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domingo, 7 de febrero de 2010

16.- PAVIMENTACIONES, VIVIENDAS Y OTRAS COSAS

En la expresión corriente de las gentes de esa época (años 1955 a 1970) suele decirse que Porcar es el Alcalde que pavimentó el pueblo. La expresión es simple y merece mayor precisión. En primer lugar no fui yo el protagonista de todo lo que se hizo en ese tiempo. Como máximo sería uno más de entre ellos, aunque, por el cargo que ocupaba, el más importante. Fueron muchos los que, durante ese tiempo, formaron parte de la Corporación. Decir que todos cooperaron por igual, sería injusto. Por disponer de más tiempo, o sentir mayor interés por colaborar, por lo que fuera, aportaron unos mayor esfuerzo que otros pero, salvo un par de casos, todos se sintieron solidarios con lo que se estaba haciendo. Es raro que en un Ayuntamiento y en un tiempo tan dilatado de quince años, no se formen grupitos aislados, con su cabecilla discordante de la actuación de la mayoría. Entre los concejales que colaboraron los hubo de ideas claramente opuestas a las de aquel régimen. De ello fui avisado. Innecesariamente. Yo quería administrar los recursos del municipio en beneficio de los vecinos y eso no se decidía con una política de izquierdas o de derechas. Lo que hacía falta era defender los intereses municipales, administrar prudentemente los medios económicos, en definitiva actuar con dedicación y eficacia, y esto no es patrimonio exclusivo de ningún ideario político. Esa fue nuestra idea, recuperar en la urbanización del pueblo el mucho tiempo perdido, realizar entre todos las obras que se hicieron, que fue algo más que cubrir con adoquines las calles del pueblo.


Empecemos, no obstante, por las PAVIMENTACIONES. De un total de 100 calles, aproximadamente, solo siete u ocho estaban pavimentadas: la vuelta de la procesión, la calle de Chapa y las calles de Teruel y Reina, estas dos últimas en el tiempo de la Alcaldía de Alfredo Alapont. El estado del resto de las calles era lamentable. En un terreno llano, como es el de Catarroja, las aguas lluvias convertían las calles en barrizales. Las ruedas de hierro de los carros, tan abundantes entonces, pulverizaban la tierra, lo que hacía que la superficie de la vía pública fuese una masa de barro en invierno y de polvo en verano, En las calles orientadas de norte a sur en invierno aún podía el sol del mediodía aliviar un poco el “chocolate”; en las orientadas este-oeste, no había alivio posible. En el verano las amas de casa intentaban con regaderas fijar el polvo, pero no todas lo hacían porque el empeño era vano; el sol y las altas temperaturas podían con todo. Nos pareció que lo más urgente era acabar con esa situación, que lo más perentorio era adoquinar las calles. Lo pudimos hacer porque había dinero para hacerlo y lo teníamos porque habíamos puesto orden en la hacienda municipal. Esta es la madre del cordero. No fue aquél el tiempo en que se pavimentó el pueblo; fue la época en que se puso orden en la hacienda local y esa fue lo que hizo posible hacer lo que se hizo.


Quiero hacer constar un hecho que me sorprendió y me indignó. Nunca creí que aquello pudiera ocurrir. En la primera subasta de calles a pavimentar se sacaron ocho; el precio de la subasta lo fijaron los técnicos en el proyecto. Pregunté si aquel precio era normal y me dijeron que sí y que no me preocupase porque como salía a la baja.....El día de la presentación de pliegos estaba yo pendiente de las distintas posturas que pudieran hacerse; me dijeron que habían dos albañiles de la población, conocidos, cuyos nombres ocultaré por respeto a su memoria, y otros dos forasteros; al terminar la mañana y con ella el plazo de presentación, resultó que solo se habían presentado dos pliegos, uno por cada uno de los forasteros; los dos albañiles locales se habían retirado. Mis sospechas se confirmaron al día siguiente, realmente no se necesitaba ser adivino: en uno de los sobres se pujaba por seis calles; en el otro por las otras dos; en ambos casos el precio era el de la subasta, sin rebaja. Los dos albañiles de Catarroja habían ido a sacarse un buen jornal.


