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domingo, 7 de febrero de 2010

5.- DOS GOLPES. EL 10-08-1932 Y EL 6-10-1934

A pesar de que el poder les fue entregado en bandeja por los monárquicos, no correspondieron los republicanos a la generosidad de sus adversarios, sino que mostraron desde el primer momento una gran aversión hacia ellos. Todavía estaba Alfonso XIII en el Palacio Real, dos horas antes de partir en coche hacia Cartagena para embarcar con destino a Marsella, es decir cuando aún era de derecho y hecho el Rey de España, y ya se había congregado en el patio de Palacio Real una masa de republicanos que coreaba “No se ha marchao, que lo hemos tirao”. Recuerdo perfectamente, a pesar de mis once años, las caricaturas suyas en la prensa en las que se le apodaba, no sé por qué “Gutiérrez” y “El felón”. Todas estas manifestaciones e insultos tan inmerecidos para quien tan correcto había sido al renunciar voluntariamente a usar de la fuerza disponible para defender sus derechos, de los que quiso hacer dejación para evitar una posible guerra civil, pueden explicarse atribuyéndolos a las masas, sobre las que tan acertadamente trató Ortega y Gasset. Lo que no tiene explicación tan cómoda es la de que el Gobierno de la República propusiera al Parlamento una disposición, y el Parlamento la aprobara, por la que se autorizara a que si el Rey entraba en España, cualquier español pudiera atentar contra él sin que tal hecho pudiera ser considerado como delito.


Se constituyó en dogma político una frase que refleja el gran error de la segunda República y que explica su enorme y absoluto fracaso: “La República es para los republicanos”. Azaña la repite varias veces en su diario. Una democracia, adopte la forma de república o monarquía, no es para los republicanos o para los monárquicos, sino para los republicanos y para los monárquicos, para todos cuantos se muevan y actúen dentro de los cauces de la democracia. La segunda república española negó, desde su nacimiento, la posibilidad de que los monárquicos pudieran gobernar, siendo así que en una democracia el derecho a acceder al gobierno lo determina únicamente la mayoría en el Parlamento. Esto, tan sencillo, tan lógico, era inadmisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar; ya han gobernado bastante, durante siglos; la República es para los republicanos. Después, más adelante en el tiempo y en la idea de la exclusión, diría Azaña que los españoles no comprendían que la derecha de la República tenía que ser él. Como Azaña presidía un partido de izquierda, la conclusión era lógica: no admitía como normal el señor Azaña que hubiera partidos de derecha, ni siquiera de centro, si la derecha había de ser un partido que se titulaba Izquierda republicana. Esas dos ideas de excluir en primer lugar a los monárquicos y en segundo a los republicanos de derecha o de centro, están expresa y repetidamente formuladas por el máximo personaje de las izquierdas, don Manuel Azaña, en sus “Memorias políticas y de guerra”, 2 tomos, Grupo editorial Grijalbo, obra que recomiendo por cuanto es sumamente representativa del ideario político del autor, el personaje más importante de la República, constituye un gran documento histórico de aquel tiempo y una prueba de la buena calidad literaria del señor Azaña.


Con esta premisa de que la República era solo para los republicanos, se convocaron las elecciones de Cortes Constituyentes por cuanto, como es lógico, la República no podía vivir bajo la constitución monárquica de 1876, suspendida por la Dictadura de Primo de Rivera. Los partidos sostenedores de la monarquía extinta, el Conservador y el Liberal, que habían dado la espalda al Rey Alfonso XIII en abril de 1931, no iban ahora a presentar candidaturas para intentar recuperar una monarquía que habían dejado en manos de los republicanos; disueltas estas dos organizaciones sus partidarios fueron unos a engrosar las filas de los nuevos partidos (en Castellón generalmente los liberales se fueron al Partido Radical) otros, los conservadores, quedaron, diremos, pendientes de destino. Faltaba un partido que, frente a los partidos republicanos, todos expresa o tácitamente revolucionarios, recogiera a todo un electorado partidario del orden, del respeto a la propiedad, de la moral cristiana, de la familia, en fin de todo aquello que ha constituido siempre el ideal del sector que en la política ha sido siempre “la derecha”. En Catarroja se dio la particularidad, aunque el caso no sería único en España, de que el Partido Liberal de la monarquía se pasó no al centro, sino a la izquierda, al partido de don Manuel Azaña. Desconozco los motivos por los que don Manuel Monforte, jefe liberal en Catarroja, que había gobernado al pueblo “de facto” durante la Dictadura, durante la que fue diputado provincial, diera un giro de tantos grados; estimo que pudo deberse a que estando ya ocupado el centro republicano por el Partido Autonomista, del que era jefe Fernando Ribes, el Alcalde, tuvo que ir un poco más allá y encontró en un hombre de la talla intelectual de Azaña el modelo a seguir.


Don Angel Herrera Oria, director de “El Debate”, persona y periódico de claras ideas conservadoras, antirrevolucionarias, quiso recoger en un partido que tituló Acción Nacional todo ese electorado sin brújula de monárquicos, liberales y conservadores, opuestos a las ideas revolucionarias; no lo consiguió; el Gobierno no le permitió que su partido se adjudicase el carácter de nacional, alegando que ninguna organización podía atribuirse esa dimensión, no obstante lo cual permitió que siguiera llamándose así la Confederación Nacional del Trabajo –C.N.T.-; el partido de Herrera Oria tuvo que llamarse Acción Popular, que sacó en aquella elección para las Cortes Constituyentes no más de cinco o seis diputados, uno de los cuales era José Mª Gil Robles, candidato por Salamanca. En la discusión de su acta en la correspondiente Comisión parlamentaria, hubo de intervenir varias veces; se dio a conocer, a pesar de su juventud y de su falta de experiencia en esta lid, como un gran parlamentario, reconocido incluso por los más firmes republicanos de izquierda. Don Angel Herrera encontró en Gil Robles el futuro jefe de la futura derecha para las futuras elecciones.


