tag:blogger.com,1999:blog-21846744989568147472024-03-06T03:02:18.664+01:00EMILIO PORCAR LLIBERÓSLAS ÚLTIMAS HOJAS. CATARROJA DESCUBERTA.E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.comBlogger39125tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-50400390037305775562010-06-08T22:04:00.010+02:002010-11-21T12:12:28.909+01:00PROLOGO. CARTA ABIERTA A MI PADRE<div align="justify">Papá, a los 5 años de tu muerte he publicado tu libro. Misión cumplida.<br /><br />He tardado 5 años, sé que es mucho tiempo, pero no ha sido fácil. He tenido que leer varias veces el libro para ordenar los capítulos y establecer un índice. Calculo que tardaste 7 u 8 años en escribirlo, y ello te llevó a repetir algunos argumentos en diferentes capítulos, aspecto éste que apreciará el lector, pero tú, escribías al volapié, sin rectificar lo anteriormente escrito.<br /><br />Esperabas que en la publicación del libro colaborase el Ayuntamiento al que dedicaste 15 años de tu vida, los mejores, entre los 35 y 50, sin embargo, no ha sido así. Le comenté al Alcalde que habías escrito un libro que pensaba publicar, pero la contestación a la petición de colaboración fue ésta, “Manfredo Monforte ha escrito un libro sobre Catarroja y se lo ha pagado él”. No insistí.<br /><br />Hablé con tu gran amigo Manfredo y me dijo que la publicación de su libro “Catarroja, Pasado y Contexto”, le había dado más disgustos que alegrías.<br />En éstas, pensé en la vía de comunicación que tanto te maravillaba y disfrutaste en tus últimos años, INTERNET.<br />Como sabrás, he publicado tu libro en internet y así está a disposición de los lectores del universo. Grata sorpresa.<br /><br />Te cuento como he organizado el índice del libro. Los 38 capítulos los he dividido en cuatro partes:<br /><br />1.Republica y guerra, capítulos 1 al 10.<br /><br />2.Etapa de alcalde, capítulos 11 a 22.<br /><br />3.Ensayos sobre temas diversos, capítulos 23 a 37.<br /><br />4.“Carta abierta a mi hermano Angel”. Termino tu libro con este capítulo en el que de forma tan emotiva te despides de tu hermano, invocando a la muerte, esa muerte ante la que estuviste varias veces, a la que no temías, que se llevó a tu padre y a tu hermano Luis y te tuvo en sus brazos a tus 16 años, y en el que no puedo evitar las lagrimas cada vez que lo leo.<br /><br />No he incluido el capítulo “UNA POLÉMICA EN LAS PROVINCIAS”, por razones que ya te explicaré, quien quiera leerlo puede acceder a la hemeroteca.<br /><br />Me despido de ti, pañuelo húmedo, recordándote que tu corazón dejó de latir el 17/03/2005, acostado en tu cama, con tus manos entre las mías, dejando en mí, al irte, una sensación de serenidad y satisfacción, y decirte que las palabras de José Hierro “toda la vida ha sido nada” no han sido escritas para ti, ya que a través de tu libro vivirás eternamente.<br /><br />Emilio Porcar Alapont<br />6/06/2010</div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-17115048545717813912010-02-07T20:13:00.005+01:002011-09-13T09:15:09.076+02:001.- LAS ULTIMAS HOJAS (Catarroja descuberta)<div align="justify">Hace ya muchos años que dejó de fabricarse unos librillos de papel de fumar, creo que la marca era BAMBU en los que, al final y para que al fumador no le cogiera desprevenido, una hoja en rojo le decía: AVISO: QUEDAN 5 HOJAS. En los trenes actuales, una voz femenina nos indica la próxima estación de parada y el pueblo de la siguiente hasta que llega una en la que a su nombre añade: Fin del trayecto. </div><br /><br /><br /><div align="justify">Sentí desde la infancia una gran afición por la literatura. Dotado de una excelente memoria aprendía, con muy escasas lecturas, cualquier poesía que entendiera. No tendría más que siete u ocho años registré en mi cerebro, de principio a fin, íntegramente, el Tenorio de Zorrilla. De La Vida es Sueño, de En Flandes se ha puesto el Sol, de Fuenteovejuna, memoricé aquellos trozos que me parecían más interesantes. Las rimas de Bécquer, poesías de Ruben Darío, de Espronceda, todo quedaba en mi recuerdo cuando fijaba, aunque fuera brevemente, en ello mi atención. Años después, ya en la adolescencia, me tentó la escritura: dejar constancia de cualquier acontecimiento que me hubiera impresionado. Nunca intenté escribir una novela, ni siquiera lo pensé, convencido de que para ello es necesaria una imaginación de la que carezco. Escribí, muy joven, una obra de teatro, que encontré recientemente, cuando ya la tenía olvidada. La rompí aceleradamente. No pude soportar el rubor por haberla escrito. </div><br /><br /><br /><div align="justify">Manfredo Monforte Soler, amigo desde la infancia, que tiene escritos tres libros, dos de ellos con más de un tomo, me incitó más de una vez a que, dados los avatares de mi vida, especialmente mis vivencias consecuentes a la guerra civil española, escribiera mi autobiografía. Pensé que mi vida podía tener algún interés para mis familiares y para algún amigo que me aprecie, pero para nadie más. Ultimamente me decidí a escribir, movido por la indignación que me produjo la publicación de un libro, escrito por un catalán, que reniega de ser español, en el que trata de la historia de Catarroja en el periodo de la guerra civil. Según don Agustín Colomines i Companys, Catedrático de historia de una Universidad catalana aquello fue poco menos que un Edén, que tenemos que agradecer a los próceres anarquistas locales. Así cubre ese señor, con descaradas falsedades, aquella etapa que tan trágica resultó para todos los pueblos y ciudades de España, incluida Catarroja. Esta es la razón primordial de que uno de los que sufrieron aquellos horrores, escriba un libro, descubriendo las falsedades del señor Colomines. Lo subtitulo por ello Catarroja descuberta, esa frase tan conocida en toda la región valenciana y cuyo origen nadie ha podido explicar. En cuanto a la primera parte del título “Las últimas hojas,” bien claro está: la hoja roja de mi Bambú está al caer, si no es que ya la pasé y se me ha olvidado. Con mis 85 años presiento ya que mi próxima estación es la del fin del trayecto. </div><br /><br /><br /><div align="justify"></div><br /><br /><br /><div align="justify">Un viejo precepto dice, más o menos, que todo español debe engendrar un hijo, plantar un árbol, y escribir un libro. Tuve tres hijos, y participé en la plantación de miles de naranjos. Faltaba el libro. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-14142581930804076022010-02-07T20:12:00.004+01:002011-09-13T11:21:37.553+02:002.- LA REPUBLICA DEL SIGLO XX<div align="justify">España tuvo su república del siglo XIX, la primera, que duró menos de un año; tuvo su república, la segunda, en el siglo XX, que duró desde el 14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936 o el 1º de abril de 1939, según se quiera mirar. ¿Tendrá su tercera república en el siglo XXI? Quiera Dios que no, y lo decimos no porque sintamos ningún fervor monárquico, sino por los resultados que nos ofrecieron aquellos dos experimentos.</div><br /><br /><div align="justify">La República de 1873 surgió como consecuencia del desastre a que nos había llevado la monarquía con sus problemas dinásticos, las luchas entre liberales y absolutistas, entre carlistas e isabelinos. La descomposición era superlativa. El general catalán don Juan Prim, a falta de un rey de cosecha propia, recurrió a la importación de un rey foráneo; fichó, diríamos en términos deportivos actuales, a Amadeo de Saboya, de la cantera italiana, pero el día anterior a la llegada de Amadeo caía asesinado por los anarquistas el hombre que lo traía, el General Prim. Poco tiempo estuvo entre nosotros don Amadeo que nos dejó dándonos una lección que los españoles no deberían olvidar nunca. Dijo: no soy español pero, al aceptar la Corona, juré y me prometí a mí mismo dar mi vida, si necesario fuera, para defender a España, pensando siempre que tendría que defenderla contra cualquier otro país que la atacase. Durante este breve período de reinado percibo que contra quien tendría que defender a España es contra los mismos españoles. En fin, que nos dijo bay-bay o tal vez a rivederci, porque era italiano y nos dejó. Vino la primera república. ¡Cuidado que era difícil superar aquel desastre! Pues lo superó: Estanislao Figueras, Pi y Margall, Nicolás Salmerón y, por último, Emilio Castelar, cuatro Presidentes en menos de un año: desordenes públicos, indisciplina, ausencia de autoridad y, sobre todo, disolución. Estalló el separatismo: la masa de republicanos quería la independencia, pero no la independencia de cada región respecto del resto de regiones, sino también la independencia de comarcas respecto de la región a la que pertenecía. No solo Cartagena quería ser independiente de la región murciana; también lo quería ser Jumilla, hasta el punto de proclamar que declararía la guerra a Murcia capital si osaban invadir el territorio de la nación jumillana.<br /></div><br /><div align="justify">Con el mal recuerdo que habían dejado Fernando VI y su hija Isabel II, que había contraído varios matrimonios, uno de ellos con un soldado perteneciente a su Guardia real, hubieron de volver los españoles a la monarquía, que fue restaurada con la coronación de Alfonso XII, hijo de Isabel II y bisabuelo del actual Rey Juan Carlos I. Cánovas del Castillo (don Antonio) fue el político que hizo la restauración, de acuerdo con don Práxedes Mateo Sagasta; aquél conservador y éste liberal, concertaron turnarse en el poder para mantener la monarquía de Alfonso XII frente a los republicanos, pero Alfonso XII murió muy joven, a los 28 años y tuvo que sucederle la Reina, austriaca, que ejerció la Regencia prudentemente hasta los 18 años del hijo que llevaba en las entrañas al morir Alfonso XII. Este hijo, Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, reinó hasta el advenimiento de la segunda república en 1931.<br /></div><br /><br /><div align="justify">Liberales y conservadores actuaron al alimón con Cánovas y Sagasta, lo que terminó cuando otro anarquista, Angiolillo, italiano, mató a Cánovas. Entrados en el siglo XX se acabó aquella entente, llamada Pacto del Pardo y liberales y conservadores se enfrentaron en una lucha por el poder, como es usual en el régimen de partidos, mientras en los estratos más bajos de la población (bajos en el sentido de posibilidades económicas) se incrementaba por una parte el republicanismo pero por otra y en una proporción notablemente superior en esta zona de levante, el anarquismo. </div><br /><br /><div align="justify">Por la década de 1870, Pablo Iglesias, un impresor gallego, nacido en El Ferrol, en el que nacería después Francisco Franco Bahamonde, había fundado el PSOE y como filial en el campo sindical la Unión General de Trabajadores, U.G.T.; estas dos organizaciones inspiradas en El Capital, el libro del alemán judío Carlos Marx, no tomaron cuerpo hasta entrado ya el siglo XX; el sindicato que aglutinaba a la mayor parte de los trabajadores era la Confederación Nacional del Trabajo. La C.N.T. superaba en mucho a la UGT no solamente en el registro de afiliados sino, además, en poder de convocatoria, en fuerza de arrastre, en suma en capacidad de acción, pero no tenía una organización política que la amparase como el PSOE respecto a UGT. Faltos los cenetistas de este respaldo político, conscientes de que su orfandad les ponía en desventaja frente a la competencia, buscaron el amparo y encontraron un padre adoptivo en la Federación Anarquista Ibérica, F.A.I.. Ya tenemos, pues, dos familias, PSOE-UGT por un lado y CNT-FAI por otro. ¿Capuletos y Montescos frente a frente? No tanto, aunque sí algo de eso. En una cosa están de acuerdo: en ir contra la Monarquía. Más tarde, durante la segunda república se vería que también estaban de acuerdo en ir contra ella, porque siempre estuvieron acordes en ir no ya contra el capitalismo, que esto era natural, sino en ir también contra la simple burguesía, a pesar de que el régimen connatural a la burguesía, creación de la Revolución francesa, no es otro que la República democrátrica y liberal.<br /></div><br /><div align="justify">El enfrentamiento entre estos grupos, competidores en la captación de la clase trabajadora, no se producirá mientras haya un enemigo común al que vencer. UGT-PSOE por un lado y CNT-FAI por otro actuarán separadamente la mayor parte de las veces, no siempre, pero nunca se enfrentarán mientras el poder esté en manos de los partidos, dominados por la burguesía, mas cuando, estallado el 18 de julio y en la zona no sublevada la clase media pierda el poder se planteará la cuestión de quien se hace con él en exclusiva; en una primera etapa serán los libertarios, CNT-FAI, para tener que cederlo después, no al PSOE-UGT sino más bien al Partido Comunista que, apoyado por Moscú, se hará dueño de la situación hasta el final de la guerra.</div><br /><br /><div align="justify">No adelantemos los acontecimientos. Estábamos en los antecedentes de la República. Roto el pacto entre liberales y conservadores para defender la monarquía restaurada, fallecidos Cánovas y Sagasta, se ha puesto al frente de las fuerzas conservadoras un gran político: Antonio Maura. Después surgirá otro gran político para acaudillar a los liberales: don José Canalejas, nacido también como Pablo Iglesias y Francisco Franco, en El Ferrol (¿Qué tendrá ese Ferrol?), pero, una vez más, los anarquistas matan; cuando Canalejas de paso al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, pasa por delante de la Librería San Martín, aún hoy existente, y se detiene a mirar el escaparate, el anarquista Pardiñas le mata de un tiro en la nuca para suicidarse a continuación. El dúo Maura - Canalejas que, puestos de acuerdo, hubieran podido hacer las reformas que España necesitaba, ha sido roto, y el mallorquín quedará arrinconado ya de por vida. No me resisto a relatar una anécdota que, sea o no cierta, es en todo caso una muestra de ingenio. Entra un viejo en el Congreso, en un día de pleno y se sienta en las gradas destinadas al público al lado de un joven. Otro joven, diputado, está en el uso de la palabra. El oyente viejo le pregunta al joven oyente: ¿Quién es este diputado que está hablando?.- Un chico de Mallorca, abogado, cuñado de Gamazo, casado con una hermana; se llama Antonio Maura. (Gamazo era diputado destacado del Partido Conservador) Termina Maura su discurso y el oyente joven le pregunta al viejo oyente: ¿Qué le ha parecido?. Responde el viejo: Que muy pronto será Gamazo el cuñado de Maura.</div><br /><br /><div align="justify">Maura dijo tres frases escuetas, muy sencillas, que son toda una filosofía del poder: “Una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno”, “que gobiernen los que no dejan gobernar” y, por último “La revolución desde el poder”. ¡Cuanta sabiduría política en esas tres frases! Lo malo de los partidos políticos es que entiendan que la función de la oposición es ponerse siempre en contra, sistemáticamente, de todo lo que decida el gobierno, conseguir derribarle para sustituirle, considerando toda esa empresa como primordial, dejando en un plano secundario el verdadero interés público. En suma: no dejar gobernar para conseguir estar en el Gobierno. Lo que Maura pretendía era gobernar. ¿Para qué? Para hacer una revolución, desde el Poder. España necesitaba esa revolución y Maura veía que el sitio desde el cual las revoluciones son fructíferas no es la calle, que los autores de una obra tan compleja no pueden ser las masas, sino que las minorías gobernantes, el Congreso y los ministerios, ocupados por personas idóneas son los medios adecuados para tan magna obra. La descomposición política y social que sufría España había hecho exclamar, creo que a Ganivet aquello de: En España, algún día tendremos que sacrificar a un millón de españoles para evitar que a todos se nos coman los cerdos. Fue Costa, el gran pensador de Graus quien dijo aquello de que España necesitaba un cirujano de hierro que nos diera lo que el país necesitaba: escuela y despensa.</div><br /><br /><div align="justify">Ya veremos en otro lugar cómo esa revolución se hizo después en la segunda mitad del siglo XX, cómo apareció el cirujano de hierro y como España consiguió al fin la escuela y la despensa. A Maura no le dejaron que anticipara el logro de estas conquistas. Todos los partidos, el liberal en primer lugar que, aunque monárquico, era adversario del Conservador que presidía Maura, los partidos republicanos, los sindicatos UGT y CNT con sus socios PSOE y FAI, todos estuvieron contra Maura y en el deshojar de aquella margarita del “Maura sí” “Maura no”, triunfó el no. Por si algo faltaba, el mallorquín tampoco era el hombre del Rey, porque el dilecto de Alfonso XIII era el Conde de Romanones, listo, ocurrente, intrigante, acomodaticio, cortesano, maniobrero. Una frase retrata lo que fue en la historia de este tiempo la personalidad de este político. Cuando falleció, apartado de la política activa, ya en tiempos de Franco, un coetáneo suyo preguntó: ¿Qué pretenderá el Conde con esta jugada?</div><br /><br /><div align="justify">Alejado Maura del poder como consecuencia de la Semana Trágica en 1909, asesinado Canalejas en 1912, a manos de Pardiñas, la monarquía de Alfonso XIII va ya a la deriva. Una huelga revolucionaria en 1917, dirigida por Saborit, Anguiano, Largo Caballero y Besteiro, pone al país al borde del caos. Alfonso XIII llama a todos los políticos monárquicos y les lanza un ultimátum: si no deponen sus diferencias y forman un gobierno de coalición, se va de España. Se forma ese gobierno, presidido por Maura que se reincorpora desde su destierro, al ser llamado, diciendo para sus adentros: Ahora, ahora me llamáis... Tampoco ese Gobierno logra consolidarse: a los dos meses ya dimite un ministro, luego otro... lo de siempre, hasta que en 1923, un general, don Miguel Primo de Rivera, bajo la inspiración o, al menos, la complacencia del Rey, implanta la Dictadura que es recibida por el pueblo, libre de compromisos políticos, con general alegría. Hasta un filósofo con tan buena cabeza como Ortega y Gasset, le da la bienvenida.</div><br /><br /><div align="justify">Un hecho que demuestra el caos al que había llegado España antes de la Dictadura, es la llamada “ley de fugas”. Los atentados, huelgas y bombas de los que eran autores los sindicatos, especialmente CNT, llegaron a hacer estallar un artefacto en el Teatro Liceo de Barcelona, durante la representación de una ópera. Esa bomba, a teatro lleno, llevó a la muerte a muchos espectadores. ¿Qué tendrían que ver los oyentes de “Il trovatore”, “La Boheme” o “Rigolletto” con las reivindicaciones del proletariado? Posiblemente lo que impulsara a los revolucionarios a matar en el Liceo era la condición de burgueses de aquellos señores y aquellas damas, aficionadas a oír música o a exhibir trajes y alhajas.</div><br /><br /><div align="justify">Como defensa al ataque constante de que era objeto la burguesía por parte de los sindicatos revolucionarios, que así creían defender la escasez de medios en que tenían que vivir los trabajadores, pusieron en práctica aquellos gobernantes la llamada “ley de fugas”. Los sindicalistas detenidos como consecuencia de aquellos hechos vandálicos eran conducidos, por la fuerza pública, de uno a otro establecimiento penitenciario; la ley autorizaba a los guardias a disparar contra el preso o detenido que intentase la fuga. Con ese respaldo la fuerza pública ejecutaba, sin formación de proceso, a los cabecillas considerados más peligrosos, alegando un supuesto intento de fuga durante el traslado. Ocurrió esto viviendo España bajo un régimen democrático.</div><br /><br /><div align="justify">Dentro de ese cuadro general, hubo en Catarroja, durante todo ese periodo de los primeros 20 años del siglo XX, un notable incremento del anarquismo. No fueron generalmente simples trabajadores asalariados quienes se embarcaron activamente en esas ideas; no fueron jornaleros agrícolas carentes de tierra, sin otros medios que sus trabajos esporádicos como braceros, quienes nutrieron esas filas de los anarquistas. Junto a algunos que pudieron reunir esas condiciones de pobreza, se alinearon otros agricultores propietarios, aunque no terratenientes, que disponían de alguna propiedad rústica, aunque fuera modesta, que les permitía vivir del cultivo de su tierra, complementando los ingresos con los de ir a jornal por cuenta de otros. Antes de 1920, alrededor de 1918, uno de esos anarquistas, apellidado Royo y conocido por “Royet”, murió a manos de la Guardia civil, según oí decir de pequeño. Según información razonada que me facilita un amigo que me supera en edad, el hecho ocurrió así: conducía una pareja de la Guardia Civil a uno o dos anarquistas en dirección a Valencia; al llegar a un cruce de tranvías, llamado de la jabonería, situado entre la Torre y la Cruz Cubierta, en sitio entonces descampado, oculto por unos montones de grava, al pasar la pareja de guardias, asomó Royet quien, para liberar al detenido o detenidos, disparó contra los guardias, hiriendo a uno de ellos; el otro guardia disparó sobre Royet, alcanzándole y dándole muerte.</div><br /><br /><div align="justify">Uno o dos años después, cuando regresaba, por la noche, en tranvía, el Alcalde de Catarroja Miguel Peris Diego, del Partido Conservador, que tal vez fuera, además, Diputado Provincial, y que tenía algo que ver con la administración de la plaza de Toros, que es propiedad del organismo provincial, fue asesinado con tiro de pistola en la cabeza, cuando el tranvía en que viajaba Miguel Peris estaba parado en espera del cruce de la Jabonería, donde había muerto Royet. La muerte del Alcalde fue atribuida por los conservadores a sus adversarios, los liberales, imputación que oí, incluso, a persona descendiente de un conspicuo liberal. Otros, especialmente los liberales la atribuyeron a miembros de la FAI, explicándola como venganza por la muerte de Royet. Quien me ha hecho el relato supone que por aquellas inmediaciones podrían tener los anarquistas algún refugio o escondite, porque tanto Royet como quien mató a Peris ejecutaron su acción en el mismo sitio y tomaron el mismo camino para huir, si bien Royet cayó en el intento. Intentando saber algún detalle más preciso sobre la muerte de Royet, hablé recientemente con persona descendiente de una rama colateral del interfecto. Nada sabía; solo que un hermano de un antepasado había muerto hacía muchos años “en un lío con la Guardia civil”. Nada exacto ha llegado a mi conocimiento sobre este asunto. El relato del amigo podrán ser conjeturas pero me parecen muy bien razonadas aunque nada aseguren de manera indudable sobre un hecho que, por el tiempo transcurrido, permanece difuso, indefinido.</div><br /><br /><div align="justify">Nos hemos entretenido en estas dos muertes, la de Royet y Miguel Peris, ocurridas entre 1918 y 1920, que fueron dos acontecimientos en Catarroja y que son una muestra de lo que era la situación política española, verdaderamente dramática, cuando en 1923 el General Primo de Rivera se levanta en Barcelona para poner en suspenso la Constitución de 1876 y declarar inaugurada la Dictadura.</div><br /><br /><div align="justify">A una dictadura militar la promueve, a veces, el impulso de restablecer el orden público, de restaurar el principio de autoridad y el imperio de la ley, en definitiva de recuperar la libertad perdida cuando los conflictos sociales se ventilan en enfrentamientos resueltos por la fuerza y no por el derecho. Primo de Rivera creó como órgano supremo de la organización política un Directorio militar compuesto por generales y algún almirante; su misión primordial fue sofocar, empleando la energía necesaria, toda vulneración del orden, tan repetida y largamente conculcado no solamente por los conflictos sociales sino también por la delincuencia común. Un acontecimiento inmediato pondría a prueba al Directorio: el vagón correo del expreso de Andalucía fue asaltado para robar el importe de los giros postales que llevaban unos funcionarios de correos, que fueron asesinados; a los pocos días la Policía o la Guardia civil había detenido a los autores; el principal de ellos, el cerebro de la operación era un oficial de correos, conocedor del importe que llevaban las sacas. Este funcionario, de apellido Navarrete, era hijo de un Coronel del Ejército. Dada su filiación y que los componentes del Directorio eran militares, todos pensaron: ¡Bah! A éste, hijo de un coronel, no le pasará nada. En efecto, nada le pasó, nada bueno se entiende, porque un par de semanas después y en virtud de sentencia dictada en proceso sumarísimo era ejecutado a garrote vil. La opinión pública cambió: ¡Ah! Pues esto va de veras. El orden se restableció; terminaron las huelgas, los atentados, las bombas... y la ley de fugas. Empezó la construcción de carreteras, aumentó el empleo; se crearon Comités Paritarios, con representación de empresarios y trabajadores. Se nombró Consejero de Estado al líder sindical y socialista Largo Caballero y, en definitiva, se abrió España a la modernidad y al progreso en lo económico y social. En 1927, mediante el desembarco de Alhucemas, se dio fin a la sangría que desde tantos años, aunque con intermitencias, implicaba la guerra con Marruecos, en la que tantos españoles habían caído.</div><br /><br /><div align="justify">Al Directorio Militar primigenio le habían sucedido gobiernos compuestos mayoritariamente por personas civiles, entre los que destacó un joven gallego, Abogado del Estado, don José Calvo Sotelo, maurista, que fue, a los 28 años, Gobernador civil de Valencia, más tarde Director General de Administración local, ya con la Dictadura, y, por último, Ministro de Hacienda. El general Miguel Primo de Rivera fue, a pesar de su investidura como dictador, un hombre de principios liberales, campechano, risueño, simpático, extrovertido. Prueba de esas condiciones es el hecho de que, durante sus siete años de dictadura, no se dictase ni una sola sentencia de muerte por motivos políticos. Multas y deportaciones, sí; penas de muerte, ni una. Unamuno, el inquieto y genial Rector de Salamanca, nos reflejó en una frase todo lo que hubo de rigor en la Dictadura de Primo de Rivera respecto a sus enemigos políticos. Cuando, terminada la Dictadura, regresa Unamuno del destierro al que había sido sancionado, y le pregunta un periodista por la persecución de que había sido objeto, contesta el filólogo: ¿Perseguido yo por la Dictadura? De ninguna manera; fui yo quien la persiguió.</div><br /><br /><div align="justify">Esta era la verdad: los políticos, los intelectuales, en lugar de reconocer el cambio, la mejora que en lo económico y social había traído la Dictadura, en vez de ponerse a estudiar la forma en que pudieran hacerse compatible todo aquel progreso con un restablecimiento de los partidos políticos, se dedicaron a minar los cimientos de aquel sistema autoritario pero benévolo, no ahorraron esfuerzo en desprestigiar al Dictador, en incitar a los estudiantes a la rebeldía. El General, que era hombre noble, espontáneo y sin retranca, aceptó el envite y quiso contestar con razones, a todos los ataques de sus adversarios, mediante notas informativas de publicación casi diaria en la prensa. Cualquier desliz que en el orden humano tuviese el General era motivo de escarnio. Viudo desde hacía años, parece ser que tuvo alguna relación con un cupletista, relación oculta, no pública. Pues bien: aquello fue motivo de escándalo, divulgado por quienes se servían de todo con tal de derribar al Dictador. En lo álgido de este ambiente enrarecido, estalló la crisis económica del 29. Aunque Estados Unidos no tenían entonces en lo económico un papel tan preponderante como el actual, aunque lo que hoy se llama globalización económica fuera inexistente en aquel tiempo, la crisis económica que Estados Unidos sufrió en 1929 llegó a todo el mundo. Nuestra moneda que tenía una relación de cambio con el dólar de seis a uno, pasó a siete; esta desvalorización de menos del 17 por 100 fue considerada una catástrofe imputable no a la crisis mundial sino a la Dictadura. Por fin, en 1930, cae el Dictador, que emigra y a los dos meses muere en la habitación de un hotel de segunda clase en París de un ataque de diabetes.</div><br /><br /><div align="justify">El Rey nombró como sucesor del General Primo de Rivera al General Dámaso Berenguer, Jefe de su Casa Militar. Tenía la misión de restablecer el régimen constitucional, convocando las elecciones necesarias, entre ellas las de unas Cortes Constituyentes. El Gobierno Berenguer acuerda celebrar primero unas elecciones municipales, seguidas de otras provinciales para terminar con las de unas Cortes constituyentes y nombra Presidente del Gobierno para que presida todo ese proceso electoral al Almirante don Juan Bautista Aznar.</div><br /><br /><div align="justify">Estamos ya a las puertas de lo que será la república del siglo XX. ¿Qué pasó durante ese tiempo de la Dictadura en Catarroja? Desconozco quien o quienes sucedieron al Alcalde Miguel Peris Diego, asesinado en 1920, hasta 1923. Sé, como pueden recordar todos los de mi edad, que en la mayor parte de la Dictadura, si no en todo su tiempo, la Alcaldía estuvo ocupada por Francisco Martí Muñoz “Paco el Flare”, padre de Francisco Martí Asencio quien, años después, sería concejal en una etapa de seis años del tiempo en que fui Alcalde, y del que guardo muy buen recuerdo. Este Alcalde de la Dictadura, Francisco Martí Muñoz era persona, según referencias que me han dado, pues no le traté, de la que nada malo puede decirse, poco brillante para ocupar la Alcaldía, aunque excelente labrador y hombre de bien. Pertenecía al Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte Raga, que vivía al lado de su casa. La conclusión que uno saca, a riesgo de equivocarse, es que quien consiguió hacerse con la Alcaldía fue don Manuel pero, no queriendo ser Alcalde, o no pudiendo tal vez por ser médico titular y dada la incompatibilidad del ejercicio de ambas funciones, escogió a hombre de su confianza y de buena fama, y nadie mejor y más cómodo que su vecino Francisco Martí Muñoz.</div><br /><br /><div align="justify">Uno de los efectos de la Dictadura de Primo de Rivera fue la construcción de un conjunto de obras públicas, especialmente carreteras, muy superior a lo que se había hecho hasta entonces; dos de esas grandes realizaciones fueron las Exposiciones de Barcelona y de Sevilla. Cuentan que el general invitó a los valencianos a que le pidiesen algo semejante a lo que se había hecho en Barcelona y Sevilla, que nuestros paisanos, constituidos en grupos distintos y distantes, le pedían cosas diversas, oponiéndose cada uno a lo que pedían los demás, por lo que el Dictador terminó diciendo: Pónganse ustedes de acuerdo y ya me dirán lo que hayan decidido. Y ahí terminó la cosa.</div><br /><br /><div align="justify">La aportación de Catarroja a este conjunto total de obras de la Dictadura fue la construcción del mercado actual y del grupo escolar Palucié. El mercado como comercio público y diario, especialmente de alimentación, se ejercía en la plaza llamada Mayor hasta que a la muerte del Alcalde Peris, de la que hemos tratado, pasó a llamarse Plaza de Miguel Peris, situada al final o al principio, según se mire, de la calle Mayor o de Cervantes. Carecía el pueblo, por tanto, de mercado-edificio. En aquel reducido espacio se instalaban y desmontaban cada día las paradas, que los viernes se extendían hasta la “plaseta de Martino”. Se construyó el mercado-edificio en el lugar en que hoy lo tenemos, que entonces era zona de huerta, como lo era todo el terreno desde las espaldas de las casas con fachada a la carretera hasta la línea del ferrocarril. La inauguración del mercado debió de ser por los años 27 ó 28. Ese año 1927 se inauguró el grupo escolar Palucié. Recuerdo haber visto de niño unos mapas que editaba don Esteban Palucié y Podreider, apellidos que no suenan a origen valenciano. Este señor adquirió a sus costas los terrenos necesarios, que donó al Ayuntamiento, para la construcción escolar, razón por la cual se le dio el nombre al grupo. No sé qué relación pudiera tener con el señor Palucié el fabricante local de licores Vicente Codoñer Asins, persona con evidentes virtudes cívicas, presidente que fue de la Sociedad Musical “La Artesana” y padre político de la maestra Maruja Bayarri Monforte; me ha quedado el recuerdo, difuso, de que, conociendo a don Esteban Palucié y sabiendo que éste deseaba hacer o contribuir a alguna obra en beneficio de la enseñanza, consiguió Codoñer convencerle de que la hiciese en Catarroja. Ignoro si la obra la pagó el Ayuntamiento o se hizo con cargo al presupuesto nacional de Educación.</div><br /><br /><div align="justify">Lo que sí se construyó a cargo del municipio, fue el Mercado Municipal, que debió costar sobre 300 o 400.000 pesetas, financiadas con cargo a un empréstito que fue motivo de campañas políticas durante unos años. Los presupuestos municipales de entonces rondarían las 250.000 pesetas; la amortización del empréstito podría estar sobre las 30.000 pesetas, o tal vez algo más. El caso es que del presupuesto ordinario había que detraer, en lo sucesivo y hasta su extinción, una cuota anual que impedía la realización de nuevas obras. Las dimensiones del edificio resultaron sumamente excesivas para aquella época; la mayor parte de los puestos del mercado quedaban sin ocupar. Aun hoy, 70 años después, cuando el censo de habitantes se ha más que duplicado, y no digamos el poder de compra de los españoles, parece que aun sobra mercado. Sin duda día vendrá en que el mercado será totalmente utilizado y otro posterior en que resultará insuficiente. Alguien dirá en el futuro que quienes lo construyeron quedaron cortos, pero si esto ocurre a los cien años de su inauguración, lo que habrá que decir es que en su origen fue excesivo porque su financiación, ociosa durante tantos años, impidió la construcción de obras de necesidad más inmediata.</div><br /><br /><div align="justify">Así, cuando, terminada la Dictadura, vigente aún la Monarquía, entra de Alcalde Fernando Ribes Santacreu, jefe del Partido Unión Republicana Autonomista, se encuentra con un presupuesto que apenas le cubre los gastos fijos de personal y de sostenimiento de servicios; no puede disponer de un sobrante para obras de nueva instalación, de las que tan necesitado estaba el pueblo, todavía con muchos pozos de agua junto a pozos ciegos (en 1934 hubo una gran epidemia de tifus hasta el punto de que un día hubo cinco entierros de esa enfermedad); todo, según Ribes, porque se había tirado el dinero con la construcción de un mercado desorbitado. Entre lo que pudiera haber de cierto en ello y que Ribes era republicano y liberales monárquicos quienes habían gobernado el municipio durante la Dictadura, las campañas electorales de Ribes se apoyaron siempre y básicamente en el empréstito que había “hipotecado al pueblo” para los próximos 50 años. Otro punto de apoyo de los autonomistas fue que en ese tiempo de la Dictadura, habían robado el dinero guardado en la caja municipal; entrando por el tejado del edificio, habían llegado al lugar en que se encontraba la caja, que quedó abierta sin una peseta dentro. La versión de los autonomistas era que todo aquello había sido un burdo montaje y que los ladrones no habían entrado por el tejado, que estaban dentro del edificio. Este episodio resulta poco edificante en todo caso, tanto para los que gobernaban, si lo que decían los autonomistas era cierto, como para los propios autonomistas si no lo era. Si hago este relato es porque el hecho estará olvidado incluso por las gentes de mayor edad, pero ha quedado en mi memoria, y esta es la razón por la que lo relato. Personalmente no creo que aquellos señores del Partido Liberal fueran capaces de hacer lo que los republicanos les atribuían; sí creo que Fernando Ribes fue un buen Alcalde que, a pesar de los limitados medios de que dispuso (y esto es lo que hay que tener en cuenta para calificar una gestión) pavimentó alguna calle, construyó dos lavaderos y algunas alcantarillas, inauguró el motor de aguas potables, todo ello sin contraer ninguna deuda que tuvieran que pagar quienes le sucedieran.</div><br /><br /><div align="justify">Toda esta batalla entre Ribes y el Partido Autonomista por una parte, y el Partido Liberal por otra se libró, en un primer tiempo, en las elecciones municipales convocadas por la Monarquía, con posterioridad a la Dictadura, y en un segundo tiempo, ya en la República, entre aquellos mismos liberales, convertidos ahora en republicanos de izquierdas, liderados siempre por don Manuel Monforte en lo local y ahora en lo nacional por don Manuel Azaña que, dicho sea de paso, había militado en el partido Reformista o Progresista, pero en todo caso monárquico, del que había sido jefe don Melquiades Alvarez, asturiano, asesinado en Madrid durante la guerra civil. Fernando Ribes había sido nombrado Alcalde en las postrimerías de la Monarquía. Cuando, derrocada la Dictadura, se inicia el retorno a una situación constitucional, fueron cesados todos los Consistorios nombrados durante la Dictadura, En su sustitución, y temporalmente hasta que se proclamasen por elección los nuevos Ayuntamientos, fueron nombradas unas Comisiones gestoras compuestas por vecinos en virtud de lo que pagaban por contribución rústica, urbana y matrícula industrial. Fernando Ribes tenía una fábrica de jabón, si tal podía llamarse a una empresa que no tenía más que un trabajador, máximo dos, que creo que no. Como tal industrial formó parte de la Comisión gestora, junto con don Salvador Estela Donderis, dueño del huerto de su nombre, que era el mayor propietario en rústica. Esta Comisión gestora votó como Presidente a Ribes. Ese es el origen de que el Alcalde de Catarroja, imperante aún la Monarquía, fuese el jefe del único partido republicano entonces existente, el Partido Unión Republicana Autonomista, fundado por Vicente Blasco Ibáñez y que tenía en Catarroja su sede en la calle Mayor en lo que hoy es una de las entradas al Salón Internacional.</div><br /><br /><div align="justify">El 12 de abril de 1931 se celebraron esas elecciones municipales en toda España. El resultado fue un claro y rotundo éxito de las candidaturas republicanas. Los monárquicos fieles a sus principios, por encima de la fidelidad a la verdad de los hechos, intentaron entonces y aun ahora lo intenta algún historiador o comentarista, negar la autenticidad del triunfo republicano. Esgrimen a favor de sus opiniones voluntaristas que los monárquicos sacaron, en el conjunto nacional, más concejales que los republicanos. Hasta tal punto llegan a veces los descaros argumentales. El número de concejales de cada Ayuntamiento no es proporcional al censo de habitantes; de serlo, si un pueblo de 500 habitantes tiene tres concejales, uno de 500.000 habría de tener tres mil ediles. En los pueblos pequeños de las zonas pobres de España, la instrucción de las gentes era escasa, el vecino más pudiente, el que podía ofrecer algún jornal a los más necesitados, disponía del voto de estos, ésta era la institución social del caciquismo. Los votos de estas pobres gentes no eran indicativos de verdadera voluntad política; estaban determinados por la ignorancia y la sumisión. Si esto no era suficiente, resultaba que, además, cinco mil de estos habitantes, divididos en diez municipios, designaban treinta concejales, mientras que otros 500.000 de una gran población nombraban el mismo número de 30. Si aquellos concejales eran monárquicos y éstos republicanos, se había dado un empate, en opinión de los monárquicos, cuando la verdad era que los 30 monárquicos representaban una población y un censo electoral cien veces menor.</div><br /><br /><div align="justify">El triunfo de las candidaturas republicanas fue casi unánime, y tal vez sobre el casi, en todas las capitales de provincia y grandes poblaciones y aun medianas, mientras que el de las candidaturas monárquicas se obtenía en numerosos pueblos pequeños, poblados por gentes pobres y poco instruidas, en aquello que Azaña calificó como burgos podridos. Cuándo el Almirante Aznar, Presidente del Gobierno, sale el lunes de su casa para dirigirse al edificio de la Presidencia, le abordan los periodistas y a la pregunta de ¿Alguna novedad, señor Presidente? responde el marino con otra: ¿Quieren ustedes más novedad que la de un pueblo que se acuesta monárquico y se levanta republicano? El juicio objetivo que merece aquel acontecimiento, sea uno monárquico, republicano o hasta cuáquero, es que los españoles votaron con total sensatez: habían vivido desde 1876 en una monarquía parlamentaria, un sistema de partidos políticos que había resultado un desastre, lo que les había llevado a una dictadura que acababa de ser derribada. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Iniciar de nuevo el ciclo? Lo sensato era probar algo que, si anteriormente había fracasado, había ocurrido sesenta años antes; ahora eran otros tiempos. En su inmensa y consciente mayoría votaron en republicano.</div><br /><br /><div align="justify">El advenimiento de la República tuvo un acontecimiento previo que resulta curioso, que parecería de sainete si no fuera porque todo hecho que suponga la muerte de alguien debe ser tratado con respeto. En la guarnición de Jaca (Huesca) estaba destinado un capitán del Ejército llamado Fermín Galán, que había combatido en Marruecos a las ordenes de Mola, el que después sería, ya general, director del Alzamiento de 1936. Este Galán, oficial distinguido por su valor y capacidad, creyó ser merecedor, por ciertos hechos de armas, de una laureada, condecoración que no le fue concedida. Terminada la guerra de Marruecos se dedicó, de manera incesante, a conspirar contra la Monarquía. Nombrado Director General de Seguridad, por el Gobierno Berenguer, el General Mola, y dado el ascendiente que creía tener sobre el capitán Galán, le reconvino advirtiéndole que se tenía conocimiento de sus actividades, lo que le advertía amistosamente para que cesase en ellas. No atendió Galán el aviso y planeó un alzamiento militar contra la Monarquía, a finales de 1930. El Comité revolucionario formado por los republicanos, en el que formaban Alcalá Zamora, Azaña, Prieto, Largo Caballero, etc., quienes formarían después el Gobierno Provisional de la República, apoyaba el insensato alzamiento de Galán. Enterados del día en que iba a producirse y creyendo que no era momento adecuado, enviaron a Santiago Casares Quiroga para que comunicara a Galán el aplazamiento acordado por el Comité. Llega Casares a Jaca por la noche y estimando que eran horas intempestivas para molestar a nadie o quizá porque al enviado le apeteciera su propio descanso, se fue al hostal y se acostó. Cuando al día siguiente se despertó se encontró con la noticia de que Galán se había levantado, no de la cama, sino en armas al mando del regimiento del que era capitán, asociado con el también capitán García Hernández. Dirigieron las fuerzas hacia la capital, Huesca, adonde no pudieron llegar a pesar de la sorpresa; fueron parados antes y con escasa lucha apresados y desarmados, después de dejar un pequeño número de cadáveres. Lo chocante de la aventura, lo que hace evocar la representación teatral del sainete es que este hombre, que se alzaba contra una monarquía a la que consideraba un régimen opresor, contrario a la dignidad del hombre, que debe vivir en un régimen de plenas libertades, publicase al alzarse un bando con un artículo único, que decía, más o menos: Todo el que con hechos, de palabra o por escrito, se oponga a la república naciente, será fusilado sin formación de proceso. Fermín Galán. Los capitanes Galán y García Hernández sí fueron sometidos a proceso. Un Consejo de guerra les condenó a la máxima pena. Fueron ejecutados a los tres o cuatro días de la sublevación. Pocos meses después, proclamada la República se convertirían en héroes de leyenda.</div><br /><br /><div align="justify">El triunfo de las candidaturas republicanas fue claro, pero las elecciones habían sido de concejales. Con un criterio formalista, no se podía alegar que el pueblo había votado por la República, puesto que no era eso lo que se había sometido a su elección. Legalmente no cabía dar a los votos más alcance que el de considerar que, en cada municipio aisladamente, los vecinos habían elegido a las personas que consideraban más idóneas para administrarles y que éstos en su mayor parte eran de ideología republicana, pero nada habían decidido, porque no habían sido consultados, sobre el régimen en que deseaban vivir. Los componentes del Comité revolucionario, que aspiraban a proclamar la república, fueron sorprendidos por un éxito que ni los más ilusos podían soñar. Uno de ellos se atrevió a cometer la osadía de vaticinar, frente a la opinión opuesta y razonable de los demás: Antes de dos años tendremos la República. Mal calculó el osado profeta: la tuvieron a los dos días.</div><br /><br /><div align="justify">Un cálculo de la situación en aquel momento, hecho hoy a setenta años de distancia, nos indica un estado de suma debilidad en la salud de la corona y una gran inestabilidad en el futuro del Rey. Los republicanos, los socialistas, los anarquistas, los sindicalistas (comunistas no había en número apreciable) se oponían, como es lógico, a la monarquía; los simpatizantes con Primo de Rivera, que no eran pocos, porque la Dictadura había sido una etapa de siete años con paz y progreso, aunque se oponían al grupo anterior de republicanos, socialistas, etc., tampoco sentían entusiasmo por un rey que había sacrificado al General que fallecía a los dos meses escasos de su cese; los monárquicos clásicos, liberales y conservadores, que ahora intentaban recuperar el poder, se habían sentido defraudados por el Rey que permitió que el General les tuviese siete años a dieta, en el ostracismo. Una vez más, se vio lo acertado de esa máxima que dice que la victoria tiene muchos padres mientras la derrota es siempre huérfana. El culpable de la Dictadura era el Rey, sin tener en cuenta que Primo de Rivera tomó el poder por la acumulación de males de una monarquía que habían administrado aquellos dos grandes partidos. Alfonso XIII, ese lunes 13 de abril, debió mirar en su derredor para ver las fuerzas que tenía a su lado. Solo vio un político y un general. El político era Juan de la Cierva, abuelo del gran historiador actual, ex ministro de la UCD, Ricardo de la Cierva; el general, Cavalcanti, un militar de estilo siglo XIX, con enorme mostacho horizontal. De la Cierva, político de valía, hombre con una consciente energía, insistió en que el Rey no abandonara, que esperase al menos las elecciones legislativas, en las que los monárquicos presentarían batalla electoral, lo que no habían hecho en las municipales. Cavalcanti, el general, se apoyaba en la espada, no en razones de orden político, para mantener el trono. Hay una anécdota de este militar a la que le encuentro cierta gracia. Era casado Cavalcanti con una hija de Emilia Pardo Bazán, literata, novelista. Cuando en alguna reunión con literatos o intelectuales, presente Cavalcanti, intentaba éste participar, su suegra le decía: No, hijo, no, estas no son cosas para ti; tú eres un héroe.</div><br /><br /><div align="justify">Fuera de estos personajes, ningún otro se puso espontáneamente a disposición del monarca. El Conde de Romanones, preferido del rey, le aconsejó que se marchara. El Director de la Guardia Civil, General Sanjurjo, fue pulsado para ver si estaba dispuesto a apoyar la Corona. Sanjurjo había hecho una brillante y rápida carrera de ascensos durante la guerra de Marruecos pero, amigo personal de Primo de Rivera, se sintió dolido por la forma en que el Rey trató al Dictador. Cuando le preguntaron a Sanjurjo si podían contar con la Benemérita para mantener a Alfonso XIII, contestó, fríamente, que él obedecería las órdenes que le diera el Ministro de la Gobernación, porque estaba obligado a ello, pero que no esperasen del Director General de la Guardia Civil ninguna iniciativa propia. Esa respuesta hizo desistir del intento a los escasos defensores de la Monarquía. Ese mismo día, presente aún Alfonso XIII en España, se presentó el General Sanjurjo en el domicilio de Miguel Maura, que formaba parte del Comité Republicano, para decirle: Vengo a ponerme a las órdenes del futuro Ministro de la Gobernación. Esto hizo que Miguel Maura comunicase enseguida la noticia a sus compañeros de Comité: Prepárense a proclamar la República; el Director General de la Guardia civil ha venido a ponerse a mis órdenes.</div><br /><br /><div align="justify">Fue mediador entre el Rey y los republicanos del Comité, el Conde de Romanones. Amigo de Alfonso XIII por un parte, reunía por la otra haber tenido de pasante en su despacho de abogado a don Niceto Alcalá Zamora, Presidente del Comité Revolucionario y futuro Presidente de la República; el Rey se iría y ellos podrían proclamar la República. Le contestaron: Sí, pero tiene que ser antes de que se ponga el sol. Ir y venir del Conde, gestionando, pidiendo unos pocos días para que el Rey pudiese resolver algunas cuestiones personales y siempre lo mismo: No, no, se tiene que ir antes de que se ponga el sol; de lo contrario no respondemos. Tanta insistencia en que quien aún tenía todo el poder y renunciaba pacífica y generosamente a él no pudiera contemplar un último ocaso en España, hizo decir al Conde, con melancólica sorna: Dichoso sol. Alfonso XIII, sin tiempo para despedirse de nadie, fue en coche a Cartagena, donde embarcó en un barco de la Marina, destino Marsella, antes de que el sol se ocultara. Al día siguiente, 14 de abril, el Comité Republicano o Revolucionario, que de las dos formas se denominaba, proclamó la segunda República española; Miguel Maura fue Ministro de la Gobernación y el General Sanjurjo continuó como Director General de la Guardia civil, como si nada hubiera pasado. Durante algún tiempo fue considerado por los republicanos, y así le llamaban cariñosamente, como “El padre de la República”.</div><br /><br /><div align="justify">La República vino a España sin el más leve atisbo de violencia. El Rey, jefe del Ejército, manifestó en su mensaje de despedida, redactado por Gabriel Maura, hermano de Miguel, Ministro de la Gobernación, hijos ambos de don Antonio Maura Montaner, la gran figura del Partido Conservador, decía el Rey que, aún disponiendo de la fuerza suficiente para defender los derechos que la historia le confería, no quería provocar un enfrentamiento entre los españoles, que por mantener esos derechos no se derramaría ni una sola gota de sangre. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-35068800761681809742010-02-07T20:10:00.002+01:002011-09-13T11:19:34.363+02:003.- LA NIÑA BONITA<div align="justify">La República fue recibida por una gran alegría por los republicanos y con cierta resignación por los monárquicos, aunque esto de los recibimientos resulta bastante engañoso. Los partidarios del que llega con el triunfo salen a recibirle para agasajarle; los contrarios, no. Recuerdo que durante la batalla de Cataluña, entró mi Bandera, sobre las tres de la tarde, en un pueblo de la provincia de Lérida, Vilanova de Bellpuig. Momentos antes, los rojos o republicanos empezaban el saqueo del pueblo, antes de abandonarlo; nuestra llegada evitó un saqueo masivo. Nos recibió mucha gente, con aplausos, con besos y abrazos, más mujeres que hombres porque muchos de estos estarían en filas; unas mujeres daban vivas, otras lloraban; todas emocionadas. Me llamó la atención la cantidad de chicas jóvenes con camisas azules, con las cinco flechas, confeccionado todo en un trabajo clandestino, en una espera ilusionada. El cabo de mi escuadra dijo: Es emocionante ver como todo un pueblo sale a recibirnos. Le dije: No te confundas, salen a recibirnos solamente los nuestros; unos habrán evacuado, otros han quedado en sus casas; mañana alguno de estos que ahora nos están aplaudiendo, será detenido y pasará por un desagradable proceso. Hablaba yo con ese pesimismo, que desentonaba de la general alegría, porque tenía la experiencia de lo que había pasado en mi pueblo. Cuentan que cuando, restaurada la monarquía por Cánovas, vuelto a España quien fue coronado como Alfonso XII, al ver éste la masa humana que le vitoreaba, exclamó: No esperaba yo que viniera tanta gente a recibirme con aplausos, a lo que alguien le respondió: Pues esto es poco comparado con la gente que acudió para gritarle a su madre la Reina cuando marchó al exilio. La verdad es que siempre hay gente para todo.</div><br /><div align="justify"><br />No obstante, no cabe duda que la segunda república fue recibida, en general, con sana alegría. “El pueblo español ha dado al mundo una prueba de civismo”, “Un régimen milenario ha sido derrocado sin una sola gota de sangre”, “La madurez política de los españoles ha quedado de manifiesto con un tránsito pacífico de una monarquía a una república, con total y plena normalidad en el orden público”, éstas y otras frases parecidas eran titulares o temas editoriales de periódicos. Todo eran cánticos republicanos al civismo demostrado por la sociedad española.<br />Bien mirado, todas estas virtudes había que atribuirlas a los monárquicos, que eran quienes habían abandonado, sin la más mínima resistencia, un poder que tenían en sus manos y que dejaban en las de los republicanos; muy especialmente, había que agradecérselo al Rey Alfonso XIII que, con todos los resortes del Ejército y de la fuerza pública a su disposición, cancelaba su reinado sin que ninguna fuerza legal le obligase a ello por cuanto lo que se había puesto en juego en la prueba electoral eran los puestos de concejales y alcaldes que éstos designarían pero, de ningún modo, el puesto de la jefatura del Estado.</div><br /><div align="justify"><br />Por tanto, si el Rey abandonaba su puesto, si los monárquicos entregaban el Estado a los republicanos para que éstos proclamaran su república, el mérito de que la operación se hiciera de manera incruenta, pacífica, correspondía a aquellos, no a éstos.<br />Llegaba la República limpia de sangre y de compromisos, sin hipotecas ni resistencias, sin odios ni enfrentamientos. En el viejo juego de la lotería doméstica, aquel en el que participaban especialmente las vecinas bien avenidas en las largas noches de invierno, al número 15 se le llamaba, por razones fácilmente deducibles, “La niña bonita”. Así fue bautizada la segunda república porque, si bien fue proclamada el día 14, en ese día, hasta la hora de la proclamación, por la tarde, hubo Monarquía; fue el siguiente, el 15, el primer día que amaneció ya republicano. La segunda república se nos presentaba limpia, pura, adornada con todas las bellezas. Todos deberían respetar, cuidar y proteger a la Niña, no solo bonita; también inmaculada. Pero...