Aquel fraude ya no se repetiría; me informé debidamente de los precios reales y todas las subastas se hicieron alrededor de ellos. Me serví para ello del maestro de obras Bautista Blanch, que se comportó siempre con toda limpieza, a diferencia de aquellos dos compañeros y convecinos suyos. Tengo el orgullo de decir que en Catarroja se pavimentaron todas las calles a un precio notablemente inferior a ninguna otra localidad, en muchos casos a una mitad y aun a un tercio de lo que era habitual en los demás sitios. Por si alguien duda de esto, daré la explicación: en los demás pueblos se pagaba cuando se pagaba, en algunos casos al año y medio o dos años. En Catarroja, terminada la obra se pagaba todo. En muchos casos, cuando el que la hacía cumplía exactamente las condiciones del proyecto, cuando era persona honrada en suma, según iba construyendo le íbamos entregando cantidades a cuenta. Esto hacía que los precios fueran muy ajustados. Muestra de ello es que, antes de presentar el pliego preguntaran si el Alcalde era el mismo. Después entraban en el despacho para preguntarme: ¿Usted sigue pagando igual? Sí, sí. A ese detalle de la forma de pago condicionaban el participar o no en la subasta.


VIVIENDAS.- No es ésta una cuestión que afecte de lleno a la competencia de los municipios. No obstante, no puede un Alcalde, como defensor de los intereses del vecindario, sentirse ajeno a este problema. En 1955, muchas de las familias de los trabajadores vivían en subarriendo; ocupaban una o dos habitaciones y compartían cocina, comedor y aseos con los arrendatarios. Por este subarriendo parcial pagaban sobre 25 pesetas diarias, cuando el salario estaba por debajo de las cien pesetas. La imagen de dos familias distintas, sin lazo de parentesco entre ellas, con hijos de distinto sexo, compartiendo todo menos la habitación para dormir, me parecía simplemente horrible. ¿Qué podría hacerse para acabar con este drama? Pues bien: me encontré con que el Ayuntamiento anterior tenía aprobado un proyecto para hacer en la Avenida de la Rambleta, 84 viviendas, con planta baja y piso superior destinado a granero, y con puerta trasera en la planta baja para entrada al corral del carro y la caballería. Es decir que se iban a construir 84 viviendas destinadas a labradores propietarios de tierras, carro y caballería, mientras continuarían los subarriendos entre los trabajadores. Las obras no se habían iniciado porque el Ayuntamiento no tenía dinero para financiarlas; ni siquiera había podido pagar el proyecto.


El proyecto me parecía tan absurdo desde todos los puntos de vista que decidí darlo por cancelado cuando a los ocho días de mi posesión, se me presenta José Ramón Ferrís, acompañado de un Abogado del Arzobispado para decirme que tenía pedida una licencia de obras, que el Ayuntamiento no había aprobado para hacer en un solar de su propiedad situado entre las calles de Palucié y la del Empastre, un grupo de 28 ó 32 viviendas, no recuerdo exactamente; la denegación de la licencia se basaba en que en aquel solar iba a construir el Ayuntamiento cuatro viviendas. En lugar de 28 ó 32 viviendas para trabajadores necesitados, cuatro para labradores pudientes. Les dije que formularan nueva solicitud de licencia y que se preparasen para empezar la obra porque consideraba que la Permanente la aprobaría. Así fue. Así se inició la construcción de viviendas al oeste de la Rambleta. El problema que se nos presentó fue que, cuando el Estado empezó a bonificar a los promotores con 30.000 pesetas por vivienda construida, las promociones surgieron como hongos y el Ayuntamiento tenía que construir las redes de alcantarillado y agua potable para todas aquellas construcciones, que tenían una reducción del 90 % en todos los impuestos y tasas. Reuní a los promotores y les expuse que el Ayuntamiento no podría conceder más licencias que aquellas que pudiesen disponer previamente de esos servicios y que, dado el escaso ingreso que percibía con aquella reducción del 90 % de la licencia de obras, las tuberías de agua y el alcantarillado se verían limitados. No obstante, si renunciaban a la mitad de la exención, o sea si pagaban el 55 % de la licencia de obras, nos comprometíamos a dar servicio a todos. Aceptaron de muy buen grado.