Aprobada la Constitución, constituidas las Cortes Constituyentes, fue elegido Presidente de la República el que había sido Presidente de su Gobierno provisional y anteriormente Presidente del Comité Revolucionario, don Niceto Alcalá Zamora y Torres, y Presidente del Gobierno el Ministro que más había destacado, don Manuel Azaña y Díaz, el cual formó un Gobierno de coalición republicano-socialista del que había sido excluido el Partido Republicano Radical, el que presidía el republicano más añejo, el republicano histórico, el republicano sin sombra, don Alejandro Lerroux y García. (Téngase en cuenta que Alcalá Zamora había sido dos veces Ministro con la Monarquía, que Maura había sido monárquico hasta poco antes de venir la República, que Azaña se había presentado una o dos veces a diputado, sin que fuera elegido, por el partido que presidía Melquíades Alvarez, que aceptaba la Monarquía, que Largo Caballero había sido Consejero de Estado durante la Dictadura). Azaña, jefe de un partido con escaso número de diputados, no más de treinta, estuvo asociado con Lerroux en lo que se llamó Alianza Republicana. El partido de Lerroux, en su origen tremendamente revolucionario, había evolucionado a una posición de centro que parecía ser la que correspondía a un hombre como Azaña, de familia burguesa, nieto de un notario, alto funcionario por oposición del Ministerio de Justicia, intelectual, pensador, literato. Pues no: excluyó a su antiguo socio, el señor Lerroux, se fue hacia la izquierda revolucionaria y se alió con el Partido Socialista, que bebía en las fuentes del más puro marxismo.


Los españoles de hoy pueden creer que el PSOE de la República era el PSOE de ahora. De ninguna manera. El PSOE de entonces era un partido claramente revolucionario, marxista, antiburgués, opuesto al liberalismo, con ideas de economía de estado, con unas juventudes, los “chibiris” que se organizaban en formaciones paramilitares, tendente todo a derrocar el sistema capitalista para, mediante la abolición de la democracia, llegar a la revolución social. Se dirá que no era eso lo que decía don Julián Besteiro ni lo que propugnaba don Indalecio Prieto, figuras destacadas del PSOE. En efecto, Besteiro era partidario de la evolución, en lugar de la revolución, lo que en definitiva venía a significar que no estaba de acuerdo en el medio, aunque sí en el fin; Prieto se proclamaba “socialista a fuer de liberal”, fórmula escasamente comprensible por cuanto liberalismo y socialismo son términos antónimos. Presumía aquel hombre, sumamente inteligente, de no haber leído nunca “El Capital” de Carlos Marx, lo que le califica más de liberal que de socialista, en esa zona de socialismo descafeinado o al menos solo aparente que es la socialdemocracia. Junto a estos dos personajes del PSOE, se encontraba otro, Francisco Largo Caballero, que era el que encajaba de pleno en el talante del partido. Largo Caballero, revolucionario, marxista, aceptaba la República y la democracia como medio para llegar a la dictadura del proletariado. Fue éste y no Besteiro ni Prieto quien dominó al partido o fue por él dominado, aceptando la denominación de “Lenin español”.


En ese primer período de la República constitucional que es el Gobierno presidido por don Manuel Azaña, se desarrolla una política caracterizada por la persecución de la Iglesia, la debilitación del Ejército y la reforma agraria. En otro lugar tratamos con detalle estos tres aspectos de la política de Azaña. Intentaremos ahora expresar las razones que nos llevan al convencimiento de que con esas tres empresas no se llegaba a resolver el problema fundamental de los españoles, que era la escasa riqueza nacional con relación a la de los países europeos. España no había realizado la revolución industrial de la que había sido pionera la Inglaterra del siglo XIX. Contrariamente, en esa centuria habíamos perdido todas las colonias. A una pobreza que ya venía de largo, había que unir en el inicio de la década de los 1930, la crisis económica del 29, que tanto afectó a todos los países, incluidos los más ricos. El cambio de monarquía a república hizo germinar en muchos la ilusión de que todos estos males iban a tener remedio pero la solución “escuela y despensa” que proclamara Costa no se alcanzaba prohibiendo a la Compañía de Jesús el ejercicio de la enseñanza ni quitando tierras de secano a unos terratenientes para entregarlas en dosis mínimas a unos colonos carentes de medios económicos para cultivarlas. Una enorme población de braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, veía que su situación en la República en relación con la de la Monarquía, en nada había mejorado, antes bien había empeorado aunque no fuera en razón al cambio de régimen sino al deterioro de la economía mundial. 700.000 parados españoles en aquel entonces era una cantidad pavorosa, muy superior como tragedia a los tres millones que hayamos podido tener recientemente, porque ahora hemos tenido y seguimos teniendo una economía sumergida de la que entonces carecían y unos subsidios de paro que entonces, cuando se daban, era en cuantía ínfima. La gente de mi edad recordará aquellas llamadas constantes a las puertas de las casas pidiendo limosna hombres de 30, de 35 años, físicamente sanos, con hijos a los que alimentar y sin más recursos que el de la mendicidad.


Esa situación general produjo, tenía que producir necesariamente, un gran trastorno social. La gran población de braceros agrícolas, sin contratación suficiente para poder alimentar a sus hijos famélicos, fue terreno abonado para que el anarquismo pudiera extenderse como una plaga por toda España; especialmente en Aragón, en Valencia y en Andalucía, la CNT-FAI adquirió una presencia notablemente superior a la de la UGT, sobre todo en la población rural. En Barcelona esa misma superioridad tenía ya origen antiguo.


En los núcleos rurales el desorden público tenía que ser restaurado por la Guardia civil, única fuerza pública existente en este sector de población. La benemérita se constituyó por ello en el gran enemigo de los anarquistas. En los frecuentes enfrentamientos entre ambos hubo víctimas, en números crecientes. El caso más notable fue el de Castilblanco donde, al intentar disolver la Guardia civil a los anarquistas que habían producido un desorden, fueron atacados y muertos todos los componentes del puesto. Sucedía esto en diciembre de 1931. A un hombre de la mentalidad del General Sanjurjo, Director general de la Guardia civil, formado en la guerra de Marruecos, le era muy difícil soportar que cuando, ante hechos como éste, fuera a presidir los entierros de sus guardias, recibiera del Gobierno la orden de evitar todo intento de represalia. ¿Iba él a permitir que fuerza pública a sus órdenes fuera cazada como si fueran conejos en una cacería? En el mes siguiente, enero del 32, en el desorden de una huelga en Arnedo (Logroño) la Guardia civil, atacada, disparó ocasionando la muerte de seis huelguistas. La contrariedad entre las órdenes y consignas que recibía del Gobierno y la formación y el instinto del General africano, hizo que fuera relevado del cargo en el que le sucedió el General don Miguel Cabanellas, de ideas republicanas. Sanjurjo, considerado en un tiempo como “el padre de la República”, no podía ser arrinconado. Fue nombrado Director general de Carabineros, cuerpo que por sus funciones aduaneras estaba libre de enfrentamientos con sindicalistas.


