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domingo, 7 de febrero de 2010

4.- DE 1931 A 1933

En la Gaceta del 15 de abril del 31, el Comité revolucionario se auto designa Gobierno provisional de la República. Lo de provisional viene impuesto porque el nombramiento carece de una legislación anterior que lo regule. Atendiendo al historial político de los personajes, la presidencia le correspondía a don Alejandro Lerroux, que era el republicano histórico, frente a Alcalá-Zamora, Maura o Azaña que habían tenido concomitancias monárquicas. En su contra tenía Lerroux su fama de aventurero. Se decía que durante la Monarquía cobraba de los gobiernos con cargo a los fondos de reptiles (denominación barriobajera de los fondos reservados) porque, aunque era republicano íntegro era también inmaculado españolista, enemigo del separatismo, latente siempre en Cataluña, donde don Alejandro ejercía de político. Los republicanos eran la izquierda en el cuadro político de la monarquía; el catalanismo estaba en la derecha. Lerroux cobraba de la monarquía no por ser republicano sino por ser antiseparatista. Al llegar la república, este antecedente no le hizo ningún favor por cuanto los separatistas habían formado parte del Pacto de San Sebastián, en 1930, acto previo y próximo a la sublevación de Jaca y al advenimiento de la República. En el Gobierno Provisional fue nombrado Ministro de Exteriores, cargo para el que carecía de conocimientos y de afición. Lo situaron allí para que su intervención en la política interior fuera mínima.


Fue nombrado Presidente Alcalá Zamora, Ministro de Gobernación Maura y de la Guerra don Manuel Azaña. Convocadas elecciones para elección de unas Cortes Constituyentes, dieron un resultado abrumador a favor de los republicanos. Hubo un solo diputado monárquico, el Conde de Romanones, que salió por Guadalajara, no por su condición de monárquico, sino por ser el principal terrateniente de la provincia. Salieron otros diputados de derecha, entre ellos los agrarios, los de Acción Popular, encabezados por José María Gil Robles, un joven catedrático de Salamanca, que se acreditó como orador parlamentario en la discusión de su acta. El conjunto de los diputados que pudiéramos llamar conservadores, era muy inferior al de los republicanos.


Se dedicó el Parlamento a redactar una nueva Constitución que sustituyera a la monárquica de 1876. De esta Constitución arrancan todos los males que nos llevaron cinco años después a una guerra civil. Lo que se instituyó no fue una democracia. Fue un régimen sectario, sin el más mínimo respeto a quienes tuvieran ideas monárquicas, comulgaran en la fe cristiana o fueran en lo económico conservadores. Al tratar de la Iglesia, en el Art. 26 se acometió con saña contra la Iglesia; se disolvió la Compañía de Jesús, se expulsó a un par de obispos, se quitó el crucifijo de las escuelas, fueron prohibidas las procesiones, secularizados los cementerios católicos. El Presidente provisional, Alcalá-Zamora, que era católico practicante, dimitió para quedar como simple diputado. Fue sustituido en la presidencia provisional por don Manuel Azaña, que continuó sin dejar por ello el Ministerio de la Guerra. Al tomar posesión, pronunció Azaña una frase que situaba a la República totalmente fuera de la esfera democrática: “La República ha de ser regida, gobernada y dirigida por los republicanos y ¡ay de quien intente levantar la mano obre ella!”.


La república, entendida como un régimen democrático, ha de ser regida, gobernada y dirigida por quienes obtengan en el Parlamento la mayoría suficiente para gobernar, sean republicanos, monárquicos o cuáqueros. Una república que impida el gobierno de quienes no sean republicanos no es democrática; si tiene que ser gobernada por los republicanos, necesariamente, aun sin tener mayoría, será una dictadura republicana, nunca una democracia. Los ejemplos actuales son bien palpables: en España, que vive desde 1978 en una monarquía parlamentaria, ha gobernado desde 1982 a 1996, y ha vuelto recientemente al gobierno, un partido, el PSOE que es históricamente un partido republicano. En Bulgaria el régimen vigente es una República; el jefe del Gobierno es el propio rey destronado al advenir la república. Lo necesario para alcanzar el poder en una república no es que quienes lo ostentan sean republicanos, sino que tengan mayoría y que en su labor como gobierno actúen dentro de la Constitución. Esto tan sencillo, tan lógico, no fue admisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar. Ya han gobernado bastante, durante siglos. La república es para los republicanos.


