo para trabajar la tierra porque ya lo hacen cinco veces al día para proclamar la grandeza de Alá. Si después de eso los infieles, que no rezan a Alá, disponen de más cosas que ellos, es que hay trampa. Y de que en los países del Islam haya tanta pobreza la culpa es, de los países capitalistas y, principalmente ¿cómo no? de los Estados Unidos.

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