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domingo, 7 de febrero de 2010

31.- SER O NO SER...ESPAÑOL.

Hamlet, filosófico príncipe de Dinamarca, con un alma peregrina en busca de una verdad que no encontraba, planteó aquella duda universal del ser o no ser. En la España de hoy, algunos de nuestros paisanos, abandonan el peregrinaje y fijan clara y firmemente su posición pronunciándose negativamente: no son... españoles.


Los seres humanos, a diferencia de las demás especies, estamos adscritos, cada uno, a una nacionalidad, salvo aquellos que por circunstancias extrañas puedan no figurar en ningún registro que les conceda esa condición de súbdito de un país y queden reducidos a la triste situación de ser apátridas.


No es la nacionalidad una cualidad que se adquiere o se pierde por elección del individuo. Son las leyes del Estado las que determinan la nacionalidad de cada individuo según las circunstancias del lugar de nacimiento, de su filiación, etc. De ahí que resulte pretencioso, diríamos que casi infantil, presumir de nuestra nacionalidad cuando nosotros nada hemos hecho para nacer en un sitio determinado, para ser hijo del hombre y la mujer que son nuestros padres, ni siquiera para venir al mundo. Cuando don Ramón María del Valle Inclán le pregunto un joven periodista donde había nacido, el ilustre gallego, siempre genial le respondió: Mozo, yo no nací, a mí me nacieron.

Pues bien: si algo necio puede resultar presumir de algo en lo que él voluntariamente no ha participado, algo estúpido resulta negar una realidad a la que él es ajeno. La Constitución española no define al español; nos dice que la nacionalidad española se adquiere, se conserva y se pierde de acuerdo con lo establecido por la ley. El Código civil determina los medios a través de los cuales se adquiere o se pierde la nacionalidad; en ningún caso lo decide la voluntad del individuo; entre las varias de adquirirla, la más común es ser hijo de españoles y haber nacido en España. ¿De qué vale que hoy tantos nacidos en territorio español, hijos de españoles, digan que ellos no lo son? Hace unos días oíamos a un señor, participante en una tertulia de una cadena de televisión catalana, afirmar con una rotundidad que no admitía discrepancias, que él no era español. No me alarmó lo que decía ni la firmeza con que lo pronunciaba; sí el odio que, a través de tono y el gesto, demostraba hacia los españoles. Este señor, según había dicho el presentador de la tertulia, es catedrático de historia de una Universidad catalana. Doy por cierto que para alcanzar esa plaza se exigirá la condición de ser español. ¿Cómo un señor que se proclama no español, que no disimula su odio contra los españoles, puede dar clases de historia, posiblemente española, en una Universidad española?


No añadió que, no era español, sino catalán, aunque bien pudo decirlo porque oído lo que no era, pulsé el mando y me fui a otro canal. Todos estos señores que no son españoles (Yo soy catalán, yo soy vasco) ¿quiénes son para decir lo que son o lo que no son? Ustedes son lo que son y no lo que quisieran ser. Lo de vasco, catalán, valenciano, gallego, murciano o extremeño no es una cuestión de ser. Es un asunto de circunstancias. El nacido en Cataluña, residente en Madrid, hijo de dos valencianos, ¿qué es? ¿Catalán, valenciano o madrileño? ¿Dónde, en qué disposición legal se determinan las condiciones o requisitos necesarios para ser cántabro, asturiano, andaluz o riojano? Y en el caso de que en alguna disposición del derecho foral se determine esa condición ¿dónde se dice que excluye la cualidad genérica de ser español? Si tan seguros están ustedes de ser únicamente hijos del pequeño territorio en el que se habla una lengua estrecha sin proyección en el ancho mundo ¿por qué no renuncian a los derechos que les concede la nacionalidad española? ¿No les repugna estar cobrando nóminas con cargo al presupuesto español?

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