Contamos para esto con otra ayuda: la venta a los propietarios de los campos lindantes, del espacio que ocupaba la Rambleta. Para ello nos apropiamos de esos terrenos iniciando un expediente en el que alegábamos que aquel terreno estaba desde tiempo inmemorial en poder del Ayuntamiento, sin que estuviera inscrito a su nombre en el Registro de la Propiedad. Se publicaron edictos en los periódicos oficiales dando opción a oponerse a quienes se creyeran con mejor derecho. Nadie se opuso y esos terrenos fueron inscritos a nombre del municipio, que los vendió a trozos a los dueños de los terrenos lindantes, lo que nos ayudó a financiar los gastos del agua y alcantarillado y que no se detuviese la construcción de viviendas para los trabajadores, que tan necesitados estaban de ellas.


GRUPO DE VIVIENDAS 14 DE OCTUBRE.- La riada de 1957 castigó al casco urbano de Catarroja de forma considerable. Tuvo de bueno que vinieran las aguas desbordadas a la una de la tarde, que no hubiese víctimas personales y que la Obra Sindical del Hogar construyese viviendas, creo que 64. Tenía que conseguir el Ayuntamiento los terrenos necesarios para la construcción. La Obra pagaba los solares a un precio no mayor del 10 % del costo total de la construcción de las viviendas. Como a ese precio no conseguiríamos los solares, nos advirtió el Secretario de la Obra Sindical que el exceso lo tenían que pagar, a prorrateo, quienes resultaran adjudicatarios de las viviendas. Elegimos como terrenos unos campos situados a la derecha del final de la calle de Chapa, cuyos propietarios eran vecinos de Masanasa. Llamados al Ayuntamiento, les manifesté el proyecto y el precio máximo al que se podían pagar los terrenos. Les parecía muy bajo ese precio. No les niego que puede que lleven razón, les respondí, pero no es el Ayuntamiento quien los tiene que pagar, sino la Obra Sindical del Hogar. Me limito a decirles lo que me dicen. Si ustedes no lo aceptan, irán a la expropiación por vía legal y puede ocurrir que entonces el Tribunal que resuelva el asunto decida fijar el precio según el líquido imponible que conste a efectos tributarios. Se ponen ustedes en el peligro de que ese precio esté por debajo del que ahora ofrecen. Después de breve duda, aceptaron ese precio.

Cuando fui a la Obra Sindical del Hogar y les dije que aceptaban el precio del 10 %, no lo creían. ¿Cómo lo has conseguido? Muy sencillamente, diciéndoles la verdad. Pues eres tú el único que lo ha logrado. En todos los demás pueblos, los adjudicatarios de las viviendas tendrán que pagar la diferencia entre el precio ajustado y el menor que paga la Obra Sindical. Solo los de Catarroja estarán libres de ese pago. La verdad es que me consideré muy satisfecho del resultado de mi gestión, por lo bien librados que resultaban mis convecinos. Lejos estaba yo del resultado final de este asunto.


