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domingo, 7 de febrero de 2010

17.- ANTONIO OLMOS BRIAU

Los “Percaleros” fueron en Catarroja una familia de cierto renombre, situada socialmente en la clase media alta, que se dedicaron a actividades económicas poco corrientes. Uno de ellos, padre de Antonio Olmos Briau, estableció un comercio de coloniales en la capital. Tuve el gusto de conocer a uno de ellos, Visent, un anciano en los años 1940 a 1950. Debió de nacer, por tanto, por los años 1860 a 1870. A sus ochenta y tantos años llevaba siempre un puro en la mano. Era soltero y muy simpático. Me contó un día que en una etapa de su juventud se había dedicado a la actividad del transporte, como ordinario, entre Valencia y Madrid, servicio que prestaba mediante carros tirados por caballerías porque lo que después se llamaría tracción mecánica, o sea camiones, no existía aún. No recuerdo si me dijo que la ruta se hacía por la carretera Valencia-Albacete o por la de Valencia Cuenca, pero sí que el viaje duraba quince días, o sea un mes la ida y vuelta. Es de suponer que todo esto ocurriría a final del siglo XIX, lo que hago constar como dato curioso, que nos revela la diferencia de la vida de hoy con la de nuestros abuelos o bisabuelos.


Tenía en su vejez el tío Visent la que posiblemente fuera la mejor casa del pueblo: un edificio en la vía principal, la calle Nueva, con un huerto detrás que tenía salida por les casetes de Isidoro Al verse el tío Visent con una vejez muy avanzada, vino a convivir con él su sobrino Antonio que, fallecido su tío, heredó la casa en la que continuó viviendo.


Si los “Percaleros” originarios tuvieron cierto renombre en el pueblo, Antonio, lo acrecentó. El fútbol se había convertido en el gran deporte de masas que es hoy. El Catarroja CF, que había tenido después de la guerra una etapa brillante, con jugadores casi todos del pueblo, había devenido en un equipo compuesto en su mayor parte por gente de fuera. Aunque los jugadores de esta clase de equipos eran oficialmente “amateurs”, o sea no profesionales, la realidad era que había que ficharles pagando cantidades que oscilaban entre las 50, 75 y hasta 100.000 pesetas. La economía del club no permitía esos dispendios, precisaba de un mecenas que aportase lo que hiciese falta a costa de su propio peculio. Ese hombre fue Antonio Olmos, persona cuya generosidad era inquebrantable. En 3ª división permaneció el Catarroja durante unos años, contando con el soporte que le brindaba la economía privada de Antonio Olmos, quien en una ocasión me contó una anécdota que estimo es digna de ser relatada. Diré previamente que tenía Antonio un carácter, para mí atractivo, que consistía en decir siempre las cosas de la manera más clara y directa posible; en él nunca había expresiones sinuosas, a medias tintas; podía equivocarse, siempre de buena fe, pero cuando había de tomar una resolución la tomaba. En una ocasión en la que habían jugado en Alicante, al volver y tener que cenar durante el camino, le preguntaron los aficionados que donde cenarían. Les contestó Antonio que donde ellos quisieran. Entablaron conversación los pasajeros y no pudieron llegar a un acuerdo. Cada grupito de tres o cuatro quería un sitio distinto. No había manera de que nadie cediera. Antonio cortó la discusión: Ya está, cenaremos en La Chata, un bar restaurante no señalado por nadie. Estos detalles hacían que algunos dijeran que Antonio era un dictador. La anécdota más sabrosa viene ahora. Uno de los aficionados más exigentes del Catarroja le proponía que fichara a un jugador que consideraba necesario para reforzar el equipo. Antonio se resistía a hacerle caso. El forofo, le insistía cada vez que le veía. Antonio aguantaba hasta que un día le dijo: Ese jugador que tú propones pide veinte mil duros. El de la insistencia le protestó: Pues se pagan y en paz. ¿Veinte mil duros? Pues a mí no me parece caro. Como Antonio sabía que su oponente era persona de una posición económica satisfactoria, le dijo: Pues mira, eso está hecho; tú pones diez mil duros y yo los otros diez mil. Así terminó la conversación porque el aficionado disconforme con su presidente se sintió ofendido, dio media vuelta y ya no abrió la boca; no la abrió delante de Antonio porque por detrás se hartó de decir a los aficionados que en el equipo faltaba aquel jugador que él había propuesto, pero que el presidente no había querido ficharle porque Olmos no escuchaba a nadie y hacía lo que le venía en gana.