<br />Veintiséis días después, a unos señores de ideas monárquicas, que ninguna oposición habían hecho a la proclamación de la República, se les ocurrió abrir un Círculo Monárquico en Madrid, en un piso de la calle de Alcalá, un domingo por la mañana. En la celebración del acto, sonó el antiguo himno de granaderos, llamada después marcha real y que había sido durante tantos años Himno de España, pues la primera República mantuvo himno y bandera; solo la segunda cambió esos signos españoles por otros republicanos. Un público expectante en la calle, al oír la marcha penetró violentamente en el local para destrozarlo; echaron muebles, mesas y sillas a la vía pública. Juan Ignacio Luca de Tena, bajo amenaza de muerte, tuvo que huir aprovechando el paso de un coche, subido en el estribo. Las masas se dirigieron al diario A B C, del que Luca de Tena era propietario y director, con el fin de destrozar la maquinaria del periódico; la fuerza pública, para evitarlo, tuvo que disparar; hubo dos muertos. A consecuencia de estos hechos, Juan Ignacio Luca de Tena fue detenido y el diario clausurado durante unos cuatro meses.</div><br /><div align="justify"><br />El día siguiente, 11 de mayo, se iniciaba en Madrid y a continuación en otras capitales de provincias, una vez más, un incendio de iglesias y conventos. ¿Es que la Iglesia había atacado a la Niña? No, en absoluto. La Iglesia no había hecho la más mínima oposición al cambio de régimen. ¿Por qué, entonces, la Niña o sus adictos se dedicaban a incendiar templos? Sus tutores, los componentes del Gobierno Provisional fueron convocados; el titular de Gobernación, Miguel Maura propuso que la fuerza pública saliera a la calle para evitar más incendios y detener a los autores; su compañero, el Ministro de la Guerra, don Manuel Azaña, se opuso totalmente: Es la justicia inmanente, dijo. Vale más la uña de un republicano que todos los conventos de España. De estas dos opiniones opuestas, triunfó la del señor Azaña, la que implicaba una impunidad para los desmanes. Posteriormente, ha querido justificarse estas barbaridades alegando que aquellos excesos eran desahogos espontáneos del pueblo causados por la represión a que había estado sometido por la Monarquía. Nada de espontáneo podían tener unos hechos vandálicos que estallaban simultáneamente en varias capitales de provincia. Es famoso el telegrama del Gobernador civil de Málaga, dirigido al Ministro de la Gobernación, en el que venía a decir: Sin novedad en los incendios, mañana continuarán. ¿No tenía todo aquello un evidente aspecto de plan premeditado?</div><br /><div align="justify"><br />Durante la Monarquía derrocada había existido en España, debidamente legalizado por aquel régimen partidos republicanos como, entre otros, el Radical de Lerroux, el Autonomista de Blasco Ibáñez, el Republicano federal, el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1870 por Pablo Iglesias; hubo numerosos Alcaldes republicanos, así como Diputados; Pablo Iglesias pronunció en las Cortes, como diputado por el PSOE, un discurso en el que dijo que el atentado personal contra Maura, diputado de derechas, era una acción lícita; y lo dijo con toda impunidad, sin que se aplicara ni la más mínima sanción como medio de defensa contra aquella incitación al asesinato del jefe del Partido Conservador, un hombre que llegó a sufrir cuatro atentados. Una prueba de esa tolerancia de la monarquía con sus adversarios, se podía comprobar en Catarroja: en la calle Mayor, en lo que hoy es una de las entradas al Salón Internacional, estaba el Casino republicano, que presidía Fernando Ribes, nombrado Alcalde vigente aún la Monarquía, en 1930. Pues bien: viene la República democrática, que es el régimen que representa la máxima libertad política, que se basa en el derecho de reunión, de manifestación, de expresión, de asociación, que propugna la convivencia política, la tolerancia y el respeto a la opinión de los demás, que garantiza a las minorías el derecho, no ya de hablar, sino el de ser oídas, y a unos señores que sienten la añoranza del sistema político a cuyo derrocamiento nada han opuesto, que han entregado el poder en bandeja a los republicanos, son considerados por el Gobierno no como ciudadanos dignos de protección sino como “unos señoritos monárquicos que provocan a la mayoría del pueblo español, que se ha declarado republicano, abriendo un círculo monárquico”. Es decir que en un régimen represivo, como, según sus adversarios, era la monarquía, se podía ser republicano y ejercer cargos políticos importantes, pero en un régimen tolerante como la república no se podía abrir un círculo monárquico.</div><br /><div align="justify"><br />La República mostró desde su origen no una imagen de respeto a todas las ideologías, no un ambiente de tolerancia para todas las creencias, no una postura de defensa de la libertad de expresión de todas las opiniones; ya vimos que Fermín Galán, en el artículo único de su Bando, castigaba con el fusilamiento, sin formación de proceso a todos los que, simplemente, manifestaran de palabra su oposición a la república naciente por la que él se había alzado; ahora, el 11 de mayo de 1931, a los 27 días de ser implantada la república democrática, la opinión del Ministro de la Guerra, de quien sería después el personaje más destacado de la República, el hecho de atentar contra la Iglesia católica, privando a los creyentes cristianos del ejercicio de las prácticas de su fe, no constituía ningún ataque a derechos humanos, ninguna merma del estado de derecho; contrariamente, todo aquello era una consecuencia de la justicia inmanente.</div><br /><div align="justify"><br />Después se atacaría a la Compañía de Jesús declarándola ilegal, incautando sus bienes, sería desterrado algún obispo, se privaría a la Iglesia del derecho a ejercer la enseñanza privada. Todo eso ocurría cuando la Iglesia, como ya hemos dicho, no había mostrado la más mínima oposición al advenimiento de la República, cuando la característica de una democracia es el cuadro más amplio posible de la libertad y la tolerancia. Nada tiene de extraño que, después de todas aquellas medidas, esa Iglesia tan tenazmente perseguida adoptara, por puro derecho de legítima defensa, una posición contraria a los partidos que tan reiteradamente la atacaban y, consecuentemente, el acercamiento a sus adversarios políticos. Pues bien: para muchos de los historiadores de la época, aquellos que actúan más como propagandistas que como historiadores, fue la Iglesia la que, al venir la República, se puso frente a ella. Los franceses suelen usar una frase graciosa que sirve para casos como éste: “¿Fulano? Es un violento malvado; si le atacan se defiende.”</div><br /><div align="justify"><br />Este conflicto entre la autoridad política y la religión católica, tuvo su repercusión en Catarroja. Fernando Ribes, designado Alcalde durante la vigencia del Gobierno Berenguer, vigente aún la Monarquía, había presentado en las elecciones del 12 de abril su propia candidatura en representación del Partido Republicano Autonomista. No conozco el resultado en detalle de aquellas elecciones en Catarroja; solo sé que Ribes fue confirmado como Alcalde, lo que entra dentro de la más estricta lógica: si lo era vigente aún la Monarquía ¿cómo iba a dejar de serlo al venir la República siendo él el jefe del único partido republicano que había presentado candidatura? Por otra parte, el Partido Autonomista era la creación política de Blasco Ibáñez, enemigo declarado de la Iglesia, como demuestra toda su trayectoria pública y, sobre todo, esa novela suya “El Intruso” donde en tan mal lugar deja al personal eclesiástico. El Gobierno prohibió las procesiones en toda España lo que produjo un gran disgusto, no solamente en quienes vivían en la práctica de la fe cristiana, sino también (sobre todo las mujeres) que aún viviendo fuera de esa práctica, gustaban de esa especie de pases de modelo que hacían chicas y chicos jóvenes que estrenaban trajes y vestidos y se engalanaban con ellos para exhibirse en los desfiles procesionales.</div><br /><div align="justify"><br />La Iglesia, por su parte, tampoco se prestaba a renunciar a lo que hasta entonces había sido un tácito sometimiento a sus normas. Por ese tiempo, año 32 o 33, falleció un señor, no recuerdo quien, que dejó dicho que no quería ser enterrado por el rito cristiano, que rechazaba toda asistencia religiosa. La Iglesia no tenía ningún derecho a oponerse a la voluntad del fallecido, aparte de que era pura y total incongruencia realizar preces por quien las rechazaba. Recuerdo el gran escándalo que estalló por este asunto. Hoy, con un criterio más formado sobre la cuestión, opino que si aquel señor quiso ser enterrado sin asistencia religiosa en el cementerio civil, la Iglesia carecía de todo derecho legal y ético para imponer su presencia en el entierro y que era un atropello inexplicable no respetar la última voluntad del difunto; otra cosa era que los familiares del difunto pretendieran que fuera enterrado en el cementerio católico; no puede enterrarse en lugar católico a quienes, aún habiendo sido bautizados, hayan renegado públicamente del catolicismo; en este caso, la oposición de la Iglesia a que fuese enterrado en el cementerio católico, estaba totalmente dentro de la ley civil, de los cánones de la Iglesia y de la más simple lógica: el cadáver tenía que ser enterrado en el cementerio civil.</div><br /><div align="justify"><br />Poco tiempo después, se celebraron las elecciones legislativas de Noviembre de 1933; ganaron las derechas y el centro sobre las izquierdas. Don Alejandro Lerroux pasó a presidir un gobierno formado exclusivamente por ministros del Partido Radical, que contaba con el apoyo de lo que entonces era el equivalente a los partidos demócrata-cristianos, la CEDA, de la que era jefe don José Mª Gil Robles, la prohibición de celebrar procesiones fue retirada y modistas, mozos, mozas y señoras de mayor edad pudieron gozar, otra vez, de realizar, lucirse y contemplar desfiles de modelos. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-16483437389431944232010-02-07T20:09:00.001+01:002011-09-13T11:23:06.076+02:004.- DE 1931 A 1933<div align="justify">En la Gaceta del 15 de abril del 31, el Comité revolucionario se auto designa Gobierno provisional de la República. Lo de provisional viene impuesto porque el nombramiento carece de una legislación anterior que lo regule. Atendiendo al historial político de los personajes, la presidencia le correspondía a don Alejandro Lerroux, que era el republicano histórico, frente a Alcalá-Zamora, Maura o Azaña que habían tenido concomitancias monárquicas. En su contra tenía Lerroux su fama de aventurero. Se decía que durante la Monarquía cobraba de los gobiernos con cargo a los fondos de reptiles (denominación barriobajera de los fondos reservados) porque, aunque era republicano íntegro era también inmaculado españolista, enemigo del separatismo, latente siempre en Cataluña, donde don Alejandro ejercía de político. Los republicanos eran la izquierda en el cuadro político de la monarquía; el catalanismo estaba en la derecha. Lerroux cobraba de la monarquía no por ser republicano sino por ser antiseparatista. Al llegar la república, este antecedente no le hizo ningún favor por cuanto los separatistas habían formado parte del Pacto de San Sebastián, en 1930, acto previo y próximo a la sublevación de Jaca y al advenimiento de la República. En el Gobierno Provisional fue nombrado Ministro de Exteriores, cargo para el que carecía de conocimientos y de afición. Lo situaron allí para que su intervención en la política interior fuera mínima.</div><br /><div align="justify"><br />Fue nombrado Presidente Alcalá Zamora, Ministro de Gobernación Maura y de la Guerra don Manuel Azaña. Convocadas elecciones para elección de unas Cortes Constituyentes, dieron un resultado abrumador a favor de los republicanos. Hubo un solo diputado monárquico, el Conde de Romanones, que salió por Guadalajara, no por su condición de monárquico, sino por ser el principal terrateniente de la provincia. Salieron otros diputados de derecha, entre ellos los agrarios, los de Acción Popular, encabezados por José María Gil Robles, un joven catedrático de Salamanca, que se acreditó como orador parlamentario en la discusión de su acta. El conjunto de los diputados que pudiéramos llamar conservadores, era muy inferior al de los republicanos.</div><br /><div align="justify"><br />Se dedicó el Parlamento a redactar una nueva Constitución que sustituyera a la monárquica de 1876. De esta Constitución arrancan todos los males que nos llevaron cinco años después a una guerra civil. Lo que se instituyó no fue una democracia. Fue un régimen sectario, sin el más mínimo respeto a quienes tuvieran ideas monárquicas, comulgaran en la fe cristiana o fueran en lo económico conservadores. Al tratar de la Iglesia, en el Art. 26 se acometió con saña contra la Iglesia; se disolvió la Compañía de Jesús, se expulsó a un par de obispos, se quitó el crucifijo de las escuelas, fueron prohibidas las procesiones, secularizados los cementerios católicos. El Presidente provisional, Alcalá-Zamora, que era católico practicante, dimitió para quedar como simple diputado. Fue sustituido en la presidencia provisional por don Manuel Azaña, que continuó sin dejar por ello el Ministerio de la Guerra. Al tomar posesión, pronunció Azaña una frase que situaba a la República totalmente fuera de la esfera democrática: “La República ha de ser regida, gobernada y dirigida por los republicanos y ¡ay de quien intente levantar la mano obre ella!”.</div><br /><div align="justify"><br />La república, entendida como un régimen democrático, ha de ser regida, gobernada y dirigida por quienes obtengan en el Parlamento la mayoría suficiente para gobernar, sean republicanos, monárquicos o cuáqueros. Una república que impida el gobierno de quienes no sean republicanos no es democrática; si tiene que ser gobernada por los republicanos, necesariamente, aun sin tener mayoría, será una dictadura republicana, nunca una democracia. Los ejemplos actuales son bien palpables: en España, que vive desde 1978 en una monarquía parlamentaria, ha gobernado desde 1982 a 1996, y ha vuelto recientemente al gobierno, un partido, el PSOE que es históricamente un partido republicano. En Bulgaria el régimen vigente es una República; el jefe del Gobierno es el propio rey destronado al advenir la república. Lo necesario para alcanzar el poder en una república no es que quienes lo ostentan sean republicanos, sino que tengan mayoría y que en su labor como gobierno actúen dentro de la Constitución. Esto tan sencillo, tan lógico, no fue admisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar. Ya han gobernado bastante, durante siglos. La república es para los republicanos.</div><br /><div align="justify"><br />Merece ser destacada la diferencia entre la generosidad con que la Monarquía y el Rey Alfonso XIII y todo su contorno dejaron el poder y el exclusivismo egocéntrico con que lo tomaron los republicanos. La reacción de éstos no pudo ser más inadecuada. Los españoles, contrariamente a lo que sobre este punto opina historiador tan serio y documentado como Ricardo de la Cierva, se habían pronunciado el 12 de abril, de una manera clara, a favor de la república. La Constitución de Cánovas de 1876, había quedado obsoleta desde la desaparición de la escena política de Cánovas y Sagasta. A partir de ahí las grandes catástrofes se suceden una tras otra: el crecimiento del anarquismo se muestra imparable. La Escuela Moderna, que dirige Francisco Ferrer Guardia es no solo el centro desde el que se imparte doctrina ácrata, es también el lugar desde el que se gesta el activismo terrorista; Mateo Morral autor del atentado en la boda de Alfonso XIII, es profesor de la Escuela Moderna; al pasar el cortejo por la calle Mayor lanzó desde el balcón de una pensión en la que previamente se había alojado, un ramo de flores que envolvía una bomba que, al estallar, ocasionó la muerte de unas veinte personas y de algunos de los caballos de la carroza real, sin que afectara para nada a los recién casados. En 1909 una huelga general, con motivo de un llamamiento de soldados para intervenir en la guerra con Marruecos, que se había recrudecido, lo que pasaría a llamarse la Semana Trágica, con centenares de muertos y la acostumbrada quema de iglesias y conventos. El Gobierno de Maura pidió a la Scotland Yard, la célebre policía británica, un estudio sobre el origen, el foco, de la subversión española. La respuesta de los Sherlock Holmes británicos fue la que todos presumían: el anarquismo y su órgano español, la Escuela Moderna de Ferrer Guardia. Pocos años después, un anarquista, Pardiñas, asesina a Canalejas, Presidente del gobierno. En 1917, la UGT, central sindical obrera, filial del PSOE, quiere competir con su rival la CNT, asociada a la FAI, y organiza una huelga general revolucionaria, al mando de Largo Caballero, Saborit, Anguiano y otros dirigentes socialistas. Antes, una bomba en el Liceo, durante la representación de una ópera, hizo una carnicería; después otro Presidente de Gobierno, el conservador Eduardo Dato, que había creado esa institución tan social y hoy tan importante como es el Instituto Nacional de Previsión, cae asesinado por otro terrorista. Bombas contra empresarios industriales, ley de fugas contra dirigentes sindicales, desastres y guerra en Marruecos, hasta que un general, don Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923 dice “Hasta aquí hemos llegado”, suspende, no deroga, la Constitución de 1876, instaura un Directorio Militar y da principio a un paréntesis –la Dictadura- que acabará con el desorden, con la guerra de Marruecos y con el juego de los partidos políticos. Ni un asesinato político, ni una pena de muerte en ese tiempo. Obras públicas, construcción de carreteras; paz, orden y progreso. Sin libertad, dirán los disconformes. En efecto, sin libertad, para presentar candidaturas porque no hay partidos políticos legalizados ni se convocan elecciones. Sin embargo, hay una faceta en la política del Dictador que merece ser destacada. Primo de Rivera favorece y apoya a la central obrera socialista UGT, frente a su rival en el campo laboral, la anarquista y poderosa CNT. Crea para resolver pacíficamente los conflictos laborales unos Comités paritarios formados por representantes de empresarios y trabajadores y nombra nada menos que Consejero de Estado a Francisco Largo Caballero, líder de la UGT.<br /><br />Siete años de paz y de progreso, al final de los cuales los políticos, consiguen restablecer los partidos, reanudan la vigencia de la Constitución de Cánovas y convocan las elecciones municipales que nos traerán la República de 1931.<br />Este cambio, visto con la objetividad que hoy nos brinda la distancia de los hechos, libres de prejuicios sentimentales nos parece perfectamente lógico ¿Qué tenían que votar aquellos españoles de 1931, que estaban sufriendo además, la gran crisis económica mundial de 1929? ¿La vuelta a la Constitución del 76? ¿El retorno al juego político de los partidos de la Monarquía?<br /><br />Aprobada la Constitución, cesaba la provisionalidad del Gobierno. Había de procederse al nombramiento de un Presidente no del Gobierno sino de la República y no provisional sino constitucional. Fue designado el que lo había sido del Comité revolucionario y primer Presidente provisional, don Niceto Alcalá Zamora y primer Presidente constitucional del Gobierno, el que lo era provisionalmente, don Manuel Azaña y Díaz.</div><br /><div align="justify"><br />Lo que la lógica imponía en aquel momento es convocar nuevas elecciones para el nombramiento de una Cámara legislativa, no que siguiera actuando como legislativa la que había sido elegida como Constituyente. Redactada y aprobada la Constitución, su misión había terminado. No obstante no fue disuelta; cómo la representación derechista en esa Cámara era insignificante, no quisieron renunciar las izquierdas a la mayoría aplastante de la que disfrutaban y siguieron funcionando como Cámara legislativa para, decían, redactar las nuevas leyes orgánicas que la nueva Constitución exigía ¡Como si una nueva Cámara no pudiera hacerlo!</div><br /><div align="justify"><br />El Gobierno no fue modificado. En él continuaba como Ministro de la Guerra don Manuel Azaña, que sería muy pronto su figura más destacada, para confirmarse más tarde como el hombre de la 2ª República, hasta el punto de estimarse por algún historiador que Azaña es la 2ª República. ¿Qué era políticamente este hombre que se autodefinió como burgués, liberal e intelectual?</div><br /><div align="justify"><br />Alguien ha dicho que en todo ser humano hay tres valoraciones distintas: lo que dicen que es, lo que se cree ser y lo que realmente es. Nadie le negará lo de burgués, pues fue nieto de un notario, hijo de una familia en buena posición económica, alto funcionario del Ministerio de Justicia; para admitir lo de intelectual basta con leer todo lo que escribió en sus diarios, que nadie que se interese por la Política, especialmente por lo ocurrido en España en el Siglo XX debe dejar de leer. En cuanto a lo de liberal, es ya otro cantar.</div><br /><div align="justify"><br />Marañón dijo que ser liberal no consiste en tener unas determinadas ideas políticas. Es no una manera de pensar sino una manera de ser. En Azaña son constantes las manifestaciones y las actitudes políticas que desmienten esa manera de ser liberal. Su desprecio por todos los políticos de su tiempo, sin más excepciones que las de quienes se muestran incondicionales suyos, muestran a un personaje dominante, difícil para el consenso. Como prueba del desdén con que trata a todos los políticos coetáneos, basta abrir cualquiera de sus diarios por una página al azar para encontrar palabras de menosprecio. Haré solo una cita, demostrativa de ese desprecio general. El día 28 de Julio de 1932, anota: “Por la tarde, en las Cortes, había menos gente que ayer. Quizá por eso la estupidez era menos masiva” ¡Qué encantadora la forma literaria de la expresión! ¡Cuanta soberbia en quien eso escribe!</div><br /><div align="justify"><br />Quiso Azaña transformar España mediante tres empresas: 1, eliminar la influencia de la Iglesia en la vida española, 2, transformar al Ejército en una institución que no se opusiera a los fines revolucionarios que perseguían las izquierdas; y 3, hacer la reforma agraria, dando tierras a los braceros para crear una pequeña burguesía que acabara con el caciquismo y pasara a votar a las izquierdas.</div><br /><div align="justify"><br />Ninguna de estas tres empresas incrementaría la riqueza de los españoles. Disolver la Compañía de Jesús, prohibir la enseñanza de los Colegios religiosos, superior en calidad y resultados a la pública, en nada mejoraría la riqueza española; disminuir el cuadro de generales y oficiales del Ejército, pasando la mayor parte de ellos a la reserva con retribución igual o superior a la que tenían, en nada disminuía el gasto de personal de las fuerzas armadas; expropiar tierras a unos para darlas a otros, era repartir miseria porque la agricultura española, a la que los españoles dedicaban el 70 % de su actividad, era incapaz de retribuirles suficientemente.</div><br /><div align="justify"><br />Pronto empezarían los españoles, que habían creído que con la República todos sus males serían resueltos, a ver que en nada mejoraba su situación y al propio tiempo que llegaron a esta conclusión, empezaron las protestas, los disturbios, que no estaban provocados por la oposición derechista prácticamente inexistente. El barullo, la rebeldía, procedía de los libertarios, los anarquistas que, perseguidos por la Guardia civil anteriormente, durante la monarquía, por sus ataques constantes al orden público, veían ahora unas circunstancias más propicias para atacar a la benemérita. Era Director de la Guardia civil Sanjurjo, tan bien dispuesto para el advenimiento de la República, amigo de francachelas de don Alejandro Lerroux, militar del agrado de Azaña. Sin embargo, cuando Sanjurjo tenía que asistir al entierro de un guardia civil, víctima del terrorismo ácrata, recibía la consigna de resistir toda tentación de revancha. El general Sanjurjo, formado en la guerra de Marruecos donde tantas atrocidades se cometieron, no era hombre adecuado para que nadie jugara con sus guardias al pim pam pum. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-61863260745533616752010-02-07T20:07:00.002+01:002011-09-13T11:25:42.604+02:005.- DOS GOLPES. EL 10-08-1932 Y EL 6-10-1934<div align="justify">A pesar de que el poder les fue entregado en bandeja por los monárquicos, no correspondieron los republicanos a la generosidad de sus adversarios, sino que mostraron desde el primer momento una gran aversión hacia ellos. Todavía estaba Alfonso XIII en el Palacio Real, dos horas antes de partir en coche hacia Cartagena para embarcar con destino a Marsella, es decir cuando aún era de derecho y hecho el Rey de España, y ya se había congregado en el patio de Palacio Real una masa de republicanos que coreaba “No se ha marchao, que lo hemos tirao”. Recuerdo perfectamente, a pesar de mis once años, las caricaturas suyas en la prensa en las que se le apodaba, no sé por qué “Gutiérrez” y “El felón”. Todas estas manifestaciones e insultos tan inmerecidos para quien tan correcto había sido al renunciar voluntariamente a usar de la fuerza disponible para defender sus derechos, de los que quiso hacer dejación para evitar una posible guerra civil, pueden explicarse atribuyéndolos a las masas, sobre las que tan acertadamente trató Ortega y Gasset. Lo que no tiene explicación tan cómoda es la de que el Gobierno de la República propusiera al Parlamento una disposición, y el Parlamento la aprobara, por la que se autorizara a que si el Rey entraba en España, cualquier español pudiera atentar contra él sin que tal hecho pudiera ser considerado como delito.</div><br /><div align="justify"><br />Se constituyó en dogma político una frase que refleja el gran error de la segunda República y que explica su enorme y absoluto fracaso: “La República es para los republicanos”. Azaña la repite varias veces en su diario. Una democracia, adopte la forma de república o monarquía, no es para los republicanos o para los monárquicos, sino para los republicanos y para los monárquicos, para todos cuantos se muevan y actúen dentro de los cauces de la democracia. La segunda república española negó, desde su nacimiento, la posibilidad de que los monárquicos pudieran gobernar, siendo así que en una democracia el derecho a acceder al gobierno lo determina únicamente la mayoría en el Parlamento. Esto, tan sencillo, tan lógico, era inadmisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar; ya han gobernado bastante, durante siglos; la República es para los republicanos. Después, más adelante en el tiempo y en la idea de la exclusión, diría Azaña que los españoles no comprendían que la derecha de la República tenía que ser él. Como Azaña presidía un partido de izquierda, la conclusión era lógica: no admitía como normal el señor Azaña que hubiera partidos de derecha, ni siquiera de centro, si la derecha había de ser un partido que se titulaba Izquierda republicana. Esas dos ideas de excluir en primer lugar a los monárquicos y en segundo a los republicanos de derecha o de centro, están expresa y repetidamente formuladas por el máximo personaje de las izquierdas, don Manuel Azaña, en sus “Memorias políticas y de guerra”, 2 tomos, Grupo editorial Grijalbo, obra que recomiendo por cuanto es sumamente representativa del ideario político del autor, el personaje más importante de la República, constituye un gran documento histórico de aquel tiempo y una prueba de la buena calidad literaria del señor Azaña.</div><br /><div align="justify"><br />Con esta premisa de que la República era solo para los republicanos, se convocaron las elecciones de Cortes Constituyentes por cuanto, como es lógico, la República no podía vivir bajo la constitución monárquica de 1876, suspendida por la Dictadura de Primo de Rivera. Los partidos sostenedores de la monarquía extinta, el Conservador y el Liberal, que habían dado la espalda al Rey Alfonso XIII en abril de 1931, no iban ahora a presentar candidaturas para intentar recuperar una monarquía que habían dejado en manos de los republicanos; disueltas estas dos organizaciones sus partidarios fueron unos a engrosar las filas de los nuevos partidos (en Castellón generalmente los liberales se fueron al Partido Radical) otros, los conservadores, quedaron, diremos, pendientes de destino. Faltaba un partido que, frente a los partidos republicanos, todos expresa o tácitamente revolucionarios, recogiera a todo un electorado partidario del orden, del respeto a la propiedad, de la moral cristiana, de la familia, en fin de todo aquello que ha constituido siempre el ideal del sector que en la política ha sido siempre “la derecha”. En Catarroja se dio la particularidad, aunque el caso no sería único en España, de que el Partido Liberal de la monarquía se pasó no al centro, sino a la izquierda, al partido de don Manuel Azaña. Desconozco los motivos por los que don Manuel Monforte, jefe liberal en Catarroja, que había gobernado al pueblo “de facto” durante la Dictadura, durante la que fue diputado provincial, diera un giro de tantos grados; estimo que pudo deberse a que estando ya ocupado el centro republicano por el Partido Autonomista, del que era jefe Fernando Ribes, el Alcalde, tuvo que ir un poco más allá y encontró en un hombre de la talla intelectual de Azaña el modelo a seguir.</div><br /><div align="justify"><br />Don Angel Herrera Oria, director de “El Debate”, persona y periódico de claras ideas conservadoras, antirrevolucionarias, quiso recoger en un partido que tituló Acción Nacional todo ese electorado sin brújula de monárquicos, liberales y conservadores, opuestos a las ideas revolucionarias; no lo consiguió; el Gobierno no le permitió que su partido se adjudicase el carácter de nacional, alegando que ninguna organización podía atribuirse esa dimensión, no obstante lo cual permitió que siguiera llamándose así la Confederación Nacional del Trabajo –C.N.T.-; el partido de Herrera Oria tuvo que llamarse Acción Popular, que sacó en aquella elección para las Cortes Constituyentes no más de cinco o seis diputados, uno de los cuales era José Mª Gil Robles, candidato por Salamanca. En la discusión de su acta en la correspondiente Comisión parlamentaria, hubo de intervenir varias veces; se dio a conocer, a pesar de su juventud y de su falta de experiencia en esta lid, como un gran parlamentario, reconocido incluso por los más firmes republicanos de izquierda. Don Angel Herrera encontró en Gil Robles el futuro jefe de la futura derecha para las futuras elecciones.</div><br /><div align="justify"><br />Aprobada la Constitución, constituidas las Cortes Constituyentes, fue elegido Presidente de la República el que había sido Presidente de su Gobierno provisional y anteriormente Presidente del Comité Revolucionario, don Niceto Alcalá Zamora y Torres, y Presidente del Gobierno el Ministro que más había destacado, don Manuel Azaña y Díaz, el cual formó un Gobierno de coalición republicano-socialista del que había sido excluido el Partido Republicano Radical, el que presidía el republicano más añejo, el republicano histórico, el republicano sin sombra, don Alejandro Lerroux y García. (Téngase en cuenta que Alcalá Zamora había sido dos veces Ministro con la Monarquía, que Maura había sido monárquico hasta poco antes de venir la República, que Azaña se había presentado una o dos veces a diputado, sin que fuera elegido, por el partido que presidía Melquíades Alvarez, que aceptaba la Monarquía, que Largo Caballero había sido Consejero de Estado durante la Dictadura). Azaña, jefe de un partido con escaso número de diputados, no más de treinta, estuvo asociado con Lerroux en lo que se llamó Alianza Republicana. El partido de Lerroux, en su origen tremendamente revolucionario, había evolucionado a una posición de centro que parecía ser la que correspondía a un hombre como Azaña, de familia burguesa, nieto de un notario, alto funcionario por oposición del Ministerio de Justicia, intelectual, pensador, literato. Pues no: excluyó a su antiguo socio, el señor Lerroux, se fue hacia la izquierda revolucionaria y se alió con el Partido Socialista, que bebía en las fuentes del más puro marxismo.</div><br /><div align="justify"><br />Los españoles de hoy pueden creer que el PSOE de la República era el PSOE de ahora. De ninguna manera. El PSOE de entonces era un partido claramente revolucionario, marxista, antiburgués, opuesto al liberalismo, con ideas de economía de estado, con unas juventudes, los “chibiris” que se organizaban en formaciones paramilitares, tendente todo a derrocar el sistema capitalista para, mediante la abolición de la democracia, llegar a la revolución social. Se dirá que no era eso lo que decía don Julián Besteiro ni lo que propugnaba don Indalecio Prieto, figuras destacadas del PSOE. En efecto, Besteiro era partidario de la evolución, en lugar de la revolución, lo que en definitiva venía a significar que no estaba de acuerdo en el medio, aunque sí en el fin; Prieto se proclamaba “socialista a fuer de liberal”, fórmula escasamente comprensible por cuanto liberalismo y socialismo son términos antónimos. Presumía aquel hombre, sumamente inteligente, de no haber leído nunca “El Capital” de Carlos Marx, lo que le califica más de liberal que de socialista, en esa zona de socialismo descafeinado o al menos solo aparente que es la socialdemocracia. Junto a estos dos personajes del PSOE, se encontraba otro, Francisco Largo Caballero, que era el que encajaba de pleno en el talante del partido. Largo Caballero, revolucionario, marxista, aceptaba la República y la democracia como medio para llegar a la dictadura del proletariado. Fue éste y no Besteiro ni Prieto quien dominó al partido o fue por él dominado, aceptando la denominación de “Lenin español”.</div><br /><div align="justify"><br />En ese primer período de la República constitucional que es el Gobierno presidido por don Manuel Azaña, se desarrolla una política caracterizada por la persecución de la Iglesia, la debilitación del Ejército y la reforma agraria. En otro lugar tratamos con detalle estos tres aspectos de la política de Azaña. Intentaremos ahora expresar las razones que nos llevan al convencimiento de que con esas tres empresas no se llegaba a resolver el problema fundamental de los españoles, que era la escasa riqueza nacional con relación a la de los países europeos. España no había realizado la revolución industrial de la que había sido pionera la Inglaterra del siglo XIX. Contrariamente, en esa centuria habíamos perdido todas las colonias. A una pobreza que ya venía de largo, había que unir en el inicio de la década de los 1930, la crisis económica del 29, que tanto afectó a todos los países, incluidos los más ricos. El cambio de monarquía a república hizo germinar en muchos la ilusión de que todos estos males iban a tener remedio pero la solución “escuela y despensa” que proclamara Costa no se alcanzaba prohibiendo a la Compañía de Jesús el ejercicio de la enseñanza ni quitando tierras de secano a unos terratenientes para entregarlas en dosis mínimas a unos colonos carentes de medios económicos para cultivarlas. Una enorme población de braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, veía que su situación en la República en relación con la de la Monarquía, en nada había mejorado, antes bien había empeorado aunque no fuera en razón al cambio de régimen sino al deterioro de la economía mundial. 700.000 parados españoles en aquel entonces era una cantidad pavorosa, muy superior como tragedia a los tres millones que hayamos podido tener recientemente, porque ahora hemos tenido y seguimos teniendo una economía sumergida de la que entonces carecían y unos subsidios de paro que entonces, cuando se daban, era en cuantía ínfima. La gente de mi edad recordará aquellas llamadas constantes a las puertas de las casas pidiendo limosna hombres de 30, de 35 años, físicamente sanos, con hijos a los que alimentar y sin más recursos que el de la mendicidad.</div><br /><div align="justify"><br />Esa situación general produjo, tenía que producir necesariamente, un gran trastorno social. La gran población de braceros agrícolas, sin contratación suficiente para poder alimentar a sus hijos famélicos, fue terreno abonado para que el anarquismo pudiera extenderse como una plaga por toda España; especialmente en Aragón, en Valencia y en Andalucía, la CNT-FAI adquirió una presencia notablemente superior a la de la UGT, sobre todo en la población rural. En Barcelona esa misma superioridad tenía ya origen antiguo.</div><br /><div align="justify"><br />En los núcleos rurales el desorden público tenía que ser restaurado por la Guardia civil, única fuerza pública existente en este sector de población. La benemérita se constituyó por ello en el gran enemigo de los anarquistas. En los frecuentes enfrentamientos entre ambos hubo víctimas, en números crecientes. El caso más notable fue el de Castilblanco donde, al intentar disolver la Guardia civil a los anarquistas que habían producido un desorden, fueron atacados y muertos todos los componentes del puesto. Sucedía esto en diciembre de 1931. A un hombre de la mentalidad del General Sanjurjo, Director general de la Guardia civil, formado en la guerra de Marruecos, le era muy difícil soportar que cuando, ante hechos como éste, fuera a presidir los entierros de sus guardias, recibiera del Gobierno la orden de evitar todo intento de represalia. ¿Iba él a permitir que fuerza pública a sus órdenes fuera cazada como si fueran conejos en una cacería? En el mes siguiente, enero del 32, en el desorden de una huelga en Arnedo (Logroño) la Guardia civil, atacada, disparó ocasionando la muerte de seis huelguistas. La contrariedad entre las órdenes y consignas que recibía del Gobierno y la formación y el instinto del General africano, hizo que fuera relevado del cargo en el que le sucedió el General don Miguel Cabanellas, de ideas republicanas. Sanjurjo, considerado en un tiempo como “el padre de la República”, no podía ser arrinconado. Fue nombrado Director general de Carabineros, cuerpo que por sus funciones aduaneras estaba libre de enfrentamientos con sindicalistas.</div><br /><div align="justify"><br />La oposición de los españoles respecto del Gobierno Azaña iba en aumento. La agravación del problema económico, el aumento del desorden público, las medidas de restricción de libertades políticas con una Ley de Defensa de la República que permitía al Gobierno el cierre de periódicos durante varios meses cuando estimaba que un medio de comunicación había publicado algo que atentaba a la República, potestad de la que el señor Azaña hacía uso con gran frecuencia, todo eso hizo que un hombre como Ortega y Gasset, el filósofo autor del artículo “Delenda est Monarchía”, que había abierto las puertas a la República, dijera en este año de 1932, refiriéndose a la República, aquello tan escueto pero tan expresivo, de “No es esto, no es esto”. El General don José Sanjurjo y Sacanell, máxima figura del Ejército activo (en las fuerzas armadas siempre hay un General al que se le considera como el jefe moral, de la misma manera que los gitanos siempre tienen en todo grupo colectivo un rey), el General Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, levantó contra el Gobierno a la guarnición de Sevilla, que se puso a sus ordenes. El Alzamiento fue secundado por algunos militares, pocos, en general oficiales retirados, en Madrid. Azaña, Ministro de la Guerra además de Presidente del Gobierno, tuvo conocimiento de él con anterioridad al estallido pero no quiso frustrarlo, pudiendo hacerlo; prefirió dejar que estallase para sofocarlo después, consiguiendo así inmunizarse contra posibles levantamientos posteriores. El golpe del general Sanjurjo se saldó con solo siete u ocho muertos, todos del bando de los sublevados, bien poco para esta clase de experimentos. El general rebelde fue condenado a pena de muerte por un Consejo de Guerra. El General Franco, al que le habían pedido su colaboración con el golpe de Sanjurjo, se negó diciendo, que a la República había que respetarla, que los militares solo debían alzarse cuando no hubiera más remedio y que no era esa la situación. Señalado el día del juicio por el Consejo, le pidió Sanjurjo a Franco que interviniese como su defensor. No aceptó, diciendo: Usted se ha alzado y ha fracasado; se ha ganado usted todo el derecho a ser fusilado. No obstante, Azaña indultó a Sanjurjo la pena de muerte, rebajándola a la de máxima prisión, alegando que alguna vez los españoles tenían que dejar de matarse unos a otros y que iba a ser él el que iniciase esa buena costumbre; evidencia esta idea los buenos sentimientos de quien la expone, pero no su visión política. También Alfonso XIII se fue de España para evitar una guerra entre españoles. No habían transcurrido cinco años cuando pese a los buenos deseos de estos dos españoles, sufrimos la guerra civil más cruenta de toda nuestra historia.</div><br /><div align="justify"><br />Durante un descanso en el juicio del General Sanjurjo, le preguntó un periodista: ¿Pero usted con quien contaba para derribar al Gobierno? Contestó el general: Como he fracasado, con nadie; de haber triunfado con muchos, incluso con usted. Esto nos lleva a hacer unas consideraciones sobre algo que es común a todos los levantamientos militares. En todos ellos se quejan sus promotores de no haber tenido la colaboración de muchos compañeros que la habían prometido; en todos los casos acusan de traidores a aquellos que, comprometidos con la acción subversiva, no la secundan, con lo que la condenan al fracaso.</div><br /><div align="justify"><br />Hay que tener en cuenta que los militares son, en general y con muy escasas excepciones, personas que proceden de familias económicamente no poderosas; muchos de ellos eligieron la carrera militar porque era la que tenía su antecesor, lo que les permitía gozar de un trato benevolente al ingresar en las Academias. Son frecuentes los casos en que un general es hijo de un suboficial de la Guardia civil. Un sargento o brigada de la Benemérita, que no podía llegar más que a capitán, ¿qué mejor porvenir podía ofrecer a su hijo que el ingreso en la Academia Militar donde podría llegar a general? Así, pues, nos encontramos con un jefe del Ejército, que no tiene más sostén económico que su retribución como militar. El General Mola, cuando Azaña lo separó del Ejército, tuvo que dedicarse para subsistir a escribir libros sobre ajedrez.</div><br /><div align="justify"><br />A ese militar genérico, con tan pocas reservas económicas, viene un día un compañero de estudios o de campaña a hablarle de un levantamiento que está preparando el Ejército contra el poder constituido y a preguntarle si él está dispuesto a colaborar con sus compañeros. El militar requerido se encuentra en un compromiso; si secunda el Alzamiento y éste fracasa, puede perder su carrera militar y sus medios de vida; tendría que decir que se abstiene; pero si niega su participación y el movimiento prospera se encontrará descolocado; serán los promotores y sus colaboradores quienes administrarán la victoria. Lo más prudente será decir: yo estoy con mis compañeros; si el Ejército se levanta, yo también; podéis contar conmigo. Esta será la respuesta dada a los organizadores por la mayoría de los consultados. Llegará el día X, señalado para el acontecimiento y ¿qué ocurrirá? Que la mayoría de los considerados como comprometidos por los organizadores esperará a ver seguro el triunfo, es decir, no a que se levanten los dirigentes, sino a que se levante el Ejército, o sea la mayoría de los militares; y claro está que, si la mayoría espera para levantarse a que se levante la mayoría, la mayoría no se levantará porque estará en posición de espera. Claro está que el General Sanjurjo había recibido adhesiones que le fallaron; hombre ingenuo e impulsivo creyó que solo con su nombre y el prestigio que tenía entre sus compañeros, conseguiría que el Ejército se uniese en torno a él; debió pensar en lo que había respondido el General Franco, mucho más sagaz y desconfiado. En el Alzamiento de Julio del 36, tuvimos varias pruebas de esto. El General Aranda, en Oviedo, estuvo quince días dudando hacia qué bando inclinarse. En un principio estuvo con el Gobierno; facilitó el envío de mineros a luchar contra los militares sublevados, para después alzarse él y situarse entre los rebeldes. En la 3ª región militar tenía que hacerse cargo de la sublevación el general González Carrasco, que antes del 18 de julio estaba en Valencia para realiza su misión, pero esperó; vio que fracasaba en Madrid y en Barcelona, donde eran fusilados los generales Fanjul y Goded, respectivamente; que la ciudad sublevada más próxima era Teruel, el general sublevado que tenía más cerca era Cabanellas en Zaragoza, porque el otro más próximo era Queipo en Sevilla; debió medir mentalmente las distancias y pensar: ¿Qué hago yo aquí, aislado? Lo estuvo pensando unos días; las tropas acuarteladas en Paterna, esperando órdenes del general; hasta que un sargento, Fabra, fomentó un motín dentro de los cuarteles, se cargaron a unos cuantos oficiales comprometidos y terminó la situación de espera.</div><br /><div align="justify"><br />Volvamos al golpe del 10 de agosto de 1932. El Alzamiento del General Sanjurjo no iba dirigido contra la República, a favor del restablecimiento de la monarquía, sino a favor del restablecimiento del orden público y en contra del Gobierno Azaña y de la autonomía catalana, que era para el general Sanjurjo, como para muchísimos españoles, no un fin sino solo un medio para alcanzar la independencia. No convenía a las izquierdas esta versión de los hechos sino la de que era un movimiento de las derechas en contra de la República votada por el pueblo. En ese tiempo estaba Gil Robles dedicado a la enorme tarea de aglutinar en una coalición no solo a toda la gente conservadora, antirrevolucionaria, dentro de la Acción Popular, del que era jefe, sino a todas las derechas regionales en una confederación que se aliara con Acción Popular. Estas Derechas Regionales eran autónomas (autónomas, no autonomistas), es decir no formulaban para España una organización que dividía al país con esas Comunidades Autónomas que hoy conocemos; eran autónomas en el sentido de que esa Derecha no había formado un Partido de ámbito nacional, sino que lo había hecho por zonas, de forma que cada una de esas Derechas estaba provista de personalidad propia, sin dependencia del resto de las otras Derechas Regionales; lo que Gil Robles intentaba hacer es que todas esas Derechas independientes se uniesen no en un partido único sino en una Confederación. Lo consiguió al constituirse la Confederación Española de Derechas Autónomas, cuyas siglas CEDA se harían famosas. La CEDA se alió con la Acción Nacional, de Gil Robles, que se hizo cargo de la presidencia. La Derecha Regional más importante fue la valenciana, dirigida por Luis Lucia, que pasó a ser Vicepresidente de la CEDA. En esa metamorfosis de que unas derechas independientes y aisladas, se unieran entre sí y posteriormente con un partido creado por la Acción Nacional de Propagandistas del diario El Debate, obra todo de su director Angel Herrera Oria, el golpe ingenuo del General Sanjurjo no podía sino constituir un gran contratiempo para la consolidación de aquel gran bloque de la derecha, debido al empeño de las izquierdas en atribuir la inspiración del golpe militar de Sanjurjo a los derechistas, sus adversarios. Desde donde se mire y en conjunto el golpe de Sanjurjo fue un gran error de su mentor, que favoreció en gran manera, aunque ese no fuera su propósito, a las izquierdas en general y muy particularmente al Gobierno del señor Azaña, que tomaba oxígeno cuando tanta falta le estaba haciendo. Pues bien: para la historia ha quedado escrito, aunque no por todos los historiadores, que la tontería del General Sanjurjo, sin apoyo de sus compañeros de armas, y con evidente enfado por parte de Gil Robles, fue una maniobra de la derecha española que buscó el apoyo militar para recuperar la monarquía perdida.</div><br /><div align="justify"><br />Don Manuel Azaña continuó gobernando y teniendo que hacer frente a la multitud de problemas sociales y de orden público que le creaban las clases trabajadoras, en especial los braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, sobre todo en zonas de monocultivo como era Andalucía. En una aldea de la provincia de Cádiz, Casas Viejas, hubo una huelga de braceros que atacaron a la Guardia civil. Era Ministro de la Gobernación Santiago Casares Quiroga incondicional de Azaña y Director General de Seguridad don Arturo Menéndez. Enviados refuerzos de la benemérita, no pudieron sofocar a los rebeldes, que proclamaron el comunismo libertario y ocuparon fincas ajenas. Varios de ellos se encerraron en una choza de la que se negaron a salir a pesar de los constantes requerimientos de que fueron objeto por un segundo refuerzo, una Compañía de Asalto, al mando del Capitán Rojas. Personado en la choza un enviado de la fuerza pública para parlamentar con los rebeldes, previo acuerdo con ellos, fue retenido y asesinado. Los de Asalto incendiaron la choza; al salir los rebeldes dispararon sobre ellos, matándolos; después llevaron a varios huelguistas para que vieran lo que había ocurrido y ante algún gesto de desafío mataron a varios de estos huelguistas. Preguntado el Presidente del Gobierno en el Parlamento sobre lo ocurrido en Casas Viejas, contestó que había ocurrido “lo que tenía que ocurrir”. Si añadimos a la gravedad de los hechos el interés de la oposición por explotar a su favor los errores en que pueda caer el gobierno, podemos imaginarnos, sin ningún esfuerzo, el escándalo que estalló en el asunto de Casas Viejas: unos pobres jornaleros agrícolas andaluces, desconfiando de una reforma agraria que no llegaba nunca, con una economía sumamente precaria, agravada en aquel tiempo por una crisis económica mundial, se habían manifestado, protestando de forma violenta por la situación dramática en que se encontraban; el Gobierno, en lugar de reconducirles pacientemente a la legalidad, prestándoles las ayudas necesarias para superar la crisis, había actuado contra ellos con todo el rigor permitido por las armas de que dispone la fuerza pública. Se extendió por toda España la noticia de que al darse cuenta al Presidente del Gobierno, don Manuel Azaña, de lo que estaba ocurriendo en Casas Viejas, respondió: No quiero heridos ni prisioneros: tiros a la barriga. Probablemente este detalle no obedeciera a la realidad; tales expresiones no parecen propias del carácter del señor Azaña, pero sí que es cierto que el capitán Rojas, que mandaba la Compañía de Asalto y que ordenó las ejecuciones manifestó haber recibido ordenes superiores que le conminaron a que, como fuera, en un plazo corto de unos minutos, terminase aquello. ¿Cuál era el origen de esta orden? Siguiendo el hilo en un sentido ascendente se llegó al Director General de Seguridad don Arturo Menéndez, que reconoció haber dado la orden, de la que exculpó al Ministro y al Presidente del Gobierno. El Director General de Seguridad, señor Menéndez, fue procesado y condenado mientras el Ministro y el Presidente del Gobierno no fueron ni siquiera procesados. No sabían nada.</div><br /><div align="justify"><br />Examinando la cuestión con espíritu crítico imparcial, es difícil creer libres de pecado a los señores Casares y Azaña. Los Tribunales estimaron que la orden de acabar con la rebelión, como fuera, en el plazo de unos minutos, fue dada y que partió de la Dirección General de Seguridad, pero no se estimó que fuera aprobada, ni siquiera conocida, por el Ministro ni por el Presidente. Cabe pensar, dentro de una lógica elemental, que el Director General de Seguridad, en un caso de vulneración del orden público, en un hecho individual o de escasa trascendencia aunque sea colectivo, tome una decisión determinada, de carácter ordinario, sin consultar con su superior, el Ministro de la Gobernación. Si para resolver todos y cada uno de los casos que se le presentaran, consultara con el Ministro, sobraría el Director General. Pero lo de Casas Viejas no era un caso individual, ni intrascendente; su desarrolló ocupó todo un día; el Ministro y el Presidente del Gobierno tuvieron que seguirlo minuto a minuto. ¿Cómo se puede comprender que una decisión de acabar aquello “como sea” y “en quince minutos” se tomase por el Director general sin que su Ministro y el Presidente del Gobierno fueran ajenos a tal resolución? El caso, dicho sea entre paréntesis, tiene una evidente semejanza con la creación posterior del GAL y con los señores Vera, Barrionuevo y González.</div><br /><div align="justify"><br />Aquella matanza de Casas Viejas, hizo subir la tensión a todos los partidos políticos; a las derechas les venía muy bien aquello porque, consideradas siempre como opresoras y explotadoras de los pobres, se encontraban con un Gobierno de izquierdas que los había machacado; al centro radical de Lerroux porque, despreciado por el señor Azaña, se beneficiaría de su impopularidad ya que en política las transferencias de votos siempre se hacen entre los partidos más próximos y Lerroux y Azaña habían formado antes la Alianza Republicana; los radicales socialistas, que formaban Gobierno con Azaña se dividieron en dos grupos, uno que le seguía apoyando y otro que se puso enfrente, hasta el punto de que la denuncia al Parlamento la presentó un radical-socialista disidente Gordón Ordás; los socialistas no podían ponerse al lado del gobierno, exponiéndose a que los trabajadores viesen como sus únicos defensores a la CNT; por último los anarquistas, que en Andalucía tenían una gran fuerza estallaban de indignación porque, precisamente, eran ellos los que había iniciado el conflicto en Casas Viejas y ellos, especialmente, los que habían sufrido las consecuencias.</div><br /><div align="justify"><br />Pues bien: a pesar de todo esto, presentada una moción de censura al Gobierno, no fue aprobada. ¿Por qué? Ninguno de los partidos de izquierdas admitía formar un Gobierno con intervención del Partido Radical, de Lerroux. Socialistas y radicales-socialistas no reunían mayoría suficiente, aparte la división interna en cada uno de estos partidos; tampoco Lerroux conseguía esa mayoría aliándose con los conservadores, porque la derecha disponía de muy pocos diputados; en suma, si el Gobierno Azaña caía no había combinación que le sucediera. Con una gran mayoría en contra del Gobierno Azaña, el Gobierno Azaña continuó, a trancas y barrancas hasta que el Presidente de la República, viendo que aquello no podía continuar, decretó la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones, que se celebraron el 19 de noviembre de 1933.