Terminada la obra y antes de la entrega de llaves, vienen un día al Ayuntamiento el secretario de la Obra Sindical del Hogar y el Arquitecto director de la construcción del grupo. Me presenta el secretario de la Obra, con el que yo había tratado siempre, al Arquitecto, al que no conocía y que me expondría el objeto de la visita. Quedó el Arquitecto en mi despacho y se fue el secretario de la Obra a saludar al del Ayuntamiento. Motivo de la visita: la empresa constructora había tenido que realizar unas obras que no estaban previstas en el proyecto. Me entregaba una relación detallada de esas obras con el importe de cada una de ellas. Los adjudicatarios de las viviendas tenían que pagarlas a prorrateo y me pedía que me encargase de ese cobro. Le manifesté mi disconformidad; el promotor de la obra no era el Ayuntamiento sino la Obra Sindical del Hogar, la empresa constructora la CLEOP, creo, pues que se encargasen ellos de esa gestión de cobro. El diálogo fue extenso porque no tenía por qué cobrar yo unas cantidades que no se iban a ingresar en el Ayuntamiento. El fundamento del Arquitecto era que la CLEOP no tenía oficinas en Catarroja; la Obra Sindical tampoco. Al fin, creyendo que todo era correcto y que servía a los adjudicatarios de las viviendas me resigné a cumplir el encargo. Examiné la relación y rechacé algunas de las obras incluidas, lo que aceptó el Arquitecto. Le dije que llamaría a los adjudicatarios y les entregaría la relación por si tenían alguna objeción que oponer. Así lo hice. Los adjudicatarios rechazaron algunas obras más. Dieron su conformidad al pago de las obras no rechazadas. Se sacó la cuota a pagar, y se abrió una cuenta en Banesto, a nombre de la Delegación Sindical, de conformidad con Miguel Martí Canuto, que era el delegado. Como la Delegación ya tenía una cuenta a ese nombre, se añadió a esta segunda el sobrenombre de Obra Sindical del Hogar, a fin de que los ingresos de los adjudicatarios y los pagos a CLEOP no se vieran mezclados con otros conceptos. Se libraron unos talones a favor de CLEOP, según se hacían los ingresos, se entregaron las llaves de las viviendas y cuando parecía que ya estaba todo resuelto, se personaron tres de los beneficiarios de las viviendas en la Obra Sindical del Hogar, en la CNS, le expusieron al Secretario las cuotas que habían pagado y éste les respondió que quien era el Alcalde para reclamar y cobrar esas cuotas. Este sujeto o si se quiere este personaje, era el mismo que me había presentado al Arquitecto que me pidió mi intervención en el asunto. Cuando recibí un oficio suyo pidiéndome cuentas sobre esto recordé y comprendí por qué él no había estado presente en mi entrevista con el Arquitecto. En resumen, que aquel era un asunto que legalmente no estaba claro y en el que yo, inocentemente, había caído. Llamé a CLEOP, devolvieron el importe de los talones que habían cobrado, se devolvió a los adjudicatarios la cuota pagada por cada uno, quedó en el ambiente, posiblemente, la sospecha de si el Alcalde Emilio Porcar había querido cobrar unas cuotas que tuvo que devolver y quedó, esto en la realidad, el hecho de que los únicos adjudicatarios de viviendas de la Obra Sindical del Hogar con motivo de la riada, que no pagaron ninguna cuota fueron los de Catarroja, porque Emilio Porcar, Alcalde, había conseguido los terrenos al precio señalado por la Obra Sindical, ni un céntimo más.


GRUPO ESCOLAR JUAN XXIII.- Es otra de las obras inauguradas en ese tiempo. Debo hacer constar que el costo de la edificación iba a cargo del Ministerio de Educación. El Ayuntamiento solo tenía que aportar los terrenos. Por mucho que lo intento, no consigo recordar como pudimos financiar esos terrenos, empresa nada fácil en pueblos donde los solares se pagan tan caros. Lo pienso, y a mí mismo me extraña que, sin contraer préstamos, subiendo los arbitrios como máximo en el mismo porcentaje que la inflación, pudiéramos pagarlo todo, siempre al contado, y con sobrada tesorería.