Merece ser destacada la diferencia entre la generosidad con que la Monarquía y el Rey Alfonso XIII y todo su contorno dejaron el poder y el exclusivismo egocéntrico con que lo tomaron los republicanos. La reacción de éstos no pudo ser más inadecuada. Los españoles, contrariamente a lo que sobre este punto opina historiador tan serio y documentado como Ricardo de la Cierva, se habían pronunciado el 12 de abril, de una manera clara, a favor de la república. La Constitución de Cánovas de 1876, había quedado obsoleta desde la desaparición de la escena política de Cánovas y Sagasta. A partir de ahí las grandes catástrofes se suceden una tras otra: el crecimiento del anarquismo se muestra imparable. La Escuela Moderna, que dirige Francisco Ferrer Guardia es no solo el centro desde el que se imparte doctrina ácrata, es también el lugar desde el que se gesta el activismo terrorista; Mateo Morral autor del atentado en la boda de Alfonso XIII, es profesor de la Escuela Moderna; al pasar el cortejo por la calle Mayor lanzó desde el balcón de una pensión en la que previamente se había alojado, un ramo de flores que envolvía una bomba que, al estallar, ocasionó la muerte de unas veinte personas y de algunos de los caballos de la carroza real, sin que afectara para nada a los recién casados. En 1909 una huelga general, con motivo de un llamamiento de soldados para intervenir en la guerra con Marruecos, que se había recrudecido, lo que pasaría a llamarse la Semana Trágica, con centenares de muertos y la acostumbrada quema de iglesias y conventos. El Gobierno de Maura pidió a la Scotland Yard, la célebre policía británica, un estudio sobre el origen, el foco, de la subversión española. La respuesta de los Sherlock Holmes británicos fue la que todos presumían: el anarquismo y su órgano español, la Escuela Moderna de Ferrer Guardia. Pocos años después, un anarquista, Pardiñas, asesina a Canalejas, Presidente del gobierno. En 1917, la UGT, central sindical obrera, filial del PSOE, quiere competir con su rival la CNT, asociada a la FAI, y organiza una huelga general revolucionaria, al mando de Largo Caballero, Saborit, Anguiano y otros dirigentes socialistas. Antes, una bomba en el Liceo, durante la representación de una ópera, hizo una carnicería; después otro Presidente de Gobierno, el conservador Eduardo Dato, que había creado esa institución tan social y hoy tan importante como es el Instituto Nacional de Previsión, cae asesinado por otro terrorista. Bombas contra empresarios industriales, ley de fugas contra dirigentes sindicales, desastres y guerra en Marruecos, hasta que un general, don Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923 dice “Hasta aquí hemos llegado”, suspende, no deroga, la Constitución de 1876, instaura un Directorio Militar y da principio a un paréntesis –la Dictadura- que acabará con el desorden, con la guerra de Marruecos y con el juego de los partidos políticos. Ni un asesinato político, ni una pena de muerte en ese tiempo. Obras públicas, construcción de carreteras; paz, orden y progreso. Sin libertad, dirán los disconformes. En efecto, sin libertad, para presentar candidaturas porque no hay partidos políticos legalizados ni se convocan elecciones. Sin embargo, hay una faceta en la política del Dictador que merece ser destacada. Primo de Rivera favorece y apoya a la central obrera socialista UGT, frente a su rival en el campo laboral, la anarquista y poderosa CNT. Crea para resolver pacíficamente los conflictos laborales unos Comités paritarios formados por representantes de empresarios y trabajadores y nombra nada menos que Consejero de Estado a Francisco Largo Caballero, líder de la UGT.

Siete años de paz y de progreso, al final de los cuales los políticos, consiguen restablecer los partidos, reanudan la vigencia de la Constitución de Cánovas y convocan las elecciones municipales que nos traerán la República de 1931.
Este cambio, visto con la objetividad que hoy nos brinda la distancia de los hechos, libres de prejuicios sentimentales nos parece perfectamente lógico ¿Qué tenían que votar aquellos españoles de 1931, que estaban sufriendo además, la gran crisis económica mundial de 1929? ¿La vuelta a la Constitución del 76? ¿El retorno al juego político de los partidos de la Monarquía?

Aprobada la Constitución, cesaba la provisionalidad del Gobierno. Había de procederse al nombramiento de un Presidente no del Gobierno sino de la República y no provisional sino constitucional. Fue designado el que lo había sido del Comité revolucionario y primer Presidente provisional, don Niceto Alcalá Zamora y primer Presidente constitucional del Gobierno, el que lo era provisionalmente, don Manuel Azaña y Díaz.