</div><br /><div align="justify"><br />La transformación política que la proclamación de la Republica había originado en toda España tuvo su proyección en todos y cada uno de sus municipios. Ya hemos dicho que en Catarroja el Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte se transformó en Izquierda Republicana, que presidía en España don Manuel Azaña. El Partido Conservador, del que había sido jefe Miguel Peris Diego perdió a su líder al ser éste asesinado en 1920 o 1921, siendo Alcalde. Le sucedió en la Alcaldía su hermano, Pascual Peris Diego, padre de quienes después serían médicos, con clínica de mucha fama en Valencia, los hermanos Pascual y Juan Peris Asins, a quienes tanto les debe Catarroja por el excelente y generoso trato que han brindado siempre a sus paisanos.</div><br /><div align="justify"><br />No fue el señor Peris Diego, excelente agricultor, hombre con excesiva vocación política; esto y el hecho de que al venir la Dictadura el gobierno del pueblo estuviera en manos del Partido Liberal, hizo que el Conservador, viera disminuido el número de sus seguidores, máxime cuando al proclamarse la República surgieron otros partidos; los enemigos de los liberales pudieron adscribirse al Partido Autonomista, de Ribes, enemigo de don Manuel Monforte; otros se fueron a la Derecha Regional Valenciana, partido de derechas. El conservador. Pascual Peris Diego, que antes de la República ocupó de nuevo la Alcaldía, durante el Gobierno Berenguer, lo hizo no como jefe de un partido sino, probablemente, como contribuyente agrícola, de la misma forma en que después sería Alcalde Ribes como industrial. Al venir la República el Partido Conservador pasó a ser el Partido Agrario. Era éste un partido político que, como su nombre indica, pretendía encontrar su clientela en el gran conjunto de ciudadanos que vivían del cultivo de la tierra. Lo presidía desde Madrid un tal señor Martínez de Velasco, que era Letrado del Consejo de Estado, uno de los Cuerpos más selectos del funcionariado español, al que pertenecía también el propio Presidente de la República don Niceto Alcalá Zamora de quien el señor Martínez de Velasco era, además de compañero, muy buen amigo en lo personal. Este Partido Agrario, presidido por un funcionario técnico de alto linaje, no encontró arraigo en España, donde se limitó a tener un escaso número de diputados, que se aliaron siempre con la derecha. Tampoco en Catarroja tuvo éxito.</div><br /><div align="justify"><br />La Derecha Regional Valenciana abrió su local en lo que hasta el año 2000 y desde antes de 1950, fue la Sociedad ABC, hoy extinguida. La finca pertenecía a la familia de los “Barriños” y fueron éstos, los hermanos Juan, Rafael y Francisco Ramón Raga, los pioneros y promotores de este partido de derechas, que sería clausurado a partir del 18 de julio del 36 y perseguidos y asesinados algunos de sus componentes.</div><br /><div align="justify"><br />En cuanto a los partidos de izquierdas, fueron mucho más numerosos. Posiblemente el más antiguo, al menos en nuestro recuerdo, fue un casino instalado en la calle Nueva, lindante a la izquierda mirando a fachada con el establecimiento de “Lloranset”. Su título era: Centro Instructivo Republicano”. De allí salió Fernando Ribes para fundar su Partido Autonomista, abriendo local en la calle Mayor. De allí salieron los hermanos apodados “Ponent” para fundar otro partido, creo que el Radical Socialista que abrió local en la esquina de la calle de Palucie y Francisco Llorens, en lo que después sería, durante muchos años, Sindicato Arrocero, y hoy el establecimiento “La Bodega”. De este Partido Radical-Socialista salió Juan Antonio Catalá Raga, corredor de fincas, quien después del triunfo del Frente Popular sucedió como Alcalde a Fernando Ribes. Otro partido de izquierdas, cuyo nombre desconozco, se abrió en la calle Nueva, creo que en lo que es hoy zapatería de los hermanos Peris. En lo que hoy es Banco Español de Crédito, en la plaza Nueva, estaba el Partido Reformista, que presidía en lo nacional don Melquíades Alvarez, asturiano, gran orador del que oí decir que pronunció un discurso en el Parlamento de la monarquía que duró SIETE HORAS. ¿Cabe en un régimen político mayor demostración de tolerancia? Este Partido Reformista no era monárquico ni republicano, era un partido anfibio, que aceptaba las dos formas de gobierno. Don Manuel Azaña se amparó dos veces en don Melquiades para presentarse como candidato a Cortes, sin lograr el triunfo. Después se hizo republicano. Siendo Presidente de la República, durante la guerra, tuvo que ver como en la fosa de Paracuellos arrojaban el cadáver de don Melquiades, a quien tanto apreciaba. El jefe de los progresistas de Catarroja era un señor que tenía un molino de arroz, junto al garaje de El Turco, creo que se apellidaba Peris, conocido por “El moreno de la Maca”, que sería después padre político de Francisco Izquierdo, convertido en constructor. Y ya solo nos queda, para agotar el censo de partidos, uno minúsculo, que abrió su local en un piso de la carretera, aproximadamente en lo que hoy es la finca donde está la Notaría. Era una casa de planta baja y un piso alto; en éste se abrió el casino de un partido que la gente llamó “La cambreta”, que creo que era el que presidía un diputado por Alicante apellidado Botella Asensi. El personaje más destacado de este partido de izquierdas en Catarroja era el que después de la guerra sería, durante cinco o seis años, Alcalde y Jefe local del Movimiento: Rafael Canet Soria.</div><br /><div align="justify"><br />Cerramos el censo de esta clase de locales con otro muy distinto de todos los citados. Estaba en la esquina de la calle de las Moreras y la de Músico Serrano (barrer Arc), un local que en otros tiempos ha sido barbería o tienda de comestibles. En este local, a diferencia de los otros que eran sedes de los partidos, no se jugaba con cartas ni con fichas de dominó; no había servicio de bar o café. Esos eran usos burgueses que no encajaban en la gente que allí se reunía. Aquello no era un partido; era algo muy superior. Su titulo en la fachada bien lo indicaba: “Centro científico de divulgación social”.</div><br /><div align="justify"><br />Eran los anarquistas.</div><br /><div align="justify"><br />Celebradas las elecciones del 18 Noviembre 1933, ofrecieron un resultado muy favorable a los partidos de centro y de derecha; hubo por tanto un retroceso importante en los partidos de izquierdas; de los 473 diputados que componían el Parlamento fueron elegidos: 115, (24,31%) CEDA; 79 (16,70 %) Radical, de Lerroux; 55 (11,63) % PSOE; 29 (6,13 %) Agrarios; 10 (2,11 %) Izquierda Republicana, de Azaña. El descalabro de las izquierdas era menos real que aparente; el sistema electoral de entonces, al igual que el actualmente vigente, favorecía a los partidos más votados, o sea que los partidos con más votos recibían, proporcionalmente, más diputados que los partidos menos votados. No obstante, la desunión de las izquierdas y el Gobierno Azaña que había durado dos años, había traído como consecuencia una descomposición del electorado de izquierda y una reorganización de las fuerzas conservadoras tan desmoralizadas al final de la Monarquía. Es éste, a nuestro entender, un momento decisivo que determinará la consolidación o la liquidación de la joven segunda república española, punto sobre el cual vamos a exponer unas consideraciones previas. La diferencia entre las dos formas de gobierno, Monarquía o República, no afecta más que en el modo de acceder a la jefatura del Estado; en la Monarquía por herencia de la familia reinante; en la República por elección directa o indirecta; los inconvenientes del sistema monárquico se encuentran en que la sucesión hereditaria pueda llevar a la cumbre del Estado a un señor carente de las condiciones necesarias para tan alta función; los inconvenientes del sistema republicano están en que quien ocupa la más alta magistratura, quien tiene facultad arbitral y como principal cometido ejercer un poder moderador entre los partidos contendientes, pertenezca a uno de ellos. Si la monarquía y la república son constitucionales y admiten el libre juego de los partidos políticos, esa será la única diferencia; es decir, en un sistema democrático basado en la existencia de partidos, lo fundamental son los partidos y lo accesorio la forma de provisión de la jefatura del Estado.</div><br /><div align="justify"><br />Cuando se instaura la segunda república española, el Parlamento condena a Alfonso XIII porque como jefe del Estado aceptó la Dictadura de Primo de Rivera, que suspendió la Constitución de 1976, que establecía una Monarquía como forma de gobierno. Lo grave era que se había subvertido el orden constitucional, tomando el Gobierno un Directorio militar que actuaba sin oposición por la falta de los partidos políticos.</div><br /><div align="justify"><br />El error de la República de 1931 fue considerar desde su inicio que la República era solo para los republicanos: una democracia no puede excluir a ningún partido de su derecho a gobernar; ni la Monarquía puede poner el veto a los republicanos, ni la República a los monárquicos; gobernará, según los principios democráticos, quien obtenga en el Parlamento el número de diputados que le den la mayoría suficiente. El ejemplo, bien claro y evidente, lo hemos tenido en la vigente monarquía española: el PSOE es un partido históricamente republicano; a ninguno de sus miembros le hemos oído decir nunca que sea partidario de la monarquía; algunos sí que han dicho que son juancarlistas, pero esto no es ser monárquico; a uno puede gustarle mucho Guardiola y no ser del Barsa o Raul y no ser del Madrid; a mí personalmente hay varios personajes del PSOE que me gustan mucho sin que por ello me sienta socialista.</div><br /><div align="justify"><br />Es evidente, y no hace falta la insistencia para admitirlo, que el PSOE es un partido republicano que ha gobernado en España durante trece años respetando y guardando una Constitución española que restableció una monarquía parlamentaria; no hay en ello la más mínima incongruencia porque lo fundamental en el sistema es el juego libre de los partidos políticos ¿Por qué la República de 1931 tenía que ser una exclusiva, un coto para los republicanos, vedado para los monárquicos?</div><br /><div align="justify"><br />Acción Popular y la CEDA no se declararon partidarios de la República, pero tampoco servidores de la monarquía. Simplemente, no se manifestaron sobre esta cuestión; aceptaron una Constitución que declaraba al Estado republicano y se movieron dentro de ella. ¿Qué de haber obtenido algún día la mayoría necesaria hubieran reinstaurado la Monarquía? No es probable porque dentro del concepto global de derechas no eran mayoritarios los monárquicos que, además, estaban divididos entre carlistas y alfonsinos. Pero en el caso de que hubieran logrado esa mayoría de monárquicos ¿por qué tenían que privarse del derecho legítimo de volver a la monarquía? ¿Pues no reside en la voluntad de la mayoría, según los principios democráticos, la soberanía del pueblo?</div><br /><div align="justify"><br />Visto el resultado de los escrutinios, que daban como partido vencedor de las elecciones a la CEDA, previendo que se encargara de la formación de gobierno al señor Gil Robles, se presentó don Manuel Azaña en el domicilio de don Diego Martínez Barrios para pedirle que anularan las elecciones. Martines Barrios, grado máximo de la Masonería española y andaluz, persona moderada y capaz, pertenecía al Partido Radical, de Lerroux; era, después del jefe, el político más destacado, al que se veía como sucesor de don Alejandro; representaba en el partido el ala izquierdista. El Presidente de la República, Alcalá Zamora gustaba de cultivar a las segundas figuras de los partidos, estableciendo con ellos una relación de protección amistosa en perjuicio de las primeras figuras; era una de las prácticas maniobreras y caciquiles del político de Priego. Para presidir las elecciones de Noviembre de 1933 había entregado el decreto de disolución no a Lerroux sino a su segundo, Martínez Barrio, lo que, en cierto modo, había sido prudente porque el sevillano, político de un partido de centro, estaba muy bien visto por las izquierdas, que fueron siempre la preocupación de don Niceto.</div><br /><div align="justify"><br />Aquí tenemos a don Manuel Azaña, al día siguiente de las elecciones pidiéndole al jefe del Gobierno que las declare nulas porque ha ganado la derecha y eso es un desastre que ellos no deben permitir, porque la República no puede ser gobernada por las derechas. Le responde el Presidente que él no puede anular unas elecciones, que han sido correctas, porque las haya ganado un determinado partido. A los dos o tres días vuelve Azaña a reiterar su petición y, ante la negativa de don Diego, le encarga Azaña que consulte con el Presidente de la República. Elevada la consulta Alcalá Zamora rechaza la insólita pretensión de Azaña de anular unas elecciones porque a él no le gusta el resultado. Esta gestión reiterada de don Manuel Azaña tan contradictoria en quien es hoy presentado como la máxima expresión del espíritu democrático, sería increíble si hubiera sido relatada por uno de sus enemigos políticos. Lo curioso del caso es que el relato lo hace en sus memorias el mismo don Diego Martínez Barrios que, si en aquel momento pertenecía al Partido Radical de don Alejandro Lerroux, meses después se separó de él para fundar un partido de izquierda moderada, Unión Republicana, muy bien relacionado siempre con Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Personalmente, Martínez Barrio fue siempre un admirador entusiasta de don Manuel, y basta leer sus memorias para advertir cuán noble, sincera y profunda era esa admiración que reviste de total veracidad a un relato en el que tan debilitado queda el ánimo democrático de don Manuel Azaña, al menos en aquel trance.<br />La amenaza de las izquierdas al Presidente de la República fue tajante: si daba el poder a las derechas, las izquierdas se levantarían; habría una guerra civil.</div><br /><div align="justify"><br />Alcalá Zamora, católico practicante, dos veces ministro en la Monarquía, hombre moderado, maniobrero, pastelero, no tuvo arranque suficiente para resistir la coacción. En la práctica democrática, después de unas elecciones legislativas, el jefe del Estado debe encargar la formación de gobierno, al partido que haya sacado mayoría absoluta; de no darse esta circunstancia al jefe de la minoría que haya obtenido mayor número de diputados; sucesivamente a los demás jefes de minorías, hasta que alguno de ellos encuentre las alianzas necesarias para disponer de una mayoría. Lo procedente, por tanto, era encargar la formación de gobierno a Gil Robles. El argumento para no hacerlo así fue el de que ni la CEDA ni Acción Popular se habían declarado republicanos, lo que les privaba del derecho a gobernar la República, razón equivalente a que se dijera hoy que el PSOE o Izquierda Unida, por republicanos, no pueden tener ministros en un gobierno.</div><br /><div align="justify"><br />El veto a que pudiera gobernar la minoría más importante del Parlamento alcanzaba a que ni siquiera podía tener ministros en un gobierno dominado por los republicanos. Lo curioso del caso es que Gil Robles respetó esta absurda prohibición. Si hubiera albergado los deseos que le atribuían de acabar con la República, hubiera aprovechado este desafuero para atacarla de frente porque el abuso no podía ser más manifiesto. En lugar de esto transigió. El Gobierno lo formó don Alejandro Lerroux con una mayoría de miembros de su Partido Radical más algún agrario o independiente pero, de ningún modo, con participación, ni siquiera mínima, de la CEDA de Gil Robles. Como el Partido Radical, ni aún contando con el Partido Agrario y con algún otro partido de centro como el Liberal Demócrata de Melquiades, podía alcanza mayoría, tenía que gobernar con la aquiescencia del jefe de la derecha, que era quien en el Parlamento tenía que defender, generalmente, los proyectos legislativos que presentaba el gobierno. La situación era perfectamente absurda. Un partido que no puede gobernar, que no puede tampoco estar en la oposición, porque tiene que defender en el Parlamento un proyecto político que no es el suyo, pero que no puede realizarse si ese partido réprobo no lo aprueba y defiende. </div><br /><div align="justify"><br />Así funcionó la política y la gobernación del país, con cambios frecuentes de presidentes y ministros del gobierno, hasta que en Octubre de 1934, once meses después de haber ganado las elecciones la CEDA, se constituyó un gobierno con doce ministros, tres de los cuales pertenecían a la derecha de Gil Robles; el resto venían de otros partidos centristas, eran independientes o del Partido Radical, que era el dominante. Como la CEDA era una organización amplia en la que cabían monárquicos, republicanos, católicos, conservadores, liberales y socialcristianos, eligió Gil Robles a tres personajes de entre los menos típicamente derechistas, uno de los cuales, el más destacado, era don Manuel Jiménez Fernández, catedrático sevillano, declarado republicano, socialcristiano, pudiéramos decir un cristiano de izquierdas. Este señor, que intentó como Ministro de Agricultura realizar una política social a favor de los trabajadores agrarios, se opondría después al Alzamiento Militar del 18 de julio; pasados bastantes años, fue maestro y protector de Felipe González, al que inició en las Hermandades Obreras de Acción Católica. El Ministro de Trabajo, Anguera de Sojo, había sido Fiscal del Estado en la etapa del Gobierno Provisional, luego era republicano inequívoco. El tercero, Aizpún, era un político moderado incoloro. La actitud de Gil Robles aportando como ministros a un gobierno republicano a tres de los personajes de que disponía más alejados de la derecha pura, no aplacó las iras de las izquierdas. La amenaza constantemente repetida de que si las derechas tomaban poder, se levantarían las izquierdas, no se había hecho solamente para asustar; fue una realidad que se mostró rotunda e implacable. En el Parlamento, dijo Prieto, en Julio de 1934, dirigiéndose a un gobierno republicano-radical apoyado por la CEDA.: “Habrá una lucha entre las dos Españas. Nos habíamos hecho la ilusión de veros junto a nosotros. Pero el Partido Socialista jura aquí poner el máximo empeño en impedir que la reacción se apodere de España”. Azaña, por esos mismos días, en un mitin en el Cine Pardiñas de Madrid: “Antes que una República entregada a fascistas y monárquicos, preferimos cualquier catástrofe, aunque nos toque perder y derramar sangre”. Si a todo esto se añade que se consideraba fascistas a los partidos de derechas, por democráticos que fueran, no extrañará nada de lo que ocurrió tres meses después. </div><br /><div align="justify"><br />El 6 de octubre de 1934 estalló en Asturias una rebelión de los mineros y en Cataluña otra de los separatistas, contra una República que permitía la atrocidad de admitir en un gobierno de trece miembros, a tres diputados que no eran monárquicos ni fascistas, que pertenecían a un partido de derechas que era al que mayor representación le había conferido el pueblo en las últimas elecciones. </div><br /><div align="justify"><br />En Barcelona Luis Compañas, manifiesta a los catalanes que, ante el asalto al poder, perpetrado por las fuerzas fascistas, él como Presidente de la Generalidad proclama el Esta Cátala dentro de la República Federal Española y ordena al General Bate, jefe de la 4ª División Orgánica, lo que hoy llamamos Capitán General de Cataluña, que se ponga a sus ordenes. Batet, catalán de nacimiento, militar de profesión, en contacto con el Gobierno de Madrid, contesta a Company comunicándole el Bando por el que se declara el estado de guerra. </div><br /><div align="justify"><br />Don Manuel Azaña se había trasladado a Barcelona dos o tres días antes de ese ataque contra la Constitución y, por tanto, contra la República. Alojado en un hotel, había celebrado varias entrevistas y conferencias con personalidades políticas catalanas de su propio partido y de la Esquerra, y con Consejeros de la Generalidad. Antes del estallido, había dejado el hotel y se había escondido en casa de un amigo. Esta actitud y sus manifestaciones del mes de julio que hemos literalmente citado, daban motivos para sospechar con toda lógica que el señor Azaña era, por lo menos, cómplice del levantamiento del que era autor el señor Companys. Azaña lo niega de manera terminante, razonada y creíble, en su diario. Nunca tuvo don Manuel sentimientos simpatizantes con el separatismo, al que atribuye repetidamente (léase la “Velada en Benicarló) una de las mayores causas, si no la mayor, de la derrota republicana en la guerra civil. En una ocasión llega a decir, no recuerdo cuando ni donde, que para que España subsista es necesario, cada cincuenta años, bombardear Barcelona. Recuerdo que al ser detenido, fracasada la rebelión separatista de Barcelona, se publicó una viñeta en una revista semanal “Gracia y Justicia”, en el que, al ser descubierto su escondite y detenerle, preguntaba don Manuel a la fuerza pública: ¿Por qué me detienen? Uno de los guardias le respondía con otra pregunta: ¿Por qué te escondes? La respuesta a esta última pregunta no estaba, probablemente, en la presunta complicidad y sí en la tendencia de don Manuel Azaña a no afrontar las situaciones que exigen para ser superadas una dosis, aunque sea mínima de valor. El dúo Gil Robles – Lerroux, intentó por todos los medios lícitos demostrar la culpabilidad de don Manuel Azaña en los sucesos de Octubre del 34 en Cataluña; los tribunales absolvieron al acusado, que incrementó su popularidad, tan de capa caída desde la tragedia de Casas Viejas, revistiéndose de mártir de una persecución que había terminado con una declaración judicial de su inocencia. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-14297562828290733222010-02-07T20:06:00.004+01:002011-09-13T11:27:40.719+02:006.- LA REFORMA MILITAR DE AZAÑA<div align="justify">Una de las características de Azaña era su enorme capacidad de desdén hacia la mayoría de las personas con las que trataba. Esto era, en parte, consecuencia de la superioridad intelectual del personaje sobre la gente de su entorno. Azaña era hombre rico en matices, fino en la percepción de las cosas, capaz de deleite en lo sutil, impermeable a todo lo chabacano y vulgar. Todo esto, que era una virtud, se convertía en defecto cuando al compararse con el prójimo se veía a sí mismo superior en todo, sin tener en cuenta sus propias limitaciones. En sus múltiples juicios sobre los demás, en las valoraciones que hacía no solo de sus adversarios sino también de sus propios compañeros, mostraba, sin disimulo, una imponente soberbia. Cuando eso no ocurría, cuando en su referencia a un ser próximo a él no aparecía el desdén, el desprecio, es porque era persona dócil, sumisa. Así, mientras hombres de gran valía política como Indalecio Prieto, muy superior a Azaña como político, como Ortega y Gasset muy superior en intelecto, eran tratados con pluma acerada, otros como Casares Quiroga y Giral, anodinos, carentes de personalidad, eran tratados sin menosprecio, con respeto, aunque nunca, desde luego, con alabanzas. </div><br /><div align="justify"><br />Azaña escribía muy bien y ahí están como muestra su “Velada en Benicarló”, su “Cuadernos de la Pobleta” y sus extensos diarios, todo recomendable por su valor literario aunque se discrepe de los contenidos políticos; tenía una oratoria no florida y ágil como la de Ortega, no grandiosa y solemne como la de Castelar; la de Azaña era concisa, precisa, exacta, podríamos decir puramente castellana, nada exuberante ni barroca, pero envuelta siempre en un elegante desdén hacia el adversario. Hay dos opiniones sobre Azaña que nos muestran algo de su compleja personalidad. Unamuno, el gran excéntrico, dijo de él: Cuidado con Azaña; es un escritor que no tiene lectores; sería capaz de hacer una revolución con tal de que le leyeran. Gordón Ordás, político leonés, de izquierdas como Azaña, le calificó como “eximio intelectual, pésimo político”. </div><br /><div align="justify"><br />Pues bien: este hombre de fina inteligencia pero poco afectivo, fue el encargado de hacer la reforma del Ejército que España necesitaba. Para opinar sobre la idoneidad de Azaña para esta misión, lo primero que hay que considerar es la diferencia entre el intelectual y el militar típicos. El intelectual se mueve en terrenos del raciocinio, flotando siempre en la duda, no acepta el dogma, sobre nada está dicha la última palabra; el militar se mueve en el campo de la disciplina, “las ordenes no se discuten”, “ordeno y mando”; acertará o no en sus decisiones, pero nunca debe dudar; tomada una decisión, previo el estudio necesario, la ejecutará con firmeza; todos a una. En una entrevista de César González Ruano al teniente coronel legionario Francisco Franco, aludió el gran periodista al valor personal del militar entrevistado. Respondió éste que eso carecía de méritos propios, que era fruto de las enseñanzas de las Academias militares. Replicó el entrevistador que no sería solo eso porque todos recibían la misma enseñanza y no todos mostraban el mismo valor. Cerró Franco el tema diciendo: Bien, pues si hay algo más no es más que la decisión de aguantar el miedo un poco más que el enemigo. </div><br /><div align="justify"><br />Podría decirse que la fuerza del intelectual está en el raciocinio mientras la fuerza del militar está en la voluntad, en el valor. Azaña, junto a un potente intelecto, era presa de una enorme cobardía, de la que dio prueba en varias ocasiones. Cuando Alfonso XIII abandonó España para que el Comité Revolucionario proclamara la segunda república, esperaban los miembros del Comité una transmisión de poderes desde los Ministros de la extinta Monarquía a los del nuevo Gobierno Provisional de la República. Así debió hacerse en consonancia con lo pacífico del cambio y la generosidad de quienes dejaban el poder. No fue eso lo que sucedió; el desbarajuste del Gobierno del Almirante Aznar fue tal que, decidida la marcha del Rey, se disolvieron y, sin más, se fue “cada mochuelo a su olivo”. </div><br /><div align="justify"><br />Azaña, cuando el Alzamiento de Fermín Galán, se había escondido y, aunque Mola, Director General de Seguridad, sabía donde estaba, no fue preso ni juzgado, como lo fueron Alcalá-Zamora, Maura, Largo Caballero, y Fernando de los Ríos. Celebrada la elección del 14 de abril o quizá un poco antes, cuando ya no había peligro, dio fin a su reclusión. El 14 de abril, cuando el Rey inicia su exilio, Azaña está ya en el Comité Revolucionario. Estamos en ese momento en que las calles de Madrid están llenas del gentío que espera la proclamación de la república. La llamada del último gobierno monárquico no llega. ¿Qué hacemos? Maura, el más decidido, apunta: Ir al Ministerio de la Gobernación y tomar el poder que han dejado en la calle. Azaña se opone: De ninguna manera; oficialmente el Gobierno no ha cesado y con lo que Maura propone nos pueden procesar por sedición. Dudas. Al final triunfa la proposición de Maura. Suben los futuros Ministros en varios coches y se dirigen al Ministerio de la Gobernación, que estaba entonces en la Puerta del Sol, en el edificio que sería después, durante muchos años Dirección General de Seguridad, hoy sede, creo, de la Comunidad Autónoma de Madrid. El público, al ver los coches con los nuevos ministros, les aclaman, les saludan, les vitorean, apenas les dejan avanzar; más de dos horas tardaron en recorrer un trayecto que habitualmente se hacía en quince minutos. Maura comenta en su recomendable libro “Así cayó Alfonso XIII” que uno de los ministros que iba en el mismo coche que Azaña, le refirió después a Maura el miedo que pasó el nuevo Ministro de la Guerra; en cada uno de los que se acercaban al coche para aplaudirles veía Azaña al posible autor de autor de un atentado; todo el trayecto lo pasó quejándose del peligro a que les había sometido Maura, que era un señorito chulo... Si así estaba el ánimo cuando pintaban oros ¿qué habría sido de pintar bastos? </div><br /><div align="justify"><br />Llegaron, por fin, a la Puerta del Sol; se apearon; el gentío, abrazándoles, no les dejaba pasar; cuando pudieron, llegaron al edificio, cerrado a cal y canto; Maura sacudió repetida y fuertemente la aldaba; se abrió la puerta pequeña y Maura dijo, con imperio en la voz: ¡Paso al Gobierno Provisional de la República!; de par en par se abrieron las puertas; detrás de ellas, formaba el pelotón de la guardia. Al paso de los miembros del Comité Revolucionario, presentaron armas. En aquel preciso momento caía la monarquía española y nacía la segunda República. Un punto han dejado en duda los historiadores: impulsado por urgencias fisiológicas, ¿preguntó el bizarro Ministro de la Guerra, por el cuarto de aseo que quedaba más a mano? Debemos suponer que no, que, a la vista del solemne recibimiento, sus intestinos, hasta aquel instante tan díscolos, quedaron, por fin, sujetos a rigurosa disciplina. </div><br /><div align="justify"><br />Otra ocasión en que don Manuel Azaña mostró su valor personal fue el de la lucha entre anarquistas y comunistas en Barcelona, año 1937. El Ejército de Franco, en la Semana Santa de ese año, había partido en dos la zona republicana con la toma de Vinaroz. Azaña, Presidente de la República, tenía su residencia en Barcelona, Palacio de Pedralbes; el Gobierno estaba en Valencia. Comunistas y libertarios se enfrentaban disputándose el dominio de Barcelona; la lucha se desarrollaba en el centro de la ciudad, edificio de la Telefónica, plaza de Cataluña, todo muy lejos de Pedralbes. Azaña disponía de la fuerza que corresponde siempre a un jefe de Estado, un Batallón, por lo menos, si no todo un Regimiento; en todo caso nadie les atacaba, porque lo que se ventilaba era otra cosa y la verdad es que Azaña y la presidencia que ostentaba pintaban bien poco. </div><br /><div align="justify"><br />Pues bien: hay que leer lo que el propio Azaña escribe en su Diario; no hace más que quejarse, dominado por los nervios, del abandono en que le tiene el Gobierno, de que todo es pedir refuerzos a Valencia y no se le envían, de que cualquiera de los bandos dependientes puede atacar Pedralbes, de que... </div><br /><div align="justify"><br />Este es el Ministro que tiene la misión de reformar el Ejército. ¿No es lógico pensar que este hombre tan soberbio y tan miedoso, tenía que sentir una aversión visceral hacia los militares? Que el Ejército necesitaba una reforma nadie lo discutía. Franco, que en tantas ocasiones chocaría, de manera declarada o latente, con Azaña, nunca manifestó su oposición a un cambio en las fuerzas armadas. Otra cosa es lo que se persiguiera en el cambio. </div><br /><div align="justify"><br />El Ejército español, desde el descubrimiento de América hasta la pérdida de las últimas colonias en 1898, tenía que atender a la defensa no solamente del territorio nacional sino también al mantenimiento de un considerable imperio, pero cuando todo ese territorio adicional se pierde, el cuadro de mandos de las fuerzas armadas resulta sumamente excesivo, desproporcionado con el territorio a defender, con unas tropas muy reducidas. Así se llegó al enorme absurdo de que tuviéramos un general por cada 300 soldados, más o menos. Una sociedad civil fuerte, con unas organizaciones políticas firmes y unos gobiernos estables, hubieran podido realizar esa reforma, reducir el cuadro de mandos, de generales y oficiales, adecuándolos a la tropa, pero los gobiernos, exceptuando la etapa en que Cánovas y Sagasta se turnaron en lo que hoy llamaríamos consenso y entonces se llamó Pacto del Pardo, los gobiernos, decíamos, nunca tuvieron fortaleza suficiente para, de una manera resuelta, reducir aquel cuadro de mandos, sumamente excesivo porque, de hacerlo, se exponían al cuartelazo, al pronunciamiento, al ruido de sables. </div><br /><div align="justify"><br />Todo militar de Academia aspira al generalato y tanta mayor probabilidad tiene de llegar a él cuanto mayor sea la plantilla de ese grado. Consecuencia de todo este planteamiento era que España soportaba, desde finales del siglo XIX, un Ejército sumamente gravoso para el Presupuesto nacional, unos gastos militares en los que la mayor parte se dedicaba a un personal excesivo y al mismo tiempo mal retribuido, y unas fuerzas armadas muy poco eficientes por la falta de armamento adecuado y suficiente. </div><br /><div align="justify"><br />Quiso Azaña atacar el problema reduciendo el cuadro de mandos y en esto tomó el buen camino: ofreció el retiro a todos los oficiales dándoles como pensión la paga del grado superior en activo; el teniente “chusquero” (no de Academia) que solo podía llegar a capitán, se encontró con una pensión en retiro igual al sueldo mayor que podía alcanzar en activo. Lógicamente lo aceptaron casi todos. En cuanto a los jefes, si no bajó a nadie de categoría sí que puso a la cola de ésta a beneficiados con ascensos por méritos de guerra. Hemos de tener en cuenta el malestar que esto produjo entre los afectados. Estaban divididos los militares en africanistas y no africanistas, según hubieran hecho o no campaña en Marruecos. En aquel tipo de guerra no ocurría lo de ahora en que los jefes pueden estar a mucha distancia de la línea de combate porque las armas son otras, tienen más alcance y los medios de comunicación no tienen nada que ver con los de entonces. He visto en el frente como cada Compañía tenía un soldado que hacía las funciones de enlace, comunicando al Teniente o Capitán con otros jefes de Compañía o con el Comandante del Batallón, función de enlace sumamente peligrosa porque tenían que transitar por terrenos generalmente batidos. Hoy, con un simple teléfono móvil se tendría esa comunicación entre toda la fuerza. </div><br /><div align="justify"><br />Estábamos en que en la guerra de Marruecos, los oficiales y aún los jefes tenían que estar muy cerca de la primera línea; de ahí, la cantidad de ellos que perecieron: General Silvestre, General Valenzuela, González Tablas, etc. Millán Astray fue herido varias veces, Franco solo una vez aunque de suma gravedad; innumerables los oficiales, y no digamos los soldados. La compensación a tanto peligro estaba, para los militares profesionales, en las condecoraciones y los ascensos, que eran el premio a los sinsabores, a las inclemencias de una guerra que se libraba en un terreno áspero, en un clima hostil, con el peligro del ataque nocturno en el que tan diestros eran los moros. Al militar que no participaba en esa guerra, que no sufría esas penalidades, que disfrutaba de la vida cómoda del cuartel, le fastidiaba ver que un compañero que siempre había estado debajo de él en el escalafón, de momento ascendía a una categoría superior a la suya. Para esta clase de militares, los ascensos solo debían concederse por riguroso orden de antigüedad en el escalafón; querían igualdad para todos, no el privilegio que representaba el ascenso por méritos de guerra; no aceptaban ese principio que dice que la igualdad debe aplicarse en los casos iguales, que lo justo es el trato distinto para los casos distintos. Consecuencia de toda esta cuestión fue que el Ejército se dividió entre los que fueron llamados africanistas y los que se denominaron no africanistas, que eran los devotos del escalafón. </div><br /><div align="justify"><br />Para hacer la reforma del Ejército, puso Azaña asesorarse de militares de ambos grupos, situándose equidistante entre ellos. No lo hizo así; escogió, casi íntegramente a los del escalafón, poniéndose enfrente a los africanos, lo que hizo ahondar las diferencias entre unos y otros. Esta predilección del nuevo Ministro de la Guerra tendría después consecuencias muy importantes: la guerra civil de 1936 estalló, entre otros motivos, porque, al igual que los españoles estaban divididos en dos bandos enfrentados, lo estaba el Ejército entre militares jóvenes –Franco, Goded, Varela, Yagüe, Camilo Alonso, Muñoz Grandes, africanistas todos- con mucho prestigio por sus hojas de servicio, y los demás, con menos galardones, menos historial y más edad. Si el Ejército no hubiera estado partido en esos dos sectores en 1936, la guerra civil no hubiera estallado porque el Alzamiento no se habría producido o habría triunfado. La división evitó el triunfo rápido del golpe militar. Es totalmente falsa la versión tan repetidamente oída de que el Ejército se levantó en 1936 contra la República; la verdad escueta es que la mitad de ese Ejército se levantó, pero no la otra mitad; téngase en cuenta de que de ocho Capitanías Generales o Divisiones orgánicas, como Azaña las tituló, en solo una –Zaragoza- secundó el Alzamiento el General que la mandaba, -Cabanellas- que, aún siendo republicano y perteneciente a la Masonería, pesó más en su ánimo el sentido militar que el de masón y republicano.<br /></div><br /><div align="justify">Quiso don Manuel Azaña con toda esta reforma militar desgravar a la economía española del derroche que representaba un Ejército excesivo, mal retribuido y además ineficiente, y en esto iba bien encaminado, aunque no llegó a conseguirlo, pero quiso también debilitarlo, restarle fuerzas para que no pudiera oponerse a la política que pretendía realizar. Consiguió dividirlo y enfrentarlo. Fracasado el Alzamiento Militar, prescindió de la parte de Ejército que no había participado en la subversión, armó “al pueblo” sin tener en cuenta que a quien había entregado las armas era a los libertarios, a la CNT-FAI. Perdió con ello el Estado, del que era Jefe el señor Azaña, la escasa autoridad que le quedaba. Mucho tiempo y esfuerzo sería necesario para recuperar ese poder de los anarquistas y ponerlo en manos no de los republicanos sino de los comunistas. Cuando éstos pudieron formar un Ejército regular, el general Franco ya tenía fuerzas suficientes para batir al enemigo, para inclinar a su favor una guerra que no ganó él y su bando sino que perdieron sus enemigos por sus grandes desaciertos, de los que no puede librarse don Manuel Azaña, por muy buen literato que fuera y por muchas “Veladas de Benicarló” que escribiera. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-63607240384637319982010-02-07T20:04:00.004+01:002012-07-05T12:08:43.228+02:007.- COLOMINES I COMPANYS<div align="justify">
El Ayuntamiento edita en 1987 “Catarroja 1936-1939, insurgente y administrada”, que escribe Agustín Colomines i Companys. </div>
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He de recomendar a quien quiera leer este libro que se provea, previamente, de un diccionario de la lengua catalana, para poder entender lo que lee. El libro viene a ser, en resumen, un canto a los anarquistas de Catarroja. La conducta de los libertarios fue, bajo cualquier punto de vista, según el autor, totalmente ejemplar, sus dirigentes hombres de pro, el llamado “Muntó” modelo de Colectividad de Campesinos, en la que todas las tierras administradas fueron aportadas voluntariamente por sus propietarios. </div>
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Ya en el prólogo, que firma Josep Benet, se dice que el autor ha recogido su información, entre otros medios, de entrevistas que ha celebrado con testigos de los hechos, personas de todas las tendencias. Nadie ha quedado excluido de aportar su testimonio, excepto aquellos que voluntariamente han preferido callar. El autor no desvirtúa esta afirmación. En el libro cita como informantes a Salvador Peris, Juan Alapont, Julio García Alapont y Ricardo Ruiz Catalá, los cuatro pertenecientes a la CNT-FAI. Ni un solo testimonio de personas partidarias de la España opuesta, de los familiares de quienes fueron asesinados en la retaguardia de la zona republicana. ¿Hay que deducir, por tanto, que voluntariamente prefirieron callar? ¿Hay que pensar, en consecuencia, que mucho tendrían que ocultar cuando todos callaron? No, la cuestión es mucho más simple. Lo sucedido es que el autor miente, no falta a la verdad por error, lo hace de manera consciente. En 1987, cuando se edita su libro, no solamente había muchos familiares de los asesinados, sino también muchos vecinos a quienes se les había incautado tierras, a quienes se les había exigido aportaciones económicas, a quienes se les había registrado sus domicilios, llevándose de ellos muebles, alhajas u objetos de valor, o se les había obligado a dejar su domicilio para ser ocupado por dirigentes del Frente Popular. Con ninguno de ellos se entrevista el historiador Colomines. A mí personalmente me cita como hijo y hermano de dos de los caídos y, además, como Alcalde franquista. Averigua que mis dos familiares figuran en la Cruz de los Caídos de Catarroja y en la de Lucena del Cid, pueblo de nuestro origen. Cuando escribe su libro, en 1986, sabe que vivo aquí, con mi mujer y mis hijos, todos de Catarroja. Si lo que pretendía es escribir una historia que reflejara la verdad de los hechos ¿por qué no se entrevistó conmigo para recoger, al menos, una información del bando opuesto al suyo y el de sus reconocidos informantes? Estuve también condenado a muerte, encerrado en una celda de la que cuantos en ella entraron salieron con destino a morir en una cuneta. Me salvó posiblemente mi edad de 16 años y la intervención de quien se interesó por mí. En otras páginas daré el detalle de este indulto. Pues bien: quien lea lo que este señor ha escrito tiene que pensar: ¿qué monstruosidades habrá cometido Emilio Porcar cuando teniendo ocasión de manifestar las injusticias cometidas con su familia prefirió callar? No es ésta la única falsedad que contiene un libro plagado de mentiras. En la página 25, al tratar de la Colectividad Confederal de Trabajadores Campesinos, dice que el llamado vulgarmente “Muntó” no forzó la integración de nadie ni expropió toda la tierra del término municipal. Todos los campos administrados por la Colectividad fueron aportados voluntariamente por sus propietarios. Expropiar bienes privados es una facultad exclusiva de la administración pública que puede, por el interés general, apropiarse bienes privados pagando a sus propietarios, como mínimo, el importe de su valor. Cuando no se hace así, estaremos ante una expoliación, lo que constituye un delito. Ni el interés general justifica que a nadie se le prive de su propiedad gratuitamente. Solo la Administración pública (Estado, Comunidades Autónomas, Diputaciones provinciales, Ayuntamientos) pueden expropiar, pero nunca expoliar. Una Colectividad no es órgano de la Administración pública por lo que no puede ni expropiar aun pagando su valor. Cuando pone bajo su dominio algo ajeno, contra la libre voluntad de su dueño, comete siempre una expoliación. Por eso Agustín Colomines nos dirá que todas las tierras administradas por el “Muntó” fueron aportadas voluntariamente por sus dueños, lo cual fue posible en los casos de campos de dos o tres hanegadas, en los que sus propietarios, a la vez labradores y braceros, se decantaron por el jornal seguro dejando el cultivo de su escasa tierra. Fuera de estos casos y teniendo en cuenta el afecto anímico que el agricultor valenciano siente por su tierra ¿puede comprender alguien que campos con extensión considerable fueran voluntariamente transferidos para que los administrara una colectividad de jornaleros? Entre las fincas integradas en el “Muntó” estaba el campo de 320 hanegadas, plantadas de naranjos, llamada Huerto de Estela, probablemente la mayor finca del término. Cuando corrieron rumores o surgieron fundadas sospechas de que pudiera ser asesinado, don Salvador Estela se escondió. A sus familiares no les dejaron continuar el cultivo del huerto. La Colectividad alegó que su dueño había abandonado la finca y el “Muntó” la tomó por su cuenta. Con esa dinámica, bastaba hacer correr la noticia de que algún propietario pudiera estar bajo el punto de mira de la CNT para que se escondiera y los anarquistas pudieran adherirse la tierra abandonada. Esto fue lo que Colomines llama entrega voluntaria. Algo de razón tiene. Si a uno le daban a elegir entre entregar la tierra o esperar que le aplicaran la ley de la cuneta, nada ni nadie le obligaba a entregar la tierra. Así fue como los anarquistas se vieron obsequiados con un buen patrimonio agrícola. </div>
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En la página 105 nos dice el historiador que la Colectividad ocupó solo las tierras abandonadas por sus propietarios y que, con estas tierras y aquellas que aportaron los pequeños propietarios, afiliados o no a la CNT, se formó la Colectividad, para añadir en la 111 que había una Junta Calificadora encargada de evaluar las personas sospechosas de ser consideradas facciosas y desafectas al régimen que podían ser privadas de sus tierras en beneficio del “Muntó”, basándose en el argumento de que, en relación con los trabajadores, habían pagado siempre jornales de miseria. En la página 113 aparece una relación de 17 propietarios de cuyas tierras pasa a ocuparse la Colectividad. Son 932 las hanegadas que el “Muntó” recibe entregadas voluntariamente por sus propietarios. Uno de ellos, José Ferrer Guillem, tiempo después, en diciembre de 1937, interpuso demanda reclamando sus tierras que le habían sido expoliadas. Consecuencia de este recurso, el Alcalde, señor Molinos, transmitiendo disposición de órgano superior, ordenó a la Colectividad la suspensión de la recolección de la cosecha en las fincas incautadas a José Ferrer, a lo que la Colectividad se negó. El resultado final de este recurso, después de repetidas negativas de la Colectividad, fue la devolución de las tierras a su propietario. En la página 154, el historiador Colomines transcribe un informe de la Colectividad de Catarroja al Comité Regional de Campesinos, del que extractamos algunos de los argumentos que dan nuevas luces sobre la afirmación de Colomines sobre la aportación, no forzada, de las tierras. Dice el informe que la Colectividad tiene incautadas varias fincas procedentes de elementos facciosos, declarados desafectos al régimen, entre ellas dos fincas de José Ferrer Guillem, que fue Cabo del Somatén y Concejal durante la Dictadura; que el Instituto de Reforma Agraria había dispuesto la suspensión de la recolección de la cosecha pendiente o la entrega de su importe al Ayuntamiento hasta la resolución del recurso; que ese Instituto había finalmente resuelto la devolución de los dos campos a su propietario. El final del informe merece la copia íntegra y literal; “Lo que ocurre a la CNT es insostenible, de ninguna manera puede consentir que se nos atropelle; es ya hora de exigir el respeto que merecen nuestras Colectividades y Sindicales puesto que la CNT ha contribuido y contribuye como el que más al triunfo de la guerra contra el fascismo. Esta Colectividad en nombre de las 210 familias que la componen se dirige a este Pleno Nacional para que se ponga todos los medios que estén a su alcance para evitar los atropellos de que somos víctimas, advirtiendo que de no hacerlo, seríamos desposeídos de todas las tierras que tenemos incautadas, pues hoy en este caso, mañana serán otros y así irán sucediéndose hasta dejarnos completamente eliminados. Salud y anarquía”.</div>
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Todo esto lo inserta el historiador don Agustín Colomines y Companys, en las últimas páginas del libro en el que había afirmado, repetidamente, que ninguna aportación de tierras a la Colectividad había sido forzada. Todas fueron voluntarias. </div>
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Con el final de la guerra, vino el final del “Muntó”. Según comentarios que oí tiempo después, sus almacenes en la casa de Vivancos estaban repletos de las últimas cosechas; que todo desapareció inmediatamente en manos de la administración franquista. No puedo formar opinión sobre esto. Estaba en un hospital en Orense. Bien pueden ser infundios de los componentes del “Muntó” que, según hemos visto en el informe anteriormente trascrito en parte, se consideraban víctimas de atropellos. También es posible que fuera cierto y que alguien o algunos se aprovecharan del río revuelto de la terminación de la guerra, que mucho hay de cierto eso de que en todos sitios cuecen habas. Pero en el supuesto de que fuera cierto lo que decían los del “Muntó” tendrían que dar alguna explicación. En las páginas 129 a 132, se detalla la escasez de alimentos que sufría la población. “El mes de agosto de 1938, el abastecimiento de pan era nulo. El Consejo Municipal constata que al menos desde hace una quincena no se vendía pan. Si esto ocurría en agosto del 38 ¿qué no sucedería siete meses después, al final de la guerra? Si al llegar las tropas de Franco, los almacenes de la Colectividad estaban llenos y el pueblo no podía comer, algo tendrán que explicar los componentes del “Muntó, que se habían convertido en la aristocracia del pueblo. </div>
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Lo más importante para saber qué es lo que pasó en la retaguardia de la zona republicana, es comprender en primer lugar qué organización política o sindical tuvo en sus manos, en cada pueblo, el poder de decidir a partir del momento en que, fracasado el Alzamiento militar, el Gobierno entrega las armas al pueblo para iniciar la guerra contra los facciosos. Esta decisión no la quiso tomar Casares Quiroga, presidente del Gobierno el 18 de julio. El Jefe del Estado, señor Azaña, nombró nuevo Gobierno, presidido por don José Giral, que aceptó la decisión de don Manuel y puso las armas en manos de la fuerza sindical que había hecho frente al ejército sublevado. La verdad es que en ningún sitio los militares habían sido vencidos exclusivamente por las fuerzas sindicales. Fueron los militares y los mandos de la fuerza pública no sublevados quienes, con el apoyo de los sindicatos, habían impedido el triunfo de los rebeldes. De las dos centrales sindicales mayoritarias, fue la CNT, no la UGT, la que había intervenido masivamente en la lucha. El Presidente de la República, Don Manuel Azaña cometió el enorme error de desconfiar de la parte de Ejército y fuerza pública que había permanecido leal a la república y entregar las armas a la CNT-FAI. Enviaron a los soldados a sus casas y se crearon, en lugar de unidades del Ejército regular, columnas de milicianos, al mando, en algunos casos, los menos, de militares notoriamente izquierdistas. En definitiva, las organizaciones políticas, muy numerosas pero con escasa influencia y las organizaciones sindicales, solo dos, pero una, la CNT, con una enorme fuerza, optaron por el poder que pasó desde el primer momento a manos de la CNT-FAI, especialmente en los pueblos. </div>
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Al ganar las elecciones de febrero del 36, el Frente Popular, con los votos de los libertarios, sin esperar la convocatoria de nuevas elecciones municipales, fueron destituidos todos los Ayuntamientos en que no había mayoría de izquierdas y nombradas Comisiones gestoras, compuestas, exclusivamente, por representantes del Frente Popular. Mas como los anarquistas no admitían en sus esquemas políticos la existencia de Corporaciones Municipales, no quisieron participar en esas Comisiones gestoras, lo que hubiera sido contrario a sus principios. De ahí que, fracasado el Alzamiento, con las armas y la autoridad bajo su dominio, el Gobierno, las Diputaciones y los Ayuntamientos estuvieran sin representación de la organización que tenía en sus manos el poder fáctico. </div>
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El cambio que CNT-FAI iba a realizar no cabía dentro de los límites de un estado de derecho. Los libertarios iban a emplear procedimientos y crear órganos nuevos que sin el más mínimo respeto a la legislación vigente realizase una revolución social en que todo sería distinto. No existiría la propiedad privada, todos aportarían su trabajo a la sociedad según sus capacidades y todos recibirían retribución de la sociedad según sus necesidades. </div>
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En Aragón crearon, al margen de toda legalidad, sin intervención alguna del Gobierno, un Consejo General, al mando de la CNT-FAI que hizo lo que le vino en gana. En cada pueblo del resto de España, surgió un Comité llamado de Defensa, Revolucionario o Antifascista, con intervención de los partidos políticos organizados en la localidad, más la CNT y la FAI.</div>
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El de Catarroja se llamó, según Colomines, Comité de Defensa. Añade que no es fácil determinar las competencias que asumió, que en todo caso parece probado que dominó muy bien la situación intentando reconducir la política local por la vía de la moderación. ¿Cómo se podrán determinar competencias que no figuren en ninguna disposición gubernativa? Legalmente ninguna. Extralegalmente, ilimitada. El Comité dispuso de vidas y haciendas de los vecinos, practicaron los milicianos registros domiciliarios llevándose de ellos muebles, alhajas, cuanto quisieron, (Don Jacinto Benavente llamó a estos milicianos los nuevos Registradores de la Propiedad). Expulsaron de sus casas a algunos propietarios para ocuparlas ellos. Se incautaron de los automóviles para su uso personal, Se apoderaron de fábricas y empresas que pasaron a ser dirigidas por el Control Obrero que formaron sus trabajadores. Obligaron a los vecinos que disponían de algunos ahorros a que les entregaran parte de ellos, para lo cual se informaban antes de los saldos que tenían en las libretas de ahorro o cuentas corrientes, contando con la colaboración de algunos de los empleados bancarios. Constituyeron Colectividades Agrícolas, como hemos visto, con tierras usurpadas a sus propietarios, abrieron las cajas de alquiler de los bancos, donde los clientes guardaban alhajas, oro, monedas, billetes, que se llevaron sin la más mínima dificultad. Y, esto es lo peor, decidieron eliminar, inmolándolos, a vecinos que nada tenían que ver con el Alzamiento militar, que ningún peligro ofrecían para los fines de Defensa que era, nominativamente, la misión del Comité. </div>
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El historiador que nos da siempre los nombres y apellidos de quienes forman la Corporación municipal o la Comisión gestora, silencia ostensiblemente la personalidad de quienes constituyen el Comité, aunque ensalza ¿cómo no? la labor que realizó, “intentando reconducir la política local por la vía de la moderación”. En ningún momento ha dicho que la vida local se hubiera salido de la vía de la moderación. Cuando realmente la vida local entra en el desmadre es, precisamente, cuando empieza a actuar el Comité. Por eso Colomines no nos dice quienes lo componían. Una vez más el historiador falsea la realidad. En la página 58 nos dice que está compuesto por dos representantes de cada una de estas organizaciones: CNT, FAI, UGT, PSOE e Izquierda Republicana. Cinco páginas después en la 63, detalla: 2 de Izquierda Republicana, 3 de CNT, 1 de UGT, 2 de PSOE, 2 de Partido Comunista. Nombres, ni uno. ¿Por qué si tan moderados fueron?<br />