INSTITUTO NACIONAL.- Por el Ministerio de Educación se crea un Instituto en Catarroja. Hay que aportar los terrenos. Los Aleixandre, descendientes de Crescencio Chapa, tenían una parcela cerca del barranco de Chiva, de unas hanegadas, en forma de hoyo por la extracción de tierras para el ladrillar. La superficie era suficiente para la construcción del Instituto. Pero ¿cómo pagarlo? El Ayuntamiento tenía dos casas en la calle de Francisco Llorens ocupadas por dos maestros nacionales. La propiedad de estas dos casas por parte del municipio obedecía a que en tiempos lejanos los Ayuntamientos habían de facilitar vivienda a los maestros. Cambió el sistema, liberó el Estado a los Ayuntamientos de esa carga y concedió a los maestros una gratificación por casa vivienda. Lo lógico hubiera sido que esas dos viviendas en las que en 1958 vivían dos maestros, quedasen libres o que si estaban ocupadas por dos maestros recibiese el Ayuntamiento las dos gratificaciones. Pues no: el Estado nada pagaba al Ayuntamiento ni a los maestros. Como las dos casas eran muy viejas, las reparaciones eran muy frecuentes y las tenía que pagar el municipio. En una de ellas vivía don Eduardo Hernández, magnífico maestro, físicamente débil, a quien aconsejó su médico que dejase aquella casa, con humedad por todas partes, totalmente malsana. Fue don Eduardo a la Delegación Provincial de Enseñanza Primaria para pedir la gratificación de casa vivienda y se la denegaron porque, decían, dejaba la casa voluntariamente. En el Plano Municipal vigente las dos casas estaban fuera de línea, por apertura de la calle que va hoy desde la del Trinquete a la de Francisco Llorens. La solución venía cantada: el Ayuntamiento derribaba la casa en que vivía don Eduardo, que quedaba sin vivienda, con lo que el Estado le tendría que dar la gratificación. Así se hizo y quedaron satisfechos don Eduardo y el Ayuntamiento. Quedaba la otra casa en la que vivía don Andrés Avelino. Había adquirido yo, detrás de las dos casas, un solar de Francisco Martí Asencio, concejal y amigo muy apreciado. Convine con don Andrés Avelino un cambio de obra, con lo cual desocupó la vivienda del Ayuntamiento. Derribamos las dos viviendas, que tanto nos costaban en reparaciones y el solar resultante lo permutamos con el de los de Chapa, con lo que pudimos tener Instituto y librarnos, además, del gasto que representaron, durante muchos años, las dos dichosas viviendas.


EL TRANVIA Y LA CARRETERA.- Al suprimir la Compañía de Tranvías de Valencia la línea 20 Valencia-Silla, el terreno que ocupaban las vías y los cruces, pasaron a ser de Obras Públicas, que aprovechó la ocasión para ensanchar la calzada de la carretera. Así se hizo desde Valencia hasta el puente del barranco de Chiva. Fui a hablar con el Delegado de Obras Públicas y pude convencerle de que en Catarroja ese ensanchamiento no era conveniente porque haría que los coches circulasen a mayor velocidad, con el consecuente aumento de accidentes. Las razones que le expuse no es prudente exponerlas. El caso es que las admitió. El terreno de las vías pasó a formar parte de la acera y no de la calzada. Compárese hoy el aspecto que ofrece esa acera de Catarroja con su continuación desde Masanasa a Valencia a Valencia y se verá la diferencia.