La oposición de los españoles respecto del Gobierno Azaña iba en aumento. La agravación del problema económico, el aumento del desorden público, las medidas de restricción de libertades políticas con una Ley de Defensa de la República que permitía al Gobierno el cierre de periódicos durante varios meses cuando estimaba que un medio de comunicación había publicado algo que atentaba a la República, potestad de la que el señor Azaña hacía uso con gran frecuencia, todo eso hizo que un hombre como Ortega y Gasset, el filósofo autor del artículo “Delenda est Monarchía”, que había abierto las puertas a la República, dijera en este año de 1932, refiriéndose a la República, aquello tan escueto pero tan expresivo, de “No es esto, no es esto”. El General don José Sanjurjo y Sacanell, máxima figura del Ejército activo (en las fuerzas armadas siempre hay un General al que se le considera como el jefe moral, de la misma manera que los gitanos siempre tienen en todo grupo colectivo un rey), el General Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, levantó contra el Gobierno a la guarnición de Sevilla, que se puso a sus ordenes. El Alzamiento fue secundado por algunos militares, pocos, en general oficiales retirados, en Madrid. Azaña, Ministro de la Guerra además de Presidente del Gobierno, tuvo conocimiento de él con anterioridad al estallido pero no quiso frustrarlo, pudiendo hacerlo; prefirió dejar que estallase para sofocarlo después, consiguiendo así inmunizarse contra posibles levantamientos posteriores. El golpe del general Sanjurjo se saldó con solo siete u ocho muertos, todos del bando de los sublevados, bien poco para esta clase de experimentos. El general rebelde fue condenado a pena de muerte por un Consejo de Guerra. El General Franco, al que le habían pedido su colaboración con el golpe de Sanjurjo, se negó diciendo, que a la República había que respetarla, que los militares solo debían alzarse cuando no hubiera más remedio y que no era esa la situación. Señalado el día del juicio por el Consejo, le pidió Sanjurjo a Franco que interviniese como su defensor. No aceptó, diciendo: Usted se ha alzado y ha fracasado; se ha ganado usted todo el derecho a ser fusilado. No obstante, Azaña indultó a Sanjurjo la pena de muerte, rebajándola a la de máxima prisión, alegando que alguna vez los españoles tenían que dejar de matarse unos a otros y que iba a ser él el que iniciase esa buena costumbre; evidencia esta idea los buenos sentimientos de quien la expone, pero no su visión política. También Alfonso XIII se fue de España para evitar una guerra entre españoles. No habían transcurrido cinco años cuando pese a los buenos deseos de estos dos españoles, sufrimos la guerra civil más cruenta de toda nuestra historia.


Durante un descanso en el juicio del General Sanjurjo, le preguntó un periodista: ¿Pero usted con quien contaba para derribar al Gobierno? Contestó el general: Como he fracasado, con nadie; de haber triunfado con muchos, incluso con usted. Esto nos lleva a hacer unas consideraciones sobre algo que es común a todos los levantamientos militares. En todos ellos se quejan sus promotores de no haber tenido la colaboración de muchos compañeros que la habían prometido; en todos los casos acusan de traidores a aquellos que, comprometidos con la acción subversiva, no la secundan, con lo que la condenan al fracaso.


Hay que tener en cuenta que los militares son, en general y con muy escasas excepciones, personas que proceden de familias económicamente no poderosas; muchos de ellos eligieron la carrera militar porque era la que tenía su antecesor, lo que les permitía gozar de un trato benevolente al ingresar en las Academias. Son frecuentes los casos en que un general es hijo de un suboficial de la Guardia civil. Un sargento o brigada de la Benemérita, que no podía llegar más que a capitán, ¿qué mejor porvenir podía ofrecer a su hijo que el ingreso en la Academia Militar donde podría llegar a general? Así, pues, nos encontramos con un jefe del Ejército, que no tiene más sostén económico que su retribución como militar. El General Mola, cuando Azaña lo separó del Ejército, tuvo que dedicarse para subsistir a escribir libros sobre ajedrez.


A ese militar genérico, con tan pocas reservas económicas, viene un día un compañero de estudios o de campaña a hablarle de un levantamiento que está preparando el Ejército contra el poder constituido y a preguntarle si él está dispuesto a colaborar con sus compañeros. El militar requerido se encuentra en un compromiso; si secunda el Alzamiento y éste fracasa, puede perder su carrera militar y sus medios de vida; tendría que decir que se abstiene; pero si niega su participación y el movimiento prospera se encontrará descolocado; serán los promotores y sus colaboradores quienes administrarán la victoria. Lo más prudente será decir: yo estoy con mis compañeros; si el Ejército se levanta, yo también; podéis contar conmigo. Esta será la respuesta dada a los organizadores por la mayoría de los consultados. Llegará el día X, señalado para el acontecimiento y ¿qué ocurrirá? Que la mayoría de los considerados como comprometidos por los organizadores esperará a ver seguro el triunfo, es decir, no a que se levanten los dirigentes, sino a que se levante el Ejército, o sea la mayoría de los militares; y claro está que, si la mayoría espera para levantarse a que se levante la mayoría, la mayoría no se levantará porque estará en posición de espera. Claro está que el General Sanjurjo había recibido adhesiones que le fallaron; hombre ingenuo e impulsivo creyó que solo con su nombre y el prestigio que tenía entre sus compañeros, conseguiría que el Ejército se uniese en torno a él; debió pensar en lo que había respondido el General Franco, mucho más sagaz y desconfiado. En el Alzamiento de Julio del 36, tuvimos varias pruebas de esto. El General Aranda, en Oviedo, estuvo quince días dudando hacia qué bando inclinarse. En un principio estuvo con el Gobierno; facilitó el envío de mineros a luchar contra los militares sublevados, para después alzarse él y situarse entre los rebeldes. En la 3ª región militar tenía que hacerse cargo de la sublevación el general González Carrasco, que antes del 18 de julio estaba en Valencia para realiza su misión, pero esperó; vio que fracasaba en Madrid y en Barcelona, donde eran fusilados los generales Fanjul y Goded, respectivamente; que la ciudad sublevada más próxima era Teruel, el general sublevado que tenía más cerca era Cabanellas en Zaragoza, porque el otro más próximo era Queipo en Sevilla; debió medir mentalmente las distancias y pensar: ¿Qué hago yo aquí, aislado? Lo estuvo pensando unos días; las tropas acuarteladas en Paterna, esperando órdenes del general; hasta que un sargento, Fabra, fomentó un motín dentro de los cuarteles, se cargaron a unos cuantos oficiales comprometidos y terminó la situación de espera.