Aparte los saludos normales, mi primera conversación con Antonio Olmos tuvo lugar en el Ayuntamiento. Vino a exponerme un gran problema. El Catarroja, que estaba en tercera división, tenía que jugar en casa cada dos domingos, siempre por la tarde. El Frente de Juventudes jugaba casi todos los domingos, por la mañana Resultaba que él preparaba el campo, lo regaba si hacía falta, el sábado para jugar en la tarde del domingo y ese día, por la mañana, jugaba el Frente de Juventudes luego él había preparado el campo para el Frente de Juventudes, no para el Catarroja. Aquello no podía ser, el Frente de Juventudes tenía que buscarse otro campo para jugar, porque ese campo, decía Antonio poniendo todo el énfasis de que era capaz en sus palabras “yo lo considero como mío, como nacido de mis entrañas y no quiero que me lo toque nadie”. Le contesté suavemente como creo que merecía mi interlocutor: Mira, Antonio, ese campo no es del Ayuntamiento, no es tampoco del Frente de Juventudes, aunque algunos crean que sí. Un jefe local de Falange anterior a mí suscribió un contrato tomándolo en arrendamiento y obligándose a pagar una renta anual, pero quienes le firmaron ese contrato no eran los propietarios sino los ocupantes de la Casa de Vivanco. Por otra parte Falange no pagó ninguna anualidad, ni siquiera la primera. El campo no es, por tanto ni del Ayuntamiento, ni de Falange, ni del Frente de Juventudes, ni, por supuesto, tampoco tuyo. Estamos en una situación de hecho en la que el Catarroja y el Frente de Juventudes disfrutan de ese campo, sin que haya ningún derecho que nos ampare. Por otra parte entre el Catarroja y el Frente de Juventudes hay una diferencia: en el Catarroja juegan unos señores que son, casi todos, de fuera, que vienen aquí, juegan, se divierten y se van y encima cobran, y nadie mejor que tú sabe lo que se les paga. En el Frente de Juventudes todos los que juegan son del pueblo; juegan deportivamente, sin cobrar. Estos chicos, durante el verano, van a campamentos donde hacen excursiones, se disciplinan, se están formando sin caer en el vicio, en el tabaco, en la bebida. Todo esto tiene un coste, que paga Falange. La verdad es que el gasto del fútbol no es exagerado, pero les pagamos las botas, el vestuario, los balones. Cuando un chico de éstos destaca algo pasa al Catarroja, sin que tengáis que pagar ni un céntimo. Tenéis en el Frente de Juventudes una especie de equipo filial, está ahí vuestra cantera. ¿Y eso es lo que tú quieres suprimir? ¿Está seguro de que te conviene? Antonio Olmos, que me había escuchado con toda atención, respondió a mis preguntas: Emilio ¿sabes qué te tengo que decir? Que me has convencido; tienes razón.


Esto de darse por convencido, de reconocer el propio error, es cosa que no se ve todos los días, es privilegio de muy pocos. Solo los hombres íntimamente generosos y altruistas pueden ascender a esas alturas.