PUENTE DE LA TORRE.- Aunque parezca difícil creerlo, ese puente por el que hoy pasamos directamente desde La Torre al barrio de San Marcelino, no figuraba en el proyecto inicial de la desviación del río Turia, consecuencia de la riada del 57. Desde La Torre se tenía que desviar el tránsito hacia la izquierda para, después, de un rodeo volver al terreno intermedio entre La Torre y San Marcelino. Fui a manifestar la disconformidad de Catarroja con ese proyecto. Lo hice ante la oficina de Gran Valencia, en Obras Públicas, en Gobierno civil, en la Diputación. La última tecla que nos quedaba por tocar era la del Alcalde de Valencia. A mi gestión, iniciada personalmente, se fueron añadiendo otros Alcaldes. Al final, en la visita al Ayuntamiento de Valencia éramos muchos: desde Silla a Benetúser y Alfafar. En todas esas gestiones, la autoridad visitada se resistía a creer lo que decíamos. ¿Cómo es posible que en La Torre no haya puente? Llamaban a Obras Públicas y todos recibían la misma contestación: que había una desviación que nos conducía a la otra orilla del río en el mismo lugar de La Torre. Y con esto, que ya lo sabíamos y lo habíamos advertido, se daban por satisfechos.


Serían las nueve de la noche cuando estábamos con Adolfo Rincón de Arellano, Alcalde de Valencia, quien nos dijo: Mañana a las ocho y media tengo que estar en Manises para recibir al Ministro de Obras Públicas. Si redactáis un escrito firmado por todos exponiendo todo lo que me habéis dicho, se lo entregaré en mano. Le diré al portero de mi casa que esta madrugada llevaréis ese escrito, que él recogerá y me entregará. Necesito que esté en mi casa antes de las siete y media de la mañana.


No podíamos perder tiempo. Yo haría el escrito, un guardia en un taxi recorrería las casas de todos los Alcaldes que deberían tener en su mesita de noche el sello del Ayuntamiento, firmarían y sellarían el escrito, que antes de las siete y media estaría en casa de Rincón de Arellano. Me comunicó Mateu, que era el guardia designado, que todo se había hecho según lo acordado.


Antes de quince días recibimos una llamada de Gobierno civil: como primer firmante del escrito nos comunicaban para que lo trasladáramos a los demás que el Ministro de Obras Públicas había dispuesto que se construyese el puente que pedíamos. Ese Ministro era don Federico Silva Muñoz, al que los españoles de entonces dieron el título de Ministro Eficacia. Contaré una anécdota que, aunque nada tiene que ver con Catarroja, revela el carácter de aquel Ministro y el por qué de darle el “título” expresado. Se convocó una reunión urgente del Consejo General de Gran Valencia, al que pertenecía como Vocal el Alcalde de Catarroja. Dio cuenta uno de los Ingenieros de Obras Públicas del motivo de la reunión urgente: el Ministro Silva Muñoz había encargado a la Delegación de Valencia la redacción de un proyecto sobre la carretera de El Saler. Dos días antes de la reunión en que estábamos había llamado a la Delegación diciendo que dentro de quince días vendría a Valencia por otros motivos y que esperaba llevarse el proyecto de El Saler. Le respondieron: Pero, señor Ministro, si no hace más que tres meses que usted lo pidió.....Y el Ministro replicó: ¿Cómo? ¡Que ya hace tres meses que lo pedí! En la Delegación no habían trazado todavía ni una sola línea. Ahora tenían que hacerlo en quince días. No cabe duda que, según de qué personas se trate, el tiempo puede tener dimensiones distintas.


POLIDEPORTIVO.- Sé que si se tiene en cuenta el tiempo en que fue construido el Polideportivo, podrá decirse que nada tiene que ver esta obra con mi ejercicio como Alcalde. No es así. Los terrenos del Polideportivo, así como los del Colegio Reina Sofía, fueron adquiridos en mi etapa, en la que se redactó el proyecto del Polideportivo, se aprobó, se subastó y fue adjudicada la obra. Para la financiación de los terrenos se gestionó y se obtuvo un préstamo de la Diputación. Formalmente todo estaba hecho. La empresa adjudicataria en la subasta pudo iniciar la obra antes de mi cese como Alcalde. Porque yo no mostré ningún interés en ello, se inició después, pero todo lo que el Ayuntamiento tuvo que hacer lo hizo antes.