Volvamos al golpe del 10 de agosto de 1932. El Alzamiento del General Sanjurjo no iba dirigido contra la República, a favor del restablecimiento de la monarquía, sino a favor del restablecimiento del orden público y en contra del Gobierno Azaña y de la autonomía catalana, que era para el general Sanjurjo, como para muchísimos españoles, no un fin sino solo un medio para alcanzar la independencia. No convenía a las izquierdas esta versión de los hechos sino la de que era un movimiento de las derechas en contra de la República votada por el pueblo. En ese tiempo estaba Gil Robles dedicado a la enorme tarea de aglutinar en una coalición no solo a toda la gente conservadora, antirrevolucionaria, dentro de la Acción Popular, del que era jefe, sino a todas las derechas regionales en una confederación que se aliara con Acción Popular. Estas Derechas Regionales eran autónomas (autónomas, no autonomistas), es decir no formulaban para España una organización que dividía al país con esas Comunidades Autónomas que hoy conocemos; eran autónomas en el sentido de que esa Derecha no había formado un Partido de ámbito nacional, sino que lo había hecho por zonas, de forma que cada una de esas Derechas estaba provista de personalidad propia, sin dependencia del resto de las otras Derechas Regionales; lo que Gil Robles intentaba hacer es que todas esas Derechas independientes se uniesen no en un partido único sino en una Confederación. Lo consiguió al constituirse la Confederación Española de Derechas Autónomas, cuyas siglas CEDA se harían famosas. La CEDA se alió con la Acción Nacional, de Gil Robles, que se hizo cargo de la presidencia. La Derecha Regional más importante fue la valenciana, dirigida por Luis Lucia, que pasó a ser Vicepresidente de la CEDA. En esa metamorfosis de que unas derechas independientes y aisladas, se unieran entre sí y posteriormente con un partido creado por la Acción Nacional de Propagandistas del diario El Debate, obra todo de su director Angel Herrera Oria, el golpe ingenuo del General Sanjurjo no podía sino constituir un gran contratiempo para la consolidación de aquel gran bloque de la derecha, debido al empeño de las izquierdas en atribuir la inspiración del golpe militar de Sanjurjo a los derechistas, sus adversarios. Desde donde se mire y en conjunto el golpe de Sanjurjo fue un gran error de su mentor, que favoreció en gran manera, aunque ese no fuera su propósito, a las izquierdas en general y muy particularmente al Gobierno del señor Azaña, que tomaba oxígeno cuando tanta falta le estaba haciendo. Pues bien: para la historia ha quedado escrito, aunque no por todos los historiadores, que la tontería del General Sanjurjo, sin apoyo de sus compañeros de armas, y con evidente enfado por parte de Gil Robles, fue una maniobra de la derecha española que buscó el apoyo militar para recuperar la monarquía perdida.


Don Manuel Azaña continuó gobernando y teniendo que hacer frente a la multitud de problemas sociales y de orden público que le creaban las clases trabajadoras, en especial los braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, sobre todo en zonas de monocultivo como era Andalucía. En una aldea de la provincia de Cádiz, Casas Viejas, hubo una huelga de braceros que atacaron a la Guardia civil. Era Ministro de la Gobernación Santiago Casares Quiroga incondicional de Azaña y Director General de Seguridad don Arturo Menéndez. Enviados refuerzos de la benemérita, no pudieron sofocar a los rebeldes, que proclamaron el comunismo libertario y ocuparon fincas ajenas. Varios de ellos se encerraron en una choza de la que se negaron a salir a pesar de los constantes requerimientos de que fueron objeto por un segundo refuerzo, una Compañía de Asalto, al mando del Capitán Rojas. Personado en la choza un enviado de la fuerza pública para parlamentar con los rebeldes, previo acuerdo con ellos, fue retenido y asesinado. Los de Asalto incendiaron la choza; al salir los rebeldes dispararon sobre ellos, matándolos; después llevaron a varios huelguistas para que vieran lo que había ocurrido y ante algún gesto de desafío mataron a varios de estos huelguistas. Preguntado el Presidente del Gobierno en el Parlamento sobre lo ocurrido en Casas Viejas, contestó que había ocurrido “lo que tenía que ocurrir”. Si añadimos a la gravedad de los hechos el interés de la oposición por explotar a su favor los errores en que pueda caer el gobierno, podemos imaginarnos, sin ningún esfuerzo, el escándalo que estalló en el asunto de Casas Viejas: unos pobres jornaleros agrícolas andaluces, desconfiando de una reforma agraria que no llegaba nunca, con una economía sumamente precaria, agravada en aquel tiempo por una crisis económica mundial, se habían manifestado, protestando de forma violenta por la situación dramática en que se encontraban; el Gobierno, en lugar de reconducirles pacientemente a la legalidad, prestándoles las ayudas necesarias para superar la crisis, había actuado contra ellos con todo el rigor permitido por las armas de que dispone la fuerza pública. Se extendió por toda España la noticia de que al darse cuenta al Presidente del Gobierno, don Manuel Azaña, de lo que estaba ocurriendo en Casas Viejas, respondió: No quiero heridos ni prisioneros: tiros a la barriga. Probablemente este detalle no obedeciera a la realidad; tales expresiones no parecen propias del carácter del señor Azaña, pero sí que es cierto que el capitán Rojas, que mandaba la Compañía de Asalto y que ordenó las ejecuciones manifestó haber recibido ordenes superiores que le conminaron a que, como fuera, en un plazo corto de unos minutos, terminase aquello. ¿Cuál era el origen de esta orden? Siguiendo el hilo en un sentido ascendente se llegó al Director General de Seguridad don Arturo Menéndez, que reconoció haber dado la orden, de la que exculpó al Ministro y al Presidente del Gobierno. El Director General de Seguridad, señor Menéndez, fue procesado y condenado mientras el Ministro y el Presidente del Gobierno no fueron ni siquiera procesados. No sabían nada.