Mi último punto de encuentro con Antonio fue, para mí, memorable. Se tenía que pavimentar con baldosas la acera la calle por donde entraba Antonio su coche en el huerto de la casa a que antes nos hemos referido. A Antonio no le parecía bien lo que el Ayuntamiento iba a hacer y manifestó su deseo de que se hiciese todo con adoquines. Estaba yo de vacaciones en mi pueblo. Antonio asistía diariamente a la Sociedad ABC, de la que es posible que en aquel tiempo fuera Presidente. Uno de los concejales, socio también y asistente, al enterarse de que Antonio ponía algún reparo a lo que el Ayuntamiento iba a hacer dijo, el concejal, que el Percalero tendrá que pasar por lo que haga el Ayuntamiento “por cojones”. Antonio reaccionó como cabía esperar. A cojones nadie le ganaba a él y menos aquel mequetrefe. La expectativa que esto produjo entre los de ABC fue de escándalo. Todo quedó pendiente de que volviera yo de mi descanso. Me encontré con esta contienda, iniciada para mí por las ganas de un concejal de rebajar a un vecino que había adquirido cierto relieve en la población. Hablé separadamente con los dos. Le dije a Antonio que lo que él pretendía era algo que, más o menos, nos habían pedido varios vecinos; que a todos les habíamos denegado su solicitud; que si con él hacíamos una excepción se diría que porque Antonio Olmos era un personaje importante el Ayuntamiento le había consentido lo que a otros les negaba. Contesta Antonio: Emilio, si a mí me hubieran dicho esto que tú me dices ahora no hubiera habido problema, porque eso es razonable. A mí lo que me llega es que ese don nadie dice que yo pasaré por lo que él dice “por cojones”. ¿Tú aguantarías eso? Antonio, ten en cuenta que en estos asuntos siempre hay quienes hacen de correo gratuito trasladando recados no franqueados. Disfrutan de que otros se encorajinen. Emilio: Arréglalo como quieras, solo te digo que me revienta hasta donde no te puedes imaginar que ese inútil, que no sirve para nada, se salga con la suya. No te preocupes, Antonio, intentaré arreglarlo.


Le dije a Cabanes que hiciese la acera según se hacían todas, que pagase los materiales, recogiese la factura y me la entregase con la suya por la mano de obra invertida. Así lo hizo, le pagué las dos facturas y le dije que, si alguien le preguntaba lo enviase a freír espárragos. Me contestó que eso él lo sabía hacer muy bien. Buscó el concejal entre las facturas que esa semana se presentaban en la sesión del Ayuntamiento y, naturalmente, no las encontró. Me preguntó en sesión si el Ayuntamiento había pagado ese gasto. Le contesté que bien sabía él que no, puesto que había revisado las facturas. Replicó que podían estar camufladas en otra obra. Eso, aquí, estando yo no se ha hecho nunca, le dije con toda seriedad. Entonces ha pagado el Percalero. No ¿Quien lo ha pagado, pues? Eso no tienes por qué saberlo. Me interrogó: ¿Las has pagado tú? Esa pregunta solamente me la puede hacer mi mujer porque estamos en régimen de sociedad de gananciales. A ti no tengo por qué contestarte.


Al día siguiente hablé con Antonio Olmos. Asunto resuelto. No tienes que pagar nada. ¿Paga el Ayuntamiento? No. Ten en cuenta Antonio, que en este asunto yo tenía que defender al Ayuntamiento, no podía permitir que en una cuestión en la que solo se ventilaba el salir triunfante o derrotado, fuera vencido el Ayuntamiento. Al mismo tiempo no he querido que tú, que tanto has hecho por Catarroja, fueses humillado. Tu adversario sabe que tú no has pagado. No podrá presumir por su triunfo, pero tampoco tú por el tuyo. No ha habido vencedores ni vencidos. Emilio: No sabes el favor que me has hecho. No puedes tener idea de las veces que durante este tiempo me he despertado por las noches pensando en este dichoso asunto.


Pronto circuló por ABC que el Alcalde había pagado el gasto de su bolsillo. Vino entonces Antonio a darme las gracias nuevamente y a pedirme que le dijese lo que había pagado para abonármelo. Me negué repetidamente pero, al final, no tuve más remedio que decírselo y tuve que admitir que me pagase, para lo cual puse una condición: Esta cantidad, no eran más que sobre tres mil pesetas, la dedicaremos a celebrar en una comida la resolución de este asunto. Encantado.


Lo peor de todo eso es que la comida no se celebro. Antonio ya no era Presidente cuando falleció. Probablemente yo había dejado de ser Alcalde. No nos veíamos. En mi conciencia ha quedado el recuerdo de una deuda impagada, de la que el acreedor es aquel hombre que, pese al juicio que otros pudieran tener de él fue, para mí, todo un señor, un perfecto caballero: Antonio Olmos Briau.

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