Debo hacer una aclaración que creo necesaria: en más de una ocasión he dicho que todo lo que se hizo en mis 15 años como Alcalde se dejó pagado, sin contraer deudas, y con un superávit de cuatro millones de pesetas. Parece una contradicción que diga ahora que se obtuvo un préstamo de la Diputación para la adquisición de los terrenos del Polideportivo. Esos terrenos son un bien patrimonial del municipio; es decir que esos terrenos figuran inscritos en el Registro de la Propiedad a favor del Ayuntamiento. Si algún día quedaran desafectados, por lo que fuera, del destino actual, podrían ser vendidos. No ocurre lo mismo con otras inversiones: ni los terrenos destinados a vía pública, ni todo lo que en ella se invierta (árboles, pavimento, alumbrado, etc) son bienes patrimoniales. Son cosas distintas contraer una deuda para adquirir un bien patrimonial o hacerlo para mejorar la vía pública. En el primer caso la partida de pasivo (deuda) se compensa con la de activo (el bien patrimonial). En el segundo se mejorará el servicio público pero no hay partida de activo. Comparemos: una cosa es que un particular contraiga deudas para el consumo diario y otra es que lo haga para comprar un campo o un solar. Hacer obras municipales mediante empréstitos, créditos, en definitiva deudas, está al alcance de cualquiera. Lo deseable es que todo eso se deje pagado, sin hipotecar el futuro. Únicamente la adquisición de bienes patrimoniales debería quedar justificada con la contracción de deudas.


ESTACION DE AUTOBUSES.- He dejado para el final de este capítulo una cuestión que pasó inadvertida para el pueblo pero que fue, para mí, importantísima para la vida y el porvenir de Catarroja. Debió ser por 1966 cuando se publicó en la prensa el proyecto de construir dos estaciones de autobuses, una en la parte izquierda del viejo cauce del río para la parte norte de Valencia y otra en Monteolivete para el sur. Me alarmó la noticia porque tuve la sospecha de que pensaran los autores de la idea que la línea de AUVACA tuviera que finalizar su trayecto en Monteolivete. Esto me parecía una verdadera barbaridad, pero la creía posible. Fui al Ayuntamiento de Valencia para informarme y me indicaron que hablara con el Concejal al que correspondía esta materia. Lo hice y al exponerle mi duda me contestó que, de momento, no se sabía que líneas entrarían en Monteolivete. Le expuse que si para que esa estación fuese rentable contaban con el ingreso que les proporcionase la línea de Catarroja-Valencia, lo meditasen bien porque esa sería una vana ilusión. Me respondió, con una sonrisa de superioridad: Eso ya lo veremos. Intenté, mientras construían la estación, averiguar ese punto. No pude. Nadie sabía nada. Cuando terminaron la obra resultó lo que yo temía: AUVACA, tenía que ir por La Torre y el Camino de Tránsitos, cruzar el paso a nivel del ferrocarril y terminar en la estación de Monteolivete. Desde allí un SALTUV nos entraría en Valencia. La idea era de locos. Un desvío hacia las afueras, entrar en la estación para que nos pudieran cobrar el canon, un trasbordo y llegar a Valencia. Por si algo faltaba un paso a nivel que estaba más tiempo cerrado que abierto.