Examinando la cuestión con espíritu crítico imparcial, es difícil creer libres de pecado a los señores Casares y Azaña. Los Tribunales estimaron que la orden de acabar con la rebelión, como fuera, en el plazo de unos minutos, fue dada y que partió de la Dirección General de Seguridad, pero no se estimó que fuera aprobada, ni siquiera conocida, por el Ministro ni por el Presidente. Cabe pensar, dentro de una lógica elemental, que el Director General de Seguridad, en un caso de vulneración del orden público, en un hecho individual o de escasa trascendencia aunque sea colectivo, tome una decisión determinada, de carácter ordinario, sin consultar con su superior, el Ministro de la Gobernación. Si para resolver todos y cada uno de los casos que se le presentaran, consultara con el Ministro, sobraría el Director General. Pero lo de Casas Viejas no era un caso individual, ni intrascendente; su desarrolló ocupó todo un día; el Ministro y el Presidente del Gobierno tuvieron que seguirlo minuto a minuto. ¿Cómo se puede comprender que una decisión de acabar aquello “como sea” y “en quince minutos” se tomase por el Director general sin que su Ministro y el Presidente del Gobierno fueran ajenos a tal resolución? El caso, dicho sea entre paréntesis, tiene una evidente semejanza con la creación posterior del GAL y con los señores Vera, Barrionuevo y González.


Aquella matanza de Casas Viejas, hizo subir la tensión a todos los partidos políticos; a las derechas les venía muy bien aquello porque, consideradas siempre como opresoras y explotadoras de los pobres, se encontraban con un Gobierno de izquierdas que los había machacado; al centro radical de Lerroux porque, despreciado por el señor Azaña, se beneficiaría de su impopularidad ya que en política las transferencias de votos siempre se hacen entre los partidos más próximos y Lerroux y Azaña habían formado antes la Alianza Republicana; los radicales socialistas, que formaban Gobierno con Azaña se dividieron en dos grupos, uno que le seguía apoyando y otro que se puso enfrente, hasta el punto de que la denuncia al Parlamento la presentó un radical-socialista disidente Gordón Ordás; los socialistas no podían ponerse al lado del gobierno, exponiéndose a que los trabajadores viesen como sus únicos defensores a la CNT; por último los anarquistas, que en Andalucía tenían una gran fuerza estallaban de indignación porque, precisamente, eran ellos los que había iniciado el conflicto en Casas Viejas y ellos, especialmente, los que habían sufrido las consecuencias.


Pues bien: a pesar de todo esto, presentada una moción de censura al Gobierno, no fue aprobada. ¿Por qué? Ninguno de los partidos de izquierdas admitía formar un Gobierno con intervención del Partido Radical, de Lerroux. Socialistas y radicales-socialistas no reunían mayoría suficiente, aparte la división interna en cada uno de estos partidos; tampoco Lerroux conseguía esa mayoría aliándose con los conservadores, porque la derecha disponía de muy pocos diputados; en suma, si el Gobierno Azaña caía no había combinación que le sucediera. Con una gran mayoría en contra del Gobierno Azaña, el Gobierno Azaña continuó, a trancas y barrancas hasta que el Presidente de la República, viendo que aquello no podía continuar, decretó la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones, que se celebraron el 19 de noviembre de 1933.


La transformación política que la proclamación de la Republica había originado en toda España tuvo su proyección en todos y cada uno de sus municipios. Ya hemos dicho que en Catarroja el Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte se transformó en Izquierda Republicana, que presidía en España don Manuel Azaña. El Partido Conservador, del que había sido jefe Miguel Peris Diego perdió a su líder al ser éste asesinado en 1920 o 1921, siendo Alcalde. Le sucedió en la Alcaldía su hermano, Pascual Peris Diego, padre de quienes después serían médicos, con clínica de mucha fama en Valencia, los hermanos Pascual y Juan Peris Asins, a quienes tanto les debe Catarroja por el excelente y generoso trato que han brindado siempre a sus paisanos.


No fue el señor Peris Diego, excelente agricultor, hombre con excesiva vocación política; esto y el hecho de que al venir la Dictadura el gobierno del pueblo estuviera en manos del Partido Liberal, hizo que el Conservador, viera disminuido el número de sus seguidores, máxime cuando al proclamarse la República surgieron otros partidos; los enemigos de los liberales pudieron adscribirse al Partido Autonomista, de Ribes, enemigo de don Manuel Monforte; otros se fueron a la Derecha Regional Valenciana, partido de derechas. El conservador. Pascual Peris Diego, que antes de la República ocupó de nuevo la Alcaldía, durante el Gobierno Berenguer, lo hizo no como jefe de un partido sino, probablemente, como contribuyente agrícola, de la misma forma en que después sería Alcalde Ribes como industrial. Al venir la República el Partido Conservador pasó a ser el Partido Agrario. Era éste un partido político que, como su nombre indica, pretendía encontrar su clientela en el gran conjunto de ciudadanos que vivían del cultivo de la tierra. Lo presidía desde Madrid un tal señor Martínez de Velasco, que era Letrado del Consejo de Estado, uno de los Cuerpos más selectos del funcionariado español, al que pertenecía también el propio Presidente de la República don Niceto Alcalá Zamora de quien el señor Martínez de Velasco era, además de compañero, muy buen amigo en lo personal. Este Partido Agrario, presidido por un funcionario técnico de alto linaje, no encontró arraigo en España, donde se limitó a tener un escaso número de diputados, que se aliaron siempre con la derecha. Tampoco en Catarroja tuvo éxito.