En la página 140 da la lista de quienes, al final de la guerra, figuraban en la Cruz de los Caídos, con una información que, tratándose de un Catedrático de Historia, resulta sorprendente. De Fernando Ribes Santacreu, el blasquista histórico, Alcalde republicano desde la monarquía, dice que fue trasladado al Puerto de Valencia donde “murió”. No fue asesinado, fusilado ni ejecutado. Simplemente murió. Pudo añadir “de muerte natural” porque ¿qué mas natural que morir cuando a un cuerpo se le mete un montón de balas? Emilio Chust Estivalis, labrador cualificado, había sido Alcalde 20 o 30 años antes; tenía dos hijas y un hijo, ciego de nacimiento. Fue muerto a la puerta de su casa, delante del hijo ciego y de sus dos hermanas, según Colomines por un “escamot” (grupo terrorista) de la Columna de Hierro. Hombre de fuerte constitución física, aunque ya maduro en edad, no pudieron sus ejecutores hacerle subir en el coche para llevárselo, se agarró a los hierros de una ventana, de los que no lograron soltarle. En esa posición le dispararon y remataron. Colomines no implica al Comité en esa muerte ni en ninguna. Fueron, según él, unos milicianos de la Columna de Hierro, que luchaban en el frente de Aragón, quienes, no se sabe por qué, vinieron a Catarroja a matar a un labrador que tenía dos hijas y un hijo ciego. De José Navarro Roser, guardia civil, dice que tuvo una trifulca en los locales del Ateneo Libertario y que hubo otro guardia civil que “es posible que sea Saturnino Rodrigo Chirleu.” Este en realidad era muy conocido por su oficio de carnicero. Colomines le supone guardia civil. Juan Ramón Ferrís, uno de los “Barriños”, hijo del que después, en el principio del franquismo fue Alcalde, Juan Ramón Raga, murió durante la República, antes del Alzamiento militar. Esto según Colomines. La verdad es que no madrugaron tanto quienes decidieron su muerte, porque le asesinaron, como a todos, durante la guerra civil. Casado con una extranjera, creo que sudamericana, tenía Juan Ramón Ferrís uno de los escasos coches que había en el pueblo que “quedó abandonado” al “morir” su propietario, por lo que los jerarcas de la CNT lo acogieron bajo su amparo. De la muerte de Rafael Vidal Soria no nos dice el historiador ni una sola palabra. Era Rafael Vidal hijo del Secretario del Ayuntamiento, don Santiago, excelente persona y funcionario. El hijo ingresó en el Seminario, del que salió sin terminar, para hacerse Abogado. Preparaba oposiciones a la judicatura. Carecía totalmente de amigos y amigas. Solo se le podía ver cuando por la calle Mayor, donde vivían, iba o venía del tranvía para asistir en Valencia a una academia de preparación. Era un muchacho tímido que no prestaba atención más que al estudio de los temas que estudiaba. En nada de lo que ocurriera en Catarroja tuvo la más mínima intervención. Nadie supo nada de sus ideas políticas, pero había sido seminarista, era abogado y pretendía ser juez. Aquellos luchadores por la libertad no podían permitir tanta provocación. </div>
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En cuanto a mi padre, José Porcar Peña y mi hermano Luis Porcar Lliberós, hace constar Colomines que aparecen en la Cruz de los Caídos de Catarroja y de Lucena, de donde eran nativos Acierta en esto, lo que es sorprendente, el historiador, que nos aporta un testimonio de su trabajo de averiguación. Para evitar que alguien piense que mi familia recibió doble recompensa, o mi madre dobles pensiones por la muerte de su hijo y esposo, hago constar que ni mi familia, ni mi madre en concreto, recibieron del Estado ni de los municipios ni de ningún organismo oficial o privado, ni de ningún otro orden, ni un solo céntimo por la muerte de mi padre y de mi hermano, ni tampoco por los muebles de mi casa que, aunque modestos, se llevaron también aquellos señores, La máquina de escribir que quedó en el Juzgado, se la llevó a su casa quien le sustituyó como secretario, a pesar de ser advertido de que era de mi padre, no del Juzgado. Lo único que pudimos recuperar fue el despacho de mi hermano, que estuvo durante toda la guerra al servicio de la UGT. </div>
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En cuanto a la muerte de éste, las licencias que frente a la verdad se toma constantemente el historiador tienen aquí la máxima muestra de descaro. Si no fuera tan evidente la falsedad, podría admitirse la posibilidad de que obedeciera a un descuido o a una deficiente información. Dadas las circunstancias, que paso a explicar, hay que pensar necesariamente que don Agustín Colomines ha querido cometer, dando cumplimiento posiblemente a un encargo, una evidente villanía. </div>
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La noche del 27 de agosto de 1936, estaba mi hermano sentado en la acera de la casa de su novia, donde provisionalmente había quedado viviendo al irnos todos a Lucena. Estaban también los padres y alguna otra hermana menor. Había sido un día muy caluroso y la mayoría de los vecinos estaban a la puerta de sus casas refrescando de los ardores del día De momento se presentó un coche con milicianos fuertemente armados, detuvieron a mi hermano y se lo llevaron. El hecho fue visto por mucha gente, todo los que estaban sentados en la acera o paseando por la calzada. La noticia se propagó rápidamente: unos milicianos se habían llevado a Luís Porcar. La mañana siguiente se presentó en la casa de su novia un concejal socialista y se llevó el despacho. Cuantos quisieron pudieron ver el cadáver de mi hermano que dejaron en uno de los campos cercanos a la fachada del Cementerio de Valencia. No fueron pocos los que le vieron porque mi hermano y su novia eran bastante populares: él tenía 23 años y había empezado a ejercer como abogado; ella era muy joven, tenía 17 o 18 años y una destacada belleza. Nosotros, en Lucena, nos enteramos a los 10 ó 12 días de su muerte, al sernos devuelta una carta que le habíamos escrito, con una nota al dorso que decía: se ausentó sin dejar señas.</div>
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Doy todos estos detalles para que se vea que ninguno de los asesinatos tuvo la notoriedad de éste pues la detención se realizó a la vista de mucha gente. Todavía hay personas, a pesar de los años transcurridos, que me dicen haberla presenciado. Pues bien: don Agustín Colomines i Companys, hoy Catedrático de Historia de una Universidad Catalana dice, en la página 64 que Luis Porcar “s’escapolí” y que al acabar la guerra apareció su nombre en la Plaza de los Caídos. Duda que fuese muerto en los primeros momentos porque la Junta del Sindicato de Riego de las Partidas del Puerto se refiere a él como a un deudor del que no se puede cobrar porque no se sabe donde para. Añade Colomines (¡cuanta sagacidad!) que de haber muerto en el pueblo, no se le citaría así. </div>
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Luís Porcar no tenía tierra ni en las partidas del Puerto ni en ningún otro lugar del universo, ni ningún otro motivo del que pudiera resultar una relación de orden económico con ese Sindicato de Riegos, salvo el ejercicio de su profesión. Algún asunto debió encomendarle el Sindicato, le haría una provisión de fondos y, pendiente la cuestión, fue asesinado. El Sindicato cancelaría la cuenta y disfrazó el motivo para ocultar la verdad. El señor Colomines que averiguó lo de las Cruces de Caídos de Catarroja y de Lucena y esta anécdota sin importancia del Sindicato de Riegos, no se enteró ni por gestión propia ni por medio de sus informadores, de lo que todos sabían, que había sido detenido por unos milicianos a la vista de mucha gente y asesinado una hora después. Cuando escribió su obra, 1987, sabía, y así lo dice, que yo había sido Alcalde. Pudo preguntarme, máxime cuando dice que a todos les dio ocasión de manifestarse. Debió pensar por su cuenta, o por la inspiración de sus informadores que, fuera cual fuera la verdad, lo que quedaría para la historia de Catarroja es lo que él escribiera. Presentó a Luis Porcar como un vulgar mangante que, perseguido por sus acreedores, se escapó del pueblo para aparecer después, como de matute, en dos Cruces de Caídos. </div>
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Realmente da pena, muchos años después, cuando los odios y las pasiones deben dejar paso al juicio mesurado y sereno, ver que el odio, la pasión y el desprecio a la verdad subsisten, y no en aquellos que fueron víctimas del horror que en los dos bandos tuvieron que sufrir, sino en gentes que se libraron y en nada sufrieron aquellos horrores e injusticias. Y a uno le duele, le tiene que doler, un libro tan lleno de falsedades como éste. Luis Porcar dejó, en cuantos le trataron, un recuerdo ameno, porque era un joven agradable, nada engreído, incapaz de querer mal a nadie. En mi familia quedó, a su muerte un dolor imperecedero. Era el hermano mayor al que los demás tomábamos como ejemplo. Un historiador profesional ha querido que pase a la posteridad como un simple delincuente. </div>
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Y me duele también ¿cómo no? que ese libro haya sido editado por el Ayuntamiento de Catarroja, a cuyo servicio estuve generosamente durante más de quince años, de la edad de 35 hasta la de 50. Quince años que, en lugar de estar trabajando para los míos, intentando conseguir una posición económica que les protegiese frente al porvenir, estuve al servicio de los intereses del pueblo, cuyo Ayuntamiento, después, editará este libro de Colomines, donde así se falsea la muerte alevosa de una persona inocente. En mi pueblo, Lucena, quedan todavía dos amigos suyos, de su misma edad, nacidos en 1913. Si Dios quiere cumplirán en 2005, 92 años. A mi hermano unos señores que, según hoy dicen, lucharon por la libertad, solo le dejaron que viviera 23 años. Y nunca he podido comprender por qué.<br />
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La intervención de la CNT-FAI en las elecciones del 16 de febrero de 1936, dio el triunfo al Frente Popular, Según la central sindical, sus afiliados ascendían a un millón. Aunque estos cálculos con tantos ceros, nunca son de fiar, de lo que no hay duda es que el número de afiliados a la CNT era muy superior al de la UGT. Suponiendo que los encuadrados en la sindical libertaria solo fueran 500.000 y que cada uno de ellos representara, además de su propio voto el de otro familiar, estaremos ante un millón de votos recogidos por el Frente Popular, cifra que es superior a la de la diferencia que le sacó al conjunto de los partidos conservadores. En resumen: si los anarcosindicalistas o libertarios hubieran sido, como en las elecciones de 1933, fieles a su principio de no votar, el triunfo en las elecciones de 1936 hubiera sido para las derechas. No es que estemos negando la legitimidad de la victoria del Frente Popular. Lo que decimos es que, visto el resultado de las elecciones, el triunfo del Frente Popular se debió a esta decisión, totalmente lícita, de la CNT-FAI de impedir el triunfo de las derechas. Esta circunstancia fue automáticamente percibida por todos, por los partidos del Frente Popular y, también, naturalmente por los anarcosindicalistas. La consecuencia fue que la CNT-FAI, sin un solo diputado en el Parlamento, sin ningún representante suyo en ningún órgano político, asumió una buena porción de poder. </div>
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En Catarroja, cuya población laboral era preponderantemente campesina, se creó aunque no de derecho sí de hecho una bolsa de trabajo que acogió a los más de trescientos braceros, para darles un jornal diario. El método era distribuirlos adjudicando cada día los que carecían de jornal a los distintos labradores que eran propietarios de tierras. La protesta del labrador por esta adjudicación forzosa, alegando que no tenía trabajo para el bracero adjudicado no tenía ninguna eficacia. La respuesta era: No hace falta que le dé trabajo, basta que le pague el jornal. El tono de amenazas, los gestos de revancha, el clima de violencia creado por las sindicales, en especial CNT, hizo que los labradores tuvieran que aceptar, muy a pesar suyo, esta situación. </div>
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Sobre esto dice Colomines en la página 36:“Socialmente hablando, la situación anterior a la insurrección militar estuvo marcada por el triunfo del Frente Popular. Este hecho propició en Catarroja el entendimiento, sincero o no, lo mismo da, entre la patronal y los trabajadores del campo. El acuerdo se refleja por dos aspectos importantes. En primer lugar, la firma de las Bases de trabajo agrícola entre los propietarios y los sindicatos UGT y CNT por mayo de 1936, bajo el arbitraje de la Comisión gestora municipal y, en segundo lugar, el acuerdo entre una Comisión patronal y una de los obreros campesinos para establecer una serie de sanciones a los infractores de la Bolsa de Trabajo catarrojense”. </div>
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Volviendo a la etapa anterior al comienzo de la guerra civil, desde el 16 de febrero al 18 de julio de 1936, hay que tener en cuenta la quema de la Iglesia parroquial, el día uno de mayo. No fue quemado el edificio. Sacaron a la plaza las imágenes de las capillas y del altar, los objetos de culto, todos los documentos de la casa abadía, entre ellos el Registro Parroquial (matrimonios, nacimientos, defunciones) libros estimables porque contenían datos anteriores a los que figuraban en el Registro civil, en el Juzgado municipal. Este Registro civil fue creado en 1880. El Parroquial contenía datos muy anteriores que se perdieron ante el furor iconoclasta de los asaltantes. El Párroco y los vicarios, creo recordar que eran tres, huyeron esa noche ante el temor, probablemente, de ser echados también a las llamas. El motivo que impulsó a los anarquistas a estos hechos fue, según Colomines, el aumento de las tarifas eléctricas. Áteme esa mosca por el rabo. ¿Qué tendría que ver la Iglesia de Catarroja con Hidroeléctrica española? Ciertamente desde el triunfo electoral de las izquierdas y la ocupación del poder por el Frente Popular habían subido los diarios de 10 a 15 céntimos, el viaje en tranvía a Valencia de 25 a 30 céntimos, o de 30 a 35, no estoy seguro. En esta subida extensiva de precios, pudieron subir también las tarifas eléctricas pero de todo ello si a alguien cabía culpar sería al gobierno, que autorizaba estas subidas. ¿A santo de qué (nunca mejor dicho) a la Iglesia?</div>
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Dice Colomines que de Gobierno civil enviaron una Compañía de guardias de Asalto a Catarroja, pero no pudieron averiguar ni, por tanto, prender, a los autores del incendio. No puedo creer eso. Trabajaba yo entonces, a mis 16 años, en el Juzgado municipal, del que mi padre era Secretario. Se empezaron a instruir el 2 de mayo diligencias preventivas de sumario por los hechos delictivos cometidos la noche anterior. Puesto mi padre en comunicación con la Guardia civil le dijeron que desde el Cuartel habían dado cuenta por teléfono a la Comandancia de Valencia del incendio de la iglesia. Les dijeron que comunicarían con Gobierno civil y llamarían al Cuartel para dar órdenes. Pasados unos minutos recibieron la orden de que no saliesen del Cuartel en el cual deberían estar vigilantes por si eran atacados. Lo que dice Colomines de que no pudieron averiguar quienes eran los autores del incendio es una inocentada. Eran todos sobradamente conocidos, notoriamente anarquistas. Se recibió declaración a cuatro o cinco de ellos, que fueron detenidos y conducidos al Juzgado de Instrucción de Torrente, que les puso inmediatamente en libertad. Del sumario nunca más se supo. Esta circunstancia de que el Juzgado municipal fuera lo único que se movilizara contra los incendiarios, cuando la Guardia civil se había abstenido y el Juzgado de Instrucción les había soltado, fue para mí, visto a posteriori, lo que determinó que in pectore dictaran los anarquistas la pena de muerte contra mi padre. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-59780130548970373142010-02-07T20:00:00.004+01:002013-02-22T19:34:47.743+01:008.- 15 y 16 DE SEPTIEMBRE DE 1936<div align="justify">
La noche del 15 Septiembre 1936 uno de los milicianos de mi pueblo vino a nuestra casa a decirle a mi padre que fuera a la C.N.T. donde le entregarían una carta que se había recibido para él. El aviso obligaba a la sospecha; si así era ¿por qué no la había traído el propio miliciano? Fuimos a recoger la carta mi hermano Angel y yo y, antes de entrar en el local de la CNT, vimos sentados a dos anarquistas de Catarroja, que eran los que el 11 de julio habían encabezado el grupo de los que fueron a amenazar de muerte a mi padre si aquella misma noche no se iba del pueblo. Los dos hermanos nos lanzamos a correr hacia nuestra casa para decirle a nuestro padre: Allí está Fulano. La presencia de aquellos dos señores no ofrecía ninguna duda: no podían estar en Lucena con otro fin que no fuera el de matar a mi padre. </div>
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La casita en que nosotros vivíamos, heredada por mi abuelo de una tía suya, estaba pegada a una roca muy alta en cuya cima estuvo asentado en tiempo antiguo el Castillo de los Duques de Híjar, señores feudales de Lucena; es decir, que no tenía salida por detrás; por tanto, si alguien venía por mi padre para asesinarle como ya habían hecho con su hijo Luís, o por alguno de los que quedábamos, no tendríamos huida posible por no tener otra puerta de acceso que la de la fachada. Enfrente de nuestra casita había otra, propiedad de quien era el jefe de la derecha, que tenía, además de la puerta de acceso por la calle, otra de salida por un corral, que daba al monte. Entre la puerta de entrada por la calle y la de salida al monte por el corral, había dos o tres plantas de desnivel, lo que es muy corriente en los pueblos que se edifican en terrenos muy montañosos, como es el caso de Lucena. Esta casa, enfrente de la nuestra, estaba desocupada y mi padre, viendo que tenía condiciones para poder escapar si venían por él, le pidió a su dueño el favor de que le dejara las llaves para poner allí nuestras camas y dormir en su casa. El propietario que conocía la persecución de que era objeto mi familia, especialmente mi padre, situación que él también sufría (fue también asesinado con posterioridad a mi padre) nos dio las llaves. Estábamos durante el día en nuestra casita y por la noche en la casa de enfrente, donde dormíamos. </div>
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Al volver de la CNT Angel y yo, vistos los dos visitantes de Catarroja, y decírselo a nuestro padre, emprendimos la huida mi padre y los tres hijos, descendiendo con toda la rapidez que podíamos las dos o tres plantas que nos separaban de la puerta de salida al monte. En esa huida apresurada, Angel que iba delante de mí, se vuelve para decirme: ¿Y Juan? Le respondo ¿No va davant? No, davant de mí va el pare. Vuelvo atrás, subiendo escaleras, para recoger a mi hermano Juan, que suponíamos rezagado (luego sabría que, contrariamente, iba el primero, sin que Angel lo viera) y al salir a la calle para entrar en nuestra casita me encuentro con el miliciano: ¿Dónde está tu padre? Le respondo: Ahí delante (señalando nuestra casita) Entra y al ver a mi madre le pregunta ¿Dónde está su marido? Arriba, le contesta mi madre. Registra toda la casa y, naturalmente, no le encuentra. Mientras, mi padre y mis dos hermanos, habían podido escapar. El miliciano se percató de lo que había ocurrido, vio que le habíamos engañado y nos condujo, a mi madre y a mí, detenidos a la CNT. </div>
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Pasados unos minutos nos suben a una habitación de una planta superior del edificio y se presenta ante nosotros uno de los dos anarquistas de Catarroja. Entre este señor y yo se estableció un diálogo que pudo durar, como mínimo, tres horas, durante las cuales el tema principal era que dijera yo donde habían ido a esconderse mi padre y mis dos hermanos, y mi contestación, invariable, de que no lo sabía. ¿Cómo no vas a saberlo, si tú ibas con ellos? Sí, nos íbamos al monte, huyendo de usted. ¿Le parece poco motivo para huir, donde sea? No lo podía creer; yo tenía que saber donde estaba mi padre y, si no lo decía, me matarían a mí y a mi padre después, cuando lo encontraran, que lo encontrarían. Se me quedó grabada para siempre la expresión y el gesto: Con esta pistola he matado yo a varios fascistas y con esta pistola “mataré yo a ton pare y a tú si no me dius aon está”, y al decirlo, y por si alguna duda había, acariciaba con su mano derecha la pistola que llevaba al cinto. Variaciones sobre el tema hubo muchas en un diálogo tan largo; algunas no se me han podido olvidar, a pesar del paso de tantos años. ¿Pues no dicen los ideales de ustedes, los anarquistas, que la vida es inviolable para todos? Sí, pero para tu padre no. Eso lo dirá usted, no los ideales. Sí, eso lo digo yo que mataré a tu padre y a ti... En otra ocasión: No lo entiendo; ustedes, los anarquistas, no admiten el principio de autoridad, no aceptan que nadie mande sobre otro, exigen la plena libertad del individuo, no toleran el derecho a la propiedad; pero viene una situación como ésta, toman ustedes el mando, y se apoderan de todo, no respetan vidas ni haciendas. ¿Hay alguna tiranía superior a esa? Me dijo que si ellos mataban era porque en la otra zona los asesinos fascistas mataban a los obreros. Pues harán lo mismo que hacen ustedes y también ellos dirán que matan porque ustedes matan. Lo que no entiendo es por qué ellos son asesinos y ustedes no, si hacen lo mismo. </div>
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Toda la conversación fue por esos cauces. Una de las veces, al volver al estribillo de que con aquella pistola había matado a muchos y con ella mataría a mi padre, que lo encontrarían, y a mí si no decía donde estaba, (tocando siempre la pistola con su mano diestra), le dije: Tenga usted en cuenta que con otra pistola o con otra arma le pueden matar a usted. ¿A mí quien, por qué? El porqué está muy claro; si usted mata a personas que no han matado a nadie ¿por qué no le pueden matar a usted que habrá matado a unos cuantos inocentes? En cuanto a quien le puede matar tampoco hay duda; si los fascistas, según usted, matan inocentes ¿qué no harán con usted, si ganan la guerra?; ¿Cómo? los fascistas no pueden ganar. Le repliqué: De momento son ellos los que van avanzando, no ustedes. </div>
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Llegados a este punto, no quiso aguantar más. Mira, hemos terminado; diez minutos te doy para que digas donde está tu padre. Si no lo dices te sacamos al monte y te matamos. A los tres o cuatro milicianos que tenía al lado les ordenó, terminante: Prepareu les escopetes; açò s’ha acabat. Me levanté y le dije: No hace falta que pasen los diez minutos; vamos. No se levantó. Mire: yo no sé donde está mi padre, no sé cuantas veces lo he dicho, luego si no lo sé no puedo decirlo, pero le diré más: si lo supiera no lo diría; si usted cree que va a asustarme porque dice que me matará, se equivoca; han asesinado a mi hermano Luís, matarán a mi padre cuando lo cojan ¿cree usted que yo tengo ganas de vivir? Es posible que si supiera donde está mi padre, al ver las escopetas y su pistola apuntándome, me venciera el miedo y lo dijera, no lo creo, pero es posible; como no lo sé, aunque lo quiera decir no podré; así es que no perdamos más tiempo y vámonos; se quedará usted sin saber donde está mi padre, matará usted a un inocente más, pero tampoco eso tiene gran importancia en usted que, según dice, ya ha matado a varios. </div>
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Debió de quedar convencido de que yo no sabía donde estaba mi padre porque no se levantó, no volvió a repetir aquello de “con esta pistola...” y al poco rato, sin pronunciar palabra se levantó y salió de la habitación. No le volvería a ver hasta casi tres años después, según expresaré al terminar este relato. </div>
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Los de la escopeta, que eran de la CNT de mi pueblo, me propusieron salir conmigo al monte y que yo llamara a mi padre. Me decían que los de Catarroja ya se habían ido; que si mi padre acudía, ellos no le matarían, que le llevarían al Tribunal Popular de Castellón para que fuera juzgado. Salí al monte con ellos para hacerles creer que yo decía verdad al negar que supiera donde estaba mi padre. Grité, como ellos me pedían ¡Pare! ¡Pare! Sabía que mi padre estaba a unos cuantos kilómetros de allí y no podía oírme. Grita más fuerte, y yo ¡Pare! ¡Pare! Cuando se convencieron de que mi padre no acudía, volvimos al pueblo y me dijeron que si mi padre se ponía en contacto conmigo le dijera lo del Tribunal Popular. </div>
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A la mañana siguiente, antes de clarear, me fui para contarle a mi padre lo ocurrido. Salí al monte y me fui por un camino que no era el que llevaba al lugar en que mi padre y mis dos hermanos tenían que estar. Lo hice así por si me seguían para capturar a mi padre. Cuando me aseguré de que nadie me seguía me dirigí hacia la choza que previamente teníamos convenida, que era la cubierta en un bancal donde un pariente de mi madre dejaba el mulo cuando iba a trabajar aquella tierra. Allí, mi padre y mis dos hermanos habían pasado la noche sin pegar un ojo. </div>
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Le expliqué a mi padre todo lo ocurrido y la promesa de los de Lucena. Mi padre no tenía donde poder ir ni medios para esconderse y subsistir. Dijo que a él un Tribunal no tenía por qué condenarle. Se presentó en la CNT de Lucena donde nos dijeron que lo llevarían a Castellón. Nos engañaron. Lo dejaron en la CNT de Alcora donde tenían su cuartel general “Los 9 Inseparables”, que era la cuadrilla que ejecutaba los asesinatos en toda aquella zona. Estos Inseparables eran unos jóvenes, de 25 a 30 años, que hablaban catalán, aunque es posible que no fueran catalanes de nacimiento. Así como los emigrantes de Teruel han tendido siempre a inclinarse, en su mayoría, por Valencia, los de aquella comarca de mi pueblo y los colindantes han preferido siempre emigrar a Barcelona; casi todos ellos, cuando vuelven hablan catalán; no es más que una prueba de falta de personalidad y de servilismo; los hay que a los quince días ya intentan hablar como catalanes nativos. Es posible que la mayoría de estos Inseparables tuvieran ese origen. Disponían de varios coches, naturalmente decomisados a los fascistas, en los que cargaban a las inocentes víctimas que después asesinaban y dejaban en los campos lindantes con las carreteras en aquello que se llamó la “ley de la cuneta”.</div>
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Entregado mi padre a la CNT de Alcora para que lo ejecutaran los Inseparables, comunicaron a Catarroja que mi padre se había presentado y que ya estaban en disposición de ejecutarlo. Desde aquí ordenaron que, además de mi padre, mataran también al hijo que la noche anterior se había enfrentado con el jerarca de Catarroja. Serían sobre las tres de la tarde, vinieron a avisarme para que fuera a la CNT. Fuimos mi hermano Angel y yo. Un miliciano de Alcora me dijo que iban a celebrar el juicio para juzgar a mi padre, en Alcora, y que yo tenía que declarar como testigo. Pero ¿cómo? ¿Mi padre no está en el Tribunal Popular de Castellón? No, tu padre está en Alcora, tenemos que juzgarle allí, y tú tienes que declarar como testigo. </div>
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Todo quedaba muy claro: nos habían engañado, a mi padre iban a asesinarle Los Inseparables y a mí también. La reacción de mi hermano Angel, que me había acompañado, la explico en la Carta Abierta que escribí el día de su entierro. No voy a repetirla. En aquel momento vi en la plaza al jefe de milicias de la CNT de Lucena. Este, que se llamaba Emilio, como yo, era uno de los emigrantes a Barcelona. Militante activo de la CNT catalana, había formado parte de la expedición que en los primeros días del Alzamiento, desembarcó en Mallorca al mando del Capitán Bayo. Fueron rechazados y Emilio se vino a Lucena, donde había nacido, para convertirse en jefe de las milicias de la CNT. Era, dicho sea de paso, de los pocos que seguían hablando en valenciano, no en catalán. Era un excelente jugador de pelota, juego que allí se hacía en la calle; no había trinquete; nadie podía con él. Como yo en mi infancia me había iniciado en ese deporte, por la proximidad de mi casa al trinquete Moderno, me enfrenté con Emilio, no mano a mano, sino otro muchacho y yo, los dos contra Emilio. La partida estaba muy reñida y todos los domingos jugábamos ante la expectación de la gente del pueblo y de los masoveros. Explico todos estos detalles para que se vea que entre el jefe de las milicias de la CNT y yo había una relación deportiva y amistosa. La noche anterior, durante las tres horas de mi enfrentamiento verbal con el personaje de Catarroja, Emilio estuvo muchos ratos presente, saliendo de vez en cuando para volver al poco tiempo; en toda la noche no pronunció palabra; yo atribuí esa presencia intermitente suya al afecto que pudiera sentir por mí. </div>
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Al verle yo en la plaza cuando el miliciano de Alcora me pedía que subiera en su coche, me dirigí a Emilio para decirle lo que había. Le dije que iban a matarme y le pedí que cogiera su coche y me acompañara. Me contestó que él no podía hacerme nada. Si vienes tú, por lo menos no me matarán antes de llegar a Alcora. Está bien, iré. </div>
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Subí en el coche del miliciano de Alcora, desde el cual volvía de vez en cuando la cabeza para ver si Emilio nos seguía. En efecto, detrás de nosotros, pegado a rueda, iba Emilio. Llegamos a Alcora, bajamos del coche, entramos en un edificio que yo no conocía, me subieron a la primera planta, abrieron una celda, me metieron dentro y cerraron la puerta. Habrían pasado un par de minutos cuando oí la puesta en marcha de un coche. Hoy, con tanto coche en todos los sitios, aquel arranque de un motor no hubiera significado nada; entonces la conclusión era de pura lógica: Emilio que se va. Enseguida, la tos de mi padre. Como fumador recalcitrante que era, tosía bastante; su tos me era muy conocida. No estaba en una celda contigua a la mía, pero tampoco muy alejada. Aquello era el fin de los dos: mi padre y yo íbamos a morir juntos. </div>
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Pasé la tarde dando pasos por la celda o pequeña habitación, sin tener la más mínima esperanza de que pudiera salvar mi vida. Recuerdo perfectamente mi estado de ánimo: no estaba nervioso, estaba triste. Pensaba, sobre todo, en mi madre. Al matar a mi hermano mayor mi madre quiso darnos ánimos a los demás, pero yo la oía, a veces, llorar silenciosamente en cualquier rincón de la casa: era el hijo mayor, el primero. Yo sabía del afecto de mi madre por mí, que era el último, el pequeño. Tuvo mi madre, entre sus muchas desgracias, la de no tener una hija que le ayudase en las tareas de la casa. Cinco hombres y una casa grande en Catarroja, para ella sola, sin criada ni fija ni a horas. Yo, el pequeño, le hacía de niña. Emilio, pélame esas patatas. Así no, que se pierde mucha patata; la piel hay que sacarla todo lo fina que se pueda. Emilio, vete a la tienda y cómprame tal cosa. Y allí iba Emilio, que era un niño dócil, al que sólo le disgustaba sujetar las piernas de los conejos o las gallinas para que su madre las degollara. En todo lo demás, disfrutaba de ayudar a su madre, aquella mujer que, sin fiestas, sin viajes, sin diversiones, se pasaba un día y otro trabajando, sin un momento de descanso: en la cocina, barriendo, arrastrándose por el piso para lavarlo, zurciendo, planchando, lavando a mano, como se hacía entonces, tanta ropa como ensuciaban cinco hombres. Yo era “el xiquet” que es siempre el último de los hermanos. ¿Cómo recibiría mi madre la muerte de su Emilio, del “xiquet” querido? Pensaba que unas horas antes Angel y yo habíamos salido juntos hacia la plaza, porque a mí me habían llamado para que fuera a la CNT y que al volver a casa sólo Angel, llorando de rabia, mi madre le habría preguntado, alarmada: ¿Y Emilio? Y que Angel le habría respondido con desesperación: A los dos les matarán, al padre y a Emilio, a los dos. Más que mi propia muerte, me entristecía el dolor de mi madre. </div>
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Pensaba también en mi padre, que de vez en cuando tosía: desde el momento en que le dejaron en Alcora, cuartel general de Los 9 Inseparables, en lugar de llevarle al Tribunal Popular de Castellón, como a mí me habían prometido, tuvo que darse cuenta de que no iba a ser juzgado, de que ya estaba condenado a morir. A los pocos días de haber sido asesinado su hijo mayor, a los diez días de tener conocimiento de aquella muerte que le había causado el mayor dolor de su vida, se vería él frente a su propia muerte. Y en ese momento iba a tener la sorpresa de que no iba a morir solo, sino junto al hijo pequeño al que tantas veces había denominado “el benjamín de la familia”. </div>
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Meditando sobre todo esto y pensando, resignadamente, que iba a morir a los dieciséis y seis años y medio, se abrió la puerta y entró un miliciano. Era joven: podía tener dos o tres años más que yo. Me sometió a un interrogatorio: cuando le dije que trabajaba en el Juzgado con mi padre, soltó unos cuantos insultos sobre los juzgados y quienes vivían de eso; al decirle que no era de ningún partido y que sólo pertenecía a una sociedad apolítica A B C, exclamó furibundo: ¿A B C? Esos son unos criminales fascistas. Confundía A B C sociedad con A B C diario de derechas. No quise sacarle del error ¿Qué más daba? Para aquel pobre energúmeno el abecedario sería una invención fascista. Se fue echando chispas y cerró la puerta. </div>
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Ya muy anochecido entró otro miliciano, éste más amable. ¿Quieres algo para cenar? No ¿para qué? Pensé: si me vais a matar dentro de unas horas ¿de qué me va a servir esa cena? Añadió amablemente: Nosotros vamos a cenar, por si tú quieres también. Como por su gesto y el tono de su voz parecía sentir alguna lástima por mí, no quise ser desagradecido. Bien, cenaré. ¿Qué quieres cenar? Me es igual, cualquier cosa. No, lo que tú digas. Pues mira, lo que tú cenes. Se fue.<br />
Debía de haber pasado más de una hora cuando se abrió de nuevo la puerta. Entró el miliciano que me había ofrecido la cena. No traía nada en las manos. Detrás de él, uno, dos, tres de los Inseparables, bien dotados de cazadoras, de correajes, de pistolas. Hasta aquí hemos llegado, fin de la película, me dije, pero ¡sorpresa! ¿esto qué es?, detrás de los tres Inseparables, último de la comitiva, Emilio, el pelotari contrincante, el jefe de las milicias de la CNT de Lucena. Quien me había acompañado desde Lucena a Alcora, después de decirme que nada podía hacer en mi favor, el que yo creía vuelto a Lucena después del acompañamiento, estaba allí. Emilio no podía estar presente para intervenir en mi muerte. ¿Qué pasaba? </div>
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Uno de los Inseparables me preguntó: ¿Qué le dijiste ayer a nuestro compañero de Catarroja? Muchas cosas, le respondí, Emilio estaba delante, él las podrá contar. Ya las sabemos; tú eres un niño y no sabes del mundo lo suficiente para saber lo grandioso que es lo que estamos haciendo los libertarios. Cuando seas mayor... </div>
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En fin, un sermón; me aseguraron que cuando fuera un hombre y no un niño me daría cuenta de cuanto les debía a quienes, como ellos, mediante la limpieza que estaban haciendo, habrían conseguido que todos los hombres fueran para siempre libres; que la revolución haría que todos fuéramos iguales; que los fascistas, etc. etc. Al final de la plática me dijeron: Márchate a Lucena con Emilio, a él le debes la vida. Les pedí que me dejaran despedirme de mi padre. Tu padre ya está muerto. No, no, le oigo toser toda la tarde. Repitieron que ya había muerto. En aquel momento se oyó su tos. Ese es mi padre. Uno de ellos me dijo: Bien, tu padre morirá esta noche; no sabe que estás aquí; ¿qué ganas con verle y qué gana él? Me parecieron aquellas palabras en aquel momento y me han parecido siempre lo más humano de todo aquel episodio.</div>
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Me fui con Emilio a Lucena, en su coche. Lo que ocurrió al llegar a casa lo relato en la “Carta abierta a mi hermano”. Estaría de sobra repetirlo aquí. Unas horas después Los 9 Inseparables, se llevaron a todos cuantos tenían presos en aquel edificio del que yo había salido y les dieron muerte donde habitualmente solían hacerlo: en unos campos con algarrobos lindantes con la carretera de Alcora a Castellón al lado de la cola del pantano de María Cristina, término municipal de San Juan de Moró, lindante con Villafamés. Entre los cadáveres estaba el de mi padre. Fueron enterrados en una fosa común en el cementerio de San Juan de Moró. Terminada la guerra, el Ayuntamiento hizo pública la apertura de la fosa, señalando un día de domingo, para que los respectivos familiares pudieran identificar y hacerse cargo de los restos de sus deudos. Mi hermano Angel asistió al acto; eran incontables los cadáveres enterrados; no pudo identificar el de nuestro padre. </div>
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A partir de los años 1950 el Estado español inició los planes de viviendas protegidas; empezó la política de promoción del turismo; desde entonces se han construido en España millones de viviendas, lo que ha hecho que en toda aquella zona haya surgido la gran riqueza de la producción azulejera española. Aquellos anarquistas cuyo ideario era el de hacer a todos los hombres iguales y libres, no hicieron más que asesinar a personas inocentes y dejar los cadáveres en aquellos terrenos sobre los que otros hombres que no sentían aquellos ideales, que no mataron a nadie, que querían vivir y dejar vivir, que no eran anarquistas, muchos de ellos trabajadores del azulejo que se asociaron para convertirse en empresarios, levantaron la gran industria del azulejo español, que ha convertido a nuestro país en el segundo exportador mundial de azulejos, que ha hecho que en la provincia de Castellón se fabrique el 90 por 100 del azulejo español, que la población de aquella zona esté en lo más alto de la renta per cápita de la comunidad valenciana y que tantos y tantos masoveros que malvivían alejados de los pueblos, sin luz eléctrica, sin agua potable, con todas las privaciones de una vida primitiva, se hayan integrado en la sociedad industrial que les permite disponer de lo que nunca pudieron soñar tener a su alcance.</div>
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En aquel campo con algarrobos, sembrado de cadáveres tantas veces por los libertarios, donde tantos hombres, entre ellos mi padre, fueron inmolados, se levanta hoy una moderna y gran fábrica de azulejos. Eso sí que ha sido una revolución. </div>
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A los tres años de la muerte de mi padre, el 11 de mayo de 1939, cuarenta días después de haber terminado la guerra, me dieron el alta en el Hospital de Orense por las graves heridas que había sufrido el 19 de enero anterior. Me concedieron un mes o dos de convalecencia que pasé con mi madre en Lucena. Mi hermano Angel en servicio militar en el cuartel de automovilismo, Juan en Catarroja intentando, entre otras cosas, recuperar los muebles de nuestra casa, que se habían llevado los de la CNT. Sólo pudimos encontrar la mesa del comedor y unas sillas. Yo tenía que reincorporarme al Ejército. Vine a Catarroja y me encontré con la circunstancia de que unos días antes había sido descubierto en Godelleta el escondrijo en que se ocultaba el anarquista que había perseguido a mi padre hasta su muerte. Estaba detenido en una habitación o sala del entonces huerto de Vivanco. Fui a verle. Al entrar allí me acompañaron tres o cuatro vecinos del pueblo. Todos sabían la intervención que el preso había tenido en parte de la tragedia de mi familia. Aquel individuo ofrecía un estado realmente lamentable; su piel visible estaba llena de hematomas. Claramente se advertía que se habían divertido con él. Al cogerle el brazo, respondió con un ¡ay! lastimero. Le solté. Los presentes me ofrecieron una especie de látigo o vergajo con el que, por lo visto, se habían ejercitado todos. Lo rechacé. Le dije: Soy el hijo de Porcar, el que tenía usted que matar con aquella pistola que llevaba en la cintura; no le mató usted, le mataron otros por encargo suyo; también ordenó que me mataran a mí pero ahí, ya ve usted, no se salió con la suya. Me contestó que no sabía de qué le hablaba. Haga usted memoria, hombre. ¿Cuántas veces me dijo que con su pistola mataría a mi padre y a mí si no decía donde estaba? Yo de eso no sé nada, volvió a decir. Sea usted más hombre, por favor. ¿Recuerda que le dije: Con otra pistola o con otra arma le pueden matar a usted si pierden la guerra? Ve usted, ya estamos ahí. Recuerde, hombre, el 15 de septiembre de 1936, en mi pueblo, Lucena. Yo nunca he estado en Lucena, ni sé donde está. Quedé sorprendido por la falta de hombría de aquel sujeto. Le habían molido a golpes, con toda seguridad, otros menos motivados que yo, que era posiblemente el único que no le había pegado. Si me hubiera dicho: Mira, chico, perdona el mal que os hice, la guerra nos volvió locos, si me hubiera dicho eso es posible que hubiera sentido lástima por él, porque su estado era realmente lastimoso. Recordé la imagen de aquel individuo (“Con esta pistola he matado varios fascistas, con esta pistola mataré a tu padre cuando lo cojamos, que lo cogeremos, con esta pistola te mataré a ti esta noche si no me dices donde está”) recordé aquella imagen de tirano, dueño de vidas ajenas, condenadas a morir sin más juicio que el de la libre voluntad del ejecutor, que amenazaba de muerte segura e inmediata si no decía donde podía ser cogido su padre para asesinarle, a un chico de dieciséis años, casi un niño, con las mejillas húmedas aún por la muerte de su hermano, asesinado unos días antes, un niño que no se humilló pidiéndole clemencia que, sin temer a la muerte, sin temblar, serenamente, le aceptó el envite. Comparé esa imagen de implacable todopoderoso, acariciando su pistola, pavoneando con alardes de matón, con la que ofrecía en este otro momento, en que pudo aceptar con gallardía un castigo merecido por lo que había hecho, que siempre sería inferior al infligido por él a quienes no lo merecían, o mostrar arrepentimiento por la muerte de sus víctimas y el dolor de sus familiares; - en cualquiera de las dos actitudes hubiera mostrado alguna dignidad - pero no: adoptó la más innoble, la de negarlo todo, no la de la gallardía ni la del arrepentimiento: la de la cobardía, una cobardía estéril, torpe y suicida porque con ella no hacía más que estimular un ensañamiento que hubiera estado más que justificado. Nuevo ofrecimiento del látigo, esperando que ahora sí que lo usaría. Nuevo rechazo. Toda mi venganza fue decirle: Com canvia el temps a les persones; hi ha que vore; en lo valent que era vosté no fa més que tres anys quant matava als que no podíen defendres. </div>
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He contado esto alguna vez, pocas, porque me resulta desagradable. Algún oyente me ha dicho al final: ¿Y tú no te vengaste pegándole hasta desahogarte? Siempre he respondido: No, nunca le he pegado a nadie y me alegra que haya sido así, pero jamás le pegaría, por muchos motivos que tuviera, a alguien que no pudiera defenderse. </div>
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Unos años después, celebrado Consejo de guerra, aquel señor fue condenado a pena de muerte y fusilado, creo que en Paterna. Fueron varios los vecinos de Catarroja que asistieron a aquellos dos actos, el del juicio y el fusilamiento, de los que me enteré previamente porque fueron de conocimiento público. Más de uno me manifestó su extrañeza por el hecho de que yo no asistiera a ninguno de ellos. <br />
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José Porcar Peña (Padre de Emilio Porcar LLiberós)<br />
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Emilia Lliberós Nebot (Madre de Emilio Porcar LLiberós)<br />
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Juan Porcar LLiberós</div>
E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-15236093213646256242010-02-07T19:59:00.004+01:002011-09-15T18:26:22.566+02:009.- OTRA VEZ ANTE LA MUERTE 18 y 19 ENERO 1939<div align="justify">Estamos en Tárrega, en plena batalla de Cataluña, dirección hacia los Pirineos, por Ponts. No estaremos en primera línea del frente hasta mañana. En la calle principal de Tárrega, por donde pasa la carretera a Barcelona, hay varios edificios destruidos a causa de la guerra. Tárrega está recién tomada. Entre estas casas, una en la que en la parte de fachada que no ha sido derruida, queda un pasquín de propaganda roja. Al pie de este resto de pared, ocupando la acera y parte de la calzada, un montón de escombros. Mirando al pasquín, se nos pone delante un señor alto, entrado en carnes, vestido kaki, botas altas, cazadora y gorro de campaña con estrella de cuatro puntas. Es el jefe del Cuerpo de Ejército de Aragón, el nuestro, el general Moscardó. Corto de vista debe de andar el general porque, para leer el pasquín, se ha subido a lo más alto del montón de escombros. Lleva la compañía de un soldado que, más que escolta, parece un asistente que le sigue detrás cuando el general baja del montón de escombros y sigue su marcha. Le saludamos militarmente y nos contesta. Yo le había visto un par de veces durante esta batalla de Cataluña; en la última, pocos días antes, alta ya la tarde, el general y el coronel Darío Gazapo, jefe de su Estado Mayor, con escaso acompañamiento, –el frente había estado inactivo ese día- traspasaron la primera línea y se adentraron en terreno de nadie. ¿Irán a pasarse al enemigo? Dije yo a mi acompañante. Reímos. Gazapo fue, precisamente, quien inició el Alzamiento en el Llano Amarillo, el 16 ó 17 de julio, al negarse a cumplir una orden de entrega de fusiles del Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra Casares Quiroga. </div><br /><br /><div align="justify"><br />En las dos ocasiones en que había visto al General Moscardó, había mediado alguna distancia. Ahora lo tenía a un metro; éste era el héroe del Alcázar de Toledo, la gesta más sublime del Ejército de Franco, famosa en el mundo entero; Moscardó, el nuevo Guzmán el Bueno cuyo hijo es sacrificado porque el padre no se rinde; Moscardó, personaje de leyenda para los siglos venideros. Todo eso era ese hombre sencillo, corto de vista, que va, uno más, por una calle de Tárrega, seguido de un soldado, y que, al recibir el saludo de dos de sus combatientes, ha contestado: Hola, muchachos. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Una hora después, hemos emprendido la marcha para llegar, al anochecer, a un lugar cerca de Bellver y Montroig, a la derecha de Tárrega. Sustituimos, de cara a la noche, relevando, a los que están en primera línea; noche muy fría, cielo limpio, calma, rocío que se convertirá al amanecer en escarcha; dificultad en alcanzar el sueño cuando los pies están fríos dentro de las botas húmedas. Menos mal que hoy hemos encontrado, mi compañero y yo, un estercolero sobre el que acostarnos; el estiércol huele mal, pero es blando y caliente; después de todo, nosotros, tras meses sin bañarnos, sin ducharnos, sin cambio de ropa, tampoco olemos a rosas cuando nos acostamos, con los cuerpos pegados para defendernos del frío. Dos turnos de escucha esa noche, de dos horas cada uno, y al hacerse de día, desayuno, rancho frío, conserva de alubias y sardinas en aceite, porque vamos a operar. Hoy nuestra Compañía va de reserva, o sea en segunda línea. Si no pasa nada, nos libraremos de arrastrarnos por el suelo, de correr a toda marcha al atravesar zonas batidas, cargados siempre con los más de 30 kilos que pesan el fusil, la munición, las bombas de mano, de Laffite y de piña, la lona, la manta, el capote, el macuto y la cantimplora. Si no pasa nada, pero sí que pasó. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Estamos cerca del mando de nuestro Comandante, que está pegado al teléfono de campaña. Le oímos gritar cuando comunica con los artilleros: Estáis disparando sobre nosotros, rectificad el tiro. Vemos delante nuestro, a distancia, las explosiones artilleras no sobre la cota que se pretende escalar sino sobre el pie de la elevación. El Comandante, según va pasando el tiempo, se va enfureciendo: ¡Alargad el tiro! Un enlace viene de la primera línea: Mi Comandante, nos están machacando la 2ª Compañía. Pero o la radio no funciona o los artilleros están sordos; todo sigue igual. Por otra parte la posición está muy bien defendida por sus ocupantes, que disparan con nutrido fuego de balas explosivas. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Resolución: la Compañía de reserva tiene que avanzar hasta la primera línea para cubrir el hueco de la 2ª Compañía. Nos desplegamos y avanzamos corriendo a la velocidad máxima que podemos; el silbido de las balas y la explosión al chocar con el suelo, estremecen. De pronto, saltando un pequeño bancal, siento dentro de mí una explosión, que me llega no por el oído sino por mis propias carnes; es como si mi cuerpo hubiera estallado. No siento ningún dolor, pero en mi muslo izquierdo hay una gran herida; una bala explosiva se ha llevado buena parte del muslo; me arrastro hasta apoyarme en la pequeña pared del bancal y veo mi herida; en mi muslo izquierdo, cara interior, un boquete de más de diez centímetros de diámetro, pero que sangra muy poco. Veo sangre en mi mano derecha. ¿Es que la tengo herida? No. ¿De donde viene esta sangre? Veo en mi muslo derecho, en el centro de la parte delantera, un pequeño orificio, del tamaño de una bala y que de la parte posterior, sale mucha sangre. Total: Una pequeña herida en el muslo derecho con gran pérdida de sangre y una gran herida seca en el muslo izquierdo. Hay un momento en que los almendros cercanos se me hacen borrosos, difusos; pierdo la consciencia, que recupero después, sin poder calcular el tiempo del intervalo. Veo que de vez en cuando pasa, distante, corriendo, Pamplona, el enlace de la Compañía y, a su paso, oigo voces lastimeras: Pamplona, los camilleros, que estoy herido, pero Pamplona –el cuerpo encorvado para ofrecer menor blanco a las balas- no se detiene. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Estoy en un sitio donde nadie me ve; grito y apenas me sale la voz. Me estoy desangrando por esta pierna derecha. Medito: no tengo salvación; dentro de poco vendrá la noche y yo quedaré aquí para morir desangrado. Lo había visto ya varias veces: compañeros que quedaban heridos entre dos líneas y que, al avanzar el día siguiente encontrábamos muertos, desangrados o de frío. Ese era, inevitablemente, mi destino. Tenía que salir de allí, pero ¿cómo, con estas piernas? Hay que intentarlo. Me incorporo, con esfuerzo, avanzo las piernas, y veo, con sorpresa, que arrastrando los pies, lentamente, puedo andar. Me dirijo hacia atrás y llego a un sitio donde hay varios heridos, esperando, como yo a los camilleros. Llega un momento en que, a pesar del esfuerzo, caigo, me derrumbo. Pienso: aquí, al menos, ya me ven. Y llegan los camilleros. Pero esto de los camilleros merece punto y aparte. </div><br /><br /><div align="justify"><br />En el Ejército de Franco, al contrario que en el de Negrín, se comía muy bien. Por ejemplo, un plato de pote gallego o cocido castellano, ambos con carne; un segundo con ternera o huevos cocidos y, siempre, pan y patatas abundantes; fruta de tercer plato. Se entraba al rancho en grupos de tres y cada uno cogía tres raciones de cada plato. Al incorporarme a la Compañía en Serra Cavalls, advertido del detalle, pregunté si había valencianos, para formar grupo con paisanos; no los había, era yo el único. Hay dos asturianos, cuñados, al que les falta uno, que cayó herido ayer, me dijeron. Me presenté a ellos: ¿Os valgo? Sí, claro, ¿Como te llamas? Emilio Porcar. Qué apellido más raro. ¿De donde eres? Valenciano. Pues te llamaremos Valencia ¿te parece bien? Encantado. Pues bien, estos dos cuñados, asturianos, eran los camilleros que acudían a la llamada general. No es de extrañar que, cuando me vieron herido, exclamaran: ¡Hombre, si es Valencia! Y que, entre todos los que llamaban, fuera yo el elegido, porque era el comensal de cada día, el tertuliano de las sobremesas o, por mejor decir, sobrepiedras. Posiblemente fuera yo, de entre todos los heridos, el que más cerca estaba de la muerte, pero no fue esa razón, que ellos desconocían, el motivo de mi elección, sino el afecto personal. A aquellos dos cuñados asturianos, Luis Cuesta y Soldino Lobeto (es comprensible que no haya olvidado sus nombres) les debo toda mi vida posterior a aquel día. Me llevaron al médico de campaña, que me vendó y me advirtió que había perdido mucha sangre. De allí a una carretera en la que me introdujeron en una ambulancia, en cuya parte posterior habían nueve camillas, tres líneas con tres cada una. Me situaron en la más baja de una línea lateral. Empezó a rodar la ambulancia y, con el movimiento, se desprendió uno de los ganchos que mantenían en el aire, sujeta a los rieles, la camilla superior a la mía; el cuerpo de aquel herido se salía por allí y su cabeza se apoyaba sobre mi hombro, camilla en medio; él no decía nada y yo no osaba protestar porque bien claro estaba que el hecho no era voluntario, pero la verdad es que yo no estaba para sostener cuerpos ajenos, que bastante tenía con conservar el mío. De momento, para la ambulancia, abren la puerta trasera y uno de los conductores coge una herramienta. Grito para advertirle la situación, pero no me oye. Yo nunca he tenido la voz de Plácido Domingo, pero ¡caray! tampoco la de Pepe Isbert, pero se ve que en aquel momento ni esa tenía. Vuelve a abrir la puerta para dejar la herramienta y muevo el brazo que me queda libre, me ve, viene hacia mí, arregla la avería y se va diciendo: Pobre, está muerto. Reanudamos la marcha; intento hablar con el herido que tengo a la izquierda, y no me responde. No creo que fuera cuestión de educación. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Edificio entre Tárrega y Agramunt; es o ha sido convento de monjas, habilitado ahora para hospital de campaña. Nos descargan de la ambulancia y nos alinean en un pasillo. Al fondo una salita con una mesa grande por la que van pasando los heridos para ser asistidos por un médico. Siento una sed insólita. A los sanitarios que pasan les pido: Agua, agua, pero ni caso; secaría un manantial; hasta que uno me dice: Cállate, muchacho, que eso es cosa del médico. Después he sabido que esa gran sed es consecuencia de la pérdida de sangre. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Llega, por fin, mi turno. El médico me rompe los vendajes, me hace mover las piernas. Has tenido suerte, muchacho, y señalando mi muslo derecho: ¿Cómo es posible que esta bala no te haya tocado el fémur? El enfermero ayudante llena un impreso, con mi filiación, el médico describe las heridas y el enfermero le pregunta ¿Pronóstico? El médico responde: Ge. Y yo traduzco: Grave; pero no pregunto: ¿Quedaré bien de las piernas? sino ¿Puedo beber agua? Sí, sí, toda la que quieras. Bendito sea Dios. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Una sala llena de camas; una de ellas para mí solo. Fuera la ropa que no me he quitado en un par de meses; una chaqueta de pijama y uno, dos, tres no sé cuantos vasos de agua, que está muy fría, como corresponde a la fecha en que estamos. Plato de sopa caliente y comida abundante, pero cada vez estoy más frío. La enfermera, una mujer de cerca de 40 años, hoy diría una joven de menos de 40 años, (yo tenía 18) me trata como si fuera un niño, pero no un niño cualquiera, sino un niño suyo. Tengo mucho frío, le digo. Claro, tú sabes el agua que has bebido y la sangre que has perdido. Me trae una botella con agua caliente y la pone en mis pies, que son hielo puro; pero si contacto con la botella me quemo, si no sigo tiritando. Ahora verás, dice la enfermera, y me trae un vaso grande con leche casi hirviendo y una buena copa de coñac. Bebo la leche a pequeños sorbos, que refrigero con libaciones de coñac. ¿Quién dice que el coñac liga bien con el café y mal con la leche? Para mí aquello fue una bendición. Noto que mi cuerpo reacciona, entro en calor y me inmerso en ese sopor que es la antesala del sueño, pensando: Ya no duermo con un compañero, pegados los cuerpos, para transmitirnos calor; esta noche no hay escuchas ni estiércol; toda una cama para mí solo, con mi cuerpo entre sábanas blancas, mi cabeza sobre una blanda almohada, no sobre el duro macuto. Y mañana no veré la escarcha de todos los amaneceres. Pero lo que sí veo al pretender taparme bien es mi mano derecha manchada de sangre. ¿Otra vez? Espabilo y llamo a la enfermera; me destapa; sangre en la cama. Viene el médico: la herida de la pierna derecha se ha abierto. Taponan, o no sé qué hacen; vuelven a vendar más fuerte ahora. ¿Estabas dormido? Casi, pero no del todo. Eso te ha salvado; las hemorragias no duelen, matan. Encarga al enfermero y a la enfermera que me destapen cada media hora y que le llamen si vuelvo a sangrar. Me duermo con la confianza de que la enfermera lo hará; del enfermero no estoy tan seguro. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Despierto a la mañana siguiente, ya día claro. Me destapo para ver mis piernas, cuando la enfermera se acerca y dice: Todo ha ido bien; de ésta te has salvado. Cuatro o cinco de los heridos han fallecido esa noche. Al pasarlos por delante de mí, veo uno, conocido, porque era de mi Compañía; otro, que anoche pedía, desesperado, agua, como yo, sin que se la dieran. Le digo a la enfermera: ¿Por qué no le dieron agua, si igual ha muerto? Me responde: De nada le hubiera servido; tenía una bala explosiva, como tú, pero en el estómago. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Uno de los heridos, éste leve, en un brazo, perteneciente a mi Compañía, viene a saludarme; me habla de algunos compañeros, conocidos por mí, que habían muerto en el combate; que lo que teníamos enfrente era una unidad perteneciente a una brigada internacional; que entre ellos y nuestra artillería y entre muertos y heridos, la Bandera había quedado reducida a la mitad. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-2529222594542560262010-02-07T19:57:00.002+01:002013-02-22T18:46:42.523+01:0010.- LA GUERRA HA TERMINADO<div align="justify">