Me dirigí al concejal del Ayuntamiento pidiéndole que se diera cuenta que nadie iba a seguir ese trayecto, que antes de entrar en tránsitos para encararse con el paso a nivel los pasajeros se bajarían de AUVACA para coger el SALTUV que les llevara a Valencia. La contestación fue digna de figurar en la mejor antología de disparates. Como el lugar en que yo decía que harían el trasbordo estaba en término municipal de Valencia, el Ayuntamiento no permitiría ninguna parada de AUVACA hasta la estación de autobuses. O sea que si un pasajero quería ir desde Catarroja o Masanasa a La Torre, tenía que coger AUVACA, pasar por La Torre, ir por tránsitos, pasar el cruce de las vías, llegar a Monteolivete, coger un SALTUV, ir al centro de Valencia y coger otro SALTUV que le llevara a La Torre, por donde había pasado una hora antes. La discusión llevó a mi oponente a majaderías insuperables. Las disposiciones legales decían que las líneas de autobuses podían, en las poblaciones del trayecto, señalar el punto de las paradas pero el Ayuntamiento, en casos en que esos puntos tuvieran algún inconveniente, podían trasladarlas al punto más cercano en el que ya no existiera el inconveniente. Al amparo de esa facultad, excepcional y limitada, el Ayuntamiento de Valencia, según el concejal, prohibiría a AUVACA toda parada desde que entrara en el término de Valencia, hasta la entrada en la estación de autobuses


La obra estaba terminada, la Compañía propietaria había contraído unas deudas importantes con unas Cajas rurales y la estación no se inauguraba. Me llamó el Gobernador. Resultaba que, según él, yo era el culpable de que no se pusiera en servicio porque me oponía a que la línea de Catarroja fuese a Monteolivete. Le repetí todas las razones que le había dicho al concejal y aun otras. Yo no invento ningún problema, otros son los que lo han creado por no haber pensado las cosas antes de hacerlas. Es inútil que pretendan obligar a los pasajeros de esa línea a que entren en la estación para poder cobrar el canon. Desde la entrada de Sedaví hay un SALTUV que va directamente a Valencia. Los pasajeros de AUVACA bajarán en la parada anterior, irán a pie hasta el punto de partida de SALTUV y marcharán directamente a Valencia. Habréis conseguido que los pasajeros lleguen a Valencia pagando dos billetes y haciendo un trasbordo, pero a Monteolivete llegarán los autobuses de Catarroja sin más personal que el conductor y el cobrador. Carente de recursos, indignado, me respondió el Gobernador: ¿Entonces que tenemos que hacer con la estación, destinarla a salón de baile? Eso no es cosa mía, le respondí, yo solo os digo lo que va a pasar, si no queréis verlo es cosa vuestra.


En todo este asunto no tuve ninguna conexión con AUVACA que, como es natural, también hizo sus gestiones y presentó sus recursos. El asunto era grave porque el Presidente de la estación era persona de mucho peso, la deuda contraída muy fuerte y sin el canon de los viajeros de AUVACA el negocio no era rentable. Llegó el asunto a la Dirección general correspondiente del Ministerio de Obras Públicas. Hubo una reunión de representantes de todas las entidades a las que afectaba económicamente el asunto. Estuvo allí Agustín Pastor, de Catarroja, que estaba empleado en AUVACA y era el enlace sindical. El Director general, Juan García Ribes era un antiguo militante de la CNT, uno de aquellos sindicalistas a los que Girón había recuperado para su obra social. Llamó al enlace sindical para preguntarle sobre el Alcalde de Catarroja. Oído el informe de Agustín Pastor, manifestó el Director general que confirmaba el que le había dado Diego Salas Pombo. Le anunció a Agustín que, antes de empezar la reunión, ya tenía él resuelto el asunto: aceptaba en un todo el escrito del Alcalde de Catarroja. Todo lo que decían las autoridades de la capital era un completo absurdo. El relato de toda esta reunión me lo dio con posterioridad el propio Agustín Pastor.


La estación de Monteolivete no fue inaugurada. Tuve un día la curiosidad, pasado mucho tiempo después de cesar en el cargo, de conocer qué había sido de aquella obra. Me dijeron que la derribaron y sobre su solar se edificó un edificio de viviendas con muchas alturas. Me alegró pensar que con el aumento del precio de los solares hubieran podido pagar a las Cajas rurales con cuyos créditos se habían adquirido.










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