La Derecha Regional Valenciana abrió su local en lo que hasta el año 2000 y desde antes de 1950, fue la Sociedad ABC, hoy extinguida. La finca pertenecía a la familia de los “Barriños” y fueron éstos, los hermanos Juan, Rafael y Francisco Ramón Raga, los pioneros y promotores de este partido de derechas, que sería clausurado a partir del 18 de julio del 36 y perseguidos y asesinados algunos de sus componentes.


En cuanto a los partidos de izquierdas, fueron mucho más numerosos. Posiblemente el más antiguo, al menos en nuestro recuerdo, fue un casino instalado en la calle Nueva, lindante a la izquierda mirando a fachada con el establecimiento de “Lloranset”. Su título era: Centro Instructivo Republicano”. De allí salió Fernando Ribes para fundar su Partido Autonomista, abriendo local en la calle Mayor. De allí salieron los hermanos apodados “Ponent” para fundar otro partido, creo que el Radical Socialista que abrió local en la esquina de la calle de Palucie y Francisco Llorens, en lo que después sería, durante muchos años, Sindicato Arrocero, y hoy el establecimiento “La Bodega”. De este Partido Radical-Socialista salió Juan Antonio Catalá Raga, corredor de fincas, quien después del triunfo del Frente Popular sucedió como Alcalde a Fernando Ribes. Otro partido de izquierdas, cuyo nombre desconozco, se abrió en la calle Nueva, creo que en lo que es hoy zapatería de los hermanos Peris. En lo que hoy es Banco Español de Crédito, en la plaza Nueva, estaba el Partido Reformista, que presidía en lo nacional don Melquíades Alvarez, asturiano, gran orador del que oí decir que pronunció un discurso en el Parlamento de la monarquía que duró SIETE HORAS. ¿Cabe en un régimen político mayor demostración de tolerancia? Este Partido Reformista no era monárquico ni republicano, era un partido anfibio, que aceptaba las dos formas de gobierno. Don Manuel Azaña se amparó dos veces en don Melquiades para presentarse como candidato a Cortes, sin lograr el triunfo. Después se hizo republicano. Siendo Presidente de la República, durante la guerra, tuvo que ver como en la fosa de Paracuellos arrojaban el cadáver de don Melquiades, a quien tanto apreciaba. El jefe de los progresistas de Catarroja era un señor que tenía un molino de arroz, junto al garaje de El Turco, creo que se apellidaba Peris, conocido por “El moreno de la Maca”, que sería después padre político de Francisco Izquierdo, convertido en constructor. Y ya solo nos queda, para agotar el censo de partidos, uno minúsculo, que abrió su local en un piso de la carretera, aproximadamente en lo que hoy es la finca donde está la Notaría. Era una casa de planta baja y un piso alto; en éste se abrió el casino de un partido que la gente llamó “La cambreta”, que creo que era el que presidía un diputado por Alicante apellidado Botella Asensi. El personaje más destacado de este partido de izquierdas en Catarroja era el que después de la guerra sería, durante cinco o seis años, Alcalde y Jefe local del Movimiento: Rafael Canet Soria.


Cerramos el censo de esta clase de locales con otro muy distinto de todos los citados. Estaba en la esquina de la calle de las Moreras y la de Músico Serrano (barrer Arc), un local que en otros tiempos ha sido barbería o tienda de comestibles. En este local, a diferencia de los otros que eran sedes de los partidos, no se jugaba con cartas ni con fichas de dominó; no había servicio de bar o café. Esos eran usos burgueses que no encajaban en la gente que allí se reunía. Aquello no era un partido; era algo muy superior. Su titulo en la fachada bien lo indicaba: “Centro científico de divulgación social”.


Eran los anarquistas.


Celebradas las elecciones del 18 Noviembre 1933, ofrecieron un resultado muy favorable a los partidos de centro y de derecha; hubo por tanto un retroceso importante en los partidos de izquierdas; de los 473 diputados que componían el Parlamento fueron elegidos: 115, (24,31%) CEDA; 79 (16,70 %) Radical, de Lerroux; 55 (11,63) % PSOE; 29 (6,13 %) Agrarios; 10 (2,11 %) Izquierda Republicana, de Azaña. El descalabro de las izquierdas era menos real que aparente; el sistema electoral de entonces, al igual que el actualmente vigente, favorecía a los partidos más votados, o sea que los partidos con más votos recibían, proporcionalmente, más diputados que los partidos menos votados. No obstante, la desunión de las izquierdas y el Gobierno Azaña que había durado dos años, había traído como consecuencia una descomposición del electorado de izquierda y una reorganización de las fuerzas conservadoras tan desmoralizadas al final de la Monarquía. Es éste, a nuestro entender, un momento decisivo que determinará la consolidación o la liquidación de la joven segunda república española, punto sobre el cual vamos a exponer unas consideraciones previas. La diferencia entre las dos formas de gobierno, Monarquía o República, no afecta más que en el modo de acceder a la jefatura del Estado; en la Monarquía por herencia de la familia reinante; en la República por elección directa o indirecta; los inconvenientes del sistema monárquico se encuentran en que la sucesión hereditaria pueda llevar a la cumbre del Estado a un señor carente de las condiciones necesarias para tan alta función; los inconvenientes del sistema republicano están en que quien ocupa la más alta magistratura, quien tiene facultad arbitral y como principal cometido ejercer un poder moderador entre los partidos contendientes, pertenezca a uno de ellos. Si la monarquía y la república son constitucionales y admiten el libre juego de los partidos políticos, esa será la única diferencia; es decir, en un sistema democrático basado en la existencia de partidos, lo fundamental son los partidos y lo accesorio la forma de provisión de la jefatura del Estado.


Cuando se instaura la segunda república española, el Parlamento condena a Alfonso XIII porque como jefe del Estado aceptó la Dictadura de Primo de Rivera, que suspendió la Constitución de 1976, que establecía una Monarquía como forma de gobierno. Lo grave era que se había subvertido el orden constitucional, tomando el Gobierno un Directorio militar que actuaba sin oposición por la falta de los partidos políticos.


