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domingo, 7 de febrero de 2010

12.- JEFE DE LA HERMANDAD

Uno de los aciertos de la organización sindical franquista fue, a mi entender, la creación de las Hermandades de Labradores y Ganaderos. Algunos servicios del campo, como la guardería rural, estaban gestionados anteriormente por Sindicatos de Policía Rural, que administraban los propios labradores. La C.N.S. (Central Nacional-Sindicalista) hizo posible que las Hermandades de Labradores y Ganaderos llevaran no solamente la guardería rural sino que también pudieran actuar como cooperativas de los agricultores y que, en aquellos casos en que los Ayuntamientos lo acordasen, pudiesen éstos transferir a las Hermandades la administración de las carreteras y caminos rurales. Con todo ello se sustraía a la política y se confiaba a los propios labradores y ganaderos un conjunto de funciones que siempre habían estado en manos de los partidos políticos con el inconveniente que representaba que un sector tan importante de la economía española como era el agrícola dependiese de los avatares consecuentes a la contienda de los partidos.


Pero, a pesar de este buen deseo, un Congreso Nacional de Falange había dispuesto, no como obligación impuesta por ley, pero sí como recomendación a los mandos políticos locales, que el Presidente del Cabildo (así se llamaba a las Juntas locales de las Hermandades) fuese colaborador del Jefe local del Movimiento. Es decir que, por una parte, se quería desligar a los intereses agrícolas de las vicisitudes políticas, y éste era el proyecto de la C.N.S, pero, por otra, se quería que en este ente sindical tan importante como era el que aglutinaba a la agricultura, el Jefe o Presidente actuase de acuerdo con el Jefe local del Movimiento, y éste era el deseo de los falangistas.


Yo había sido nombrado Jefe local del Movimiento en 1951, al tiempo en que era nombrado Alcalde Alfredo Alapont, sucediendo cada uno, parcialmente, a Rafael Canet Soria en las dos funciones que conjuntamente venía ejerciendo desde hacía seis o siete años. Al tener que celebrarse elecciones en la Hermandad y renovarse el Cabildo nombrando nuevo Presidente, en atención a la recomendación del Congreso Nacional del Movimiento de que el jefe de la Hermandad fuese colaborador del jefe local, pensé como persona adecuada en Miguel Martí Canuto. Para mí las condiciones de idoneidad de Martí consistían en ser un agricultor calificado pues, a pesar de haber quedado huérfano de padre en su infancia había sabido sucederle, con plena eficacia, en la administración del patrimonio rústico de la familia; su inteligencia innata, la demostraría después en todas las facetas de su vida. En cuanto a su juventud (tendría entonces sobre 25 ó 26 años) lejos de ser para mí un inconveniente era una ventaja notable, pues estaba convencido de que una de las causas más importantes del pulso lento y cansino en que palpitaba el pueblo estaba en la condición de las personas que lo habían venido administrando, generalmente gente madura, bien posicionada, pero sin ansias renovadoras y poco dispuesta a los cambios.