Después de lo que pasó entre el 18 y el 19 de enero de 1939, al salir del hospital de campaña de Tárrega (era hospital de primera línea y había que dejarlo libre para los heridos de cada día) fui trasladado a un hospital de Lérida. Estuve allí un par de días sin que nadie viniera a curarme. En la cama contigua, a mi derecha, había un soldado herido, que pasaba el tiempo durmiendo; entre su ropa, una boina roja; era navarro y requeté; tampoco lo curaban pero, de vez en cuando, le ponían una inyección; en un momento de vigilia, entablamos conversación; su herida, considerable, la tenía en el tronco, creo que en el pecho. Es la cuarta vez que caigo herido, me dijo; tres las pasé, pero de esta no me libra ni Dios; ahora, casco. </div>
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Quedé maravillado del humor con que lo decía. ¿De qué raza son estos navarros, que se juegan la vida heroica y gratuitamente en los sanfermines? Qué clase de hombre es éste que, viéndose abocado a morir, en lugar de protestar por una muerte que no merece o de lamentar, cuando menos, perder la vida en plena juventud, se limite a decir, como si fuera un trance irrelevante: Ahora, casco. Momentos después le pusieron otra inyección (¿morfina para que no sintiera dolor?) y se volvió a dormir. Nada más pude hablar con él porque durmiendo estaba cuando me pusieron en una camilla par trasladarme a un hospital de Zaragoza. Nada que contar de Zaragoza, excepto que estuve un par de días y solo me hicieron una cura y que al ir a coger una chaqueta de punto que mi madre y mi tía me habían hecho con gran esfuerzo, no por el trabajo de la confección sino por el coste de la lana, y que había dejado en la mesita de noche, vi tal cantidad de piojos buscando sustento, paseando por la superficie de la pieza que, a pesar del servicio que me había prestado por el mucho frío y del amor familiar que se había puesto en la confección, cerré la mesita de noche y renuncié a prenda tan querida. Aquellos seres eran carne de mi carne y sangre de mi sangre pero yo, descastado y cruel, no quise saber más de ellos. </div>
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Mi destino siguiente fue Vitoria, edificio del seminario, convertido en hospital de guerra. Al pasar el tren por un pueblo, creo que Tudela, donde paró unos quince minutos, serían sobre las dos de la mañana, subieron unas muchachas, con camisa azul, pertenecientes a una organización –Frentes y Hospitales- y nos obsequiaron con unas galletas y un vasito de jerez. Dentro de los horrores y calamidades de la guerra, este hecho de que a un herido, acostado en una camilla, una chica, joven y guapa, le ofreciera vino de jerez y unas galletas, era un contraste que hacía pensar que no todo se había perdido, que algún día la vida podría volver a ser agradable y placentera.</div>
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Llagamos a Vitoria, sobre las 5 o las 6 de la mañana y muy pronto, de noche aún, se presenta de improviso en la sala el Coronel-director del hospital, que venía a ver, uno a uno, a los heridos recién llegados. Al llegar a mí, rompe los vendajes, examina las heridas y dice: ¿Es que no te curaban? Muy poco. Mueve la cabeza con gesto de resignada protesta y me dice que están infectadas. A los enfermeros que le siguen les dice que no me hagan las curas en la cama sino en la sala de curas y dos veces al día. Mira mis párpados: Has perdido mucha sangre. ¿Tienes buen apetito? Mi Coronel, bueno no; buenísimo. Estupendo, y se dirige a las enfermeras: A este chico que le den toda la comida que pida. Enriqueta, una enfermera joven y guapísima, me hacía compañía cuando no tenía nada que hacer y cada vez que pasaba por delante de mi cama solía decirme: ¿Qué más quiere el hambriento? Trato tan amable de esta enfermera, continuación del que había recibido en Tárrega me hizo pensar ¿Qué tendré yo para las enfermeras? Pronto encontré la respuesta: 18 años, eso es lo que tenía, y mucha anemia. En todos los hospitales en que estuve era yo, probablemente, el más joven de los heridos. Esa y no otra era la razón de que me tratasen con un cariño que a mí, valenciano único en todos los sitios, me compensaba, aunque solo fuera en parte, de la tristeza de estar tan lejos de mi tierra. </div>
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Ese mismo día, creo que era el 25 de enero, enfermeros y enfermeras, al unísono, dieron alegremente la noticia de que se había tomado Tarragona; al día siguiente, 26, con coro mayor y asistencia de gente de la calle, se cantó por la entrada en Barcelona. Todo se recibió con gran alegría porque indicaba que se acercaba el final de la guerra. </div>
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Este hospital de Vitoria, en los 7 u 8 días que en él estuve funcionó a la perfección, contrariamente a lo ocurrido en los de Lérida y Zaragoza. El cuidado de los heridos, la alimentación, la limpieza, eran insuperables. Todos habían de estar en su sitio porque el Coronel que lo dirigía se presentaba en cualquier momento, sin avisar, de improviso. Miraba por debajo de las camas y, cuando veía un mínimo de pelusilla, sin gritar, amablemente decía: ¿Qué es aquello? Cuento esto, que es anecdótico, por el contraste que ofrece con lo que vi en Orense. </div>
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Salí de Vitoria, con pesar mío, porque me había enamorado de Enriqueta, que me despidió con la sonrisa de siempre diciéndome burlona: No pierdas el apetito, pero en Orense no te tratarán como aquí. Iniciamos la última etapa de la carrera: Vitoria-Orense. Llegamos. El médico vino el día siguiente. Mirada al párpado: Has perdido mucha sangre, come mucho. Respuesta: por mí no ha de quedar. Quince días después: Estás mejor pero todavía anémico, sigue comiendo. Parecía una condena, pero yo me decía: Ahí me las den todas. Y otra vez las enfermeras a atender a aquel muchacho, valenciano, único, solitario y anémico. </div>
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La cama a mi derecha estaba ocupada, otra vez, por un navarro, de 25 o 26 años, herido como yo en las piernas, pero con peligro de no quedar bien. Entablamos amistad y nos pasábamos el tiempo hablando, hasta que un día sabiendo él, porque yo se lo había dicho, lo que había ocurrido en mi familia y creyendo, por lo visto, que me complacería lo que iba a contarme, me dijo que él, antes de ir al frente, había intervenido y colaborado en la ejecución de rojos, “enemigos nuestros”. O sea que él había hecho lo mismo que les hicieron a los míos, pero en el otro bando. Le escuché íntimamente horrorizado, sin pronunciar palabra. ¿Pero este hombre es capaz de pensar que a mí puede agradarme un asesino, sea del bando que sea? ¿A cuanta gente habrá causado este sujeto el gran dolor que a mí me causaron? Pronto se dio cuenta del cambio de mi actitud y dejamos de hablar. </div>
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Unos cien días estuve en el hospital de Orense, del que salí el once de mayo. En todo ese tiempo una sola vez vi al director, que era un Comandante. Lo anunciaron los enfermeros: el mes que viene vendrá el Comandante a ver la sala. A los quince días: Dentro de dos semanas vendrá el Comandante. Luego: la semana que viene vendrá...Sucesivamente: dentro de 4 días...dentro de 3 días... pasado mañana... mañana... y, por fin: HOY A LAS DOCE vendrá el Comandante, director del hospital, a ver la sala. Ese día, el piso, generalmente poco limpio, brillaba como un sol, la ropa de las camas estaba blanca como la nieve, como nunca había estado. Todo en su sitio; todo perfecto. Llegó el tan anunciado momento: el Comandante-director asomó por el arco de entrada a la sala, no dio ni un solo paso adelante; desde allí nos dirigió una mirada panorámica. A los médicos y enfermeros que le acompañaban les dijo: Muy bien, muy bien, les felicito. Y se fue a repetir la farsa en otra sala. </div>
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Los enfermeros eran en este hospital una verdadera calamidad. En mi herida de la pierna izquierda habían puesto un tubo de goma, con unos agujeritos, para que la herida supurase. Allí estuvo el tubo hasta que la carne fue creciendo, invadió el tubo penetrando por los agujeritos, de forma que la herida se iba cerrando y el tubito de goma quedaba inmerso en la carne nueva. Cuando se dieron cuenta de la barbaridad, tuvieron que intervenir para extraer el tubo, lo que retrasó la curación. Lo único que allí funcionaba a la perfección eran las monjas que, de seguro, no estaban bajo la jurisdicción del Comandante. Cuando de noche algún herido tenía necesidad de ser atendido por cualquier circunstancia (téngase en cuenta que los hospitales alejados del frente eran solo para enfermos graves) esperar a que pasara el enfermero de guardia era tonta ilusión. El recurso era esperar que pasara la monja de turno, que no tenía la obligación de pasar pero que pasaba, invariablemente, cada cuarto de hora, silenciosamente, para no despertar a nadie. Entonces, sí: Sor Patrocinio, Sor Consuelo, Sor Teresa... ¿Qué quieres, hijo? Yo que viví aquello, cuando he visto en tantas cruces de caídos tantos nombres de monjas, he pensado siempre: ¿Pero como es posible que esas mujeres angelicales, aparte alguna excepción, que la habrá, fueran en un tiempo perseguidas, escarnecidas y asesinadas? </div>
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Era yo en todo el hospital, como siempre, el benjamín, el más joven y, también como siempre, el único valenciano. Como mi apellido a ellos les resultaba extraño (es muy raro fuera de una zona de la provincia de Castellón) y con mi nombre había otros, me llamaban todos Valencia, como ya me había ocurrido en el frente. A mí, verdaderamente, me complacía que me llamaran así aunque, al propio tiempo, lamentara que en cantidad y calidad Valencia estuviera tan pobremente representada. Al oír a los gallegos hablar me cautivó su lengua que me pareció, y me sigue pareciendo, la más musical y dulce de las españolas. Quise aprenderla. A las enfermeras, que me hablaban en castellano, les pedí que, por favor, me hablaran en gallego, que quería aprenderlo. Les cayó bien mi propuesta. No eran enfermeras profesionales. Frentes y Hospitales, ente organizado para atender al soldado, que presidía la esposa del Caudillo, creó un voluntariado de enfermeras que se nutrió, en general, de chicas jóvenes, de casa bien, entendiendo por casa bien una cómoda posición económica familiar. La mayor de las que había en el hospital tendría unos 30 años; tenía un hermano menor de 28 ó 29, que pilotaba un avión de caza, que había alcanzado el grado de Teniente Coronel, que había derribado no sé cuantos aparatos enemigos y del que siempre que se hablaba de él terminaban diciendo: Este chico, con el paso que lleva, ascenderá muy joven a general. Y yo pensaba para mis adentros: Si sigue derribando aparatos, sí, pero si le derriban a él no creo que ascienda mucho. </div>
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Dado que las enfermeras disponían de algunos ratos de ocio, solían venir a mi cama, se sentaban a los pies y me decían: Valencia, vamos con el gallego. Y charlábamos de Galicia y de su lengua. Se hacían maravillas, eso decían, de como progresaba el alumno. Simplemente era, que el gallego es la lengua que menos difiere del castellano y que así como a los 80 años y pico de ahora nada se aprende sino que, gradualmente, se va olvidando lo poco que se sabía, la edad de los 18 es muy propicia para que uno aprenda lo que le echen, sobre todo si le gusta y tiene profesorado tan agradable. Aprendí el gallego, no de manera perfecta, pero sí suficiente, hasta el punto de que la enfermera de mayor edad me llamara a veces “galeguiño”. Lamento hoy haber olvidado tan dulce lengua. </div>
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Al final de marzo, me había recuperado de la anemia, a costa de los caldos y los potes gallegos y de las patatas con buenos filetes de ternera, que entonces las vacas estaban muy cuerdas. Aunque con dificultad, podía caminar lentamente, con el apoyo de dos bastones. Todas las tardes salía del hospital un pequeño autobús que llevaba a los heridos que ya podían levantarse, al Hogar del Soldado, emplazado en el centro de la ciudad, en la calle principal de Orense, de donde nos recogían después para volvernos a la hora de la cena. En el aparato de radio de ese Hogar del Soldado, oí el 28 o 29 de marzo, con emocionada alegría, que las fuerzas de Franco habían entrado en Valencia y el siguiente, o a los dos días, la entrada en Madrid. La voz de Serrano Suñer, Ministro del Interior, del que dependían Prensa y Propaganda, hacía pública la noticia: Madrid, ya era de España. Aún recuerdo la voz triunfalista del hombre que había perdido dos hermanos, asesinados en Madrid: ¿Dónde quedan aquellas palabras de la Pasionaria del “No pasarán”? Uno, en aquellos tiempos calientes lo recibía todo con entusiasmo, ayuno de espíritu crítico. Hoy, con la clarividencia que, paradójicamente, nos da la lejanía, pensamos que sí que es cierto que los vencedores “pasamos” en muchos sitios a costa de esfuerzos y heroísmo, teniendo que superar muchas veces el heroísmo del enemigo, pero la verdad es que en Madrid “no pasamos”. Llegamos en Noviembre del 36 y entramos en marzo del 39, transcurridos 27 meses, cuando abandonaron y nos dejaron libre el paso, pero de “pasar”, “rien de plus”. </div>
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Aquello era el fin de la guerra. En efecto, el 1 de abril el parte oficial, último de la guerra, que firmaba por única vez el General Franco, decía: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares”. Como final, las cuatro palabras tanto tiempo esperadas: “La guerra ha terminado”. </div>
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A mí me ha impresionado siempre, profundamente, ese parte oficial, escrito por el General Franco porque creo que revela el carácter, la personalidad, de su redactor. ¿Dónde hay, en ese parte, una ínfima muestra de literatura, un simple indicio de triunfalismo, un atisbo de emoción por el heroísmo y el sacrificio de tantos españoles muertos? Nada de nada. Todo es frío, aséptico, anodino. Pura y escueta sobriedad. Y ahí está su grandeza. Analiza el texto y ve uno que no le falta nada, y nada le sobra porque cualquier otra cosa que dijera podría ser excesiva, desprecio del enemigo, fanfarria, vanagloria, soberbia. Hace 4 ó 5 años leí, muy por encima, el libro clásico de la guerra, el Clausewitz. Viene a decirnos el militar prusiano que la guerra es un conflicto en el que dos grupos armados o Ejércitos se disputan la posesión de un territorio; que el objeto de la guerra es la destrucción del enemigo mediante la muerte, el cautiverio y el desarme; conseguido eso, se alcanza la posesión del territorio discutido. </div>
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Así, se comprende perfectamente la sobriedad de ese parte que se dio el día 1 de abril, por la noche. La celebración en el hospital de Orense, fue el día siguiente, dos de abril. Comida extraordinaria, con pasteles, café, un poco de licor etc. Y al final, como siempre que se bebe un poco, canciones. Había allí aragoneses, castellanos, navarros, asturianos y, sobre todo, gallegos. Se cantaron jotas navarras, aragonesas, canciones del frente, especialmente asturianas, muñeiras. Cada uno cantaba cuando sabía, cuando no, oía. Yo coreaba alguna que había aprendido en el frente, pero eran las menos. Las tres enfermeras profesoras de gallego pudieron advertir en mi rostro, durante mis silencios, alguna sombra de tristeza, porque se acercaron, se pusieron al pie de mi cama y me preguntaron: Valencia ¿por qué no cantas? Canto las que sé. Pero ¿por qué estás triste, porque no se canta ninguna canción de tu tierra? Ahora verás. Y el trío empezó: Valencia, es la tierra de las flores...Y a ellas se fueron uniendo todos, a la vez que dirigían la mirada y sus voces al único valenciano del hospital, al que rendían homenaje de compañerismo. Y ocurrió lo que no había sucedido en ninguna canción: que la cantaron todos, porque el pasodoble de Padilla es conocido en España entera, y aún diría que en el mundo entero. La cantaron todos, todos, hasta las monjas; todos menos uno: aquel joven valenciano que de tanto llorar creía secos sus lagrimales no pudo cantar; aún le quedaban lágrimas. Terminada la canción me dijo una enfermera: ¿Por qué lloras, Valencia, si te hemos cantado para alegrarte? Con palabras entrecortadas, logré explicarles, en su lengua vernácula, que de esa Valencia que me habían cantado estaba yo ausente casi tres años, ausencia que no había sido voluntaria, que de esa Valencia tan querida todos los de mi familia habíamos sido primero desterrados y después perseguidos en el destierro y que ahora, que ya podía volver, me encontraba herido en la cama de un hospital, sin ningún paisano con el que poder asociar alegrías comunes, totalmente solo, y a más de mil kilómetros “d’a miña terra”. Me pareció ver que los ojos de aquellas tres enfermeras se humedecían mientras yo les hablaba. La mayor de ellas, la hermana del héroe, se acercó, me acarició con su mano suave la mejilla casi imberbe y me dijo: No llores galeguiño; podrás estar a mil kilómetros de tu Valencia querida, pero no estás solo; aquí estamos nosotras y detrás de nosotras Galicia entera está contigo, que también ésta es “a tua terra”. </div>
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Al sollozo de la añoranza por la ausencia se sumó el del agradecimiento por aquellas palabras, por toda aquella muestra general de compañerismo. Lloré; silenciosa pero hondamente lloré como un niño, un niño acosado por tragedias, el niño que, a pesar de mis 19 años, cumplidos días antes, aún seguía siendo. </div>
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Aquello dejó en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Más de una vez he oído, con referencia a valencianos que han ido a vivir a otras tierras y que no han vuelto a las de su origen, que tales emigrantes han dejado de ser valencianos, que han perdido el amor por su tierra. Sí, no cabe duda que eso se dará en algunos casos, pero ¿quiénes somos nosotros para juzgar así? He pensado muchas veces en aquellos valencianos que hace 40 o 50 años fueron a trabajar a Alemania, a vivir con gente, con lengua y clima todos extraños, forzados por la necesidad de un jornal que aquí no encontraban; he pensado, sobre todo, en aquellos españoles que al final de la guerra hubieron de emigrar, por temor a la represión, a países lejanos, a miles de kilómetros, en otro continente, muchos de ellos para no volver. Todos ellos, cuando habrán oído, en la ausencia, el himno regional o el pasodoble fallero, “Lo cant del Valenciá” o el “Valencia” de Padilla, ¿qué habrán sentido en sus corazones? ¡Cuantas lágrimas, externas e internas en esos momentos! De eso solo pueden tener idea quienes hayan pasado por esos trances. De hasta qué punto se quiere a un ser próximo, solo nos enteramos cuando lo perdemos. Cuanto mayor es la distancia, en tiempo y espacio, tanto mayor la añoranza, el amor que se siente por nuestra tierra. <br />
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Emilio Porcar LLiberós. (Orense1939)</div>
E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-71145028118752902032010-02-07T19:54:00.002+01:002011-09-13T11:36:43.485+02:0011.- LEY DE SUCESION A LA JEFATURA DEL ESTADO<div align="justify">Es la primera vez que tuve que intervenir en un acto público y político. Con motivo del referéndum para la Ley de Sucesión del Estado tuve que formar parte de la mesa de mi colegio. Presidía Roberto Alapont Borja, tan célebre por su especial carácter. </div><br /><div align="justify"><br />El General Franco venía ejerciendo como Jefe del Estado desde el 1 de octubre de 1936 a pesar de que la disposición de la Junta de Defensa, que presidía el General Cabanellas, le había nombrado Jefe del Gobierno y Generalísimo de los Ejércitos, pero no Jefe del Estado. Hay que tener en cuenta que el Alzamiento Militar del 18 de julio había estallado en razón de que los militares sublevados consideraron que la situación política era ya insostenible. Ya antes del Alzamiento el propio Indalecio Prieto escribió un artículo con el título de ¡Basta ya! En la que advertía a los sindicatos y a las izquierdas que aquello no podía continuar. Los hechos confirmarían las apreciaciones pesimistas del político socialista y de los generales conspiradores cuando el 12 de Julio era asesinado por la fuerza pública don José Calvo Sotelo, convertido de hecho en jefe de la oposición. </div><br /><div align="justify"><br />En la gestación previa al Alzamiento, se habían comprometido militares de distintas tendencias: monárquicos, republicanos, católicos, masones y otros que podríamos calificar como simple y puramente profesionales, carentes de tendencia política o religiosa. El móvil que les impulsaba no tenía color político, pues consistía en la, para ellos, necesidad y deber de restablecer el principio de autoridad, tan claramente maltratado desde las elecciones del 16 de febrero, que dieron el gobierno al Frente Popular. Esa es la razón de que en las primeras proclamas de los militares sublevados se incluyeran vivas a la República que era, al fin y al cabo, el régimen imperante desde 1931. Militares monárquicos, republicanos o puramente profesionales se sintieron unidos, por encima de cualquier diferencia, en ese proyecto común, ajenos a toda tendencia política.<br /></div><br /><div align="justify">Fracasado el alzamiento y abierta la guerra civil, los dos bandos contendientes dieron la espalda a un régimen democrático y republicano que, en poco más de cinco años, había conducido a los españoles a aquel enfrentamiento. En las dos zonas en que España fue dividida, se inicia una guerra sin cuartel, en la que se cometen asesinatos de personas que son consideradas como afectas al bando contrario. En la zona que llamaremos republicana, aunque si algo de republicano o demócrata hubiera quedado en ella, y que llamaremos roja porque así la denominaron sus fuerzas dominantes, aquellos desmanes estuvieron más programados, más organizados, con ordenes y consignas procedentes de las cúpulas de aquellas organizaciones sindicales o partidos políticos que crearon, extraoficialmente, los Comités locales, cuya función era, entre otras, pero muy especialmente, la limpieza de enemigos. En la zona opuesta, la llamada nacional por auto denominación y fascista por titulación de los enemigos, los asesinatos fueron cometidos por falangistas, requetés o personas simplemente de derechas, incluso por elementos de la Guardia civil, obedeciendo generalmente a la voluntad, mala voluntad, de las personas que dominaban en cada pueblo, ciudad o zona. Los propios militares sublevados fueron muy severos con aquellos compañeros que, al no sumarse al Alzamiento, fueron causa de su fracaso y del estallido de la guerra civil. </div><br /><div align="justify"><br />Este desorden en la zona nacional o fascista, hizo que la mayor parte de los generales sublevados, manifestaran su oposición a lo que estaba ocurriendo en la retaguardia, pero no tenían a quien culpar personalmente de la situación porque, si bien desde el 24 de julio estaba constituida una Junta de Defensa, presidida por don Miguel Cabanellas, como General de División más antiguo, este órgano carecía realmente de autoridad y de medios para hacer cumplir decisiones, por lo que ni las tomaba, consecuencia todo de la falta de una organización del Estado, de que el poder estaba, en cada zona, en manos del militar de mayor categoría, y de que no hubiera, entre una y otra zona, nexos de unión que las subordinara a un órgano superior común. </div><br /><div align="justify"><br />A tal punto llegó la disconformidad de algunos generales con esta situación, que Mola, director del Alzamiento, amenazó con abandonar la empresa y marcharse al extranjero si no se nombraba a un jefe único, del que todos dependieran, y al que se pudiera hacer responsable de todo lo que estaba ocurriendo. </div><br /><div align="justify"><br />Reunidos varios militares en Salamanca, recayó ese nombramiento en la persona del General Franco, el más joven de todos ellos. La disposición por la que la Junta de Defensa le confiere el poder, le nombra “Jefe del Gobierno del Estado Español” (adviértase Jefe del Gobierno del Estado, no Jefe del Estado) y además Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, añadiendo que, como tal, ejercería todas las funciones del nuevo Estado. O sea que no se le nombra Jefe del Estado pero, como las funciones de esa máxima jefatura no pueden quedar vacantes, se añade que como Generalísimo ejercerá todas las funciones del nuevo Estado, es decir también las de Jefe de Estado, no atribuidas personalmente. Esto es, o al menos parece, un galimatías que puede interpretarse en el sentido de que aquellos señores, unos monárquicos como los generales Orgaz y Kindelán, otros republicanos, como Queipo de Llano y Cabanellas e incluso Mola, dejaban la Jefatura del Estado libre de designación para que, al terminar la guerra, se determinase si España iba a constituirse en forma de gobierno monárquico o republicano. Entretanto las funciones de la Jefatura del Estado quedaban provisionalmente encomendadas al Generalísimo de los Ejércitos. </div><br /><div align="justify"><br />Esta es la situación al terminar la guerra. Ha llegado, pues, el momento de que el Estado se defina. A los generales monárquicos no les seduce plantear la cuestión de la monarquía, entre otras cosas porque son afectos a la de Alfonso XIII y el único fervor monárquico que se advierte en la España vencedora es el de los requetés, fieles a la monarquía carlista; los generales republicanos no pueden abogar por el retorno a una República, que, según ellos, nos llevó a España a la guerra civil. A Franco y a los franquistas no les gusta la monarquía ni la república; prefieren el caudillaje que les ha llevado a una victoria que parecía imposible. </div><br /><div align="justify"><br />A los cinco meses de terminada nuestra guerra, cuando todavía resuena el eco de los últimos cañonazos, empieza la que será segunda guerra mundial. España no entra en el conflicto, pero Franco juega la carta de la victoria alemana, en correspondencia al apoyo recibido en nuestra contienda. Pierde Alemania y los vencedores, Estados Unidos, Inglaterra y Rusia se concitan contra Franco. Surgen entonces los generales monárquicos, acompañados de algún profesional, para pedirle a Franco que se vaya y que deje paso a la monarquía. Franco no accede; alega que, falta la monarquía alfonsina de apoyo popular, daría paso inmediato a la toma del poder por quienes perdieron la guerra, con las consecuencias funestas que la revancha supondría. No es el general gallego el único en mantener esta opinión. Hay en Madrid una ingente manifestación de apoyo a Franco, con pancarta sostenida, entre otros, por Jacinto Benavente y Gregorio Marañón, que nada tenían de falangistas o franquistas, pero a quienes, por lo visto, y como a tantos otros, les aterra la idea de que, después de la pasada que supuso durante la guerra la limpieza de las retaguardias y de la represión hecha por los vencedores sobre los vencidos al final de la guerra, venga ahora la revancha de los vencidos. </div><br /><div align="justify"><br />No es éste el único problema al que tiene que enfrentarse el General Franco al terminar la guerra en Europa. Roosevelt, Churchill y Stalin, en cuanto a España, habían acordado en Yalta promover una rebelión interior contra Franco, mediante entrada por los Pirineos de los españoles exiliados, lo que daría motivo para que los aliados, con el pretexto de evitar una nueva guerra civil, entraran en España como pacificadores para derribar a Franco y restaurar la monarquía. A esta maniobra prestó su asentimiento, según ha escrito últimamente Anson, el hijo de Alfonso XIII, don Juan, heredero de los derechos dinásticos de su familia. Dos meses antes de terminar la guerra, fallece Roosvelt, que es sustituido por el Vicepresidente, Truman, un personaje desconocido incluso para los norteamericanos, del que muy poco se sabe, pero sí que siente una especie de odio o repugnancia visceral contra el general español. El futuro de Franco no puede ser menos risueño. Terminada la guerra mundial, ha llegado el momento de poner en marcha los aliados el plan trazado para España, pero el fin de la lucha armada trae, de inmediato, el inicio de la guerra fría: la URSS se inicia en el dominio de las naciones europeas, mediante el sistema del caballo de Troya que consiste en la existencia, en cada uno de los países, de un Partido Comunista obediente a Moscú. Churchill hace una llamada de alarma en su discurso de Fulton: “Un telón de acero ha caído sobre Europa”. Truman, el llamado “camisero de Missouri” (carecía de altos estudios y era un simple comerciante) se muestra como un hombre sencillo pero enérgico, poseedor de un gran poder de decisión y con gran sentido común. Ve que el único país de la Europa continental en que no hay Partido Comunista es España y que, mientras allí siga el General Franco, no habrá dominio comunista. Deja en el cajón el pacto de Yalta y renuncia a derribar al general que tan mal le caía. </div><br /><div align="justify"><br />Franco juega entonces su baza. Como ve que las fuerzas que conspiran en el exterior se han unido con los monárquicos de don Juan, redacta una ley en la que se determina que, tras él, vendrá una monarquía, que el rey será de la familia real española, sin necesidad de seguir el orden dinástico de sucesión, puesto que no se trata de reinstaurar la monarquía de 1931, sino de instaurar una nueva monarquía. Con esta ley, propia de una inteligencia tan sagaz como la del general gallego, consigue: 1, satisfacer a los americanos y a los ingleses, haciéndoles ver que el régimen autoritario y personal de Franco, no tendrá continuación; 2, que habrá un régimen monárquico, lo que se opone a los deseos falangistas; 3, que los monárquicos de don Juan podrán ver satisfechos los anhelos de coronar a su señor si se muestran tolerantes con Franco y desisten de su oposición, porque es Franco quien tiene que proponer a la persona de estirpe regia que le haya de suceder, y puede hacerlo a favor de cualquier descendiente de Alfonso XIII; y 4, que, por fin, sea el propio Franco, oficialmente, Jefe del Estado español porque el articulo 1º de esa ley, determina: España se declara constituida en reino. La Jefatura del Estado corresponde al Caudillo de la Cruzada y de España Francisco Franco Bahamonde. Era curioso contemplar que, hasta la vigencia de esta ley, los acuerdos internacionales que publicaba el Boletín Oficial del Estado, iban firmados por Francisco Franco Bahamonde, Generalísimo de los Ejércitos. </div><br /><div align="justify"><br />Esta era la ley que se sometía a referéndum de los españoles un día del año 47, en el que yo formaba parte de la mesa de un colegio. Se constituyó la mesa una hora antes de empezar la votación. Un funcionario del Ayuntamiento nos trajo los impresos a utilizar y, entre ellos, una lista de votantes, ya escrita. La consigna era que nosotros, tal como fueran votando los electores, llenásemos la lista en blanco de votantes pero que, al final de la votación, al cerrar el colegio, rompiésemos esa lista que habíamos ido llenando y que, sin necesidad de hacer el escrutinio, quemásemos las papeletas y llenásemos el acta de escrutinio con el resultado que nos daban en nota aparte. En fin: que la votación era una farsa, que la lista de votantes que habíamos de llenar era un paripé y que el resultado de todo, oficialmente, ya estaba previsto. Se va el funcionario, me hago cargo de los papeles y rompo la lista de votantes prefabricada y la nota del resultado previsto. Me dice Roberto, extrañado: Pero ¿qué haces, no es esa lista la que teníamos que llevar? Sí, eso es lo que nos han dicho, pero no lo que aquí se hará; la lista válida será la nuestra y el resultado que figurará en el acto será el del escrutinio. Aquí no habrá mentiras.<br /></div><br /><div align="justify">El referéndum se había preparado con una campaña electoral en la que toda la prensa, unánime, propagaba el SÍ. Lo mismo habían hecho las emisoras de radio. Periódicos y emisoras, todos los medios de comunicación, oficiales o privados habían apoyado la aprobación de la ley, que no tenía oposición política porque no existían partidos. A mí aquella situación no me disgustaba, porque bastantes disgustos me había dado la República democrática, pero que, encima, falseasen el referéndum me parecía una vergüenza. Hoy, mi idea sobre esto no es la misma: disfruto de una libertad de prensa y de unas tertulias radiofónicas donde todos se expresan libremente; los partidos políticos, en general, me divierten. Únicamente lamento, como creo que lamentan casi todos, lo que está ocurriendo en una región que no hace falta nombrar, y el peligro de unas autonomías que pueden tomar un mal camino. Pero volvamos al tema principal. Nuestra lista de votantes y el acta de escrutinio, respondieron a la más exacta realidad. </div><br /><div align="justify"><br />Cuando las llevamos a los juzgados, sede de la Junta electoral, se alarmaron: ¿Pero, qué lista nos traéis? Esta, que es la verdadera. ¿Y la otra? La rompimos. Eso no es lo que habíamos ordenado. Claro que no; pero esto es la verdad, y no se preocupen, el resultado real es semejante al prefabricado. En efecto en ambos el porcentaje de síes rebasaba el 90 por 100 de los votantes.<br /></div><br /><div align="justify">Yo no sé lo que pudo ocurrir en otros pueblos o en las restantes provincias de España, aunque lo imagino porque aquella orden de falsear el resultado debió de ser general. Sí que sé lo que ocurrió en Catarroja, porque lo viví. Y digo que en el Colegio en que yo estuve no hubo ni la más leve falsedad y que el resultado fue, punto más, punto menos, el que se publicó como general. Si hubo mentiras, que supongo las habría, tomando como referencia la mesa en que yo estuve, estuvieron de sobra. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-17186937458553865262010-02-07T19:53:00.003+01:002011-09-13T11:37:31.791+02:0012.- JEFE DE LA HERMANDAD<div align="justify">Uno de los aciertos de la organización sindical franquista fue, a mi entender, la creación de las Hermandades de Labradores y Ganaderos. Algunos servicios del campo, como la guardería rural, estaban gestionados anteriormente por Sindicatos de Policía Rural, que administraban los propios labradores. La C.N.S. (Central Nacional-Sindicalista) hizo posible que las Hermandades de Labradores y Ganaderos llevaran no solamente la guardería rural sino que también pudieran actuar como cooperativas de los agricultores y que, en aquellos casos en que los Ayuntamientos lo acordasen, pudiesen éstos transferir a las Hermandades la administración de las carreteras y caminos rurales. Con todo ello se sustraía a la política y se confiaba a los propios labradores y ganaderos un conjunto de funciones que siempre habían estado en manos de los partidos políticos con el inconveniente que representaba que un sector tan importante de la economía española como era el agrícola dependiese de los avatares consecuentes a la contienda de los partidos. </div><br /><div align="justify"><br />Pero, a pesar de este buen deseo, un Congreso Nacional de Falange había dispuesto, no como obligación impuesta por ley, pero sí como recomendación a los mandos políticos locales, que el Presidente del Cabildo (así se llamaba a las Juntas locales de las Hermandades) fuese colaborador del Jefe local del Movimiento. Es decir que, por una parte, se quería desligar a los intereses agrícolas de las vicisitudes políticas, y éste era el proyecto de la C.N.S, pero, por otra, se quería que en este ente sindical tan importante como era el que aglutinaba a la agricultura, el Jefe o Presidente actuase de acuerdo con el Jefe local del Movimiento, y éste era el deseo de los falangistas. </div><br /><div align="justify"><br />Yo había sido nombrado Jefe local del Movimiento en 1951, al tiempo en que era nombrado Alcalde Alfredo Alapont, sucediendo cada uno, parcialmente, a Rafael Canet Soria en las dos funciones que conjuntamente venía ejerciendo desde hacía seis o siete años. Al tener que celebrarse elecciones en la Hermandad y renovarse el Cabildo nombrando nuevo Presidente, en atención a la recomendación del Congreso Nacional del Movimiento de que el jefe de la Hermandad fuese colaborador del jefe local, pensé como persona adecuada en Miguel Martí Canuto. Para mí las condiciones de idoneidad de Martí consistían en ser un agricultor calificado pues, a pesar de haber quedado huérfano de padre en su infancia había sabido sucederle, con plena eficacia, en la administración del patrimonio rústico de la familia; su inteligencia innata, la demostraría después en todas las facetas de su vida. En cuanto a su juventud (tendría entonces sobre 25 ó 26 años) lejos de ser para mí un inconveniente era una ventaja notable, pues estaba convencido de que una de las causas más importantes del pulso lento y cansino en que palpitaba el pueblo estaba en la condición de las personas que lo habían venido administrando, generalmente gente madura, bien posicionada, pero sin ansias renovadoras y poco dispuesta a los cambios. </div><br /><div align="justify"><br />No quise disponer a mi albedrío en esta cuestión, aunque caía dentro de mi esfera (la organización sindical) y teniendo en cuenta que yo no era labrador y que el Alcalde sí que lo era, me puse en contacto, aunque indirectamente, con él, con la idea de que se eligiese un Cabildo a gusto de la Cooperativa que presidía y la de San Isidro y que se aceptase la presidencia de Martí Canuto, con lo que yo cumpliría la recomendación del Consejo Nacional del Movimiento y el Alcalde tendría un Cabildo a su gusto. La contestación fue el rechazo. No quiso ningún pacto. El presentó su candidatura y la jefatura local la suya. No hubo campaña propagandística al uso de lo que son las contiendas electorales, votaron muy pocos labradores y ganó la candidatura que presentaba la jefatura local; de ello se encargó José Mª Fortea Ferrís, tan eficaz en estos menesteres. Así llegó al Cabildo gente nueva, como fueron, además de Fortea, Miguel Ramón Asins, Francisco Martí Asencio, etc. gente inédita en la política activa, situados fuera de lo que había sido hasta entonces, el círculo reducido de los preferidos por quienes llevaban la batuta. Pero, a pesar de que los que llegaban al Cabildo eran los propuestos por nosotros, se mostraron disconformes en votar como Presidente a Martí Canuto. Es posible que contribuyera a esta actitud la juventud del candidato frente a la mayor edad de quienes le habían de votar; siempre hay quienes se consideran postergados si alguien, en iguales condiciones y con menor edad, les pasa delante; pero, aparte de ello, una maniobra política de índole personal, que no voy a detallar para que nadie se sienta molesto, quiso anular, en su propio beneficio, el ascenso de Martí. El caso es que la cuestión la llevaron a la Jefatura Provincial del Movimiento. Cometieron el error de instrumentar recomendaciones e influencias al jefe y Diego Salas Pombo que, como gallego venía de tierra de caciques y como falangista joven aborrecía de ellos, montó en cólera; dio ordenes tajantes al Delegado Provincial de Sindicatos, Clemente Cerdá, dispuso ceses y frustró toda la maniobra. Resuelto todo y habiendo defendido mi postura, me recomendó, sin ordenarlo, que renunciase al nombramiento de Martí como jefe de la Hermandad, porque quedaría en situación incómoda respecto a los miembros del Cabildo y me apuntó la conveniencia de que le nombrase Delegado sindical. ¿Y a quien pongo de Jefe de la Hermandad? A ti mismo. ¿Cómo, si no soy labrador? Me dijo que el no ser agricultor me podía incapacitar para cultivar un campo, pero no para presidir un Cabildo. Como jefe de la Hermandad tendrás que presidir reuniones de labradores, tendrás que administrar un organismo que presta unos servicios, no dirigir unas plantaciones. Todo esto dio lugar, en fin, a que un funcionario que no tenía más tierra que la que pudiese llevar en la suela de sus zapatos por el mucho barro que entonces teníamos en el suelo de Catarroja, se viera presidiendo nada menos que la Hermandad de Labradores en un pueblo entonces eminentemente agrícola. También es posible que El Gobernador, teniéndome in pectore previsto para futuro Alcalde, quisiera ponerme a prueba en un problema delicado como era en aquel momento la Hermandad de Labradores. En la primera reunión de Cabildo convocada bajo mi presidencia, temí que sus componentes no acudieran, como rechazo a mi persona. Sí que vinieron. Les expuse que por las circunstancias especiales que habían concurrido y que todos sabían, había sido nombrado, provisionalmente, Jefe de la Hermandad; que mi función duraría solo el tiempo mínimo necesario para que, normalizada la situación, surgiera de allí mi propuesta de nuevo jefe, nombramiento que me proponía hacer a favor de la persona, de entre ellos, que designasen; que durante mi provisionalidad se encargasen de que los servicios del campo no quedaran desatendidos y que yo me encargaría, personalmente, de que los medios económicos de que dispusiese la Hermandad, se administrasen con el mayor rigor posible. </div><br /><div align="justify"><br />Con lo primero que me encontré fue con que el depositario no tenía nunca dinero; había dinero, eso sí, para pagar a los funcionarios, para pagar los jornales de los braceros de la Sección social que iban a tapar carriles, pero para casi nada más. ¿Cómo era posible, si los labradores pagaban sus cuotas? ¿Acaso el recaudador retenía los cobros y los tenía en el banco cobrando extratipos? Cuando amenacé cambiar de recaudador, empezó a fluir el dinero. </div><br /><div align="justify"><br />José Mª Fortea Ferrís inició, bajo su dirección, la construcción de un lavadero de carros y caballerías, en el motor nº 2 de la Rambleta. En aquel tiempo en que el arroz no se cultivaba como ahora, que se siembra en forma de “barrechat”, sino haciendo plantel en la huerta para después transplantarlo a los campos de la marjal, los carros y las caballerías terminaba la jornada llenos de barro; al volver a casa ensuciaban el piso con el consiguiente trabajo para las sufridas amas de casa. El paso previo por el lavadero les evitaba todo ese barro en casa. Fue la obra tan conveniente para los labradores que toda la piedra necesaria para la construcción del grueso muro construido, fue aportada gratuitamente por los propios agricultores, acuciados siempre por la insistencia de José Mª Fortea, cuya gracia y simpatía para invitar a las aportaciones excluía toda posibilidad de negativa. </div><br /><div align="justify"><br />La piedra era aportada gratuitamente, pero había que pagar el cemento y los jornales de albañilería. Avanzaba la obra, se incrementaba el gasto y en cada reunión del Cabildo, que era semanal, me preguntaban: ¿Pero todavía nos queda dinero? Sí, sí, no os preocupéis por eso. Un día, terminándose ya el lavadero y viéndose que todo se pagaba al contado, terció una voz, la de Miguel Ramón Asins “Miquel de Burec” que vino a decir que eso no era posible, que antes nunca se hacía nada y no había nunca dinero y que ahora, que se había hecho el lavadero, el dinero no se acababa; que un día u otro “se nos tenía que ver el culo”. Le respondí que el culo solo se vería al que quisiera enseñarlo; que el dinero con el que pagábamos no lo fabricaba la Hermandad, que salía de las cuotas de los labradores; y que si hasta entonces no se había hecho nada era cosa que tendrían que explicar otros. </div><br /><div align="justify"><br />Terminado el lavadero les dije que quedaba más dinero. Trataron de tirar machaca en algún camino y eligieron el camino del Alter, creo recordar. Se hizo una tirada de machaca como nunca se había hecho. Otra vez las “protestas”. ¿Pero cómo es posible, es que aquí el dinero no se acaba nunca? No lo creían. Hube de decirles: Pues aquí no hay ninguna mano negra que ponga dinero.<br />Terminaba el año, con él el ejercicio contable y había que liquidar el presupuesto. Sobraba dinero y teníamos que liquidarlo con superávit y rebajar las cuotas para el año siguiente. No quisieron disminuir los ingresos y, para agotar el sobrante, se compró una bicicleta para cada guarda, lo que permitiría una mayor vigilancia y, como el año siguiente habría de hacérseles nuevos trajes, se hicieron anticipadamente, todo con el fin de liquidar el presupuesto sin superávit. </div><br /><div align="justify"><br />El sastre que se encargó de la confección me preguntó al redactar la factura: ¿La comisión para quien es? ¿Qué comisión? El 10 por 100 que se da. Le dije que para los labradores. ¿Pero como doy yo ese 10 por 100 a los labradores? Muy fácil, hombre; después de la factura, añades: 10 por 100 de comisión, lo restas de la factura y cobras lo que queda; como la comisión no la cobras, no tienes por qué pagarla. Al llegar la factura a la reunión del Cabildo, lo expliqué. Y con esa explicación, entonces y ahora, se explican muchas cosas. </div><br /><div align="justify"><br />Poco después, y contrariamente a lo que todos me pedían, dejé de presidir el Cabildo y propuse al Jefe Provincial del Movimiento, Salas Pombo, al miembro del Cabildo que éste designó como jefe, que fue Antonio Casañ Raga. Yo había terminado una etapa de un año, que me enseñó mucho, y me hizo pensar que si todo aquello se había hecho con un presupuesto pobre, creo que no llegaba a cuatrocientas mil pesetas ¿qué no podría hacerse con un presupuesto municipal, diez veces mayor? </div><br /><div align="justify"><br />Punto final: la inauguración del lavadero la presidió el Gobernador civil y Jefe Provincial, Salas Pombo, en febrero de 1956, el día más frío, posiblemente, del Siglo XX. La noche anterior había llegado la temperatura a siete bajo cero. Hoy esta piscina para caballerías ha desaparecido. El cultivo actual del arroz prescinde de carros y caballos, todo lo hace el tractor. Es el progreso del tiempo, pero yo no puedo evitar, cuando paso por allí, el recuerdo de aquel buen amigo que fue para mí José Mª Fortea Ferrís, José Mª “El cano” y que aquella fue la primera de una serie de obras que terminaron con el ritmo lento y aburrido de la marcha que había llevado desde siempre el municipio para iniciar una modernización y un progreso del que todavía hoy disfrutamos. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-18696741376776897012010-02-07T19:51:00.002+01:002013-02-22T18:54:03.557+01:0013.- MI DEBUT COMO ALCALDE<div align="justify">
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El día siguiente a mi toma de posesión en febrero de 1955, a hora temprana, entré en el despacho de la Alcaldía y me senté en el sillón que había detrás de la mesa. Me dieron cuenta de que a las doce de la mañana tenía que abrir del pliego de una subasta para el arriendo de una tasa que se percibía por la descarga en la acequia del puerto del arroz procedente de las marjales de pueblos lindantes con la Albufera y que, transportados por barca, se descargaban en Catarroja. </div>
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El municipio era propietario de una parcela entre la Primitiva y Casa Vaina, con fachada al camino lindante con la acequia del puerto. Por acuerdo muy antiguo de la Corporación se ordenaba que el arroz transportado por barca tenía que ser descargado en esa parcela y por el uso privado que el labrador hacía de esa parcela tenía que pagar una tasa. El cobro se hacía mediante el arriendo de ese derecho por el que se recaudaba la cantidad fija del remate que resultara en la subasta. </div>
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En realidad al agricultor no se le prestaba ningún servicio porque cada cual descargaba el arroz donde más cómodo le resultaba, pero la tasa tenía que ser pagada para lo cual el adjudicatario del arriendo concertaba el pago con cada labrador, según las hanegadas que éste tenía en la marjal foránea. Claramente se ve que todo era una ficción para sacarle dinero a quien traía el arroz en barca. En el fondo el Ayuntamiento venía a decirle al agricultor: Usted no puede llevar el arroz directamente de la barca al carro en cualquier punto del camino; tiene que llevarlo al patio del Ayuntamiento y de allí al carro. Le cobraremos una tasa por haber usado usted privadamente el patio del Ayuntamiento. Si paga usted la tasa, descargue y cargue donde quiera. Si no paga la tasa no puede descargar en ningún sitio. </div>
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El vecino que período tras período (creo que eran de dos años) se adjudicaba el arriendo era persona conocida por mí y apreciada. Cuando a las doce abrí la plica, única presentada, vi que el municipio percibía unas siete mil pesetas, no recuerdo si anuales o bianuales. Deduje que en aquel tiempo el adjudicatario, que vivía confortablemente de esto, podría ganar sobre treinta mil pesetas al año. El asunto estaba en que el labrador vendría a pagar al año, pongamos 40.000 pesetas, para que el Ayuntamiento recibiera unas 7.000. La diferencia eran los gastos de recaudación de esas 7.000 pesetas. Aquello me pareció tan absurdo que le dije al adjudicatario que, pese a la mutua simpatía que entre él y yo hubiera, si yo continuaba de Alcalde aquella subasta no se volvería a convocar. ¿Cobrará directamente el Ayuntamiento?, preguntó extrañado. No, dejará de cobrarse esa tasa. Yo no haré pagar a los vecinos 40.000 pesetas para que el Ayuntamiento reciba 7.000. </div>
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Entre el funcionariado, tan escaso entonces, saltó la alarma. La primera decisión del nuevo Alcalde ha sido perder un ingreso el municipio. A este paso, pudieron pensar ¿qué será de nuestras nóminas? Conectaron con un par de concejales a quienes comunicaron el despilfarro y que en la primera sesión manifestaron que ellos estaban allí para defender los intereses del Ayuntamiento, no para perder ingresos. Curiosamente, los dos eran labradores. ¿Van a oponerse ustedes a que a los labradores se les exima de un pago absurdo? Pronto se convencieron. </div>