El error de la República de 1931 fue considerar desde su inicio que la República era solo para los republicanos: una democracia no puede excluir a ningún partido de su derecho a gobernar; ni la Monarquía puede poner el veto a los republicanos, ni la República a los monárquicos; gobernará, según los principios democráticos, quien obtenga en el Parlamento el número de diputados que le den la mayoría suficiente. El ejemplo, bien claro y evidente, lo hemos tenido en la vigente monarquía española: el PSOE es un partido históricamente republicano; a ninguno de sus miembros le hemos oído decir nunca que sea partidario de la monarquía; algunos sí que han dicho que son juancarlistas, pero esto no es ser monárquico; a uno puede gustarle mucho Guardiola y no ser del Barsa o Raul y no ser del Madrid; a mí personalmente hay varios personajes del PSOE que me gustan mucho sin que por ello me sienta socialista.


Es evidente, y no hace falta la insistencia para admitirlo, que el PSOE es un partido republicano que ha gobernado en España durante trece años respetando y guardando una Constitución española que restableció una monarquía parlamentaria; no hay en ello la más mínima incongruencia porque lo fundamental en el sistema es el juego libre de los partidos políticos ¿Por qué la República de 1931 tenía que ser una exclusiva, un coto para los republicanos, vedado para los monárquicos?


Acción Popular y la CEDA no se declararon partidarios de la República, pero tampoco servidores de la monarquía. Simplemente, no se manifestaron sobre esta cuestión; aceptaron una Constitución que declaraba al Estado republicano y se movieron dentro de ella. ¿Qué de haber obtenido algún día la mayoría necesaria hubieran reinstaurado la Monarquía? No es probable porque dentro del concepto global de derechas no eran mayoritarios los monárquicos que, además, estaban divididos entre carlistas y alfonsinos. Pero en el caso de que hubieran logrado esa mayoría de monárquicos ¿por qué tenían que privarse del derecho legítimo de volver a la monarquía? ¿Pues no reside en la voluntad de la mayoría, según los principios democráticos, la soberanía del pueblo?


Visto el resultado de los escrutinios, que daban como partido vencedor de las elecciones a la CEDA, previendo que se encargara de la formación de gobierno al señor Gil Robles, se presentó don Manuel Azaña en el domicilio de don Diego Martínez Barrios para pedirle que anularan las elecciones. Martines Barrios, grado máximo de la Masonería española y andaluz, persona moderada y capaz, pertenecía al Partido Radical, de Lerroux; era, después del jefe, el político más destacado, al que se veía como sucesor de don Alejandro; representaba en el partido el ala izquierdista. El Presidente de la República, Alcalá Zamora gustaba de cultivar a las segundas figuras de los partidos, estableciendo con ellos una relación de protección amistosa en perjuicio de las primeras figuras; era una de las prácticas maniobreras y caciquiles del político de Priego. Para presidir las elecciones de Noviembre de 1933 había entregado el decreto de disolución no a Lerroux sino a su segundo, Martínez Barrio, lo que, en cierto modo, había sido prudente porque el sevillano, político de un partido de centro, estaba muy bien visto por las izquierdas, que fueron siempre la preocupación de don Niceto.


Aquí tenemos a don Manuel Azaña, al día siguiente de las elecciones pidiéndole al jefe del Gobierno que las declare nulas porque ha ganado la derecha y eso es un desastre que ellos no deben permitir, porque la República no puede ser gobernada por las derechas. Le responde el Presidente que él no puede anular unas elecciones, que han sido correctas, porque las haya ganado un determinado partido. A los dos o tres días vuelve Azaña a reiterar su petición y, ante la negativa de don Diego, le encarga Azaña que consulte con el Presidente de la República. Elevada la consulta Alcalá Zamora rechaza la insólita pretensión de Azaña de anular unas elecciones porque a él no le gusta el resultado. Esta gestión reiterada de don Manuel Azaña tan contradictoria en quien es hoy presentado como la máxima expresión del espíritu democrático, sería increíble si hubiera sido relatada por uno de sus enemigos políticos. Lo curioso del caso es que el relato lo hace en sus memorias el mismo don Diego Martínez Barrios que, si en aquel momento pertenecía al Partido Radical de don Alejandro Lerroux, meses después se separó de él para fundar un partido de izquierda moderada, Unión Republicana, muy bien relacionado siempre con Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Personalmente, Martínez Barrio fue siempre un admirador entusiasta de don Manuel, y basta leer sus memorias para advertir cuán noble, sincera y profunda era esa admiración que reviste de total veracidad a un relato en el que tan debilitado queda el ánimo democrático de don Manuel Azaña, al menos en aquel trance.
La amenaza de las izquierdas al Presidente de la República fue tajante: si daba el poder a las derechas, las izquierdas se levantarían; habría una guerra civil.


Alcalá Zamora, católico practicante, dos veces ministro en la Monarquía, hombre moderado, maniobrero, pastelero, no tuvo arranque suficiente para resistir la coacción. En la práctica democrática, después de unas elecciones legislativas, el jefe del Estado debe encargar la formación de gobierno, al partido que haya sacado mayoría absoluta; de no darse esta circunstancia al jefe de la minoría que haya obtenido mayor número de diputados; sucesivamente a los demás jefes de minorías, hasta que alguno de ellos encuentre las alianzas necesarias para disponer de una mayoría. Lo procedente, por tanto, era encargar la formación de gobierno a Gil Robles. El argumento para no hacerlo así fue el de que ni la CEDA ni Acción Popular se habían declarado republicanos, lo que les privaba del derecho a gobernar la República, razón equivalente a que se dijera hoy que el PSOE o Izquierda Unida, por republicanos, no pueden tener ministros en un gobierno.