No quise disponer a mi albedrío en esta cuestión, aunque caía dentro de mi esfera (la organización sindical) y teniendo en cuenta que yo no era labrador y que el Alcalde sí que lo era, me puse en contacto, aunque indirectamente, con él, con la idea de que se eligiese un Cabildo a gusto de la Cooperativa que presidía y la de San Isidro y que se aceptase la presidencia de Martí Canuto, con lo que yo cumpliría la recomendación del Consejo Nacional del Movimiento y el Alcalde tendría un Cabildo a su gusto. La contestación fue el rechazo. No quiso ningún pacto. El presentó su candidatura y la jefatura local la suya. No hubo campaña propagandística al uso de lo que son las contiendas electorales, votaron muy pocos labradores y ganó la candidatura que presentaba la jefatura local; de ello se encargó José Mª Fortea Ferrís, tan eficaz en estos menesteres. Así llegó al Cabildo gente nueva, como fueron, además de Fortea, Miguel Ramón Asins, Francisco Martí Asencio, etc. gente inédita en la política activa, situados fuera de lo que había sido hasta entonces, el círculo reducido de los preferidos por quienes llevaban la batuta. Pero, a pesar de que los que llegaban al Cabildo eran los propuestos por nosotros, se mostraron disconformes en votar como Presidente a Martí Canuto. Es posible que contribuyera a esta actitud la juventud del candidato frente a la mayor edad de quienes le habían de votar; siempre hay quienes se consideran postergados si alguien, en iguales condiciones y con menor edad, les pasa delante; pero, aparte de ello, una maniobra política de índole personal, que no voy a detallar para que nadie se sienta molesto, quiso anular, en su propio beneficio, el ascenso de Martí. El caso es que la cuestión la llevaron a la Jefatura Provincial del Movimiento. Cometieron el error de instrumentar recomendaciones e influencias al jefe y Diego Salas Pombo que, como gallego venía de tierra de caciques y como falangista joven aborrecía de ellos, montó en cólera; dio ordenes tajantes al Delegado Provincial de Sindicatos, Clemente Cerdá, dispuso ceses y frustró toda la maniobra. Resuelto todo y habiendo defendido mi postura, me recomendó, sin ordenarlo, que renunciase al nombramiento de Martí como jefe de la Hermandad, porque quedaría en situación incómoda respecto a los miembros del Cabildo y me apuntó la conveniencia de que le nombrase Delegado sindical. ¿Y a quien pongo de Jefe de la Hermandad? A ti mismo. ¿Cómo, si no soy labrador? Me dijo que el no ser agricultor me podía incapacitar para cultivar un campo, pero no para presidir un Cabildo. Como jefe de la Hermandad tendrás que presidir reuniones de labradores, tendrás que administrar un organismo que presta unos servicios, no dirigir unas plantaciones. Todo esto dio lugar, en fin, a que un funcionario que no tenía más tierra que la que pudiese llevar en la suela de sus zapatos por el mucho barro que entonces teníamos en el suelo de Catarroja, se viera presidiendo nada menos que la Hermandad de Labradores en un pueblo entonces eminentemente agrícola. También es posible que El Gobernador, teniéndome in pectore previsto para futuro Alcalde, quisiera ponerme a prueba en un problema delicado como era en aquel momento la Hermandad de Labradores. En la primera reunión de Cabildo convocada bajo mi presidencia, temí que sus componentes no acudieran, como rechazo a mi persona. Sí que vinieron. Les expuse que por las circunstancias especiales que habían concurrido y que todos sabían, había sido nombrado, provisionalmente, Jefe de la Hermandad; que mi función duraría solo el tiempo mínimo necesario para que, normalizada la situación, surgiera de allí mi propuesta de nuevo jefe, nombramiento que me proponía hacer a favor de la persona, de entre ellos, que designasen; que durante mi provisionalidad se encargasen de que los servicios del campo no quedaran desatendidos y que yo me encargaría, personalmente, de que los medios económicos de que dispusiese la Hermandad, se administrasen con el mayor rigor posible.


Con lo primero que me encontré fue con que el depositario no tenía nunca dinero; había dinero, eso sí, para pagar a los funcionarios, para pagar los jornales de los braceros de la Sección social que iban a tapar carriles, pero para casi nada más. ¿Cómo era posible, si los labradores pagaban sus cuotas? ¿Acaso el recaudador retenía los cobros y los tenía en el banco cobrando extratipos? Cuando amenacé cambiar de recaudador, empezó a fluir el dinero.


José Mª Fortea Ferrís inició, bajo su dirección, la construcción de un lavadero de carros y caballerías, en el motor nº 2 de la Rambleta. En aquel tiempo en que el arroz no se cultivaba como ahora, que se siembra en forma de “barrechat”, sino haciendo plantel en la huerta para después transplantarlo a los campos de la marjal, los carros y las caballerías terminaba la jornada llenos de barro; al volver a casa ensuciaban el piso con el consiguiente trabajo para las sufridas amas de casa. El paso previo por el lavadero les evitaba todo ese barro en casa. Fue la obra tan conveniente para los labradores que toda la piedra necesaria para la construcción del grueso muro construido, fue aportada gratuitamente por los propios agricultores, acuciados siempre por la insistencia de José Mª Fortea, cuya gracia y simpatía para invitar a las aportaciones excluía toda posibilidad de negativa.