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Resulta para mí incomprensible que quienes administran los pueblos o las ciudades no vean que Ayuntamiento, municipio y vecindario son en el fondo aspectos distintos de un mismo todo. ¿Cómo es posible que el Ayuntamiento defienda sus intereses frente al vecindario? ¿Cómo puede la Corporación Municipal cargar un impuesto, imponer una tasa, que han de pagar los vecinos, para que en la Depositaría ingrese un 10 % de lo pagado y que el 90 % restante sea el coste de la recaudación de ese 10? Podrá parecer exagerada esa proporción. No lo es. </div>
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En cualquier pueblo el Ayuntamiento cobra una tasa a los bares, cafeterías, restaurantes que ponen mesas en el exterior, o simplemente sacan sillas. Todos consideran que ese pago lo sufren los establecimientos. Si nos tomamos la molestia de pensar solo dos segundos, nos daremos cuenta de que quien paga no es el establecimiento sino el vecino que toma la consumición y paga no solo lo que el Ayuntamiento ingresa; paga eso multiplicado por 10, por 15 o por 20, porque el Ayuntamiento ha aplicado sobre el precio normal de la consumición un 25 %. Si calculamos lo que el establecimiento ingresa con ese 25 % de aumento y lo que ingresa en la Depositaría municipal veremos que el establecimiento se queda 10, 15 o 20 veces lo que paga. </div>
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En el tiempo en que fui Alcalde, nunca se cobró por ese concepto, a pesar de que las disposiciones legales obligaban a hacerlo. En los presupuestos de cada año se ponía en la parte de ingresos, por ese concepto, una cantidad ínfima, simbólica sin la cual la Delegación de Hacienda no hubiera aprobado el presupuesto. Al final, al liquidar el presupuesto ese ingreso no se había percibido, lo que suponía que nadie había sacado sillas ni mesas al exterior, lo que era totalmente contrario a la realidad. </div>
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Vino una vez, el dueño de un establecimiento que sacaba sillas y mesas, y no pocas, a decirme que deseaba contribuir a las obras que el Ayuntamiento estaba haciendo y que estaba dispuesto a pagar por el uso que hacía de la vía pública. Le dije que el Ayuntamiento le eximía del pago, no quería cobrarle. Protestó: ¿Por qué tenía que perder el pueblo ese ingreso? Aquello parecía el mundo al revés. Un vecino que quiere contribuir y un Alcalde que no admite la contribución. Insistía. Tuve que preguntarle: ¿Cobraría usted las consumiciones al mismo precio dentro que fuera, como hace ahora? Hombre, no. ¿Cuánto las aumentaría? El 25 por 100, dijo. </div>
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Como se ve, no era el mundo al revés. Cada uno estaba en su sitio. El defendiendo sus intereses privados, yo defendiendo a los vecinos. <br />
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidPXAj98T5-j9SWGcsJEjORMkWrZHzRgvvFyVDgZWThTG8ESMgrFpe-P5t1zMrI2rLDLNUV3_swpVe1Wrfbhg-slV6yQ-4i8HDsu2yl7ORExXmQ3cljZkcLZKmgBV_NgkOwSAas10FTrcB/s1600/FOTO0053_5.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="222" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidPXAj98T5-j9SWGcsJEjORMkWrZHzRgvvFyVDgZWThTG8ESMgrFpe-P5t1zMrI2rLDLNUV3_swpVe1Wrfbhg-slV6yQ-4i8HDsu2yl7ORExXmQ3cljZkcLZKmgBV_NgkOwSAas10FTrcB/s320/FOTO0053_5.jpg" width="320" /></a></div>
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E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-12136826197595982462010-02-07T19:50:00.001+01:002011-09-13T11:39:44.025+02:0014.- CABANES<div align="justify">Un papel muy importante en la labor de adecentamiento de las cuentas lo representó Juan Antonio Salvador Cabanes Tarazona, simplemente Cabanes para la mayoría de los vecinos, “Bigot” para los de les Barraques, apodo heredado de su padre y también “Farina” para sus compañeros de fútbol en un equipo juvenil en el que fue portero. Así le bautizaron, paradójicamente, por el moreno de su piel. </div><br /><div align="justify"><br />Conocí mucho a su padre, Joaquín Cabanes Ferrer, persona muy ocurrente y graciosa, que venía, casi diariamente, al Juzgado, donde yo trabajé desde mi infancia, a charlar con mi padre. Coincidían ambos en la admiración por quien había sido Dictador, en los años precedentes, el General don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja. Estábamos en los años 34, 35 y 36, en plena segunda República. Los desórdenes eran constantes, las huelgas continuas, el paro creciente, frecuentes las muertes por cuestiones políticas, el clima social era de odio y enfrentamiento. Las conclusiones a que llegaban los dos conversantes siempre eran las mismas: Esto acabará mal, así no podemos seguir, vamos al desastre, hace falta otro General... Yo, con mis 14, 15, 16 años, rumiaba en mis adentros: Ya están con lo de siempre. Pero si aquí no pasa nada.... </div><br /><div align="justify"><br />¡Cuanta razón tuvieron! En una guerra civil en la que tantas muertes alevosas hubo en las dos retaguardias, aquellos dos hombres, ya maduros, que a mi me parecían pesimistas agoreros, fueron asesinados, más la esposa de uno y un hijo del otro. La madre de Cabanes, según versión de la que se tuvo noticia después de su muerte, se dedicaba a hacer algún préstamo. El tipo de interés que se aplicaba en esta clase de operaciones, era el normal del 5 o el 6 % totalmente legal pero a quienes se dedicaban a esto les solían llamar usureros. Uno de los deudores del matrimonio Cabanes-Tarazona, que éste era el apellido de la mujer era un anarquista destacado que fue el responsable del asesinato de aquel matrimonio, lo que le sirvió para librarse del pago de su deuda, según dijeron. No sé. Ese mismo individuo vino a mi pueblo, con otros compañeros de heroicidades, para matar a mi padre. Este destacado anarquista, figura en una historia sobre la guerra civil en Catarroja, patrocinada, editada o subvencionada por el Ayuntamiento como un personaje modélico de entre los que gobernaron en esa época. </div><br /><div align="justify"><br />La represión franquista hizo que esta persona estuviera unos años en la cárcel. Por el año 1960, íbamos por la calle de Serrano Suñer, antiguamente y ahora calle de la Alquería, nombre evocador que nunca debió perder; a bastante distancia, en la acera, solo, había un vecino que miraba hacia nosotros. Cabanes me preguntó: ¿Conoces a aquél No, ¿quien es? Es fulano. ¿Ese es quien mató a tus padres ¿no? Sí. También vino a mi pueblo, con otro, para matar al mío. Además dejaron el encargo de que me mataran a mí. </div><br /><div align="justify"><br />Avanzamos lentamente para darle tiempo a que entrase en casa, pero no. Esperó que llegásemos a su altura para decirnos, con tono melifluo y gesto sonriente: Buenos días. Cabanes y yo, sin previo acuerdo, incurrimos en la misma grosería de no corresponder al saludo.<br /></div><br /><div align="justify">Mi aprecio por Cabanes no obedecía a nuestra desgracia común sino a mi complacencia por su carácter íntegro y sus graciosas ocurrencias, cualidad ésta heredada de su padre. A don José Serra, Cura Arcipreste, encontrándole un día paseando al sol en la plaza de la Iglesia, se le acercó para decirle: Don José, yo tengo una duda que espero que usted, que sabe más que yo, me aclare. Tú dirás. Yo fui a la guerra, hasta que terminó, estuve de soldado 15 meses, y al volver a casa me encuentro con que mi mujer tenía un niño de tres meses ¿Qué le parece a usted esto? Don José le pregunta ¿Estuviste en la guerra 15 meses? ¿Y tu mujer tiene un hijo de tres? Eso es, exacto. Pues qué quieres que te diga... Lo que sea porque yo no lo veo claro. No no, claro del todo tampoco lo veo yo, contesta, preocupado, el sacerdote. Añade Cabanes: Bueno, me ha faltado decir que un año antes había venido con un permiso de diez días. ¡Hombre, Cabanes! Vete a paseo, termina, riendo, don José. </div><br /><div align="justify"><br />Íbamos otro día Cabanes y yo por la calle del Fus. Estábamos un par de días sin agua potable por un reventón importante en la tubería general. Cabanes y sus hombres estaban trabajando noche y día. En estas circunstancias, Cabanes no estaba para gaitas. Una vecina que venía en dirección contraria se paró a distancia para decirle con descaro: `Bigot! Pero ¿cuant penseu donarmos l´aigua? Cabanes, sin modificar el paso, embistió al trapo diciendo: No hi ha presa. ¿No saps que l´Alcalde y yo tenim un tubo que mos la porta directe del motor a casa? ¿Quina presa vols que tingam? Ya de espaldas oí que la interpelante, riéndose, decía: Mira qu´eres animal. Cabanes, por lo bajini, reía también. </div><br /><div align="justify"><br />He citado antes la integridad de Cabanes. Era profundamente honrado, totalmente, sin fisura alguna. Al final de un verano en el que yo me había tomado unas pequeñas vacaciones, al incorporarme al Ayuntamiento vino a decirme: Mientras tú has estado fuera hice una cosa que no me acaba de gustar. ¿Que ha sido? El Ayuntamiento comió un all y pebre en Casa Vaina y el segundo Alcalde me pidió que hiciera una relación de jornales para pagar la comida. ¡Y qué! La hice; ¿qué te parece? A mí, muy mal. ¿Te pedí yo eso alguna vez? Nunca. Sí, ya sé que no te parecería bien, pues una y no más. </div><br /><div align="justify"><br />Si esto se repitió alguna otra vez, no me enteré. La cuestión carecía de importancia. Unos concejales que perdían muchas horas por razón del cargo, y que carecían de toda clase de retribución, bien merecían, una vez al año convidarse a un all y pebre, pero en estas cosas hay que ir con cuidado. Varias eran las veces en que los distintos Concejales me habían preguntado cuando hacíamos una comida. Siempre respondí diciendo que no lo creía conveniente porque “pagaremos nosotros el gasto y creerán todos que la paga el pueblo”. La verdad es que cuando decía eso, ya nadie insistía. </div><br /><div align="justify"><br />Cabanes me demostró lo buen amigo que era cuando vino un día al Juzgado a ofrecerme su pase como socio o abonado del Valencia. Se tenía que jugar el domingo un partido importante, del que se habían agotadas las entradas. El no podía asistir por la boda de un familiar. Me entregaba su pase. No, Cabanes, gracias, hace ya tiempo que dejé de ir a Mestalla y los domingos solemos comer juntos unos matrimonios amigos. Muchas gracias por tu intención. Me dijo: Pues irá mi hijo, que me lo ha pedido, pero yo le había dicho que primero eras tú. Era muy de agradecer su ofrecimiento. Hacía ya mucho tiempo desde mi cese como Alcalde.<br /><br />No tardó mucho en contraer una mala enfermedad que anunciaba una muerte cercana. Si le veía de lejos, evitaba el encuentro. No tenía ánimo para darle ánimo.<br /><br />Hace unos pocos años me paró un hombre en el cementerio, que me dijo: ¿Usted no me conoce? No caigo. Soy hijo de Cabanes. ¡Hombre! ¿De mi amigo Cabanes? Yo apreciaba mucho a tu padre. Y él a usted. ¡Cuan honrado era tu padre! Eso mismo decía él. Me contó una anécdota: Portalés (un contratista de obras, de Algemesí, que estaba pavimentando unas calles de Catarroja) fue a casa de Cabanes, que no estaba allí por lo que le dio a su esposa un billete de 500 pesetas para que se lo entregase al marido “de parte de Portalés”. Al decir la señora que su marido le tenía ordenado que no aceptase nunca nada contestó Portalés: Esto no es nada malo, él ya lo sabe. Al llegar Cabanes a comer y recibir el recado se puso hecho una fiera. ¿Pero no te tengo dicho...? Si él me ha dicho que tú ya lo sabías... Ya sabes que yo no recibo nada de nadie. Cogió el billete diciendo: Ya le diré yo a ese imbécil...<br /><br />Supongo, y no creo equivocarme que Portalés, haciendo la excavación previa al adoquinado, rompería alguna tubería del alcantarillado o del agua potable; llamaría a Cabanes que repararía rápidamente la avería y que Portalés, en agradecimiento le obsequiaba con una cantidad que no tenía, por su cuantía, nada inadmisible. Pero ni eso era capaz de admitir Cabanes. Es una prueba de la integridad de una persona.<br /><br />Es posible que me haya extendido en el recuerdo de este amigo. Espero que quien lea entienda que no escribo solamente para el lector. Escribo también para mí mismo y ésta es, aparte de mi familia, una de las personas a las que más aprecié, tal vez, además, por la semejanza de nuestras tragedias familiares. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-44892994186694303942010-02-07T19:49:00.003+01:002011-09-13T11:40:11.500+02:0015.- SUMINISTRO DE MATERIALES<div align="justify">El abandono en la defensa de la economía municipal no se limitaba a los casos expuestos; era total, sin límites. Otro caso: los materiales de construcción. Cabanes era el albañil encargado de todas las reparaciones que requerían la red de agua potable, las tuberías del alcantarillado, las aceras o cualquier obra cuya cuantía no hiciera necesaria la subasta pública. Estas obras eran pequeñas, pero bastante numerosas en un casco urbano como el de Catarroja. Los materiales los suministraba el único establecimiento que en aquel tiempo se dedicaba a esta clase de comercio. </div><br /><div align="justify"><br />En la primera sesión de la Comisión Permanente, se presentaron para la aprobación del pago unas facturas en las que el proveedor especificaba los distintos materiales (cemento, yeso, ladrillos, etc.) las unidades o peso de cada uno de ellos y la suma de sus importes, pero no se expresaba la obra o reparación para la que se habían servido. El Ayuntamiento pagaba (aunque con mucho retraso) los materiales contenidos en una factura que carecía de toda comprobación. Igual daba tres que veintitrés. Dispuse que en lo sucesivo cada petición de materiales la hiciese Cabanes mediante entrega de un talón firmado en el que figurase la obra de que se tratase; que el proveedor acompañase estos talones a las facturas, que serían visadas y firmada la conformidad por Cabanes, y que en cuanto a las facturas por suministros precedentes, carentes de talones, firmase también Cabanes la conformidad. </div><br /><div align="justify"><br />Una de estas facturas por suministros anteriores, llevaba fecha de siete meses atrás; carecía de importancia porque incluía tres o cuatro sacos de cemento y un poco de arena. Me dijo Cabanes que, después de tanto tiempo no podía recordar a qué obra correspondían. Llamé al proveedor: ¿Cómo presenta usted una factura con siete meses de retraso? Pues mire usted, una nota que se nos había traspapelado y apareció ahora, pero, al fin y al cabo como aquí pagan cuando pagan. No, de eso nada; a partir de ahora se pagará al contado, todo lo que sirva usted durante la semana lo facturará y presentará el lunes siguiente; como la sesión de la Permanente se celebra el jueves, el lunes siguiente le será pagada, salvo que haya alguna objeción, o sea que cobrará usted con una semana de retraso, tiempo necesario para la aprobación y formalización del pago. ¿Le parece a usted bien? Me parece estupendo pero ¿me asegura usted que será así? No lo dude; si alguna vez le dijeran que no hay dinero, haga usted el favor de subir y decírmelo, pero no se preocupe que no hará falta que suba. Durante quince años nunca se le dijo a nadie en el Ayuntamiento de Catarroja que no se le pagaba, que tendría que esperar, porque no había dinero. </div><br /><div align="justify"><br />Esto de la falta de dinero era entonces (no sé lo que suceda ahora) el pan nuestro de cada día. El proceso de esta cuestión era éste; los recaudadores retrasaban todo lo posible la entrega de fondos a Depositaría porque los bancos pagaban entonces extratipos muy sustanciosos. Depositaría solía estar, por tanto, a dos velas, lo que favorecía que quien tuviera necesidad de cobrar ofreciese algo, lo que en lenguaje vulgar se llamaba o se llama aún, untar. Quienes tenían que pasar por todo esto, es natural que incluyesen en el importe de la factura lo que después tenían que ofrecer para cobrarla y, puestos a aumentar ¿porqué no un poco más? Como las facturas no se controlaban...El resultado final era que el Ayuntamiento pagaba tarde pero mucho más de lo debido. </div><br /><div align="justify"><br />Sé que después del caso de los materiales (lo sé porque el proveedor lo dijo a un vecino que me lo contó) fue a decirle a uno de los altos funcionarios del Ayuntamiento que con las normas del nuevo Alcalde, ya no podría darle las comisiones que le venía entregando. La deducción que ha de hacerse es ésta: si antes, cuando cobraba las facturas con muchos meses de retraso pagaba comisiones ¿por qué no las podía pagar ahora, cuando cobraba al contado? Es evidente que tales comisiones las incluía en la factura, lo que podía hacer cuando no eran controladas y sí aprobadas automáticamente. El funcionario que las recibía aprovechó la primera convocatoria de concurso para la provisión de plazas de su categoría, solicitó el traslado y dejó de ser funcionario de Catarroja, de donde marchó sin despedirse. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-75742442303441734002010-02-07T19:46:00.002+01:002013-02-22T19:22:09.361+01:0016.- PAVIMENTACIONES, VIVIENDAS Y OTRAS COSAS<div align="justify">
En la expresión corriente de las gentes de esa época (años 1955 a 1970) suele decirse que Porcar es el Alcalde que pavimentó el pueblo. La expresión es simple y merece mayor precisión. En primer lugar no fui yo el protagonista de todo lo que se hizo en ese tiempo. Como máximo sería uno más de entre ellos, aunque, por el cargo que ocupaba, el más importante. Fueron muchos los que, durante ese tiempo, formaron parte de la Corporación. Decir que todos cooperaron por igual, sería injusto. Por disponer de más tiempo, o sentir mayor interés por colaborar, por lo que fuera, aportaron unos mayor esfuerzo que otros pero, salvo un par de casos, todos se sintieron solidarios con lo que se estaba haciendo. Es raro que en un Ayuntamiento y en un tiempo tan dilatado de quince años, no se formen grupitos aislados, con su cabecilla discordante de la actuación de la mayoría. Entre los concejales que colaboraron los hubo de ideas claramente opuestas a las de aquel régimen. De ello fui avisado. Innecesariamente. Yo quería administrar los recursos del municipio en beneficio de los vecinos y eso no se decidía con una política de izquierdas o de derechas. Lo que hacía falta era defender los intereses municipales, administrar prudentemente los medios económicos, en definitiva actuar con dedicación y eficacia, y esto no es patrimonio exclusivo de ningún ideario político. Esa fue nuestra idea, recuperar en la urbanización del pueblo el mucho tiempo perdido, realizar entre todos las obras que se hicieron, que fue algo más que cubrir con adoquines las calles del pueblo. </div>
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Empecemos, no obstante, por las PAVIMENTACIONES. De un total de 100 calles, aproximadamente, solo siete u ocho estaban pavimentadas: la vuelta de la procesión, la calle de Chapa y las calles de Teruel y Reina, estas dos últimas en el tiempo de la Alcaldía de Alfredo Alapont. El estado del resto de las calles era lamentable. En un terreno llano, como es el de Catarroja, las aguas lluvias convertían las calles en barrizales. Las ruedas de hierro de los carros, tan abundantes entonces, pulverizaban la tierra, lo que hacía que la superficie de la vía pública fuese una masa de barro en invierno y de polvo en verano, En las calles orientadas de norte a sur en invierno aún podía el sol del mediodía aliviar un poco el “chocolate”; en las orientadas este-oeste, no había alivio posible. En el verano las amas de casa intentaban con regaderas fijar el polvo, pero no todas lo hacían porque el empeño era vano; el sol y las altas temperaturas podían con todo. Nos pareció que lo más urgente era acabar con esa situación, que lo más perentorio era adoquinar las calles. Lo pudimos hacer porque había dinero para hacerlo y lo teníamos porque habíamos puesto orden en la hacienda municipal. Esta es la madre del cordero. No fue aquél el tiempo en que se pavimentó el pueblo; fue la época en que se puso orden en la hacienda local y esa fue lo que hizo posible hacer lo que se hizo. </div>
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Quiero hacer constar un hecho que me sorprendió y me indignó. Nunca creí que aquello pudiera ocurrir. En la primera subasta de calles a pavimentar se sacaron ocho; el precio de la subasta lo fijaron los técnicos en el proyecto. Pregunté si aquel precio era normal y me dijeron que sí y que no me preocupase porque como salía a la baja.....El día de la presentación de pliegos estaba yo pendiente de las distintas posturas que pudieran hacerse; me dijeron que habían dos albañiles de la población, conocidos, cuyos nombres ocultaré por respeto a su memoria, y otros dos forasteros; al terminar la mañana y con ella el plazo de presentación, resultó que solo se habían presentado dos pliegos, uno por cada uno de los forasteros; los dos albañiles locales se habían retirado. Mis sospechas se confirmaron al día siguiente, realmente no se necesitaba ser adivino: en uno de los sobres se pujaba por seis calles; en el otro por las otras dos; en ambos casos el precio era el de la subasta, sin rebaja. Los dos albañiles de Catarroja habían ido a sacarse un buen jornal. </div>
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Aquel fraude ya no se repetiría; me informé debidamente de los precios reales y todas las subastas se hicieron alrededor de ellos. Me serví para ello del maestro de obras Bautista Blanch, que se comportó siempre con toda limpieza, a diferencia de aquellos dos compañeros y convecinos suyos. Tengo el orgullo de decir que en Catarroja se pavimentaron todas las calles a un precio notablemente inferior a ninguna otra localidad, en muchos casos a una mitad y aun a un tercio de lo que era habitual en los demás sitios. Por si alguien duda de esto, daré la explicación: en los demás pueblos se pagaba cuando se pagaba, en algunos casos al año y medio o dos años. En Catarroja, terminada la obra se pagaba todo. En muchos casos, cuando el que la hacía cumplía exactamente las condiciones del proyecto, cuando era persona honrada en suma, según iba construyendo le íbamos entregando cantidades a cuenta. Esto hacía que los precios fueran muy ajustados. Muestra de ello es que, antes de presentar el pliego preguntaran si el Alcalde era el mismo. Después entraban en el despacho para preguntarme: ¿Usted sigue pagando igual? Sí, sí. A ese detalle de la forma de pago condicionaban el participar o no en la subasta. </div>
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VIVIENDAS.- No es ésta una cuestión que afecte de lleno a la competencia de los municipios. No obstante, no puede un Alcalde, como defensor de los intereses del vecindario, sentirse ajeno a este problema. En 1955, muchas de las familias de los trabajadores vivían en subarriendo; ocupaban una o dos habitaciones y compartían cocina, comedor y aseos con los arrendatarios. Por este subarriendo parcial pagaban sobre 25 pesetas diarias, cuando el salario estaba por debajo de las cien pesetas. La imagen de dos familias distintas, sin lazo de parentesco entre ellas, con hijos de distinto sexo, compartiendo todo menos la habitación para dormir, me parecía simplemente horrible. ¿Qué podría hacerse para acabar con este drama? Pues bien: me encontré con que el Ayuntamiento anterior tenía aprobado un proyecto para hacer en la Avenida de la Rambleta, 84 viviendas, con planta baja y piso superior destinado a granero, y con puerta trasera en la planta baja para entrada al corral del carro y la caballería. Es decir que se iban a construir 84 viviendas destinadas a labradores propietarios de tierras, carro y caballería, mientras continuarían los subarriendos entre los trabajadores. Las obras no se habían iniciado porque el Ayuntamiento no tenía dinero para financiarlas; ni siquiera había podido pagar el proyecto. </div>
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El proyecto me parecía tan absurdo desde todos los puntos de vista que decidí darlo por cancelado cuando a los ocho días de mi posesión, se me presenta José Ramón Ferrís, acompañado de un Abogado del Arzobispado para decirme que tenía pedida una licencia de obras, que el Ayuntamiento no había aprobado para hacer en un solar de su propiedad situado entre las calles de Palucié y la del Empastre, un grupo de 28 ó 32 viviendas, no recuerdo exactamente; la denegación de la licencia se basaba en que en aquel solar iba a construir el Ayuntamiento cuatro viviendas. En lugar de 28 ó 32 viviendas para trabajadores necesitados, cuatro para labradores pudientes. Les dije que formularan nueva solicitud de licencia y que se preparasen para empezar la obra porque consideraba que la Permanente la aprobaría. Así fue. Así se inició la construcción de viviendas al oeste de la Rambleta. El problema que se nos presentó fue que, cuando el Estado empezó a bonificar a los promotores con 30.000 pesetas por vivienda construida, las promociones surgieron como hongos y el Ayuntamiento tenía que construir las redes de alcantarillado y agua potable para todas aquellas construcciones, que tenían una reducción del 90 % en todos los impuestos y tasas. Reuní a los promotores y les expuse que el Ayuntamiento no podría conceder más licencias que aquellas que pudiesen disponer previamente de esos servicios y que, dado el escaso ingreso que percibía con aquella reducción del 90 % de la licencia de obras, las tuberías de agua y el alcantarillado se verían limitados. No obstante, si renunciaban a la mitad de la exención, o sea si pagaban el 55 % de la licencia de obras, nos comprometíamos a dar servicio a todos. Aceptaron de muy buen grado. </div>
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Contamos para esto con otra ayuda: la venta a los propietarios de los campos lindantes, del espacio que ocupaba la Rambleta. Para ello nos apropiamos de esos terrenos iniciando un expediente en el que alegábamos que aquel terreno estaba desde tiempo inmemorial en poder del Ayuntamiento, sin que estuviera inscrito a su nombre en el Registro de la Propiedad. Se publicaron edictos en los periódicos oficiales dando opción a oponerse a quienes se creyeran con mejor derecho. Nadie se opuso y esos terrenos fueron inscritos a nombre del municipio, que los vendió a trozos a los dueños de los terrenos lindantes, lo que nos ayudó a financiar los gastos del agua y alcantarillado y que no se detuviese la construcción de viviendas para los trabajadores, que tan necesitados estaban de ellas. </div>
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GRUPO DE VIVIENDAS 14 DE OCTUBRE.- La riada de 1957 castigó al casco urbano de Catarroja de forma considerable. Tuvo de bueno que vinieran las aguas desbordadas a la una de la tarde, que no hubiese víctimas personales y que la Obra Sindical del Hogar construyese viviendas, creo que 64. Tenía que conseguir el Ayuntamiento los terrenos necesarios para la construcción. La Obra pagaba los solares a un precio no mayor del 10 % del costo total de la construcción de las viviendas. Como a ese precio no conseguiríamos los solares, nos advirtió el Secretario de la Obra Sindical que el exceso lo tenían que pagar, a prorrateo, quienes resultaran adjudicatarios de las viviendas. Elegimos como terrenos unos campos situados a la derecha del final de la calle de Chapa, cuyos propietarios eran vecinos de Masanasa. Llamados al Ayuntamiento, les manifesté el proyecto y el precio máximo al que se podían pagar los terrenos. Les parecía muy bajo ese precio. No les niego que puede que lleven razón, les respondí, pero no es el Ayuntamiento quien los tiene que pagar, sino la Obra Sindical del Hogar. Me limito a decirles lo que me dicen. Si ustedes no lo aceptan, irán a la expropiación por vía legal y puede ocurrir que entonces el Tribunal que resuelva el asunto decida fijar el precio según el líquido imponible que conste a efectos tributarios. Se ponen ustedes en el peligro de que ese precio esté por debajo del que ahora ofrecen. Después de breve duda, aceptaron ese precio.</div>
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Cuando fui a la Obra Sindical del Hogar y les dije que aceptaban el precio del 10 %, no lo creían. ¿Cómo lo has conseguido? Muy sencillamente, diciéndoles la verdad. Pues eres tú el único que lo ha logrado. En todos los demás pueblos, los adjudicatarios de las viviendas tendrán que pagar la diferencia entre el precio ajustado y el menor que paga la Obra Sindical. Solo los de Catarroja estarán libres de ese pago. La verdad es que me consideré muy satisfecho del resultado de mi gestión, por lo bien librados que resultaban mis convecinos. Lejos estaba yo del resultado final de este asunto. </div>
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Terminada la obra y antes de la entrega de llaves, vienen un día al Ayuntamiento el secretario de la Obra Sindical del Hogar y el Arquitecto director de la construcción del grupo. Me presenta el secretario de la Obra, con el que yo había tratado siempre, al Arquitecto, al que no conocía y que me expondría el objeto de la visita. Quedó el Arquitecto en mi despacho y se fue el secretario de la Obra a saludar al del Ayuntamiento. Motivo de la visita: la empresa constructora había tenido que realizar unas obras que no estaban previstas en el proyecto. Me entregaba una relación detallada de esas obras con el importe de cada una de ellas. Los adjudicatarios de las viviendas tenían que pagarlas a prorrateo y me pedía que me encargase de ese cobro. Le manifesté mi disconformidad; el promotor de la obra no era el Ayuntamiento sino la Obra Sindical del Hogar, la empresa constructora la CLEOP, creo, pues que se encargasen ellos de esa gestión de cobro. El diálogo fue extenso porque no tenía por qué cobrar yo unas cantidades que no se iban a ingresar en el Ayuntamiento. El fundamento del Arquitecto era que la CLEOP no tenía oficinas en Catarroja; la Obra Sindical tampoco. Al fin, creyendo que todo era correcto y que servía a los adjudicatarios de las viviendas me resigné a cumplir el encargo. Examiné la relación y rechacé algunas de las obras incluidas, lo que aceptó el Arquitecto. Le dije que llamaría a los adjudicatarios y les entregaría la relación por si tenían alguna objeción que oponer. Así lo hice. Los adjudicatarios rechazaron algunas obras más. Dieron su conformidad al pago de las obras no rechazadas. Se sacó la cuota a pagar, y se abrió una cuenta en Banesto, a nombre de la Delegación Sindical, de conformidad con Miguel Martí Canuto, que era el delegado. Como la Delegación ya tenía una cuenta a ese nombre, se añadió a esta segunda el sobrenombre de Obra Sindical del Hogar, a fin de que los ingresos de los adjudicatarios y los pagos a CLEOP no se vieran mezclados con otros conceptos. Se libraron unos talones a favor de CLEOP, según se hacían los ingresos, se entregaron las llaves de las viviendas y cuando parecía que ya estaba todo resuelto, se personaron tres de los beneficiarios de las viviendas en la Obra Sindical del Hogar, en la CNS, le expusieron al Secretario las cuotas que habían pagado y éste les respondió que quien era el Alcalde para reclamar y cobrar esas cuotas. Este sujeto o si se quiere este personaje, era el mismo que me había presentado al Arquitecto que me pidió mi intervención en el asunto. Cuando recibí un oficio suyo pidiéndome cuentas sobre esto recordé y comprendí por qué él no había estado presente en mi entrevista con el Arquitecto. En resumen, que aquel era un asunto que legalmente no estaba claro y en el que yo, inocentemente, había caído. Llamé a CLEOP, devolvieron el importe de los talones que habían cobrado, se devolvió a los adjudicatarios la cuota pagada por cada uno, quedó en el ambiente, posiblemente, la sospecha de si el Alcalde Emilio Porcar había querido cobrar unas cuotas que tuvo que devolver y quedó, esto en la realidad, el hecho de que los únicos adjudicatarios de viviendas de la Obra Sindical del Hogar con motivo de la riada, que no pagaron ninguna cuota fueron los de Catarroja, porque Emilio Porcar, Alcalde, había conseguido los terrenos al precio señalado por la Obra Sindical, ni un céntimo más. </div>
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GRUPO ESCOLAR JUAN XXIII.- Es otra de las obras inauguradas en ese tiempo. Debo hacer constar que el costo de la edificación iba a cargo del Ministerio de Educación. El Ayuntamiento solo tenía que aportar los terrenos. Por mucho que lo intento, no consigo recordar como pudimos financiar esos terrenos, empresa nada fácil en pueblos donde los solares se pagan tan caros. Lo pienso, y a mí mismo me extraña que, sin contraer préstamos, subiendo los arbitrios como máximo en el mismo porcentaje que la inflación, pudiéramos pagarlo todo, siempre al contado, y con sobrada tesorería. </div>
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INSTITUTO NACIONAL.- Por el Ministerio de Educación se crea un Instituto en Catarroja. Hay que aportar los terrenos. Los Aleixandre, descendientes de Crescencio Chapa, tenían una parcela cerca del barranco de Chiva, de unas hanegadas, en forma de hoyo por la extracción de tierras para el ladrillar. La superficie era suficiente para la construcción del Instituto. Pero ¿cómo pagarlo? El Ayuntamiento tenía dos casas en la calle de Francisco Llorens ocupadas por dos maestros nacionales. La propiedad de estas dos casas por parte del municipio obedecía a que en tiempos lejanos los Ayuntamientos habían de facilitar vivienda a los maestros. Cambió el sistema, liberó el Estado a los Ayuntamientos de esa carga y concedió a los maestros una gratificación por casa vivienda. Lo lógico hubiera sido que esas dos viviendas en las que en 1958 vivían dos maestros, quedasen libres o que si estaban ocupadas por dos maestros recibiese el Ayuntamiento las dos gratificaciones. Pues no: el Estado nada pagaba al Ayuntamiento ni a los maestros. Como las dos casas eran muy viejas, las reparaciones eran muy frecuentes y las tenía que pagar el municipio. En una de ellas vivía don Eduardo Hernández, magnífico maestro, físicamente débil, a quien aconsejó su médico que dejase aquella casa, con humedad por todas partes, totalmente malsana. Fue don Eduardo a la Delegación Provincial de Enseñanza Primaria para pedir la gratificación de casa vivienda y se la denegaron porque, decían, dejaba la casa voluntariamente. En el Plano Municipal vigente las dos casas estaban fuera de línea, por apertura de la calle que va hoy desde la del Trinquete a la de Francisco Llorens. La solución venía cantada: el Ayuntamiento derribaba la casa en que vivía don Eduardo, que quedaba sin vivienda, con lo que el Estado le tendría que dar la gratificación. Así se hizo y quedaron satisfechos don Eduardo y el Ayuntamiento. Quedaba la otra casa en la que vivía don Andrés Avelino. Había adquirido yo, detrás de las dos casas, un solar de Francisco Martí Asencio, concejal y amigo muy apreciado. Convine con don Andrés Avelino un cambio de obra, con lo cual desocupó la vivienda del Ayuntamiento. Derribamos las dos viviendas, que tanto nos costaban en reparaciones y el solar resultante lo permutamos con el de los de Chapa, con lo que pudimos tener Instituto y librarnos, además, del gasto que representaron, durante muchos años, las dos dichosas viviendas. </div>
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EL TRANVIA Y LA CARRETERA.- Al suprimir la Compañía de Tranvías de Valencia la línea 20 Valencia-Silla, el terreno que ocupaban las vías y los cruces, pasaron a ser de Obras Públicas, que aprovechó la ocasión para ensanchar la calzada de la carretera. Así se hizo desde Valencia hasta el puente del barranco de Chiva. Fui a hablar con el Delegado de Obras Públicas y pude convencerle de que en Catarroja ese ensanchamiento no era conveniente porque haría que los coches circulasen a mayor velocidad, con el consecuente aumento de accidentes. Las razones que le expuse no es prudente exponerlas. El caso es que las admitió. El terreno de las vías pasó a formar parte de la acera y no de la calzada. Compárese hoy el aspecto que ofrece esa acera de Catarroja con su continuación desde Masanasa a Valencia a Valencia y se verá la diferencia. </div>
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PUENTE DE LA TORRE.- Aunque parezca difícil creerlo, ese puente por el que hoy pasamos directamente desde La Torre al barrio de San Marcelino, no figuraba en el proyecto inicial de la desviación del río Turia, consecuencia de la riada del 57. Desde La Torre se tenía que desviar el tránsito hacia la izquierda para, después, de un rodeo volver al terreno intermedio entre La Torre y San Marcelino. Fui a manifestar la disconformidad de Catarroja con ese proyecto. Lo hice ante la oficina de Gran Valencia, en Obras Públicas, en Gobierno civil, en la Diputación. La última tecla que nos quedaba por tocar era la del Alcalde de Valencia. A mi gestión, iniciada personalmente, se fueron añadiendo otros Alcaldes. Al final, en la visita al Ayuntamiento de Valencia éramos muchos: desde Silla a Benetúser y Alfafar. En todas esas gestiones, la autoridad visitada se resistía a creer lo que decíamos. ¿Cómo es posible que en La Torre no haya puente? Llamaban a Obras Públicas y todos recibían la misma contestación: que había una desviación que nos conducía a la otra orilla del río en el mismo lugar de La Torre. Y con esto, que ya lo sabíamos y lo habíamos advertido, se daban por satisfechos. </div>
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Serían las nueve de la noche cuando estábamos con Adolfo Rincón de Arellano, Alcalde de Valencia, quien nos dijo: Mañana a las ocho y media tengo que estar en Manises para recibir al Ministro de Obras Públicas. Si redactáis un escrito firmado por todos exponiendo todo lo que me habéis dicho, se lo entregaré en mano. Le diré al portero de mi casa que esta madrugada llevaréis ese escrito, que él recogerá y me entregará. Necesito que esté en mi casa antes de las siete y media de la mañana. </div>
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No podíamos perder tiempo. Yo haría el escrito, un guardia en un taxi recorrería las casas de todos los Alcaldes que deberían tener en su mesita de noche el sello del Ayuntamiento, firmarían y sellarían el escrito, que antes de las siete y media estaría en casa de Rincón de Arellano. Me comunicó Mateu, que era el guardia designado, que todo se había hecho según lo acordado. </div>
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Antes de quince días recibimos una llamada de Gobierno civil: como primer firmante del escrito nos comunicaban para que lo trasladáramos a los demás que el Ministro de Obras Públicas había dispuesto que se construyese el puente que pedíamos. Ese Ministro era don Federico Silva Muñoz, al que los españoles de entonces dieron el título de Ministro Eficacia. Contaré una anécdota que, aunque nada tiene que ver con Catarroja, revela el carácter de aquel Ministro y el por qué de darle el “título” expresado. Se convocó una reunión urgente del Consejo General de Gran Valencia, al que pertenecía como Vocal el Alcalde de Catarroja. Dio cuenta uno de los Ingenieros de Obras Públicas del motivo de la reunión urgente: el Ministro Silva Muñoz había encargado a la Delegación de Valencia la redacción de un proyecto sobre la carretera de El Saler. Dos días antes de la reunión en que estábamos había llamado a la Delegación diciendo que dentro de quince días vendría a Valencia por otros motivos y que esperaba llevarse el proyecto de El Saler. Le respondieron: Pero, señor Ministro, si no hace más que tres meses que usted lo pidió.....Y el Ministro replicó: ¿Cómo? ¡Que ya hace tres meses que lo pedí! En la Delegación no habían trazado todavía ni una sola línea. Ahora tenían que hacerlo en quince días. No cabe duda que, según de qué personas se trate, el tiempo puede tener dimensiones distintas. </div>
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POLIDEPORTIVO.- Sé que si se tiene en cuenta el tiempo en que fue construido el Polideportivo, podrá decirse que nada tiene que ver esta obra con mi ejercicio como Alcalde. No es así. Los terrenos del Polideportivo, así como los del Colegio Reina Sofía, fueron adquiridos en mi etapa, en la que se redactó el proyecto del Polideportivo, se aprobó, se subastó y fue adjudicada la obra. Para la financiación de los terrenos se gestionó y se obtuvo un préstamo de la Diputación. Formalmente todo estaba hecho. La empresa adjudicataria en la subasta pudo iniciar la obra antes de mi cese como Alcalde. Porque yo no mostré ningún interés en ello, se inició después, pero todo lo que el Ayuntamiento tuvo que hacer lo hizo antes. </div>
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Debo hacer una aclaración que creo necesaria: en más de una ocasión he dicho que todo lo que se hizo en mis 15 años como Alcalde se dejó pagado, sin contraer deudas, y con un superávit de cuatro millones de pesetas. Parece una contradicción que diga ahora que se obtuvo un préstamo de la Diputación para la adquisición de los terrenos del Polideportivo. Esos terrenos son un bien patrimonial del municipio; es decir que esos terrenos figuran inscritos en el Registro de la Propiedad a favor del Ayuntamiento. Si algún día quedaran desafectados, por lo que fuera, del destino actual, podrían ser vendidos. No ocurre lo mismo con otras inversiones: ni los terrenos destinados a vía pública, ni todo lo que en ella se invierta (árboles, pavimento, alumbrado, etc) son bienes patrimoniales. Son cosas distintas contraer una deuda para adquirir un bien patrimonial o hacerlo para mejorar la vía pública. En el primer caso la partida de pasivo (deuda) se compensa con la de activo (el bien patrimonial). En el segundo se mejorará el servicio público pero no hay partida de activo. Comparemos: una cosa es que un particular contraiga deudas para el consumo diario y otra es que lo haga para comprar un campo o un solar. Hacer obras municipales mediante empréstitos, créditos, en definitiva deudas, está al alcance de cualquiera. Lo deseable es que todo eso se deje pagado, sin hipotecar el futuro. Únicamente la adquisición de bienes patrimoniales debería quedar justificada con la contracción de deudas. </div>
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ESTACION DE AUTOBUSES.- He dejado para el final de este capítulo una cuestión que pasó inadvertida para el pueblo pero que fue, para mí, importantísima para la vida y el porvenir de Catarroja. Debió ser por 1966 cuando se publicó en la prensa el proyecto de construir dos estaciones de autobuses, una en la parte izquierda del viejo cauce del río para la parte norte de Valencia y otra en Monteolivete para el sur. Me alarmó la noticia porque tuve la sospecha de que pensaran los autores de la idea que la línea de AUVACA tuviera que finalizar su trayecto en Monteolivete. Esto me parecía una verdadera barbaridad, pero la creía posible. Fui al Ayuntamiento de Valencia para informarme y me indicaron que hablara con el Concejal al que correspondía esta materia. Lo hice y al exponerle mi duda me contestó que, de momento, no se sabía que líneas entrarían en Monteolivete. Le expuse que si para que esa estación fuese rentable contaban con el ingreso que les proporcionase la línea de Catarroja-Valencia, lo meditasen bien porque esa sería una vana ilusión. Me respondió, con una sonrisa de superioridad: Eso ya lo veremos. Intenté, mientras construían la estación, averiguar ese punto. No pude. Nadie sabía nada. Cuando terminaron la obra resultó lo que yo temía: AUVACA, tenía que ir por La Torre y el Camino de Tránsitos, cruzar el paso a nivel del ferrocarril y terminar en la estación de Monteolivete. Desde allí un SALTUV nos entraría en Valencia. La idea era de locos. Un desvío hacia las afueras, entrar en la estación para que nos pudieran cobrar el canon, un trasbordo y llegar a Valencia. Por si algo faltaba un paso a nivel que estaba más tiempo cerrado que abierto. </div>
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Me dirigí al concejal del Ayuntamiento pidiéndole que se diera cuenta que nadie iba a seguir ese trayecto, que antes de entrar en tránsitos para encararse con el paso a nivel los pasajeros se bajarían de AUVACA para coger el SALTUV que les llevara a Valencia. La contestación fue digna de figurar en la mejor antología de disparates. Como el lugar en que yo decía que harían el trasbordo estaba en término municipal de Valencia, el Ayuntamiento no permitiría ninguna parada de AUVACA hasta la estación de autobuses. O sea que si un pasajero quería ir desde Catarroja o Masanasa a La Torre, tenía que coger AUVACA, pasar por La Torre, ir por tránsitos, pasar el cruce de las vías, llegar a Monteolivete, coger un SALTUV, ir al centro de Valencia y coger otro SALTUV que le llevara a La Torre, por donde había pasado una hora antes. La discusión llevó a mi oponente a majaderías insuperables. Las disposiciones legales decían que las líneas de autobuses podían, en las poblaciones del trayecto, señalar el punto de las paradas pero el Ayuntamiento, en casos en que esos puntos tuvieran algún inconveniente, podían trasladarlas al punto más cercano en el que ya no existiera el inconveniente. Al amparo de esa facultad, excepcional y limitada, el Ayuntamiento de Valencia, según el concejal, prohibiría a AUVACA toda parada desde que entrara en el término de Valencia, hasta la entrada en la estación de autobuses </div>
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La obra estaba terminada, la Compañía propietaria había contraído unas deudas importantes con unas Cajas rurales y la estación no se inauguraba. Me llamó el Gobernador. Resultaba que, según él, yo era el culpable de que no se pusiera en servicio porque me oponía a que la línea de Catarroja fuese a Monteolivete. Le repetí todas las razones que le había dicho al concejal y aun otras. Yo no invento ningún problema, otros son los que lo han creado por no haber pensado las cosas antes de hacerlas. Es inútil que pretendan obligar a los pasajeros de esa línea a que entren en la estación para poder cobrar el canon. Desde la entrada de Sedaví hay un SALTUV que va directamente a Valencia. Los pasajeros de AUVACA bajarán en la parada anterior, irán a pie hasta el punto de partida de SALTUV y marcharán directamente a Valencia. Habréis conseguido que los pasajeros lleguen a Valencia pagando dos billetes y haciendo un trasbordo, pero a Monteolivete llegarán los autobuses de Catarroja sin más personal que el conductor y el cobrador. Carente de recursos, indignado, me respondió el Gobernador: ¿Entonces que tenemos que hacer con la estación, destinarla a salón de baile? Eso no es cosa mía, le respondí, yo solo os digo lo que va a pasar, si no queréis verlo es cosa vuestra. </div>
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En todo este asunto no tuve ninguna conexión con AUVACA que, como es natural, también hizo sus gestiones y presentó sus recursos. El asunto era grave porque el Presidente de la estación era persona de mucho peso, la deuda contraída muy fuerte y sin el canon de los viajeros de AUVACA el negocio no era rentable. Llegó el asunto a la Dirección general correspondiente del Ministerio de Obras Públicas. Hubo una reunión de representantes de todas las entidades a las que afectaba económicamente el asunto. Estuvo allí Agustín Pastor, de Catarroja, que estaba empleado en AUVACA y era el enlace sindical. El Director general, Juan García Ribes era un antiguo militante de la CNT, uno de aquellos sindicalistas a los que Girón había recuperado para su obra social. Llamó al enlace sindical para preguntarle sobre el Alcalde de Catarroja. Oído el informe de Agustín Pastor, manifestó el Director general que confirmaba el que le había dado Diego Salas Pombo. Le anunció a Agustín que, antes de empezar la reunión, ya tenía él resuelto el asunto: aceptaba en un todo el escrito del Alcalde de Catarroja. Todo lo que decían las autoridades de la capital era un completo absurdo. El relato de toda esta reunión me lo dio con posterioridad el propio Agustín Pastor. </div>
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La estación de Monteolivete no fue inaugurada. Tuve un día la curiosidad, pasado mucho tiempo después de cesar en el cargo, de conocer qué había sido de aquella obra. Me dijeron que la derribaron y sobre su solar se edificó un edificio de viviendas con muchas alturas. Me alegró pensar que con el aumento del precio de los solares hubieran podido pagar a las Cajas rurales con cuyos créditos se habían adquirido. <br />