El veto a que pudiera gobernar la minoría más importante del Parlamento alcanzaba a que ni siquiera podía tener ministros en un gobierno dominado por los republicanos. Lo curioso del caso es que Gil Robles respetó esta absurda prohibición. Si hubiera albergado los deseos que le atribuían de acabar con la República, hubiera aprovechado este desafuero para atacarla de frente porque el abuso no podía ser más manifiesto. En lugar de esto transigió. El Gobierno lo formó don Alejandro Lerroux con una mayoría de miembros de su Partido Radical más algún agrario o independiente pero, de ningún modo, con participación, ni siquiera mínima, de la CEDA de Gil Robles. Como el Partido Radical, ni aún contando con el Partido Agrario y con algún otro partido de centro como el Liberal Demócrata de Melquiades, podía alcanza mayoría, tenía que gobernar con la aquiescencia del jefe de la derecha, que era quien en el Parlamento tenía que defender, generalmente, los proyectos legislativos que presentaba el gobierno. La situación era perfectamente absurda. Un partido que no puede gobernar, que no puede tampoco estar en la oposición, porque tiene que defender en el Parlamento un proyecto político que no es el suyo, pero que no puede realizarse si ese partido réprobo no lo aprueba y defiende.


Así funcionó la política y la gobernación del país, con cambios frecuentes de presidentes y ministros del gobierno, hasta que en Octubre de 1934, once meses después de haber ganado las elecciones la CEDA, se constituyó un gobierno con doce ministros, tres de los cuales pertenecían a la derecha de Gil Robles; el resto venían de otros partidos centristas, eran independientes o del Partido Radical, que era el dominante. Como la CEDA era una organización amplia en la que cabían monárquicos, republicanos, católicos, conservadores, liberales y socialcristianos, eligió Gil Robles a tres personajes de entre los menos típicamente derechistas, uno de los cuales, el más destacado, era don Manuel Jiménez Fernández, catedrático sevillano, declarado republicano, socialcristiano, pudiéramos decir un cristiano de izquierdas. Este señor, que intentó como Ministro de Agricultura realizar una política social a favor de los trabajadores agrarios, se opondría después al Alzamiento Militar del 18 de julio; pasados bastantes años, fue maestro y protector de Felipe González, al que inició en las Hermandades Obreras de Acción Católica. El Ministro de Trabajo, Anguera de Sojo, había sido Fiscal del Estado en la etapa del Gobierno Provisional, luego era republicano inequívoco. El tercero, Aizpún, era un político moderado incoloro. La actitud de Gil Robles aportando como ministros a un gobierno republicano a tres de los personajes de que disponía más alejados de la derecha pura, no aplacó las iras de las izquierdas. La amenaza constantemente repetida de que si las derechas tomaban poder, se levantarían las izquierdas, no se había hecho solamente para asustar; fue una realidad que se mostró rotunda e implacable. En el Parlamento, dijo Prieto, en Julio de 1934, dirigiéndose a un gobierno republicano-radical apoyado por la CEDA.: “Habrá una lucha entre las dos Españas. Nos habíamos hecho la ilusión de veros junto a nosotros. Pero el Partido Socialista jura aquí poner el máximo empeño en impedir que la reacción se apodere de España”. Azaña, por esos mismos días, en un mitin en el Cine Pardiñas de Madrid: “Antes que una República entregada a fascistas y monárquicos, preferimos cualquier catástrofe, aunque nos toque perder y derramar sangre”. Si a todo esto se añade que se consideraba fascistas a los partidos de derechas, por democráticos que fueran, no extrañará nada de lo que ocurrió tres meses después.


El 6 de octubre de 1934 estalló en Asturias una rebelión de los mineros y en Cataluña otra de los separatistas, contra una República que permitía la atrocidad de admitir en un gobierno de trece miembros, a tres diputados que no eran monárquicos ni fascistas, que pertenecían a un partido de derechas que era al que mayor representación le había conferido el pueblo en las últimas elecciones.


En Barcelona Luis Compañas, manifiesta a los catalanes que, ante el asalto al poder, perpetrado por las fuerzas fascistas, él como Presidente de la Generalidad proclama el Esta Cátala dentro de la República Federal Española y ordena al General Bate, jefe de la 4ª División Orgánica, lo que hoy llamamos Capitán General de Cataluña, que se ponga a sus ordenes. Batet, catalán de nacimiento, militar de profesión, en contacto con el Gobierno de Madrid, contesta a Company comunicándole el Bando por el que se declara el estado de guerra.


Don Manuel Azaña se había trasladado a Barcelona dos o tres días antes de ese ataque contra la Constitución y, por tanto, contra la República. Alojado en un hotel, había celebrado varias entrevistas y conferencias con personalidades políticas catalanas de su propio partido y de la Esquerra, y con Consejeros de la Generalidad. Antes del estallido, había dejado el hotel y se había escondido en casa de un amigo. Esta actitud y sus manifestaciones del mes de julio que hemos literalmente citado, daban motivos para sospechar con toda lógica que el señor Azaña era, por lo menos, cómplice del levantamiento del que era autor el señor Companys. Azaña lo niega de manera terminante, razonada y creíble, en su diario. Nunca tuvo don Manuel sentimientos simpatizantes con el separatismo, al que atribuye repetidamente (léase la “Velada en Benicarló) una de las mayores causas, si no la mayor, de la derrota republicana en la guerra civil. En una ocasión llega a decir, no recuerdo cuando ni donde, que para que España subsista es necesario, cada cincuenta años, bombardear Barcelona. Recuerdo que al ser detenido, fracasada la rebelión separatista de Barcelona, se publicó una viñeta en una revista semanal “Gracia y Justicia”, en el que, al ser descubierto su escondite y detenerle, preguntaba don Manuel a la fuerza pública: ¿Por qué me detienen? Uno de los guardias le respondía con otra pregunta: ¿Por qué te escondes? La respuesta a esta última pregunta no estaba, probablemente, en la presunta complicidad y sí en la tendencia de don Manuel Azaña a no afrontar las situaciones que exigen para ser superadas una dosis, aunque sea mínima de valor. El dúo Gil Robles – Lerroux, intentó por todos los medios lícitos demostrar la culpabilidad de don Manuel Azaña en los sucesos de Octubre del 34 en Cataluña; los tribunales absolvieron al acusado, que incrementó su popularidad, tan de capa caída desde la tragedia de Casas Viejas, revistiéndose de mártir de una persecución que había terminado con una declaración judicial de su inocencia.

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