La piedra era aportada gratuitamente, pero había que pagar el cemento y los jornales de albañilería. Avanzaba la obra, se incrementaba el gasto y en cada reunión del Cabildo, que era semanal, me preguntaban: ¿Pero todavía nos queda dinero? Sí, sí, no os preocupéis por eso. Un día, terminándose ya el lavadero y viéndose que todo se pagaba al contado, terció una voz, la de Miguel Ramón Asins “Miquel de Burec” que vino a decir que eso no era posible, que antes nunca se hacía nada y no había nunca dinero y que ahora, que se había hecho el lavadero, el dinero no se acababa; que un día u otro “se nos tenía que ver el culo”. Le respondí que el culo solo se vería al que quisiera enseñarlo; que el dinero con el que pagábamos no lo fabricaba la Hermandad, que salía de las cuotas de los labradores; y que si hasta entonces no se había hecho nada era cosa que tendrían que explicar otros.


Terminado el lavadero les dije que quedaba más dinero. Trataron de tirar machaca en algún camino y eligieron el camino del Alter, creo recordar. Se hizo una tirada de machaca como nunca se había hecho. Otra vez las “protestas”. ¿Pero cómo es posible, es que aquí el dinero no se acaba nunca? No lo creían. Hube de decirles: Pues aquí no hay ninguna mano negra que ponga dinero.
Terminaba el año, con él el ejercicio contable y había que liquidar el presupuesto. Sobraba dinero y teníamos que liquidarlo con superávit y rebajar las cuotas para el año siguiente. No quisieron disminuir los ingresos y, para agotar el sobrante, se compró una bicicleta para cada guarda, lo que permitiría una mayor vigilancia y, como el año siguiente habría de hacérseles nuevos trajes, se hicieron anticipadamente, todo con el fin de liquidar el presupuesto sin superávit.


El sastre que se encargó de la confección me preguntó al redactar la factura: ¿La comisión para quien es? ¿Qué comisión? El 10 por 100 que se da. Le dije que para los labradores. ¿Pero como doy yo ese 10 por 100 a los labradores? Muy fácil, hombre; después de la factura, añades: 10 por 100 de comisión, lo restas de la factura y cobras lo que queda; como la comisión no la cobras, no tienes por qué pagarla. Al llegar la factura a la reunión del Cabildo, lo expliqué. Y con esa explicación, entonces y ahora, se explican muchas cosas.


Poco después, y contrariamente a lo que todos me pedían, dejé de presidir el Cabildo y propuse al Jefe Provincial del Movimiento, Salas Pombo, al miembro del Cabildo que éste designó como jefe, que fue Antonio Casañ Raga. Yo había terminado una etapa de un año, que me enseñó mucho, y me hizo pensar que si todo aquello se había hecho con un presupuesto pobre, creo que no llegaba a cuatrocientas mil pesetas ¿qué no podría hacerse con un presupuesto municipal, diez veces mayor?


Punto final: la inauguración del lavadero la presidió el Gobernador civil y Jefe Provincial, Salas Pombo, en febrero de 1956, el día más frío, posiblemente, del Siglo XX. La noche anterior había llegado la temperatura a siete bajo cero. Hoy esta piscina para caballerías ha desaparecido. El cultivo actual del arroz prescinde de carros y caballos, todo lo hace el tractor. Es el progreso del tiempo, pero yo no puedo evitar, cuando paso por allí, el recuerdo de aquel buen amigo que fue para mí José Mª Fortea Ferrís, José Mª “El cano” y que aquella fue la primera de una serie de obras que terminaron con el ritmo lento y aburrido de la marcha que había llevado desde siempre el municipio para iniciar una modernización y un progreso del que todavía hoy disfrutamos.

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