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E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-51978801909626391812010-02-07T19:45:00.003+01:002011-09-13T11:42:29.175+02:0017.- ANTONIO OLMOS BRIAU<div align="justify">Los “Percaleros” fueron en Catarroja una familia de cierto renombre, situada socialmente en la clase media alta, que se dedicaron a actividades económicas poco corrientes. Uno de ellos, padre de Antonio Olmos Briau, estableció un comercio de coloniales en la capital. Tuve el gusto de conocer a uno de ellos, Visent, un anciano en los años 1940 a 1950. Debió de nacer, por tanto, por los años 1860 a 1870. A sus ochenta y tantos años llevaba siempre un puro en la mano. Era soltero y muy simpático. Me contó un día que en una etapa de su juventud se había dedicado a la actividad del transporte, como ordinario, entre Valencia y Madrid, servicio que prestaba mediante carros tirados por caballerías porque lo que después se llamaría tracción mecánica, o sea camiones, no existía aún. No recuerdo si me dijo que la ruta se hacía por la carretera Valencia-Albacete o por la de Valencia Cuenca, pero sí que el viaje duraba quince días, o sea un mes la ida y vuelta. Es de suponer que todo esto ocurriría a final del siglo XIX, lo que hago constar como dato curioso, que nos revela la diferencia de la vida de hoy con la de nuestros abuelos o bisabuelos. </div><br /><div align="justify"><br />Tenía en su vejez el tío Visent la que posiblemente fuera la mejor casa del pueblo: un edificio en la vía principal, la calle Nueva, con un huerto detrás que tenía salida por les casetes de Isidoro Al verse el tío Visent con una vejez muy avanzada, vino a convivir con él su sobrino Antonio que, fallecido su tío, heredó la casa en la que continuó viviendo. </div><br /><div align="justify"><br />Si los “Percaleros” originarios tuvieron cierto renombre en el pueblo, Antonio, lo acrecentó. El fútbol se había convertido en el gran deporte de masas que es hoy. El Catarroja CF, que había tenido después de la guerra una etapa brillante, con jugadores casi todos del pueblo, había devenido en un equipo compuesto en su mayor parte por gente de fuera. Aunque los jugadores de esta clase de equipos eran oficialmente “amateurs”, o sea no profesionales, la realidad era que había que ficharles pagando cantidades que oscilaban entre las 50, 75 y hasta 100.000 pesetas. La economía del club no permitía esos dispendios, precisaba de un mecenas que aportase lo que hiciese falta a costa de su propio peculio. Ese hombre fue Antonio Olmos, persona cuya generosidad era inquebrantable. En 3ª división permaneció el Catarroja durante unos años, contando con el soporte que le brindaba la economía privada de Antonio Olmos, quien en una ocasión me contó una anécdota que estimo es digna de ser relatada. Diré previamente que tenía Antonio un carácter, para mí atractivo, que consistía en decir siempre las cosas de la manera más clara y directa posible; en él nunca había expresiones sinuosas, a medias tintas; podía equivocarse, siempre de buena fe, pero cuando había de tomar una resolución la tomaba. En una ocasión en la que habían jugado en Alicante, al volver y tener que cenar durante el camino, le preguntaron los aficionados que donde cenarían. Les contestó Antonio que donde ellos quisieran. Entablaron conversación los pasajeros y no pudieron llegar a un acuerdo. Cada grupito de tres o cuatro quería un sitio distinto. No había manera de que nadie cediera. Antonio cortó la discusión: Ya está, cenaremos en La Chata, un bar restaurante no señalado por nadie. Estos detalles hacían que algunos dijeran que Antonio era un dictador. La anécdota más sabrosa viene ahora. Uno de los aficionados más exigentes del Catarroja le proponía que fichara a un jugador que consideraba necesario para reforzar el equipo. Antonio se resistía a hacerle caso. El forofo, le insistía cada vez que le veía. Antonio aguantaba hasta que un día le dijo: Ese jugador que tú propones pide veinte mil duros. El de la insistencia le protestó: Pues se pagan y en paz. ¿Veinte mil duros? Pues a mí no me parece caro. Como Antonio sabía que su oponente era persona de una posición económica satisfactoria, le dijo: Pues mira, eso está hecho; tú pones diez mil duros y yo los otros diez mil. Así terminó la conversación porque el aficionado disconforme con su presidente se sintió ofendido, dio media vuelta y ya no abrió la boca; no la abrió delante de Antonio porque por detrás se hartó de decir a los aficionados que en el equipo faltaba aquel jugador que él había propuesto, pero que el presidente no había querido ficharle porque Olmos no escuchaba a nadie y hacía lo que le venía en gana. </div><br /><div align="justify"><br />Aparte los saludos normales, mi primera conversación con Antonio Olmos tuvo lugar en el Ayuntamiento. Vino a exponerme un gran problema. El Catarroja, que estaba en tercera división, tenía que jugar en casa cada dos domingos, siempre por la tarde. El Frente de Juventudes jugaba casi todos los domingos, por la mañana Resultaba que él preparaba el campo, lo regaba si hacía falta, el sábado para jugar en la tarde del domingo y ese día, por la mañana, jugaba el Frente de Juventudes luego él había preparado el campo para el Frente de Juventudes, no para el Catarroja. Aquello no podía ser, el Frente de Juventudes tenía que buscarse otro campo para jugar, porque ese campo, decía Antonio poniendo todo el énfasis de que era capaz en sus palabras “yo lo considero como mío, como nacido de mis entrañas y no quiero que me lo toque nadie”. Le contesté suavemente como creo que merecía mi interlocutor: Mira, Antonio, ese campo no es del Ayuntamiento, no es tampoco del Frente de Juventudes, aunque algunos crean que sí. Un jefe local de Falange anterior a mí suscribió un contrato tomándolo en arrendamiento y obligándose a pagar una renta anual, pero quienes le firmaron ese contrato no eran los propietarios sino los ocupantes de la Casa de Vivanco. Por otra parte Falange no pagó ninguna anualidad, ni siquiera la primera. El campo no es, por tanto ni del Ayuntamiento, ni de Falange, ni del Frente de Juventudes, ni, por supuesto, tampoco tuyo. Estamos en una situación de hecho en la que el Catarroja y el Frente de Juventudes disfrutan de ese campo, sin que haya ningún derecho que nos ampare. Por otra parte entre el Catarroja y el Frente de Juventudes hay una diferencia: en el Catarroja juegan unos señores que son, casi todos, de fuera, que vienen aquí, juegan, se divierten y se van y encima cobran, y nadie mejor que tú sabe lo que se les paga. En el Frente de Juventudes todos los que juegan son del pueblo; juegan deportivamente, sin cobrar. Estos chicos, durante el verano, van a campamentos donde hacen excursiones, se disciplinan, se están formando sin caer en el vicio, en el tabaco, en la bebida. Todo esto tiene un coste, que paga Falange. La verdad es que el gasto del fútbol no es exagerado, pero les pagamos las botas, el vestuario, los balones. Cuando un chico de éstos destaca algo pasa al Catarroja, sin que tengáis que pagar ni un céntimo. Tenéis en el Frente de Juventudes una especie de equipo filial, está ahí vuestra cantera. ¿Y eso es lo que tú quieres suprimir? ¿Está seguro de que te conviene? Antonio Olmos, que me había escuchado con toda atención, respondió a mis preguntas: Emilio ¿sabes qué te tengo que decir? Que me has convencido; tienes razón. </div><br /><div align="justify"><br />Esto de darse por convencido, de reconocer el propio error, es cosa que no se ve todos los días, es privilegio de muy pocos. Solo los hombres íntimamente generosos y altruistas pueden ascender a esas alturas. </div><br /><div align="justify"><br />Mi último punto de encuentro con Antonio fue, para mí, memorable. Se tenía que pavimentar con baldosas la acera la calle por donde entraba Antonio su coche en el huerto de la casa a que antes nos hemos referido. A Antonio no le parecía bien lo que el Ayuntamiento iba a hacer y manifestó su deseo de que se hiciese todo con adoquines. Estaba yo de vacaciones en mi pueblo. Antonio asistía diariamente a la Sociedad ABC, de la que es posible que en aquel tiempo fuera Presidente. Uno de los concejales, socio también y asistente, al enterarse de que Antonio ponía algún reparo a lo que el Ayuntamiento iba a hacer dijo, el concejal, que el Percalero tendrá que pasar por lo que haga el Ayuntamiento “por cojones”. Antonio reaccionó como cabía esperar. A cojones nadie le ganaba a él y menos aquel mequetrefe. La expectativa que esto produjo entre los de ABC fue de escándalo. Todo quedó pendiente de que volviera yo de mi descanso. Me encontré con esta contienda, iniciada para mí por las ganas de un concejal de rebajar a un vecino que había adquirido cierto relieve en la población. Hablé separadamente con los dos. Le dije a Antonio que lo que él pretendía era algo que, más o menos, nos habían pedido varios vecinos; que a todos les habíamos denegado su solicitud; que si con él hacíamos una excepción se diría que porque Antonio Olmos era un personaje importante el Ayuntamiento le había consentido lo que a otros les negaba. Contesta Antonio: Emilio, si a mí me hubieran dicho esto que tú me dices ahora no hubiera habido problema, porque eso es razonable. A mí lo que me llega es que ese don nadie dice que yo pasaré por lo que él dice “por cojones”. ¿Tú aguantarías eso? Antonio, ten en cuenta que en estos asuntos siempre hay quienes hacen de correo gratuito trasladando recados no franqueados. Disfrutan de que otros se encorajinen. Emilio: Arréglalo como quieras, solo te digo que me revienta hasta donde no te puedes imaginar que ese inútil, que no sirve para nada, se salga con la suya. No te preocupes, Antonio, intentaré arreglarlo. </div><br /><div align="justify"><br />Le dije a Cabanes que hiciese la acera según se hacían todas, que pagase los materiales, recogiese la factura y me la entregase con la suya por la mano de obra invertida. Así lo hizo, le pagué las dos facturas y le dije que, si alguien le preguntaba lo enviase a freír espárragos. Me contestó que eso él lo sabía hacer muy bien. Buscó el concejal entre las facturas que esa semana se presentaban en la sesión del Ayuntamiento y, naturalmente, no las encontró. Me preguntó en sesión si el Ayuntamiento había pagado ese gasto. Le contesté que bien sabía él que no, puesto que había revisado las facturas. Replicó que podían estar camufladas en otra obra. Eso, aquí, estando yo no se ha hecho nunca, le dije con toda seriedad. Entonces ha pagado el Percalero. No ¿Quien lo ha pagado, pues? Eso no tienes por qué saberlo. Me interrogó: ¿Las has pagado tú? Esa pregunta solamente me la puede hacer mi mujer porque estamos en régimen de sociedad de gananciales. A ti no tengo por qué contestarte. </div><br /><div align="justify"><br />Al día siguiente hablé con Antonio Olmos. Asunto resuelto. No tienes que pagar nada. ¿Paga el Ayuntamiento? No. Ten en cuenta Antonio, que en este asunto yo tenía que defender al Ayuntamiento, no podía permitir que en una cuestión en la que solo se ventilaba el salir triunfante o derrotado, fuera vencido el Ayuntamiento. Al mismo tiempo no he querido que tú, que tanto has hecho por Catarroja, fueses humillado. Tu adversario sabe que tú no has pagado. No podrá presumir por su triunfo, pero tampoco tú por el tuyo. No ha habido vencedores ni vencidos. Emilio: No sabes el favor que me has hecho. No puedes tener idea de las veces que durante este tiempo me he despertado por las noches pensando en este dichoso asunto. </div><br /><div align="justify"><br />Pronto circuló por ABC que el Alcalde había pagado el gasto de su bolsillo. Vino entonces Antonio a darme las gracias nuevamente y a pedirme que le dijese lo que había pagado para abonármelo. Me negué repetidamente pero, al final, no tuve más remedio que decírselo y tuve que admitir que me pagase, para lo cual puse una condición: Esta cantidad, no eran más que sobre tres mil pesetas, la dedicaremos a celebrar en una comida la resolución de este asunto. Encantado. </div><br /><div align="justify"><br />Lo peor de todo eso es que la comida no se celebro. Antonio ya no era Presidente cuando falleció. Probablemente yo había dejado de ser Alcalde. No nos veíamos. En mi conciencia ha quedado el recuerdo de una deuda impagada, de la que el acreedor es aquel hombre que, pese al juicio que otros pudieran tener de él fue, para mí, todo un señor, un perfecto caballero: Antonio Olmos Briau. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-80180219743165463222010-02-07T19:41:00.003+01:002011-09-13T11:47:31.042+02:0018.- RECUERDOS<div align="justify">Inicio con éste una serie de relatos de anécdotas o hechos en los que yo participé o fui testigo, y de los que fueron otros los protagonistas. Esos hechos o anécdotas dejaron en mi recuerdo una huella agradable. No se trata de personas importantes, aunque algunos puedan serlo, según el criterio de cada uno. Los incorporo al libro no por la importancia del personaje sino por la anécdota y por el grato recuerdo que en mí dejaron. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />SALVADOR BAIXAULI “L´ALFAFARENCH” </div><br /><div align="justify"><br />El sobrenombre no era mote sino denominación de origen. Su apodo nativo era, según me dijera, “El Blanquillo”, por lo claro de su tez, oscurecida por el mucho sol campestre. Casó en Catarroja donde transcurrió su vida adulta y fructificó su enorme actividad. Fue un hombre, labrador puro, por el que llegué a sentir una profunda admiración. Conocía su fama, cuando aún no le había tratado personalmente. Él me ignoraba. Nuestro primer contacto fue con ocasión de hacerme cargo, provisionalmente, de la Hermandad de Labradores, cuestión de la que se trata en otro momento. El Alfafarench había solicitado del Cabildo, unos años antes, que hicieran una pequeña obra, un puentecillo sobre una acequia, o algo así, que facilitaba el paso a los agricultores de una zona en la que Baixauli tenía un gran campo de arroz en la partida del Boñ. El Cabildo accedió a lo pedido con la condición de que el solicitante realizase la obra, adelantase su costo, del que la Hermandad le pagaría después una mitad. El Alfafarench que en tantas ocasiones demostraría su generosidad lo hizo una vez más. Realizó la obra, la pagó y cuantas veces se personó en la Hermandad reclamando lo convenido encontró igual respuesta: No hay dinero. Tantas y tan repetidas respuestas negativas, le hicieron desistir de su justo deseo de cobrar lo convenido. </div><br /><div align="justify"><br />En mis primeros días de actuación como jefe del Cabildo, comentó el señor Baixauli con Miguel Martí Canuto, despachándose a su gusto, la informalidad de la Hermandad al mantener impagada la deuda. Le indicó Martí que me la reclamase a mí, pero debió pensar que si los propios labradores, sus compañeros, no habían cumplido el compromiso contraído ¿cómo lo iba a hacer quien a nada se había obligado y que, encima, era un escribiente, no un labrador? No vino.</div><br /><div align="justify"><br />Al contármelo Martí le mandé llamar. Entonces le conocí y me conoció. Tenía yo poco más de 30 años, edad que él me podía doblar. ¿Sabe usted que, de momento, estoy de Jefe de la Hermandad? Sí, lo oí decir. Y en lugar de quejarse, fuera de aquí, con todo motivo, de lo que la Hermandad le hizo, ¿por qué no me lo dijo a mí, que nada sabía? Ya lo había reclamado muchas veces a otros. Pero no a mí. </div><br /><div align="justify"><br />Le expuse que yo no era labrador, pero sí descendiente de labradores, de pobres labriegos, cultivadores de áridas tierras, rocosas y secanas; que tenía en gran estima a las gentes del campo y que durante el escaso tiempo en que estuviese al servicio de la Hermandad, procuraría velar por el prestigio de un organismo que representaba a los agricultores y que, si eso lo hacía yo, que no era labrador, con mucha más razón debía hacerlo un hombre como él que lo era tan calificado. Lo que debió hacer es reclamarme a mí lo que le debían y si yo no le atendía tendría entonces motivos para hablar mal pero de mí, no de la Hermandad Me escuchó con toda atención, con hondo silencio. Pienso hoy que aquel hombre que tanto había trabajado, que tanta tierra había acumulado legítimamente con su esfuerzo, pudo contestarme: Pero ¿quien eres tú, muchacho, para decirme a mí lo que tengo que hacer? ¿Quien eres tú, que no tienes ni un palmo de tierra, para darme lecciones? Pues no; después de una pequeña pausa levantó la cabeza, se dirigió a mí y me dijo con alegría: “Bona llisó m’ ha donat, xiquet”. </div><br /><div align="justify"><br />Esa contestación, tan escueta, me dio la medida de aquel hombre. Un señor, ya maduro, se veía reprimido, aunque amablemente, por un advenedizo, un joven sin fortuna, un oficinista que no era nadie, al que había tenido que soportar, por una miseria de tres mil pesetas que, para un hombre generoso como él no eran nada, que le diera, aunque afectuosamente, un repaso por su comportamiento. Cualquier otro hombre, en aquella circunstancia, orgulloso de sus méritos, me hubiera enviado con cajas destempladas. Aquel hombre, entero, sin fisuras, confesó sencilla y llanamente, su error. </div><br /><div align="justify"><br />Le dije que iba a cobrar. ¿En serio? Preguntó entre burlón y dubitativo. Sí, sí. Llamé al depositario de la Hermandad, que era a la vez empleado del Recaudador de Arbitrios y del Cabildo. ¿Al señor Baixauli se le deben tres mil pesetas? Sí. ¿Y por qué no se le han pagado? Porque no había dinero ¿En tres años no se han tenido nunca tres mil pesetas para pagar una deuda vieja? Vosotros, los empleados sí que habréis cobrado todos los meses. No contestó. Págale ahora. Es que no hay dinero. ¿Te dones conter? clamó riendo el acreedor. Como el depositario era empleado del recaudador, como hemos dicho, le pregunté: ¿Cuándo verás a tu jefe? Mañana. Pues dile que te entregue veinte mil pesetas a cuenta. Contestación a la contra: ¿Y si no las tiene? Si no las tuviera, habría que pensar en cambiar de recaudador; buscaríamos a otro que nos entregara el dinero según lo fuera recaudando, sin tenerlo en su cuenta corriente bancaria, cobrando extratipos. Díselo a tu jefe de mi parte, y pídele cuarenta mil, no veinte mil. Verás como sí las tiene. Y al acreedor: Usted, señor Baixauli, vuelva aquí pasado mañana; el depositario le pagará; si no lo hiciera, yo estaré aquí arriba; por favor, suba usted y dígamelo; pero no hará falta que suba, ya verá usted como le paga. </div><br /><div align="justify"><br />A los pocos días me contó Martí que vio, de lejos, al Alfafarench. Gritó: “Martí, Ja m´han pagat”. Se acercó para añadirle: “Eixe amic teu té mes collons que el bou pardet”. No hago constar la frase como homenaje a mi vanidad, pues nada de valeroso había en lo que hice, sino como testimonio de que cuando los cargos públicos se llevan con seriedad y eficacia, los hombres íntegros y libres de pasiones hallan ocasión para mostrar su reconocimiento. Y esto nos honra a todos.<br /></div><br /><div align="justify"><br />VICTORIA COSTA “Victorieta”<br /><br />De entre las personas con las que hube de tratar en el ámbito de la política local, una de las de mayor personalidad fue esta mujer: Victoria Costa, conocida por todos como Victorieta. Su madre, a la que Victoria ayudaba, se dedicaba a cocinar los convites de las bodas que antes de nuestra guerra, y aún bastantes años después, se celebraban no en establecimientos públicos como ahora, sino en el domicilio de los novios. </div><br /><div align="justify"><br />Durante la guerra se unió Victoria, no sé si mediante matrimonio civil, con un joven afiliado posiblemente al Partido Comunista. No tengo ninguna seguridad en este dato, tal vez fuera Victoria la perteneciente al PC. Lo que sí es seguro es que en ese tiempo Victoria vestía y se adornaba con emblemas, insignias, etc. de la organización marxista. Tampoco sé si su marido o compañero murió en el frente o simplemente se frustró la unión; el caso es que, terminada la contienda, Victoria contrajo nupcias con Villar, un hornero viudo, que traía una hija. Tampoco en esta unión tuvo Victoria descendencia; el matrimonio adoptó lo que para Villar fue una segunda hija. Abrió este matrimonio el establecimiento Villar (progresivamente horno, panadería, bar y restaurante) que tanta relevancia tuvo después, y en el que tantos matrimonios celebraron el ágape nupcial, no solamente los celebrados en Catarroja sino en muchos otros pueblos del contorno. </div><br /><div align="justify"><br />Hago constar estos antecedentes en la vida de nuestro personaje, sin darle, de ningún modo, valor político, sin ningún desdoro a su memoria, para la que tengo el máximo respeto, sino como detalle que demuestra la riqueza de su personalidad, y porque, además, constituyen un factor a tener en cuenta para valorar los hechos que voy a relatar. </div><br /><div align="justify"><br />El Interventor de Fondos del Ayuntamiento, cumpliendo la política de la Corporación, y con el fin de incrementar los ingresos municipales, acorde con la política de obras y con la desvalorización de la moneda, convocaba, por gremios, a todos los industriales que ejercían actividades comprendidas en el Consumo de Lujo. Este arbitrio consistía en el pago de un porcentaje que podía alcanzar hasta el 25 % del ingreso bruto de estos establecimientos. El Ayuntamiento, en lugar de exigir esa participación, concertaba una cantidad con los interesados que no llegaba, ni con mucho, al 1 % de los ingresos. En el caso de las panaderías y pastelerías, convocado el gremio, se convino para ese año un aumento del 10 % de la cuota que habían pagado el año anterior. Ese aumento era superior a la inflación de un año, pero recuperaba, aunque solo en parte, las inflaciones de años anteriores, en los que no se habían subido las cuotas. Enterado el señor Villar de que había que pagar un 10 % más, se personó en la Alcaldía para protestar por el aumento. Le expuse la necesidad de incrementar los ingresos municipales para poder seguir las obras que estábamos realizando, que redundaban en beneficio de toda la población y, especialmente, de los establecimientos públicos como el suyo en el que tanto mayores serían sus ventas cuanto más atractivo fuera el aspecto general del pueblo, al ser Catarroja centro de reunión y recreo de los pueblos lindantes. Nada hacía variar el criterio firme del señor Villar de que ese aumento del 10 % era improcedente y que no estaba dispuesto a pagarlo. Al decirle que ese aumento se había fijado de conformidad con la Junta del Gremio al que pertenecía, respondió: ¿El gremio? ¿Yo que tengo que ver con el gremio? ¿Quiénes son ellos para disponer de lo mío? Que se apañen ellos que yo ya me apañaré. Muy bien, señor Villar, nada tiene que ver usted con el gremio. Le pregunté a qué precio había vendido los pasteles el año anterior. A dos pesetas. ¿Y éste? A dos cincuenta. Luego en un solo año ha aumento usted el precio un 25 %, y el Ayuntamiento le pide por varios años solo el 10. Pues no; nos hemos equivocado. Hemos de aumentar el 25. </div><br /><div align="justify"><br />Lo tomó a broma. Insistió en que el negocio iba muy mal, que desde fuera parecía una cosa y desde dentro era otra, que él no quería pagar ningún aumento, pero para que viera que quería ayudar aumentaría el 5 por 100, pero ni un céntimo más. Yo le dejaba hablar, sin interrumpirle y cuando esperaba mí respuesta repetía, impertérrito: El 25. Al final, resumió: Vamos, que no me quita nada del 10 %. No, no le quito nada y encima le añado el 15, total el 25 que es lo que ha subido usted los pasteles en solo un año. Se puso nervioso. Entonces ¿voy a pagar yo el 25 y otros el 10? El 25 es lo que ha aumentado sus pasteles en un año. Y los del gremio también, respondió indignado. Pero, señor, ya hemos quedado en que usted nada tiene que ver con el gremio, olvídelos. Pues si he de aumentar el 25, cierro la pastelería. Conforme. Vidal, llame a Roca, que suba. Subió Roca, el oficial de Intervención. Roca, el señor Villar cierra la pastelería, dale de baja en el impuesto de lujo ¿Pero quien es usted para cerrar mi establecimiento? Yo, nadie, pero si lo acaba de decir usted. ¿Y qué tiene que ver que yo lo diga? ¿Es que no va a cerrar? Pues claro que no. Roca, no le des de baja, pero auméntale el 15 por 10, del 10 al 25. </div><br /><div align="justify"><br />El día siguiente entró en el despacho, su esposa, Victoria. Era la primera vez que hablaba con una mujer por la que sentía cierta admiración. Era ella el alma de aquel negocio, la que pensaba, planeaba, dirigía y, encima, trabajaba más que nadie; antes de clarear el día ya estaba lavando el piso, arrastrándose sobre las baldosas en un tiempo en que no había “mochos” ni aspiradoras.<br /></div><br /><div align="justify">Empezó diciendo que su marido era hombre muy apto para el trabajo de su oficio, pero no para la gestión. Al intentar explicarle la entrevista del día anterior, se adelantó: No hace falta que la explique; me la contó él; comprendo su actitud como Alcalde. Pagaremos el 25 % de aumento; solo le pido una cosa: ¿Permitiría que en futuro, cuando se tercie cualquier cuestión, viniera yo a tratarla en nombre de Casa Villar, en lugar de mi marido? Con mucho gusto Victoria; si su marido la autoriza, por mí, encantado. </div><br /><div align="justify"><br />Tiempo después, detectó la Jefatura Provincial de Sanidad muchos eccemas en las manos de los panaderos originados por los reforzantes que empleaban en la fabricación del pan. El Gobernador civil, Posada Cacho, emprendió una campaña de inspección en los hornos, con el fin de hacer efectiva la prohibición de emplear esos reforzantes. El caso es que el Gobernador Posada, tan displicente en otras cosas, se mostraba, en esto de los reforzantes, muy riguroso. En una inspección se encontraron reforzantes en el pan de Villar. Posada Cacho impuso, nada menos, que una sanción de cierre del establecimiento, por término de tres meses. Me enteré de todo por medio de Victor Rosaleny “Victorino” que era Jefe del Gremio y Concejal del Ayuntamiento. Escribí al Gobernador manifestándole, en primer lugar, mi felicitación por su campaña, pero le añadía que la sanción impuesta al señor Villar resultaba desproporcionada para la infracción cometida, que Casa Villar no era solo horno y panadería sino, además, bar y, sobre todo, restaurante de fama en toda la comarca; que el cierre durante tres meses del establecimiento produciría a su dueño un perjuicio desmesurado pero además, y sobre todo, un gran malestar público por el trastorno que representaba cancelar los banquetes de bodas a celebrar durante ese tiempo, actos que se contrataban por adelantado; que en esta clase de establecimientos eran más las solicitudes que las plazas disponibles; que la sanción de cierre podía ser conmutada por otra de tipo económico, que cumpliría la función de penalizar la falta cometida pero evitaría todos los perjuicios que causaríamos a los futuros contrayentes, ajenos a la infracción sancionada y que si mis razones no hacían variar su criterio, estaba dispuesto a visitarle antes de que confirmara una sanción que consideraba, en este caso particular, totalmente inconveniente desde el punto de vista político. </div><br /><div align="justify"><br />Desconocía Victoria esta gestión, de la que le hubiera informado si hubiera venido a consultarme, pero en lugar de hacerlo, desconfiando de mí, buscó el apoyo del Presidente Provincial del Gremio, un tal señor Olleta, y con él y Victor Rosaleny fueron a Gobierno civil. Posiblemente pensara Victoria, dado el antecedente de lo del 25 %, antes referido, que Emilio Porcar, Alcalde franquista, se ensañaba con la antigua militante del P. C. Incluso pudo llegar a sospechar que yo habría sido el inspirador de la inspección de su horno. El caso es que, según me contó después “Victorino”, en medio de la conversación que tuvieron en Gobierno civil con el Secretario General, don Tomás Conesa, que fue quien les atendió, dijo Victoria Costa: Mire usted, yo solo confío en ustedes porque sé que en lo que se refiere a Catarroja, el Alcalde nos hará todo el daño que pueda. </div><br /><div align="justify"><br />Don Tomás Conesa había hecho el servicio militar como Oficial de Complemento con mi hermano Luís; habían sido muy amigos en el cuartel. Al tomar posesión de la Secretaría del Gobierno y tener conocimiento de quien era el Alcalde de Catarroja, tuvo interés en conocerme; me habló con mucho afecto de mi hermano y de su pesar al conocer su trágica muerte. Después de esta entrevista fui designado como Alcalde representante de los pueblos de la provincia en una Comisión sobre Ayuda Familiar a los funcionarios de la administración local, Comisión que Presidía el Secretario General, y en la que celebramos muchas sesiones. Quiero decir con todo esto que don Tomas y yo tuvimos relación suficiente para conocernos y estimarnos mutuamente.<br />Al decir Victoria lo que esperaba del Alcalde de Catarroja, saltó don Tomás: ¿Cómo dice usted eso, señora? Emilio Porcar, Alcalde de su pueblo, es bien conocido aquí, donde se le considera con el mayor respeto. Y en cuanto al daño que ese señor puede hacerle, voy a leerle la carta que le ha escrito al Gobernado. La leyó. Tenga usted en cuenta que si se le quita a su establecimiento el cierre de tres meses, que creo que se le va a quitar, será, no por eso que usted acaba de decir, sino porque lo pide su Alcalde, que goza aquí del mayor prestigio, y por la forma en que lo pide. Después de eso, dijo Victoria: Perdone usted, señor; retiro lo que dije, yo no conocía al Alcalde de mi pueblo, ahora sé quien es. A la salida, siempre según la versión de Víctor, dijo Victoria: Menuda metedura de pata. </div><br /><div align="justify"><br />La sanción de cierre fue conmutada por una multa nada grave. A partir de ahí me trató siempre Victoria con mucha atención y afecto nada ficticios. Posteriormente y en varias ocasiones tuvo para mí palabras entrañables, pero esto ocurrió, y esto merece ser destacado, cuando ya no era Alcalde. </div><br /><div align="justify"><br />Ahora, cuando ya no está entre nosotros, quiero dejar constancia de mi admiración por esta mujer que, no habiendo tenido descendencia, se desvivió por la hija de su esposo, por otra hija que adoptaron, por todos cuantos estuvieron a su lado, que fue sumamente pródiga en dar limosnas y en contribuir a cuantas acciones benéficas realizaron otras personas fieles a la Iglesia.</div><br /><div align="justify"><br />Hoy funcionan en Catarroja varios salones donde, además de bodas y comuniones, se celebran actos de rango provincial; aquí se han celebrado ágapes presididos por personalidades de la política nacional; incluso turistas rusos organizados por agencias de aquel país, han comido en este pueblo. Pues bien: el establecimiento pionero de todos estos salones fue Casa Villar y su alma aquella mujer sencilla, inteligente y trabajadora, tan maltratada en su vejez, que fue Victoria Costa, toda una señora de la que su pueblo, éste es al menos mi criterio, puede sentirse legítimamente orgulloso.<br /></div><br /><div align="justify"><br />HISTORIA DE TRES CAMBIOS. </div><br /><div align="justify"><br />Teníamos tres costumbres, muy antiguas, que yo creía conveniente cambiar. Esperaba el momento propicio para hacerlo porque la inercia, la rutina, tienen mucha fuerza y no es conveniente ejercer la autoridad de manera explosiva. Siempre es preferible la prudencia. Las tres costumbres fueron modificadas y aceptadas sin protestas. </div><br /><div align="justify"><br />El itinerario de las procesiones era: calle de la Iglesia, calle Nueva, carretera real, calle Mayor, plaza de Miguel Peris, placeta de Martino y plaza de la Iglesia. Toda la ruta estaba pavimentada, aunque con adoquines viejos, grandes y mal asentados. En ese trayecto, un tramo, situado entre las calles Nueva y Mayor, era de la carretera nacional Valencia Madrid por Albacete. Desde que la cruz llevada por el sacristán abriendo el cortejo, entraba en la carretera desde la calle Nueva, hasta que la banda de música, que lo cerraba entraba en la calle Mayor, (más de media hora de tiempo) el tránsito por la carretera quedaba interrumpido. Los conductores de los medios de transporte, que se veían obligados a permanecer inactivos, tenían que soportar esta parada forzosa. Por si esto no era suficiente, como los cirios dejaban sobre la calzada la cera derretida, al día siguiente las herraduras de las caballerías hacía que estas resbalasen, cayeran; fueran levantadas a fuerza de imprecaciones y azotes de los carreteros, poco versallescos en sus locuciones. </div><br /><div align="justify"><br />Pensé modificar el itinerario de las procesiones, pero no me atrevía no por aquello de “Con la Iglesia hemos topado”, sino porque la costumbre era muy antigua y modificarla hubiera encontrado otras resistencias, por la fuerza de las costumbres. </div><br /><div align="justify"><br />La solución del problema, que no me atrevía a resolver, nos vino impuesta desde lo alto: el Ministro de la Gobernación, don Camilo Alonso, probablemente ante las cuantiosas quejas que habría recibido procedentes de todo el territorio nacional (el hecho no era, ni mucho menos, exclusivo de Catarroja) prohibió todo desfile, cabalgata, procesión que interrumpiera el tráfico de las carreteras nacionales. La orden vino de perlas. Llamé a don José, el párroco, y le dije lo que había: la procesión podría ir por la calle Moreras y al llegar a la plaza de Miguel Peris, dirigirse por la de Martino a la de la Iglesia; si el trayecto resultaba demasiado breve, podría optar por la calle de Cánovas, Sagasta y calle de la Fuente y entrar en la plaza de la Iglesia. </div><br /><div align="justify"><br />Comprendió don José la cuestión y me dijo que consultaría con los feligreses y me comunicaría la elección. A los pocos días vino a la Alcaldía a manifestarme el resultado de la consulta: rechazaban mi propuesta y el acuerdo era que la procesión iría por donde siempre. Le dije que la prohibición no era decisión municipal sino del Ministro de la Gobernación y no para Catarroja sino para toda España y que la procesión no iría por la carretera, por mucho que se empeñasen los feligreses. </div><br /><div align="justify"><br />La cuestión quedó en el aire. La orden del Ministerio, le parecía adecuada a don José pero, hombre en extremo bondadoso, no se decidía a imponerla a la clientela. Se acercaba la fecha de la próxima procesión, que era la del Cristo y llegó a mis oídos que los de la Junta decían que su procesión iría por la carretera y que el Alcalde no tenía cojones para impedirlo.<br /></div><br /><div align="justify">Con estos señores, no cofrades sino componentes de la Junta del Santísimo Cristo de la Piedad, tenía yo mis discrepancias. En una ocasión me pidieron autorización para celebrar un Concurso de Cante flamenco en el campo de fútbol, que no era municipal, pero que estaba atribuido al Frente de Juventudes. Era Presidente del Catarroja F.C. José Guillem Baixauli “Pepe el Gros”, excelente persona, que financiaba a sus costas el déficit del fútbol local, en cuyo sacrificio había sucedido a Antonio Olmos Briau, “El Percalero”. Les dije a los del Cristo que podían celebrar el Concurso, cuyo objeto era obtener ingresos para la fiesta del Cristo, pero que, como el fútbol les costaba mucho dinero a los directivos, hablasen con el Presidente y se pusieran de acuerdo en darle algo que disminuyese las pérdidas que soportaban. Me comunicó Pepe Guillem que habían acordado una modesta ayuda de tres mil pesetas. </div><br /><div align="justify"><br />Celebrado el concurso, los señores del Cristo no pagaron al ganador el premio metálico anunciado (creo que eran mil pesetas), con lo que el defraudado, según me dijeron después (yo estaba de vacaciones en mi pueblo) se fue echando pestes de Catarroja y del Cristo de la Piedad. Al terminar mis vacaciones y volver a la Alcaldía, me dijeron los del Cristo que ellos no tenían por qué pagar las tres mil pesetas al fútbol, puesto que el campo no era del Catarroja F.C.; es decir, querían hacer con Pepe Guillem lo que habían hecho con el cantaor. Sus argumentos ante mí eran: ¿De quien es el campo de fútbol? ¿Es del Catarroja F.C.? Contéstanos. Les respondí con otra pregunta: ¿Acordasteis con el Presidente darle tres mil pesetas para ayuda al Club? Sí, pero eso no tiene nada que ver. ¿Cómo que no? Entregadle las tres mil pesetas que acordasteis, cumplid la palabra que disteis y después preguntadme lo que queráis, antes no. Y tened en cuenta que si yo hubiera estado aquí el día del concurso, ejerciendo de Alcalde, cuando el cantaor se fue maldiciendo del pueblo y del Cristo, alguien hubiera dormido esa noche en el calabozo, y no hubiera sido el cantaor. </div><br /><div align="justify"><br />Mis relaciones personales con estos cofrades eran, por este hecho tirantes, cuando ellos plantaban cara, con un claro desafío en lo de la procesión, amparándose en la cruz. Llegado ese día, le dije al jefe de la escasa guardia municipal de aquel tiempo, que se pusiera en la calle Nueva, a la altura de Moreras, con un par de guardias; que al llegar el sacristán con la cruz, le indicara la dirección de Moreras. ¿Y si no va por allí porque tiene orden de ir por la carretera? Pues coge usted al sacristán con la cruz y lo lleva todo al calabozo. ¿La cruz también? Sí, sí, no se preocupe, que el Cristo crucificado no creo que proteste. Ojala lo hiciera, porque sería un milagro, y un milagro no nos vendría nada mal en Catarroja a todos, incluso a los señores de la Junta del Cristo. Nunca más volvió la procesión a pisar la carretera. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />FUMAR EN EL CINE </div><br /><div align="justify"><br />En esos años, del 55 al 60, las costumbres eran muy diferentes a las actuales. Hoy, prácticamente, todas las familias disponen de coche; son escasas las que carecen de él. Entonces era lo contrario: eran pocos los que disponían de este medio de locomoción. La televisión empezó a emitir por los años 60, tres horas al día, en blanco y negro y con nieves perpetuas. Había sido superada una etapa en que un Gobernador civil, don Francisco-Javier Planas de Tovar (Ganas de Estorbar según bautizo genial del humor valenciano), había impuesto, por influencias, seguro, de la Iglesia, la patrulla de miembros del Cuerpo de Seguridad, montados a caballo, para que en las playas, al salir del agua, los bañistas se pusieran el albornoz. Las mujeres habían de añadir al traje de baño completo, una faldita que cubriese los muslos; los varones no podían vestir únicamente con taparrabo; habían de vestir con traje completo. Aquellas parejas montadas sobre alazanes que vigilaban las playas, fueron bautizadas como La Moral. Cuando aparecían, se corría la voz: ¡Que viene la Moral! Y los desobedientes se subían los tirantes previamente bajados del bañador completo, las chicas se ponían la faldita, se metían algunos en el agua o en la caseta, todo hasta que la Moral pasaba. </div><br /><div align="justify"><br />En los salones de baile, que eran escasos, los empresarios habían de vigilar que las conductas de los asistentes fueran decentes. Estos locales cerraban a horas tempranas, entre otras razones porque a ninguna muchacha honesta le permitían recogerse después de las once o doce de la noche. En resumen, que los novios tenían muy pocas ocasiones para manifestar, ocultamente, su mutuo cariño. El medio más fácil era ir el domingo por la tarde al cine. Como lo que menos interesaba era la película y lo que más la oscuridad, las últimas filas del patio de butacas eran las preferidas de Romeos y Julietas, porque es donde más amortiguada llegaba la claridad de la pantalla. Por otra parte, la costumbre actual de ir a comer los domingos a bares y restaurantes era inexistente; 1, porque se carecía de medios propios de locomoción; 2, porque, aparte de Casa Escolástica en la carretera, esquina a la calle del Empastre o de la Comare y Casa Almarche en la plaza del Mercado, locales en los que se podía comer un plato de alubias o de garbanzos, un par de huevos con patatas fritas o alguna longaniza o morcilla, nada más se podía pedir; y 3, porque las disponibilidades económicas de la gente no permitían esos lujos de ahora del marisco, la merluza a la romana, el Rioja y la tarta o el helado. </div><br /><div align="justify"><br />Por consiguiente, quien el domingo no iba al fútbol, a ver al Valencia o al Catarroja, no tenía otra alternativa que ir al cine. Los locales de entonces eran el Progreso, el Faus, el Serrano y, más tarde, el Regio. El domingo por la tarde, todos se llenaban a tope: primero las butacas, después los pasillos laterales, por último el central; todo se ponía a reventar. </div><br /><div align="justify"><br />El contraste entre todos este cuadro de costumbres y el actual es evidente por donde se mire: los cuatro cines han cerrado, hay decenas de cadenas de televisión siempre en color, muchas de ellas funcionando las 24 horas del día; en las playas las mujeres visten (es un decir) sin traje de baño; hay tantos coches circulando en busca de comer fuera de casa que todos los fines de semana se ofrecen 40 0 50 clientes a las funerarias. Un último contraste: al vicio de fumar se le ponen incontables cortapisas; prohibición, en general, en locales cerrados, en los medios de transportes de pasajeros, en los hospitales; en Norteamérica ha llegado la prohibición a las oficinas y aun a los restaurantes. Pues bien: en esa época de los 55 al 60, mientras un régimen autoritario limitaba libertades hoy toleradas, se permitía que en unos locales totalmente cerrados como los cines, se pudiera fumar a discreción. Sí que es cierto que ninguna mujer fumaba, pero eran escasos los niños que a los 13 o 14 y por el afán infantil de adelantar su hombredad, no se iniciaban en este absurdo vicio. El resultado final era que en todos estos cines los espectadores estaban inmersos en una nube espesa de nicotina capaz de producir más de un mareo. </div><br /><div align="justify"><br />Expuse este cuadro a mis compañeros de consistorio y el criterio general fue la inutilidad de mi empeño en prohibir este hecho social; otros lo habían intentado y su esfuerzo había sido vano. Lo que yo quería prohibir era inevitable. Quienes así opinaban eran, como yo, fumadores, Al más firme en su oposición a mi propuesta, Antonio Canuto Baixauli. Le dije: Vamos a ver: ¿tú vas alguna vez a los cines de Valencia? Sí. ¿Y fumas? Hombre, no, pero es que allí no fuma nadie. ¿Por qué? Por que está prohibido. Entonces... Solo supo responder: No te empeñes, que no lo conseguirás. </div><br /><div align="justify"><br />Contando con la colaboración de los empresarios se proyectó en las pantallas, durante un mes, unos avisos de que a partir del mes siguiente quedaba prohibido fumar en el cine; que el incumplimiento sería castigado con multa de 10 pesetas. El primer domingo en que se inició la prohibición se puso un guardia en cada cine. En total fueron sorprendidos 10 ó 12, fumadores empedernidos, no enterados, o rebeldes sin causa. Uno de ellos, Antonio Canuto, el concejal. Antonio fue, desde su nacimiento hasta su muerte un poco o un mucho “buscarruidos”. Lo digo sin malicia, con afecto. Fue compañero en el Ayuntamiento y, aunque no íntimo, buen amigo, al que aprecié y sigo apreciando desde el recuerdo. Posiblemente el hecho de su infracción lo motivase el deseo de ponerme a prueba; jugaba a ponerme dificultades para ver cómo respondía. Era capaz de, teniendo por costumbre no ir al cine los domingos por la tarde, hacerlo ese día para encender el cigarro cuando viera pasar al guardia. </div><br /><div align="justify"><br />Cuando al día siguiente, me dio cuenta el jefe de los guardias, de las infracciones y multas impuestas, me dijo que a Antonio Canuto no le habían cobrado. Porque no iban a cobrarle una multa a un concejal. ¿Por qué? Pues, porque un concejal no es como los demás. En efecto, tiene usted razón, un concejal es un poco más que los demás, por tanto la multa ha de ser algo más, pongamos 25 pesetas en lugar de 10. Tome usted las 25 pesetas, ingréselas, como las demás en Depositaría, lleve el recibo al señor Canuto y dígale que cada vez que quiera fumar en el cine estoy dispuesto a pagar por él una multa de cuantía doble que la anterior, y que lo aguantaré hasta que pueda; que no se prive de nada. </div><br /><div align="justify"><br />Me dio cuenta Peiró del resultado de su entrevista. ¿Qué ha dicho? No ha dicho nada. Tampoco me dijo nada a mí cuando nos vimos. Nunca hemos hablado después de esta cuestión. No creo que volviera a fumar en el cine. </div><br /><div align="justify"><br />La semana siguiente no hubo más que 5 ó 6 multas. Después, sólo una o dos. A partir de la 4ª o 5ª semana, ya nadie fumó en el cine. </div><br /><div align="justify"><br />No resultó lo difícil que todos creían.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />EL PASEO POR LA CARRETERA </div><br /><div align="justify"><br />En aquellos años, del 55 al 60, en España se inauguró la televisión; los pueblos valencianos, especialmente Catarroja, ayudados por el buen clima, hacían una vida muy nocturna; los labradores, que son la mayor parte de la población, terminado el trabajo, se lavaban, se vestían, cenaban y se iban al bar, al casino o al cine. Sobre las 12 de la noche se retiraban a dormir. Las chicas salían tres días a la semana, martes, jueves y sábado, y siempre si era festivo, a pasear, a ponerse en el escaparate, a mostrar púdicamente sus encantos. Los chicos, paseaban para admirarlas y para iniciar una elección que en tantos casos fue el principio de unas relaciones que terminaban en una bendición eclesiástica seguida del banquete nupcial. </div><br /><div align="justify"><br />Según contaban, muchos años atrás el paseo se hacía en el andén de la estación (es curioso que el paseo siempre estuviera al lado de una vía de comunicación). Ahora, cuando el pueblo había crecido y la carretera se había convertido en la espina dorsal del casco urbano, se paseaba en esa misma carretera, pero no en las aceras que la limitaban, sino en la misma calzada. Se comprende que cuando circulaba el tranvía de la línea 20, por la acera situada al este, no fuera esa acera lugar cómodo, por el paso frecuente del tranvía. Pero, suprimido el tranvía antes de 1955, el terreno viario se añadió a la acera, que resultó ensanchada y más adecuada para el paseo que la calzada de la carretera donde era constante el paso de vehículos. </div><br /><div align="justify"><br />Las costumbres no son fáciles de erradicar: mozos y mozas seguían paseando tranquilamente por la calzada mientras los vehículos, incluido el autobús de Catarroja sufrían pacientemente la languidez de paso de la mocedad. Quise poner fin a aquella situación y también encontré en el Consistorio la misma oposición que en lo de los cines, aunque en ninguno de los casos fue unánime. Razón que se me oponía: Siempre se ha paseado por la carretera. Respuesta: los cambios si son prudentes, traen el progreso. Sin cambios, todavía viviríamos en las cavernas. </div><br /><div align="justify"><br />Fue muy fácil. En los escaparates de los comercios de la carretera y en los cines se pusieron cartelitos en los que se hacía saber que, a partir del día uno, quedaría prohibido el paseo por la calzada de la carretera. Llegada la fecha se puso un guardia paseando por el bordillo de las dos aceras. Ningún paseante lo franqueó. A partir de ahí se paseó ya siempre por las aceras, sin necesidad de guardias, hasta que, poco a poco, el paseo fue decayendo, los jóvenes, ellos y ellas, quedaron en casa por ver la peli de la tele; los cines tuvieron que cerrar, el paseo se acabó y chicos y chicas empezaron sus idilios respirando el aire espeso que es el clima de las discotecas; ese es hoy el inicio de unas relaciones que terminan también en boda y banquete nupcial pero que tantas veces, demasiadas, tienen la segunda parte de la separación y el divorcio.</div><br /><div align="justify"><br /><br />22 a 25 octubre 2000. </div><br /><div align="justify"><br />Después de una larga sequía (en todo el verano no cayó en Lucena ni una sola gota) ha estado lloviendo en Catarroja cuatro días seguidos (ninguna interrupción habrá durado más de una hora). Ha sido una lluvia respetuosa, no excesivamente intensa, pero sí extensa; desde Cataluña a Almería todo el litoral de levante ha sido copiosamente regado. Lo de siempre: una borrasca situada en el norte de África, en Marruecos, Túnez, Libia, ha estado enviando vientos de levante, aires húmedos, cálidos por la temperatura del Mediterráneo, que conserva aún el calor solar del verano; sobre la península una temperatura de muchos grados bajo cero en la alta atmósfera; aires cálidos, húmedos, menos densos, que ascienden y se encuentran con temperaturas gélidas. En fin: la gota fría que nos obsequia con doscientos o trescientos litros por metro cuadrado. </div><br /><div align="justify"><br />El barranco de Chiva, a la altura de Catarroja se ha desbordado. Otra vez agua y barro por la Avenida de la Rambleta. En esta ocasión la cosa no ha llegado a mayores. El jueves, 26, escampado el cielo, he ido a ver el barranco. Esto es lo que creo que ha sucedido: hace dos o tres años se construyó una carretera que discurre por detrás del antiguo motor de las aguas potables, construido por el Alcalde Fernando Ribes. Recuerdo que ese motor fue inaugurado el 3 de enero de 1933. En su fachada al camino vecinal paralelo y lindante hoy con la pista de acceso a Valencia, había tres retratos esmaltados: en el centro el de Alcalá-Zamora, Presidente de la República; a su derecha Alejandro Lerroux, Jefe del Partido Radical, en el que estaba aliado el Autonomista, del que era Presidente local el Alcalde Ribes; a la izquierda Blasco Ibáñez, fallecido en 1928, fundador del Partido Autonomista. Asistieron al acto varias personalidades políticas de Valencia, entre ellas, creo, Sigfrido Blasco, hijo del insigne novelista. Poco tienen que ver estos datos con la lluvia de estos días, pero como lo que estoy escribiendo son recuerdos no está de más ir dejando nota de aquellos que me vengan a la memoria aunque estén fuera de contexto. Yo asistí al acto de inauguración, no como personalidad, claro, sino como curioso espectador de trece años, que son los que tenía. </div><br /><div align="justify"><br />Esta pista de nuevo acceso a Valencia cruza el barranco de Chiva muy cerca de lo que antiguamente era el ladrillar de Flores. Quienes vayan a verlo hoy, podrán contemplar en el ramal de acceso a la pista, desde la carretera de Albacete, una gran chimenea, que el Ayuntamiento de Catarroja ha tenido el acierto de conservar, como ha hecho también con la del ladrillar de Chapa. Ambas chimeneas son como monolitos que rinden homenaje a una industria que en algunos tiempos fue importante en la economía local. Ambas industrias, auxiliares de la construcción, desaparecieron hace muchos años, pero las tierras circundantes dejaron como recuerdo unos hoyos de considerable extensión, de tres o cuatro metros de altura, efecto de las sacas de tierra arcillosa con la que se fabricaban ladrillos y tejas. Estamos en terrenos contiguos al barranco y al puente de la pista de acceso que lo atraviesa, en lo que era el Racholar de Flores.<br />Pues, bien: desde este sitio, más bajo que la pista, miramos el puente y vemos que las aguas de esta última avalancha, al pasar por los ojos del puente, vinieron a chocar contra la margen derecha en el sentido del curso de las aguas, o sea vinieron a chocar contra la mota de Catarroja, cuya cima fue disuelta por el agua abriendo la brecha para un desbordamiento que, por fortuna, fue leve. Esas aguas serían las que, después, vinieron por la Avenida de la Rambleta, llegando a penetrar, aunque levemente, en algún establecimiento. </div><br /><div align="justify"><br />Cosa parecida debió ocurrir debajo del puente viejo, en la carretera de Albacete. También allí la margen derecha parece haber sido desmoronada en su cima, pero también allí el desbordamiento, si existió, fue leve. Por suerte, nada ha tenido que ver todo esto con lo que sufrimos en 1957, de lo que luego trataremos. </div><br /><div align="justify"><br />Este puente de la vieja carretera se construyó sobre unos muros de mampostería alineados no en sentido longitudinal a la corriente de las aguas, sino perpendiculares a la carretera, de forma que cuando las aguas de las torrenteras cruzan los ojos del puente, los muros laterales las dirigen hacia la margen izquierda, o sea contra Masanasa. Nuestros vecinos, para defenderse del ataque, han construido su muro propio: una buena y alta fortificación contra la que chocan oblicuamente las aguas que, rechazadas, tienden hacia la margen opuesta, la de Catarroja. Esta vez el desbordamiento habrá sido mínimo, pero en este tramo y en el que antes hemos señalado en el Ladrillar de Flores, el peligro potencial podrá ser algún día real y mayúsculo. </div><br /><div align="justify"><br />Todo esto me trae a la memoria la inundación de octubre de 1957, en que me tocó ser Alcalde. Esa situación de la borrasca, el viento de levante y la gota fría, ya descritas, se dio entonces, no durante tres o cuatro días, sino desde principios de octubre hasta el día 14. Quince días de lluvia, no incesante como ahora, sino con intervalos. Mañanas soleadas y claras eran preludio de tardes tempestuosas; un día seco daba paso a otro en que llovía a cántaros; la borrasca que parecía disolverse, de pronto se reforzaba. Hubo en ese período una epidemia de gripe, que no respetó ni a los Alcaldes. Sobre el día 10 u 11, desistí levantarme de la cama, como hacía cada mañana; fiebre alta, estornudos, dolores musculares: el trancazo. En las horas de vigilia, oía la furia inmisericorde de la lluvia; en las de sueño, el bombardeo de los truenos. </div><br /><div align="justify"><br />El día 14 por la mañana, vino a verme Andrés Sandemetrio, primer Teniente de Alcalde, que estaba actuando. Me dijo que el Alcalde de Valencia, el Marqués del Turia, nos había pedido que le enviásemos cuantas barcas pudiéramos porque el Turia se había desbordado y las aguas llegaban al centro de la ciudad. Necesitaban barcas para poder ir por la calle de las Barcas. Me dijo Sandemetrio que el barranco venía muy crecido y que había dispuesto el cierre de las escuelas. Le manifesté mi deseo de levantarme y me recomendó que no lo hiciera, que varios Concejales estaban con él en el Ayuntamiento, y que harían lo que fuera menester. </div><br /><div align="justify"><br />Las noticias que recogía mi mujer en la calle, y que me transmitía, eran que la situación empeoraba, que las aguas del barranco crecían. Serían más de las doce cuando me pareció que no tenía derecho a estar en la cama aunque tuviera 40 de fiebre, me levante, me vestí, todo en contra de mi consorte y salí a la calle. Allí estaba Juan Antonio Olmos, marido de Amparín Navarro, vecino, amigo y primo por afinidad, quien me dijo que, según sus noticias, si el barranco no se había desbordado, poco le faltaría. Nos fuimos por la calle de la Iglesia a la plaza del Mercado y allí nos cruzamos con Batiste “Buidaolles” (no recuerdo su apellido). ¿Dónde vas, Emilio? A ver el barranco, que dicen que está a punto de salirse. No, se ha salido ya. Ven y verás el agua. Nos asomamos para ver la calle de Sanjurjo, en la que después se abriría el Cine Regio, que va desde la plaza del Mercado a la calle de Gómez Ferrer. En efecto, el agua venía ya hacia nosotros. Recuerdo las palabras de Batiste, cortas como suelen ser las de la gente del campo: No hi ha res que fer, Emilio, anarsen a casa y esperar que pase. </div><br /><div align="justify"><br />Las aguas se habían desbordado por varios sitios: más abajo del casco urbano de Paiporta, en una zona llamada San Chochim (¿San Joaquín?); por el ladrillar de Flores, de que hemos tratado; entre el puente de la carretera de Albacete y la línea del ferrocarril. Las que mayores daños produjeron fueron las procedentes de San Chochim y Ladrillar de Flores. Todas esta agua confluyeron en la rambleta, en lo que hoy es la Avenida y que entonces eran solamente unas fincas aisladas, posiblemente una sola terminada y habitada, la construida por José Ramón Ferrís, situada entre Palucie y la calle del Empastre; el resto eran fincas en construcción, pocas, y la mayor parte del terreno, solares. Circuló parte de la corriente por la calle de Palucié hasta llegar a la carretera, donde se encontró con la que venía por la carretera en dirección a Albal. En el cuadro de las cuatro esquinas que forman la calle Nueva y la de Palucie con la carretera, el encuentro de las dos corrientes formaba como un promontorio, a partir del cual se dirigían hacia la Florida. Por la calle Nueva y la calle Larga, el nivel subió hasta la altura de la calle de las Moreras. Por allí discurre, soterrada, un brazo de la acequia de Favara, que viene desde la calle de Joaquín Olmos, a espaldas del Banco Central, pasa por la calle hoy de la Constitución, donde está el horno de Molinos, por la calle Nueva, frente a la de Moreras y luego por la plaza del mercado viejo, oficialmente Plaza de Miguel Peris. Toda esta acequia marca una cima más alta que las tierras colindantes a ambas partes. Esto hizo que las tierras que subían de nivel desde la carretera, al llegar a la cima y superarla, discurrieran ligeras hacia abajo, por lo que las casas situadas al este de la acequia se libraron de la inundación, no así las del oeste. En la calle Mayor, por ejemplo, las aguas subieron hasta la plaza de Miguel Peris, por lo que todas las casas de la calle, unas más y otras menos, fueron inundadas. En la calle quedó una barca, posiblemente de las destinadas a Valencia. Cogí mi máquina y saqué una fotografía, que debo conservar, revuelta con otras, en alguna vieja caja de zapatos. Al igual que en Venecia, entre dos fachadas de edificios, flotaba no una góndola, pero sí una barca de pescador de la Albufera. Pensé que pasado el desastre podría escribir un relato de lo ocurrido en todos aquellos días, relato que tendría por título “Una barca en la calle Mayor”. No lo hice entonces, y he de hacerlo hoy, cuarenta y tres años después, cuando la agilidad mental ha devenido en torpeza, cuando tantas vivencias se han marchitado, cuando los recuerdos se han vuelto difusos. No obstante, como la Providencia o la Naturaleza, me obsequió, a falta de otras dotes, con una buena memoria, me serviré de la que me queda para ir relatando algunos hechos aislados, que no serán un relato ordenado de aquel acontecimiento, sino anécdotas algo ilustrativas de lo que ocurrió. </div><br /><div align="justify"><br />Lo primero que pudimos ver, aquella misma tarde cuando las aguas bajaron, ya anocheciendo, es que un autobús de alguna línea cercana, no de la de Catarroja-Valencia, había quedado en la carretera, a la altura de lo que era Farmacia de Gómez, a pocos metros de la desembocadura de la calle Mayor. Los pasajeros fueron “pescados” desde un balcón, posiblemente el del edificio en cuyo bajo estaba la farmacia. En más de una ocasión vi la fotografía del autobús, tomando el baño, afortunadamente sin pasajeros. </div><br /><div align="justify"><br />Cuando llegamos a la fuente de la Rambleta vimos el punto máximo del desastre: las aguas habían llegado a una altura de 1´70 o 1´80 metros. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-45989897205516181542010-02-07T19:34:00.001+01:002011-09-13T11:48:06.731+02:0019.