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domingo, 7 de febrero de 2010

21.- DON JOAQUIN ESCRIVA PEIRO

No sería posible escribir sobre la Catarroja del siglo XX sin hacer referencia, aunque fuera breve, a este sacerdote. Nacido en La Font d’Encarrós, vino a Catarroja, a ejercer como Vicario en la Iglesia Parroquial de San Miguel, allá por la década de los 50. Sustituía, creo recordar, a un sacerdote llamado don José, un hombre tímido, místico, circunspecto, silencioso, con escasa o nula proyección social. Don Joaquín fue todo lo contrario: desenvuelto, incansable, comunicativo, emprendedor, dispuesto a cambiarlo todo. A poco de ejercer como Vicario de San Miguel, pasó a ser Parroquia la Ermita de San Antonio, en el arrabal, y designado Párroco este bullicioso sacerdote.



Con este dibujo de su personalidad, alguien podría pensar que este siervo de Dios se dedicaba más a las cosas del mundo que a servir al Señor. No, no. Yo no he conocido a ningún sacerdote que estuviera tan entregado al servicio de Dios como don Joaquín Escrivá. Era, o al menos así lo veo, un fanático de Dios. No creo que en ningún momento de su vida, en ninguna de sus empresas o acciones, en el hecho más intrascendente de su existencia, se considerara libre de la disciplina de su sacerdocio. Servía a Dios como él creía que había que servirle y en ese guiarse por su entendimiento pudo cometer, y posiblemente cometiera, algunos errores; pero serían errores, no omisiones cómodas o faltas conscientes al mandato divino. El servicio a Dios se tiene que prestar, aquí en la tierra, tratando con seres humanos, que son egoístas y tienden a la independencia, que en cuanto a la creencia en Dios y en el más allá, flotan en la duda. Son muy pocos los que creen totalmente, con seguridad absoluta, en Dios y la eternidad. Unamuno dejó escrita una novela deliciosa y triste, que la Iglesia debe de tener proscrita: San Manuel, bueno y mártir, creo que es el título. Se trata de un pobre Cura que no cree en Dios, pero que es santo, porque vive en total entrega al prójimo, como Dios ordena.



Pues bien; don Joaquín Escrivá ha vivido siempre con entrega total a los demás, sin ocuparse nunca de sí mismo y creyendo en Dios total y absolutamente, sin sombra de duda. En el cumplimiento de su misión hizo proselitismo, intentando que se entregaran al servicio del Señor, como monjas o sacerdotes, chicos y chicas jóvenes de Catarroja a los que él mostraba su ejemplo de feliz sacrificio. Aquella empresa, tan loable desde el punto de vista de su sacerdocio, produjo en un tiempo cierta convulsión social; algunas familias se dieron cuenta de que sus hijos o hijas estaban en el camino de poder abandonar su vida seglar y dedicarse a la religiosa. La conmoción fue enorme y todos vieron en don Joaquín Escrivá el origen del problema familiar. No tuvo en cuenta don Joaquín que aquellas familias vivían inmersas en la cultura de un pueblo en el que el clima sociológico no era propicio para el éxito del propósito del sacerdote.



Abandonado el intento, empezó don Joaquín a recuperar la popularidad que había perdido en el fracaso. Jubilado y casi ciego, siguió viviendo en la calle, siempre en la calle, hablando con la gente, diciendo la misa diaria en el asilo o convento de monjas, en reuniones con amas de casa, hablando siempre, siempre, de Dios.



Conservo de don Joaquín un recuerdo que, pese a su sencillez, me impresionó: íbamos los dos por la calle de San Antonio, perteneciente a su parroquia, y se acercó un niño; don Joaquín le tendió la mano y el niño, en lugar de besarla, puso en ella un caramelo. ¿Os imagináis a un niño dando un caramelo, por propia voluntad, a una persona mayor? Yo creo muy poco en los milagros, si es que algo creo; pero ante ciertos hechos, no hay más que rendirse.



Don Joaquín derribó aquella modesta Ermita de San Antonio que era, para mi gusto, muy bonita, de estilo colonial, creo, aunque yo de esto, como de tantas otras cosas, entiendo muy poco y construyó un edificio de líneas modernas que me gusta poco, pero, lo que es más importante, fundó un Patronato que se dedica a la enseñanza y a realizar obras sociales.



Dejo para el final algo que posiblemente no sería de su agrado: fue un hombre que lo dio todo para los demás, no solo su vida sino también su economía; lo daba todo para vivir, con los suyos, en la más rigurosa estrechez. Vivía en el sagrario, hablándole a Dios, o en reuniones y en la calle hablando de El a las gentes. Sé, porque lo dijo en una de esas reuniones, con qué emocionada ilusión presentía, cuando tuviera que rendir cuentas de su vida, su presencia ante Dios. Últimamente se encontraba mal, muy mal, apenas podía dar cuatro pasos seguidos por la calle, esa calle en la que ha vivido hasta el último momento; todos le decían que fuera al médico; no quiso ir. Ayer, 12 de enero de 2001, en el Círculo Católico, subió a la planta superior a celebrar una reunión. Tuvo que hacer un insuperable esfuerzo; al alcanzar el último escalón se derrumbó. Será enterrado en la Iglesia de San Antonio, cuyo templo construyó. Dicen que ha muerto de pulmonía. ¿Quién sabe? Murió, subiendo. Gloria a Dios en las alturas. Esperamos que se haya encontrado con Dios, al que tanto amó y sirvió, y no hace falta que se lo pidamos porque estamos seguros de que lo hará: que ruegue por nosotros.

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