Lo que la lógica imponía en aquel momento es convocar nuevas elecciones para el nombramiento de una Cámara legislativa, no que siguiera actuando como legislativa la que había sido elegida como Constituyente. Redactada y aprobada la Constitución, su misión había terminado. No obstante no fue disuelta; cómo la representación derechista en esa Cámara era insignificante, no quisieron renunciar las izquierdas a la mayoría aplastante de la que disfrutaban y siguieron funcionando como Cámara legislativa para, decían, redactar las nuevas leyes orgánicas que la nueva Constitución exigía ¡Como si una nueva Cámara no pudiera hacerlo!


El Gobierno no fue modificado. En él continuaba como Ministro de la Guerra don Manuel Azaña, que sería muy pronto su figura más destacada, para confirmarse más tarde como el hombre de la 2ª República, hasta el punto de estimarse por algún historiador que Azaña es la 2ª República. ¿Qué era políticamente este hombre que se autodefinió como burgués, liberal e intelectual?


Alguien ha dicho que en todo ser humano hay tres valoraciones distintas: lo que dicen que es, lo que se cree ser y lo que realmente es. Nadie le negará lo de burgués, pues fue nieto de un notario, hijo de una familia en buena posición económica, alto funcionario del Ministerio de Justicia; para admitir lo de intelectual basta con leer todo lo que escribió en sus diarios, que nadie que se interese por la Política, especialmente por lo ocurrido en España en el Siglo XX debe dejar de leer. En cuanto a lo de liberal, es ya otro cantar.


Marañón dijo que ser liberal no consiste en tener unas determinadas ideas políticas. Es no una manera de pensar sino una manera de ser. En Azaña son constantes las manifestaciones y las actitudes políticas que desmienten esa manera de ser liberal. Su desprecio por todos los políticos de su tiempo, sin más excepciones que las de quienes se muestran incondicionales suyos, muestran a un personaje dominante, difícil para el consenso. Como prueba del desdén con que trata a todos los políticos coetáneos, basta abrir cualquiera de sus diarios por una página al azar para encontrar palabras de menosprecio. Haré solo una cita, demostrativa de ese desprecio general. El día 28 de Julio de 1932, anota: “Por la tarde, en las Cortes, había menos gente que ayer. Quizá por eso la estupidez era menos masiva” ¡Qué encantadora la forma literaria de la expresión! ¡Cuanta soberbia en quien eso escribe!


Quiso Azaña transformar España mediante tres empresas: 1, eliminar la influencia de la Iglesia en la vida española, 2, transformar al Ejército en una institución que no se opusiera a los fines revolucionarios que perseguían las izquierdas; y 3, hacer la reforma agraria, dando tierras a los braceros para crear una pequeña burguesía que acabara con el caciquismo y pasara a votar a las izquierdas.


Ninguna de estas tres empresas incrementaría la riqueza de los españoles. Disolver la Compañía de Jesús, prohibir la enseñanza de los Colegios religiosos, superior en calidad y resultados a la pública, en nada mejoraría la riqueza española; disminuir el cuadro de generales y oficiales del Ejército, pasando la mayor parte de ellos a la reserva con retribución igual o superior a la que tenían, en nada disminuía el gasto de personal de las fuerzas armadas; expropiar tierras a unos para darlas a otros, era repartir miseria porque la agricultura española, a la que los españoles dedicaban el 70 % de su actividad, era incapaz de retribuirles suficientemente.


Pronto empezarían los españoles, que habían creído que con la República todos sus males serían resueltos, a ver que en nada mejoraba su situación y al propio tiempo que llegaron a esta conclusión, empezaron las protestas, los disturbios, que no estaban provocados por la oposición derechista prácticamente inexistente. El barullo, la rebeldía, procedía de los libertarios, los anarquistas que, perseguidos por la Guardia civil anteriormente, durante la monarquía, por sus ataques constantes al orden público, veían ahora unas circunstancias más propicias para atacar a la benemérita. Era Director de la Guardia civil Sanjurjo, tan bien dispuesto para el advenimiento de la República, amigo de francachelas de don Alejandro Lerroux, militar del agrado de Azaña. Sin embargo, cuando Sanjurjo tenía que asistir al entierro de un guardia civil, víctima del terrorismo ácrata, recibía la consigna de resistir toda tentación de revancha. El general Sanjurjo, formado en la guerra de Marruecos donde tantas atrocidades se cometieron, no era hombre adecuado para que nadie jugara con sus guardias al pim pam pum.

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