- SERVICIO DE RECAUDACION<div align="justify">Al relatar lo ocurrido con Salvador Baixauli, El Alfafarench, ya vimos como en la Depositaría de la Hermandad nunca había fondos, ni para pagar pequeñas deudas, no obstante lo cual sus empleados cobraban puntualmente sus sueldos. El Recaudador lo era de muchas Hermandades y Ayuntamientos de la provincia, entre ellos los de Catarroja; tenía sus oficinas en Valencia, cobraba las cuotas de nuestros labradores, que me parece recordar que era de unas quince pesetas por hanegada y suministraba fondos a la Hermandad con cuentagotas. Mi recado, a través de un empleado de la Hermandad que lo era a la vez de aquel señor, de que estaba dispuesto a cambiar de Recaudador si no modificaba el sistema, hizo que a partir de aquel momento, la Hermandad dispusiera de los efectivos necesarios para realizar toda la labor que se ha relatado al tratar del tiempo en que estuve como Jefe de la Hermandad. </div><br /><div align="justify"><br />Este señor era, a la vez, Recaudador del Ayuntamiento, que padecía del mismo mal que la Hermandad, falta de recursos, pero a partir de mi posesión como Alcalde, sin necesidad de ningún aviso, la Depositaría municipal empezó a nadar en la abundancia. </div><br /><div align="justify"><br />Creo necesaria una explicación previa de lo que son estos dos medios de captación de ingresos por los Ayuntamientos: Depositaría y Recaudación. En Depositaría se ingresan directamente todos aquellos arbitrios y tasas que son aleatorios: licencias de obras, cementerio, impuesto de lujo (en aquel tiempo) multas, plusvalía, etc. o sea todos aquellos ingresos que no son previamente determinables. Los que sí lo son, como alcantarillado, aguas potables, canalones, urbana, etc, o sean aquellos arbitrios con los que se puede hacer un listado de los afectados a su pago, lo que se llama un Padrón, se perciben a través de un Recaudador, que los cobra para ingresar su importe en Depositaría, tal como los va cobrando. En los Ayuntamientos a partir de cierto número de habitantes, el Depositario es un funcionario del Cuerpo Nacional de Depositarios; en los pueblos pequeños, con presupuestos más reducidos, suele ser un concejal o un vecino. En ambos casos, sin distinción, el Recaudador no es nunca un funcionario sino una persona con la que se contrata ese servicio y se le retribuye mediante un tanto por ciento de lo que recauda. Al vencimiento del tiempo de la contrata, el Ayuntamiento puede sustituir al Recaudador. Pues bien: el Recaudador de Catarroja, caso único posiblemente en toda España, estaba incluido en la plantilla de funcionarios del Ayuntamiento. No sé mediante qué malabarismo aquel señor había conseguido que en un momento próximo a la terminación de la guerra, se le incluyese en la plantilla como funcionario, sin que legalmente lo fuera. El Reglamento de funcionarios de la Administración local exigía para serlo: 1, que estuviera retribuido mediante sueldo fijo; 2, que realizara el trabajo o servicio personalmente, no a través de otra persona, y 3, que residiera en la población. El Recaudador de Catarroja estaba retribuido por comisión, no por sueldo fijo, no realizaba el trabajo personalmente sino mediante un empleado que lo era, a la vez, de la Hermandad, y 3, residía en Valencia y si conocía donde estaba Catarroja es porque todo el mundo sabía donde había nacido El Empastre. Aquel señor tenía tanto de funcionario municipal como de General del Ejército prusiano, no obstante lo cual figuraba en la plantilla de funcionarios. </div><br /><div align="justify"><br />¿Cómo llevaba la recaudación? Aquello era la casa de tócame Roque. Todo lo que había que cobrar, licencias de obras, sello municipal, plusvalías, todo se entregaba a recaudación, nada a Depositaría. ¿Cómo liquidaba? De una manera muy simple, haciendo de vez en cuando un ingreso por los distintos conceptos que él expresaba. Como por esos ingresos aleatorios no se le hacían cargos, aunque él hacía ingresos, nunca podía hacerse una liquidación de lo que él había recibido y lo que había entregado. Ejemplo: El Ayuntamiento había hecho en los años 40, una emisión de Sello Municipal. Era ésta una tasa ridícula que a quien presentara en el Ayuntamiento cualquier escrito, obligaba pegar en él un sello municipal de tres pesetas. La edición del sello se había entregado íntegramente al recaudador, que, cuando le parecía, ingresaba algo por este concepto. Para poder hacer una liquidación había que sumar todo lo que había ingresado durante diez o quince años y contar los sellos que le quedaban para ver si la suma coincidía con el montante de la emisión que se le había entregado, pero este último dato nadie lo sabía ni figuraba en ningún sitio. Así todo. ¿Cómo liquidar las licencias de obras, las plusvalías, etc. si en ningún sitio constaba lo que se le había entregado por estos conceptos? En los padrones sí que se podía practicar una liquidación, porque en ellos figuraba el importe total, pero yo vi un padrón en el que el cargo que se le había hecho era por la cuota semestral, no la anual. Sí, aquello podía ser un error, pero también es posible que no lo fuera. </div><br /><div align="justify"><br />En otro aspecto de esta cuestión se estaba cometiendo un verdadero atraco. Disponía el Estatuto de Recaudación que al contribuyente que acudiera a pagar y no pudiera hacerlo por no encontrar el recaudador el recibo correspondiente, se le entregase un escrito en el que se hiciera constar esta incidencia. Si pasado el tiempo de pago en voluntaria, pasaba el recibo a ejecutiva el contribuyente podía presentar aquel escrito que acreditaba su disposición a pagar debidamente, y quedaba libre del recargo por retraso en el pago. Esta disposición del Estatuto se incumplía por sistema y, en ejecutiva, había que pagarlo todo, no valían coplas. Obligué a que en la oficina de recaudación se pusiera un cartel en el que se informase a los contribuyentes de su derecho a recibir el escrito. Y vamos a lo del cobro en ejecutiva, que esto tiene mucho salero. </div><br /><div align="justify"><br />El Estatuto de Recaudación dispone que, pasado el tiempo de recaudación voluntaria, el recaudador liquide lo recaudado y haga una relación de recibos impagados, que debe presentar en Secretaría, vista la cual el Alcalde dicta una providencia disponiendo que pasen a cobrarse por el procedimiento ejecutivo. Dictada esta providencia, se aplica al importe del recibo un 20 por 100 de recargo, que se distribuye: la mitad, o sea el 10 para el recaudador y otro 10 para el Ayuntamiento. Mi asombro fue descomunal cuando vi que el recaudador nunca ¡nunca! había ingresado nada por la mitad del recargo correspondiente al Ayuntamiento. Todos los recibos que vi, pagados en ejecutiva tenían escritas en el dorso tres cantidades, la primera el importe del recibo, la segunda el recargo del 20 por 100 y la tercera una cantidad que, según me dijo el recaudador, era el importe de las costas. ¿Qué costas si no se había practicado ninguna diligencia? ¿Y qué ingresos había hecho de la mitad del recargo? Ninguno. </div><br /><div align="justify"><br />Es decir que aquel señor había incumplido lo dispuesto por el Estatuto; al término del plazo de pago en voluntario no había formulado relación de deudores, no constaba en ningún lugar lo que se había pagado en voluntaria y lo que pasaba a ejecutiva, cobraba recargos del 20 % que se quedaba en su totalidad, más unas costas imaginarias por diligencias no practicadas. Allí había delitos de exacción ilegal y de apropiación indebida. En su descargo únicamente alegaba que en algunos casos no cobraba el recargo porque se trataba de amigos del Alcalde y que, en compensación al perjuicio que él sufría por atender estas órdenes, no ingresaba la parte del Ayuntamiento. </div><br /><div align="justify"><br />Fuimos a un pleito ante el Tribunal Provincial de lo Contencioso y la sentencia que se dictó, es digna de figurar en cualquier tratado de barbaridades jurídicas. Negaba el derecho del Ayuntamiento a reclamar su parte del 10 por 100 en los recargos porque el Alcalde no había dictado las providencias que exige la ley para pasar al procedimiento ejecutivo. Si se tiene en cuenta que para que el Alcalde dicte esa providencia es necesario que el recaudador le presente la relación de impagados, relación que el recaudador no presentaba, resultaba que se había cometido un delito de exacción ilegal porque el recaudador había cobrado con recargo unos recibos que no podían estar en ejecutiva por cuanto el procedimiento tenía que empezar con una relación que él no había presentado; si había cobrado recargos indebidamente había cometido una exacción ilegal, si no se consideraba esto y se admitía como bien cobrado el recargo una apropiación indebida al quedarse con unos recargos que eran del Ayuntamiento.<br /></div><br /><div align="justify">Intentamos desprendernos del tal recaudador y nos dijo que era funcionario porque figuraba en la plantilla y no podíamos cesarle. Iniciamos otro pleito. Era evidente que no era funcionario. La inclusión en plantilla era la consecuencia de cumplir los tres primeros requisitos, que hemos dicho, retribución fija, trabajo personal y residencia; si no reunía ni uno solo de los tres no podía estar en la plantilla, si lo estaba era indebidamente. La sentencia del Tribunal Provincial de lo Contencioso superaba la anterior que hemos comentado. Decía que los tres requisitos que señalaba el Reglamento de Funcionarios no eran aplicables en este caso porque se trataba de un funcionario especial que no tenía por qué cumplirlos. El Reglamento decía que eran exigibles A TODOS los funcionarios. ¿Donde estaba escrito que había funcionarios ESPECIALES, a quienes no afectaban las disposiciones comunes A TODOS LOS FUNCIONARIOS? Únicamente en la sentencia de aquel Tribunal. </div><br /><div align="justify"><br />Aquel señor tuvo un día la mala ocurrencia de morir, lo que, pronto o tarde, nos sucede a todos, a pesar de que dijera Jardiel Poncela que morirse es un error. Al Ayuntamiento nos vinieron un Interventor, don Rafael Tamarit Gimeno, y un Depositario, don Manuel Vela Pastor, sumamente capaces como funcionarios, excelentes como personas, hoy buenos amigos. Se contrató la recaudación con Vicente Bargues, que cobraba a domicilio por la mitad de la comisión que habíamos pagado anteriormente. La cuantía de impagados era prácticamente nula. Todo, en lo económico, con aquellos funcionarios y este recaudador, empezó a ser correcto normal. Ello hizo posible, pagar al contado, realizar obras, y liquidar todo presupuesto ordinario con superávit creciente. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-82470110843697520532010-02-07T19:31:00.002+01:002011-09-13T11:49:42.732+02:0020.- DON JAIME VIDAL BESTUGUER<div align="justify">Dos eran, en mi opinión, las características de este Maestro Nacional: una apreciable inteligencia y una enorme timidez. De ambas trataremos. </div><br /><div align="justify"><br />La inteligencia es un concepto de difícil definición: se habla ahora de la inteligencia emocional, que es distinta a la inteligencia pura. Hay hombres (y mujeres, claro, sigamos por una vez la moda) que muestran una inteligencia media y que consiguen en la vida éxitos notables. Otros, con inteligencia notable, acaban en la cárcel o en la miseria. Es porque, junto a la inteligencia hay otras cualidades como la constancia en el trabajo, el esfuerzo, la sensatez, la prudencia o la decisión, la honradez, que cuentan tanto o más que la inteligencia en el éxito o el fracaso. </div><br /><div align="justify"><br />Dos personajes de la actualidad son ejemplo claro de lo que intentamos decir: Mario Conde y Juan Abelló. Ambos partieron juntos en una carrera para llegar, al final, a una meta distinta. Mario Conde era la superinteligencia; estudiante de derecho en Deusto pasaba el año alternando el estudio con el cortejo a las chicas, brillando como estrella en los guateques, para encerrarse en el cuarto un mes antes de los exámenes y sacar en todas las asignaturas Matrícula de honor. Terminada la carrera se presentó a la primera oposición difícil: Abogados del Estado. Sacó el número uno a los 21 o 22 años. Se metió en el mundo de los negocios con Juan Abelló, cuya inteligencia parecía mediocre y sobre los 35 años accedía a la presidencia de Banesto, que había sido el primer banco español, llevando de su mano a Juan Abelló hasta la vicepresidencia. Parecía que éste, sin méritos propios, era el beneficiario de un dúo en el que Conde era el divo y Abelló el acompañamiento. Pues no. Goethe, el filósofo alemán, había dicho que el secreto del genio era saber parar a tiempo. Un buen día, Abelló se separó de Conde, se apeó del vehículo que, conducido por el genio de Conde, fue a estrellarse en la cárcel. Abelló es hoy uno de los hombres más ricos de España, según dicen el mayor terrateniente. Conde tiene que implorar que le dejen cinco días en libertad para poder asistir a la boda de su hija. </div><br /><div align="justify"><br />¿Es que don Jaime Vidal, persona inteligente, tuvo deslices, como Mario Conde, que le impidieron alcanzar cotas más altas asequibles a su inteligencia? ¿Es que no supo parar a tiempo? No, todo lo contrario; es que don Jaime, al revés, tenía un freno permanente que no le permitía avanzar: el freno de su invencible timidez. </div><br /><div align="justify"><br />De don Jaime oí yo opiniones muy interesantes, inasequibles a personas de inteligencia mediocre. Voy a citar una, como muestra: “La Iglesia nos dice que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza; fue al revés, es el hombre el que ha creado un Dios a imagen y semejanza del propio hombre “ Amplió la idea: el nuestro es el Dios del perdón y de la misericordia, sentimientos nobles del ser humano, pero es también el Dios de la ira, sentimiento igualmente humano, es un Dios que impone penas imprescriptibles, condenas no solo para toda la vida sino para la eternidad. En cuanto a lo del Dios todopoderoso ¿hay algo más humano que el deseo del hombre de acumular poder? </div><br /><div align="justify"><br />No digo que estemos ante una verdad irrebatible. En la cuestión religiosa no creo ciegamente en las verdades absolutas. Pienso, digamos lo que digamos, que casi todos flotamos en la duda, pero lo que me dijo don Jaime me pareció tan nuevo, tan interesante, tan digno de meditación que pensé que esa no podía ser idea suya, que sería de algún pensador, de algún filósofo; que yo consideraba como novedad lo que era simplemente mi desconocimiento y que un día tenía que encontrar en mis lecturas la autoría original de aquella idea. Pues no: han transcurrido más de 40 años y sigo sin encontrar lo que esperaba, lo que me alegra, pues enaltece la memoria de don Jaime. Solamente en un libro de historia de Ricardo de la Cierva he leído recientemente que Fermín Galán, el héroe y mártir precursor de la segunda República, habló, de pasada, del Dios inventado por la Iglesia, pero esto no es lo que decía don Jaime, que decía mucho más; había un punto de convergencia entre dos caminos distintos: uno muy corto, el del militar de Jaca y otro mucho más largo, el del maestro de Catarroja. </div><br /><div align="justify"><br />Otra muestra del ingenio de don Jaime la tenemos en lo que me contó: tenía un amigo con el que había comentado muchas veces, años antes, que en Catarroja los distintos Ayuntamientos habían hecho muy poco o nada. Hacía bastante tiempo que no había visto a aquel amigo y que al encontrarle unos días antes le dijo don Jaime: ¡Cuanta razón teníamos cuando nos quejábamos de la ineficacia de los anteriores Alcaldes! Mira lo que está haciendo ahora este chico, a lo que el amigo le respondió: ¿Por qué? ¿Por que está pavimentando unas calles? Antes de cinco años esos adoquines habrán saltado todos. Quedé sorprendido, me dijo don Jaime, que replicó al permanente descontento diciéndole: Pues mira, procuremos que éste continúe porque éste es capaz de volverlas a pavimentar. </div><br /><div align="justify"><br />Vino don Jaime varias veces a mi casa para charlar conmigo. Jamás me pidió nada, nunca vi en su actuación el más mínimo asomo de motivación interesada. La primera vez fue porque unos alumnos suyos habían cometido la barbaridad, abusando de su ausencia, de hacer sus necesidades sobre unos pupitres. Por aquellos días el Vicario de San Miguel había abierto, al margen de toda legalidad, una emisora parroquial de radio, la que me ofreció para que tratara temas municipales. Me serví de aquello para dirigirme a los niños de las escuelas; relaté lo sucedido y sin ira pero con firmeza les advertí la indignidad de tales conductas. A don Jaime, que lo oyó, le gustó lo que dije y vino a felicitarme. Ese fue el inicio de una serie de visitas que yo interiormente agradecía porque siempre hay algo que aprender de las personas inteligentes.<br /></div><br /><div align="justify">En otra ocasión, había otorgado el Ayuntamiento unos premios a los alumnos más distinguidos en las escuelas públicas. Se consideraba entonces que estos premios estimulaban a los alumnos a esforzarse en el estudio, lo que redundaba en beneficio de todos. Ahora se considera que esos premios a los mejores constituyen un reproche a los menos dotados que se ven traumatizados; que lo que hay que hacer es aprobarlos a todos, sin establecer diferencias que vulneran la igualdad que consiste en tratar igual a los estudiosos que a los vagos, a los que se esfuerzan que a los que vegetan, a los aplicados que a los díscolos. </div><br /><div align="justify"><br />No estaba previsto que fuese yo a ese acto escolar, porque prefería, cuando era posible, que fuesen los concejales los que ostentasen el protagonismo, pero a la hora de ir al Cine Progreso, el concejal correspondiente me pidió que fuese yo a presidirlo, para dar mayor realce al acto. Accedí y al salir del Ayuntamiento me encontré con el abuelo “Siñoret”, Miguel Félix Hernández que, en los principios del siglo había sido Alcalde. Venga con nosotros, que vamos a dar unos premios a unos niños. Nos acompañó y se sentó en la presidencia. Les expliqué a los niños lo que había ocurrido, que aquel anciano había sido Alcalde 40 años antes, que ahora lo era yo pero que se preparasen porque dentro de 20 o 30 años el Alcalde sería uno de ellos. Fue un acto sencillo pero agradable porque los niños son de natural alegres, aunque es posible que alguno tuviera algún asomo de tristeza al ver que para él no había premio. </div><br /><div align="justify"><br />Don Jaime, que estuvo allí durante todo el acto, con sus alumnos, vino por la tarde a manifestarme, con énfasis contenido, que había quedado maravillado, que ¿cómo era posible que todo aquello hubiera sido improvisado? Me pareció inmerecido el elogio, por lo menos claramente excesivo, pero no podía pensar, dado el concepto que tenía de don Jaime, que fuera adulatorio. Su admiración no estaba justificada pero, aunque errónea, era sincera. </div><br /><div align="justify"><br />Un día lo comprendí. Sus viejos alumnos, de un tiempo ya lejano, casi todos casados, le ofrecieron una cena, con entrega de un álbum de firmas y, creo recordar, un pergamino, en Casa Villar. Aunque no fui invitado al acto (no había por qué, pues yo no fui alumno de don Jaime) me presenté, terminada la cena, para testimoniar a don Jaime mi aprecio y amistad personal. Antes de terminar el acto, llamó don Jaime a los cuatro o cinco promotores principales y les dijo: Podéis hacer todo lo que queráis, podéis hacer incluso que haga yo lo que os antoje, pero una sola cosa os pido: no me pidáis que yo hable, porque soy totalmente incapaz para hablar en público.<br /></div><br /><div align="justify">Comprendí entonces muchas cosas de la personalidad de aquel maestro. Un hombre inteligente, excelente conversador, incapaz de hablar en público, solo puede ser un tímido integral; entendí por qué, de tarde en tarde, bebía algo, sin llegar nunca, ni mucho menos, a la embriaguez; es porque el alcohol afloja el freno de la timidez, permite la apertura hacia el exterior de nuestra ingenuidad, nos libera del temor al fallo que nos haga caer en el ridículo, nos hace iguales ante los demás. Don Jaime fue víctima de una timidez que le impidió lograr triunfos a los que su inteligencia podía aspirar. </div><br /><div align="justify"><br />La última vez que tuve la satisfacción de recibir su visita me dijo al despedirse, refiriéndose a mi conducta como Alcalde: Emilio, no lo hagas demasiado bien. Me dejo perplejo: ¿Qué ha querido decirme este hombre inteligente? No descifraba el enigma. Se lo preguntaré la próxima vez.<br /></div><br /><div align="justify">No hubo, por desgracia, próxima vez. Sigo con la duda. Hoy no me pregunto ¿qué quiso decirme? sino ¿qué me dijo, que yo no comprendí? </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-38114829603757736912010-02-07T19:30:00.002+01:002011-09-16T09:38:47.448+02:0021.- DON JOAQUIN ESCRIVA PEIRO<div align="justify">No sería posible escribir sobre la Catarroja del siglo XX sin hacer referencia, aunque fuera breve, a este sacerdote. Nacido en La Font d’Encarrós, vino a Catarroja, a ejercer como Vicario en la Iglesia Parroquial de San Miguel, allá por la década de los 50. Sustituía, creo recordar, a un sacerdote llamado don José, un hombre tímido, místico, circunspecto, silencioso, con escasa o nula proyección social. Don Joaquín fue todo lo contrario: desenvuelto, incansable, comunicativo, emprendedor, dispuesto a cambiarlo todo. A poco de ejercer como Vicario de San Miguel, pasó a ser Parroquia la Ermita de San Antonio, en el arrabal, y designado Párroco este bullicioso sacerdote. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Con este dibujo de su personalidad, alguien podría pensar que este siervo de Dios se dedicaba más a las cosas del mundo que a servir al Señor. No, no. Yo no he conocido a ningún sacerdote que estuviera tan entregado al servicio de Dios como don Joaquín Escrivá. Era, o al menos así lo veo, un fanático de Dios. No creo que en ningún momento de su vida, en ninguna de sus empresas o acciones, en el hecho más intrascendente de su existencia, se considerara libre de la disciplina de su sacerdocio. Servía a Dios como él creía que había que servirle y en ese guiarse por su entendimiento pudo cometer, y posiblemente cometiera, algunos errores; pero serían errores, no omisiones cómodas o faltas conscientes al mandato divino. El servicio a Dios se tiene que prestar, aquí en la tierra, tratando con seres humanos, que son egoístas y tienden a la independencia, que en cuanto a la creencia en Dios y en el más allá, flotan en la duda. Son muy pocos los que creen totalmente, con seguridad absoluta, en Dios y la eternidad. Unamuno dejó escrita una novela deliciosa y triste, que la Iglesia debe de tener proscrita: San Manuel, bueno y mártir, creo que es el título. Se trata de un pobre Cura que no cree en Dios, pero que es santo, porque vive en total entrega al prójimo, como Dios ordena. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Pues bien; don Joaquín Escrivá ha vivido siempre con entrega total a los demás, sin ocuparse nunca de sí mismo y creyendo en Dios total y absolutamente, sin sombra de duda. En el cumplimiento de su misión hizo proselitismo, intentando que se entregaran al servicio del Señor, como monjas o sacerdotes, chicos y chicas jóvenes de Catarroja a los que él mostraba su ejemplo de feliz sacrificio. Aquella empresa, tan loable desde el punto de vista de su sacerdocio, produjo en un tiempo cierta convulsión social; algunas familias se dieron cuenta de que sus hijos o hijas estaban en el camino de poder abandonar su vida seglar y dedicarse a la religiosa. La conmoción fue enorme y todos vieron en don Joaquín Escrivá el origen del problema familiar. No tuvo en cuenta don Joaquín que aquellas familias vivían inmersas en la cultura de un pueblo en el que el clima sociológico no era propicio para el éxito del propósito del sacerdote. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Abandonado el intento, empezó don Joaquín a recuperar la popularidad que había perdido en el fracaso. Jubilado y casi ciego, siguió viviendo en la calle, siempre en la calle, hablando con la gente, diciendo la misa diaria en el asilo o convento de monjas, en reuniones con amas de casa, hablando siempre, siempre, de Dios. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Conservo de don Joaquín un recuerdo que, pese a su sencillez, me impresionó: íbamos los dos por la calle de San Antonio, perteneciente a su parroquia, y se acercó un niño; don Joaquín le tendió la mano y el niño, en lugar de besarla, puso en ella un caramelo. ¿Os imagináis a un niño dando un caramelo, por propia voluntad, a una persona mayor? Yo creo muy poco en los milagros, si es que algo creo; pero ante ciertos hechos, no hay más que rendirse. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Don Joaquín derribó aquella modesta Ermita de San Antonio que era, para mi gusto, muy bonita, de estilo colonial, creo, aunque yo de esto, como de tantas otras cosas, entiendo muy poco y construyó un edificio de líneas modernas que me gusta poco, pero, lo que es más importante, fundó un Patronato que se dedica a la enseñanza y a realizar obras sociales. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Dejo para el final algo que posiblemente no sería de su agrado: fue un hombre que lo dio todo para los demás, no solo su vida sino también su economía; lo daba todo para vivir, con los suyos, en la más rigurosa estrechez. Vivía en el sagrario, hablándole a Dios, o en reuniones y en la calle hablando de El a las gentes. Sé, porque lo dijo en una de esas reuniones, con qué emocionada ilusión presentía, cuando tuviera que rendir cuentas de su vida, su presencia ante Dios. Últimamente se encontraba mal, muy mal, apenas podía dar cuatro pasos seguidos por la calle, esa calle en la que ha vivido hasta el último momento; todos le decían que fuera al médico; no quiso ir. Ayer, 12 de enero de 2001, en el Círculo Católico, subió a la planta superior a celebrar una reunión. Tuvo que hacer un insuperable esfuerzo; al alcanzar el último escalón se derrumbó. Será enterrado en la Iglesia de San Antonio, cuyo templo construyó. Dicen que ha muerto de pulmonía. ¿Quién sabe? Murió, subiendo. Gloria a Dios en las alturas. Esperamos que se haya encontrado con Dios, al que tanto amó y sirvió, y no hace falta que se lo pidamos porque estamos seguros de que lo hará: que ruegue por nosotros. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-7900584615826541682010-02-07T19:29:00.003+01:002011-09-16T12:12:59.965+02:0022.- DON JACINTO ARGAYA<div align="justify">Lo escrito sobre don Joaquín, sacerdote, me trae a la memoria a don Jacinto Argaya, Obispo auxiliar en tiempo en que fue Arzobispo don Marcelino Olaechea, que tanta obra social realizó en Valencia. Procedían ambos de la zona que durante la guerra civil había estado incorporada al bando de Franco. Argaya era vasco y Olaechea navarro. Era notorio, aunque la prensa, controlada, nada dejara ver, que ninguno de los dos simpatizaba con el régimen franquista. Aunque fuera evidente la persecución que sufrió la Iglesia por parte de la República del 31 y de la zona roja o republicana, con siete u ocho mil asesinados entre clero, monjes y monjas, sin contar los muchos seglares caídos por su fe o por sus prácticas católicas, estos dos vasco-navarros pudieron sentirse disconformes con la persecución que sufrieron en la retaguardia franquista las gentes de izquierda y la represión habida en la región vasca al ser ganada, en 1937, por las tropas de Franco. En esa represión fueron condenados por Consejos de Guerra y ejecutados catorce sacerdotes. Esto ha llevado a algún historiador de izquierdas a considerar que matar sacerdotes no fue exclusiva de los rojos sino una acción doble de rojos y fascistas, sin distinguir entre siete u ocho mil y catorce, ni considerar tampoco que una cosa es matar por la simple condición de ser sacerdote, fraile, monja o católico creyente practicante y otra, totalmente distinta, matar por haber sido separatista, abertzale o gudari, independientemente de si se era o no sacerdote. Cuando vemos el comportamiento que en la democracia actual ha tenido una parte del clero vasco que ha generado, apoyado, o alentado a terroristas, ocultando sus armas, etc. podemos estimar que si alguno de esos sacerdotes fueran condenados por los tribunales, no lo serían por su condición de sacerdotes sino por su colaboración con el terrorismo. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Bien: el caso es que, a pesar de todo, la enemistad o disconformidad que don Marcelino y don Jacinto pudieran sentir con el régimen de Franco, eran para mí, Alcalde franquista, perfectamente explicables. De pronto, el Arzobispado decide enviar a Roma unos sacerdotes valencianos, no para cursar estudios teológicos ni para instruirles en la práctica del sacerdocio, sino por la razón de que en Roma, nada menos que en Roma, cabeza de la cristiandad, faltaban sacerdotes. Uno de los elegidos para este destino, había sido don Joaquín. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Nuestro párroco de San Antonio, no se oponía a la designación, lo que hubiera sido contradictorio con su entrega incondicional al servicio de su fe, pero sí que sentía abandonar la empresa de divulgación cristiana que estaba realizando en Catarroja, sentimiento que era compartido por quienes teníamos conciencia de lo que la parroquia de San Antonio perdía con la ausencia de don Joaquín. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Fuimos a hablar con don Jacinto Argaya el Presidente de la Acción Católica Parroquial, Antonio Muñoz Cabo, Andrés Sandemetrio Ferrer, primer Teniente de Alcalde, que vivía en la calle de San Antonio, y a quien yo consideraba como una especie de Alcalde del arrabal, y yo. Antonio Muñoz era uno de esos católicos que no lo son de una manera circunstancial, rutinaria o acomodaticia, sino que sienten hondamente la fe, que están frecuentemente viendo, en los más diversos casos, la mano de la Providencia, la acción del Espíritu Santo. Los hay tan extremados que, cuando su equipo de fútbol gana un partido importante lo atribuyen, no a los goleadores ni a la táctica del entrenador, sino a la protección divina. Claro está que siguiendo en esa línea, cuando pierden habrían de pensar que el Espíritu Santo se había alineado entre los hinchas del equipo contrario; pero no, el buen católico ha de pensar, entonces, que todo ha sido obra de Satanás. Bueno: aparte esas disquisiciones, puramente humorísticas, resumo: Antonio Muñoz era un católico ejemplar, un buen discípulo de la Iglesia. Sandemetrio y yo, sin ser contrarios a la Santa Madre, vivíamos más alejados de esa disciplina. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Al subir los tres en el autobús (entonces los Ayuntamientos carecían de coches y chóferes y se privaban del lujo de usar los taxis) Antonio Muñoz nos preguntó a Sandemetrio y a mí: ¿Vosotros sabéis como tenéis que hablarle al señor Obispo? Yo, que presentía por donde iba la pregunta, pero que sabía del acusado sentido del humor que tenía Andrés Sandemetrio, aunque no lo pareciera por su aspecto serio, respondí: Sí, hombre, en castellano. Muñoz, que no captó el humor, replicó seriamente: Desde luego, pero me refiero al tratamiento. Hice un gesto de ignorancia y añadió: Tiene el tratamiento de Ilustrísimo y Reverendísimo. Sandemetrio coronó el tema diciendo: Collíns, qué llarc. Llegamos al Palacio Arzobispal, a la hora que nos habían señalado al pedir la audiencia y el portero nos abrió la puerta. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Yo he tenido la curiosidad de fijarme al visitar a cualquier autoridad superior, en la forma en que recibía. Salas Pombo, Gobernado civil y Jefe provincial del Movimiento recibía en la puerta, daba la mano, acompañaba hasta la mesa, señalaba el sillón en que habías de sentarte, y, cuando él se sentaba detrás de la mesa, lo hacía el visitante. Terminada la conversación, se levantaba, acompañaba hasta la puerta que abría y te despedía dando la mano. Uno de los Gobernadores posteriores a Salas recibía sentado en la mesa, el portero anunciaba, el visitante tenía que entrar, dirigirse a la mesa, dudaba entre ofrecer su mano o esperar a que el jefe la ofreciera. Al terminar la visita el Gobernador continuaba sentado; el visitante tenía que andar solo hasta la puerta, dudaba en si caminar dando la espalda al jefe, lo que no parecía fino, o caminar hacia atrás, como los cangrejos, lo que parecía excesivamente cortesano, amén de correr el peligro de derribar algún mueble imprevisto. El caso es, y volviendo a lo nuestro, que cuando el portero fue a abrirnos la puerta del despacho del Obispo, pensé: El Obispo antifranquista va a recibir a un Alcalde franquista. ¿Cómo lo hará? Se abre la puerta y aparece detrás de ella don Jacinto Argaya. Entra primero Antonio Muñoz, quien hace al Obispo una reverencia perfecta, una genuflexión y un beso del anillo pastoral; ejecución exacta, marcando los tiempos, como la suerte del volapié cuando se ejecuta según los cánones. Terminada, se levantó lentamente para decir: Ilustrísimo y Reverendísimo señor Obispo, Andrés Sandemetrio, primer Teniente Alcalde y Emilio Porcar Alcalde de Catarroja. Sandemetrio, en quien yo había advertido un gesto no sé si de admiración o asombro, al ver aquella ejecución, no quiso entrar en laberintos silábicos y se limitó a besar el anillo, más o menos, marcando un ángulo en su pierna derecha mientras mantenía tiesa la izquierda; vamos, que se alivió, como dicen los críticos taurinos. Al llegar mi turno me limité a dar la mano, sin doblar la columna vertebral ni besar el anillo diciendo simplemente: ¿Cómo está usted, señor Obispo? A lo que respondió: Muy bien, señor Alcalde, lo que deseo para usted, que tampoco tiene mal aspecto. Sandemetrio me dirigió una mirada cómica que venía a decir: Ara, sí que m’has fotut. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Estuvimos hablando una media hora con el Obispo auxiliar, que se mostró siempre de una manera muy sencilla y natural, libre de ringorrangos. En resumen, Antonio Muñoz, con algún ilustrísimo y reverendísimo, estuvo muy acertado en hacer constar que don Joaquín Escrivá estaba haciendo una gran labor en la parroquia, fomentando y haciendo crecer la Acción Católica, atrayendo a gente que siempre había vivido si no en contra sí indiferente a la Iglesia. Sandemetrio, eludiendo tratamientos, manifestó que la parroquia estaba constituida por el sector del pueblo económicamente más débil y que la vida austera de don Joaquín, que se entregaba mucho a los pobres, constituía un gran ejemplo; yo, que a todo lo que llegué en el tratamiento fue a llamarle señor Obispo y, por variar, don Jacinto, ratifiqué todo lo dicho por mis antecesores añadiendo que comprendía que el Obispado sabía mejor que nosotros lo que convenía a la Iglesia, que, al fin y al cabo, nos considerábamos muy honrados por el hecho de que para ejercer de misionero en Roma, se hubiese elegido a un párroco de nuestro pueblo, pero que si la estancia en Roma era cuestión simplemente temporal, nos gustaría que, al volver don Joaquín a España, se reintegrara a la Parroquia de San Antonio, para reanudar la labor iniciada, labor que el Obispado podía infravalorar por desconocimiento, y que el objeto de nuestra visita era, principalmente, dejar constancia de ella. La respuesta, resumida, del señor Obispo, que acusó mi ironía de “misionero en Roma” con una elegante sonrisa, fue: No se preocupen ustedes, no se preocupe usted, señor Alcalde. Creo que esto que se planea desde Roma es una prueba que durará unos pocos meses; al volver don Joaquín a España, y no creo que tarde mucho, en lo que de mí dependa, volverá a ser Párroco de San Antonio en Catarroja. Vayan tranquilos.<br /></div><br /><br /><div align="justify">Al salir, hubo repetición de ceremonia por parte de Muñoz. Sandemetrio se limitó, ya, a ofrecer al Obispo simplemente la mano, y al hacerlo yo no la tomó, me abrazó y me dijo: Señor Alcalde, siempre que quiera usted algo de mí, no pida audiencia, venga aquí y si estoy solo entre sin que le anuncien; si tengo visita le recibiré en cuanto termine. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Pocos días después, vino a hablar conmigo don Joaquín. Me dijo: Ayer estuve hablando con el Obispo. ¿Qué le hizo usted? Me pareció que la pregunta tenía un tono acusatorio. No creo que le hiciera nada malo; desde luego que le hablé tratándole como señor Obispo o don Jacinto, pero me pareció que no lo recibía mal. No, no, si lo que me dijo es que le dejó usted maravillado. Eso es manera de pedir las cosas, me dijo. No será de Acción Católica ¿verdad? No, no lo es. Claro, se nota enseguida, remató el Obispo. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Habrían pasado unos dos años y me avisó don José Serra, el Arcipreste, que venía don Jacinto Argaya, a celebrar una misa con motivo del cambio de una imagen, creo que del Sagrado Corazón de Jesús y que la llegada estaba señalada a las 9 de la mañana del domingo. A las nueve menos diez estaba yo en la puerta del Ayuntamiento. A las nueve menos cinco, aparece un coche negro por la calle de la Iglesia y para frente al templo; lleva el banderín arzobispal. En la puerta del templo está Salvador Hernández, “Porra” el sacristán, que se interna precipitadamente para advertir a don José. Desciende el Obispo del coche y no hay nadie de la Iglesia que le reciba. Me acerco y se me adelanta, para darme un brazo y decirme: ¿Cómo está usted, señor Alcalde? Después comenté esto con don Joaquín, que había vuelto, hacía tiempo, de Roma: ¿Cómo es posible que me recordara? Me contestó: Tiene una memoria enorme. Salió don José apresuradamente: Señor Obispo, no le esperábamos tan pronto. He venido a la hora que usted me dijo, a las 9. Pero... Déjese de peros y no se preocupe; yo llego a la hora que ustedes me dicen y ustedes nunca están; estoy acostumbrado. </div><br /><br /><div align="justify"><br />Celebró la misa y en la plática dijo: Cambiáis una imagen vieja por otra mayor y más bonita. Bien: más madera para la segunda vuelta. Terminado el acto salimos para despedirle en la plaza. Estaban todos los párrocos y vicarios del contorno, llegados todos después que el obispo. Cuando se fue, uno de los varios vicarios, dijo: Ha dicho más madera para la segunda vuelta, o sea para cuando vuelvan a quemar las imágenes; otro manifestó: No, no ha dicho eso. Otro: sí, sí que lo ha dicho, pero lo que ha querido decir es... Le interrumpí y, metiéndome en camisa de once varas, dije: No le den ustedes vueltas, lo que ha dicho, muy claro, es “más madera para la segunda vuelta”, y lo que ha querido decir está tan claro como lo que ha dicho. Y el caso es que nadie me contradijo. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-32423817703676627672010-02-07T19:28:00.003+01:002011-09-13T11:53:27.640+02:0023.- UN DIA IMPORTANTE EN MI VIDA<div align="justify">Entre Enrique Bayarri y yo, a pesar de la discrepancia en nuestras posiciones políticas, se estableció una noble amistad a raíz de que, careciendo yo de experiencia teatral, me adjudicara el papel protagonista en “La venganza de don Mendo”, que representamos en 1948. Cuando después, en 1951, sin yo desearlo, fui nombrado Jefe local del Movimiento, Bayarri me animó constantemente, para que consiguiese la Alcaldía, lo que sucedió en 1955. </div><br /><div align="justify"><br />Pudo ser sobre 1959 o 1960 cuando, coincidiendo ambos en el autobús, me refirió que la noche anterior, en la Sociedad ABC, alguien dijo que yo, con la pavimentación de las calles, me estaba haciendo rico, a lo que él opuso que bien merecido lo tenía porque estaba transformando el pueblo, después de tantos años sin que ningún Alcalde hubiera hecho prácticamente nada. Rechacé el argumento de Bayarri; le dije que en todo lo que el Ayuntamiento había hecho y estaba haciendo, yo no ganaba nada, que todos mas ingresos como Alcalde era una modesta cantidad mensual como gastos de representación de la que solo venía a quedarme una pequeña parte. Bayarri insistió: Déjate estar ¿qué más quieren?</div><br /><div align="justify"><br />Llegados a Valencia nos separamos, cada uno a lo suyo y en toda la mañana no se me fueron de la cabeza las palabras de Enrique. Pensé que estaba trabajando como un negro, no solo como Alcalde, también a veces como Secretario o Interventor, y siempre como vigilante de las obras, mientras amigos míos ganaban mucho construyendo viviendas o naves o en el comercio de solares y yo lo que conseguía era que todos creyeran que estaba acumulando riquezas, lo que unos consideran justo y otros no. Pasaba el tiempo, y yo sin ganar un duro mientras veía descender los ahorros de mi juventud. </div><br /><div align="justify"><br />A la vuelta de Valencia, bajé en la Plaza Nueva, entré en Banesto, pregunté por el Director, no estaba en el bar tomando café como es corriente; estaba en el despacho, además sin visita, entré y me senté frente a Cortés. Dime, Porcar. Oye, Cortés, ¿Banesto me concedería una póliza de crédito? </div><br /><div align="justify"><br />Cortés tenía fama de muy riguroso en estas cuestiones. No era un director alegre; era lo que algunos llamaban muy tacaño o, al menos, un hueso. Me respondió: Es posible; ¿para qué lo quieres? Le expuse mi proyecto: A consecuencia de las dos guerras, la nuestra y la mundial se habían arrancado muchos huertos de naranjos; teníamos que comer boniatos; terminado el cerco al que habíamos sido sometidos, se normalizaban nuestras relaciones comerciales con el exterior, las naranjas volverían a tener precio; era el momento de comprar tierras y plantarlas nuevamente de naranjos. Le pareció buena la idea y me preguntó la cuantía de la póliza. Creo recordar que le hablé de 300.000 pesetas; le añadí que esas operaciones, mientras yo fuese Alcalde, no se harían en el término de Catarroja; no quería que nadie relacionase dos cosas que nada tenían que ver entre sí y porque, además, en Aldaya, Alacuás y Torrente había tierras iguales o superiores a las de Catarroja y bastante más baratas. Todo le pareció bien. Creí necesario advertirle que yo tenía hecha alguna operación de esta clase en Villarreal y Bechí, pero no tenía nada en Catarroja, pues la casa en que vivía era de mi suegro. Me preguntó entonces si el Ayuntamiento había contraído algún empréstito. No, ninguno, estamos aún amortizando el del mercado, cuando la Dictadura, pero la cuota es pequeña. ¿Habéis subido mucho los arbitrios? Tampoco, muchos están como estaban y los que han subido lo han sido por debajo de la inflación. Entonces quiero que me descifres este misterio; aquí tiene el Ayuntamiento su única cuenta corriente en la que nunca hubo, cuando lo había, ningún saldo apreciable, y no se hacían obras. Ahora sí, ahora se están haciendo muchas obras y aquí hay saldos muy sustanciosos, no habéis contraído deudas ni subido los ingresos. ¿Cual es el secreto? Simplemente, la forma de administrar. Los ingresos han subido, lo que no han subido son las tarifas, pero ahora tenemos ingresos que antes se perdían. En cuanto a gastos, hoy se gasta más, pero a precios mucho más reducidos. Antes pagaba el Ayuntamiento con muchos meses de retraso. Al contado solo cobraban los empleados; hoy cobran al contado todos, repito, todos, sin excepción y a algunos contratistas del adoquinado, les vamos pagando a cuenta según van haciendo la obra. Las facturas no se pagan a ciegas, se examinan y cuando es necesario se discuten. No aseguro que alguna vez no nos metan algo de matute, pero creo que no, no es nada fácil. Estoy convencido de que todos prefieren cobrar lo justo enseguida, que no añadir suplementos para después tener que pagar comisiones, sin saber nunca cuando van a cobrar. </div><br /><div align="justify"><br />Final de la conversación: Cortés, tan duro, tan hueso según muchos, me dijo: Pues si una persona administra así lo que es del pueblo, no administrará mal lo suyo; la cantidad que me pides entra dentro de mis atribuciones. Cuenta con ella. </div><br /><div align="justify"><br />Compramos, un campo, que vendimos un año después plantado de naranjos en Alacuás; con mis ganancias me pude comprar lo que tantos ya tenían: un coche. El mío era un Citroen 2 caballos de enésima mano. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2184674498956814747.post-42612361431467328292010-02-07T19:26:00.003+01:002011-09-13T11:55:49.736+02:0024.- UN JURAMENTO<div align="justify">Al tomar posesión como Alcalde, presté un juramento, al igual que lo hacían siempre todos los concejales. Aunque voy a hacer la cita de memoria, me atrevo a asegurar que no fallaré ni siquiera en una letra. Esto prueba mi promesa interna de tenerlo siempre presente para cumplirlo en el mayor grado posible. Decía: JURO SERVIR FIELMENTE A ESPAÑA, GUARDAR LEALTAD AL JEFE DEL ESTADO, OBEDECER Y HACER QUE SE CUMPLAN LAS LEYES, MANTENER Y FOMENTAR LOS INTERESES DEL MUNICIPIO, MANTENER SU COMPETENCIA Y AJUSTAR MI CONDUCTA A LA DIGNIDAD DEL CARGO.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify">Voy a tratar de explicar cómo, al menos, intenté cumplir cada uno de estos extremos.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />JURO SERVIR FIELMENTE A ESPAÑA. Me pareció innecesario este extremo: ¿Cómo podía un Alcalde español ser infiel a España? Sin embargo, hoy el tema es de la máxima actualidad. ¡Cuantos Alcaldes tenemos hoy que colaboran a la división de España! No hace falta insistir en el tema. Los deseos de independencia de algunos territorios, con la secuela del terrorismo para conseguirlo es el mayor problema que hoy tenemos por resolver.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />GUARDAR LEALTAD AL JEFE DEL ESTADO. Fui siempre leal a Franco, aunque mi espíritu crítico no me impidió, dentro de esa lealtad, estimar errores o fallos en los que nunca estuve conforme. Cuando al final de la guerra el Consejo o Junta de Defensa de Madrid, hace frente al Partido Comunista, que deseaba continuar una guerra ya perdida, intenta pactar con el Gobierno de Franco la firma de la paz, Franco exige la rendición incondicional, sin más promesa por su parte que la de no ser castigados los enemigos que no tengan las manos manchadas de sangre. Franco no cumplió esta promesa; todos quienes en el ejército contrario habían alcanzado grado de teniente o superior, fueron pasados por Consejo de Guerra y, aunque fueran absueltos, tuvieron que pasar uno o dos años en la cárcel o en campos de concentración. La ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939 expedientaba a todos quienes hubiesen sufrido condena por los Consejos de Guerra y, además, a los simples afiliados a partidos del Frente Popular. Las penas que imponía eran simplemente pecuniarias; estaban exentos de ellas los económicamente débiles. Se pretendía que los enemigos pudientes sufragasen parte al menos de los daños de la guerra. Fueron muy pocos los afectados por esta ley injusta, que muy pronto dejó de ser efectiva, pero lo cierto es aquella ley castigaba el simple hecho de haber estado afiliado a partidos de izquierda, lo que incumplía la promesa de castigar solo los delitos de sangre. Lo curioso es que la ley, prácticamente, no fue cumplida. La represión realizada al final de la guerra pudo tener su explicación; había muchas muertes de personas inocentes en la retaguardia del Gobierno; las había también en la retaguardia de la zona franquista, pero siempre es así ¡Ay del vencido! dice una frase histórica. Los que habían perdido la guerra tuvieron que sufrir un castigo como responsables de las muertes de seres inocentes; quienes hicieron lo mismo en la zona de los vencedores se libraron del castigo. Gane quien gane, siempre ocurre lo mismo.</div><br /><div align="justify"><br />En la Junta de Defensa que se rindió a los nacionales, figuraba don Julián Besteiro. Había sido éste, en la Monarquía, Presidente del PSOE y de la UGT. Figura, por lo tanto muy destacada entre los socialistas. En las elecciones celebradas durante la República, siempre había resultado diputado por Madrid, y siempre con el mayor número de votos en un tiempo en que las listas eran abiertas. Cuando en Noviembre de 1936, las fuerzas de Franco llegan a la Ciudad Universitarias, cuando el Gobierno de la República huye hacia Valencia, don Julián Besteiro se queda en Madrid; quiere estar con sus electores, pasar por donde ellos pasen. No forma parte del Gobierno republicano ni acepta ningún cargo político. Su decisión es estar con los madrileños que le votaron, uno más entre ellos. Al final de la guerra, cuando ya todo está perdido, reaparece en la Junta o Consejo de Defensa para evitar a la población la continuación de un sufrimiento inútil.<br />Estimo que Franco tuvo una magnífica ocasión de ganarse a muchos adversarios y ser al mismo tiempo justo. La conducta de don Julián Besteiro era impecable desde cualquier punto de vista. Franco debió ordenar que la primera Medalla de Madrid que diera el Ayuntamiento nacional, fuese para Besteiro. Lo que se hizo, no por decisión personal de Franco, sino por aplicación fría de la norma general, fue procesar a don Julián y meterle en la cárcel. Era de esperar que los Tribunales lo absolvieran pero, hombre de poca salud, falleció en la cárcel a los seis o siete meses. No comprendo cómo el PSOE actual, que en un tiempo quiso celebrar la vergonzante revolución de Asturias del año 34, que ha querido ensalzar la conducta de Luis Compàny, uno de los mayores responsables de la guerra civil, no ha rendido el homenaje que merece el hombre y político ejemplar que fue el socialista don Julián Besteiro. </div><br /><div align="justify"><br />La historia dirá en su día lo que fue Francisco Franco, que tantos admiradores y tantos detractores tuvo y tiene. Lo que para mí resulta claro es que Franco, que tuvo el poder en su mano durante 40 años, buscó la salida de su régimen hacia la democracia actual. Cierto es que repitió varias veces aquello de que para el porvenir todo quedaba atado y bien atado. Dijo esto hasta que en Portugal sobrevino la revolución de los claveles. A partir de ahí el franquismo ya no tenía ninguna carta que jugar. Si por los 700 kilómetros de frontera con Francia, con una cordillera difícilmente franqueable, nos había entrado lo que entró al final de la guerra mundial ¿que no podría entrar por los 1000 kilómetros de frontera con Portugal, sin barreras naturales?<br />Son varios los testimonios que avalan esta opinión mía de que Franco aceptó y ayudó al nacimiento del régimen actual. Cuando el hoy Rey, entonces Príncipe, le pidió que le permitiese asistir a los Consejos de Ministros, como oyente, para aprender de Franco sobre la forma de presidir, le contestó el general: No le serviría de nada, Alteza, usted tendrá que presidir de otra manera. Torcuato Fernández Miranda, vigente ya la democracia, contó que siendo Ministro Secretario del Movimiento y Vicepresidente del Gobierno con Carrero Blanco, le preguntó un día a Franco: Excelencia, cuando usted fallezca ¿cómo continuamos el franquismo? Respuesta: Desengáñese, Torcuato; muerto yo se habrá terminado el franquismo. Vernon Walters, un general americano, que estuvo toda su carrera al frente de los servicios de espionaje, del FBI, de la CIA y en la carrera diplomática, vino a España, enviado por su Presidente Nixón, para que, solapadamente, averiguara cuales eran los proyectos de Franco sobre la sucesión post mortem. Inició el americano su entrevista con Franco hablándole de Oriente Medio. No quiso Franco perder el tiempo, algo sabría sobre el motivo real de aquella visita y sorprendió al americano yendo al grano para decirle: Bien, lo que le interesa a su Presidente es lo que ocurrirá en España cuando yo muera. Dígale que no se preocupe, no ocurrirá nada, porque yo dejo dos cosas que se mantendrán; una es el Rey, que permanecerá, contrariamente a lo que creen muchos, porque es la única solución que tenemos, y otra una burguesía que nunca habíamos tenido y cuya falta ha sido causa de tantos males; ustedes nos traerán los partidos políticos, el desorden, las drogas, pero con todo podrá la burguesía que yo dejo. Todo esto lo refirió el general americano en una entrevista con Luis del Olmo, que gravé de la radio, y que conservo por si alguien quiere oírla. El último testimonio, para mí definitivo, de que Franco no quiso poner obstáculos a una democracia con partidos políticos, la tenemos en su testamento. Que Franco no era partidario de ese sistema de gobierno, lo demostró sobradamente a través de su larga etapa como gobernante. Es conocida de todos aquello que, en plena etapa de lo que él llamaba “el mando” aconsejó al periodista Emilio Romero: Haga usted como yo, no se meta en política. No fue nunca hombre de idearios, sino de principios. Pocos, pero muy firmes: Orden, disciplina, jerarquía, moral cristiana, dedicar la vida al servicio de la patria, oposición a todo lo que estuviera en contra de esos principios, el comunismo, el separatismo, los partidos políticos. En su testamento pide a cuantos le apoyaron y siguieron que sigan y apoyen al futuro Rey, no al régimen, ni a Falange ni al Movimiento, palabras que ni siquiera escribe: al Rey. Solo dos prevenciones; guardaos del comunismo y del separatismo. Nada en contra de los partidos políticos. Más de uno pensarán que la prevención del comunismo era innecesaria. Tengamos en cuenta que lo dice en 1975 y que el muro de Berlín se derriba en 1990, quince años después. El peligro del separatismo es cada vez mayor. En resumen, Franco dijo: al Príncipe que no tenía que gobernar como él; a Fernández Miranda que el franquismo acabaría con su creador; a Vernon Walters que traerían a España lo partidos políticos y a los españoles que siguieran al Rey y lo apoyaran en lo que hiciera. Después de esto ¿hay alguna duda razonable de que Franco abría las puertas para la entrada de una democracia con partidos políticos? </div><br /><div align="justify"><br />Acabaré el tema diciendo que, como juré, fui leal a Franco, como soy leal ahora a la democracia a la que le abrió las puertas, sin que hoy, igual que entonces, todo lo que ocurre sea de mi agrado.</div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />OBEDECER Y HACER QUE SE CUMPLAN LAS LEYES.- Las leyes, según Santo Tomás, buscan el bien común. Pero dictadas con carácter genérico nos encontramos con que, aplicadas al caso concreto, resultan, a veces, injustas o inconvenientes. Nos hallamos entonces en la duda de aplicarlas o no cuando lo justo o conveniente es incumplirlas. En un Ayuntamiento no hemos de dirimir discordias entre ciudadanos, dando la razón a uno y negándola a otro, que esto es cosa de los Tribunales. Sí que tenemos que cumplir leyes que nos imponen normas de procedimiento como garantía de que nuestras decisiones no irán en perjuicio de los administrados.<br /></div><br /><div align="justify">El presupuesto ordinario de un Ayuntamiento, debe atender a los gastos de sostenimiento de los servicios. Toda obra de nueva instalación debe ser realizada mediante la aprobación de un presupuesto extraordinario, sobre todo si se cobran contribuciones especiales a beneficiarios determinados. De forma que, al pavimentar una calle, podemos imponer una contribución especial a sus vecinos, para lo que hay que hacer un presupuesto extraordinario y crear una asociación de los especialmente beneficiados con su Junta de contribuyentes, etc. Intentamos cumplir este precepto y nos hallamos con que era más difícil todo este expedienteo que pavimentar la calle. Decidimos prescindir del presupuesto extraordinario, realizar la obra en el ordinario, dar cuenta de los gastos con todo detalle a los vecinos con la expresión de las cuotas que correspondían a cada uno, según los metros de fachada y cobrar esas cuotas. Así se pavimentó todo el pueblo, con plena aceptación del vecindario, del que recibimos una sola reclamación: a un vecino de la calle Nueva le habían puesto, por error, diez centímetros más de la fachada de la que realmente tenía su casa. Como la cuota a pagar era de 250 pesetas por metro, resultaba que tenía 25 de exceso. Rehusó formalizar la reclamación. </div><br /><div align="justify"><br />Se podrá decir que pavimentamos todo el pueblo saltándonos la ley a la torera, y será verdad. También lo es que fuimos eficaces, que ganamos mucho tiempo y evitamos muchos gastos. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />DEFENDER Y FOMENTAR LOS INTERESES DEL MUNICIPIO.- Ya hemos dicho, en extenso, cómo nos encontramos con una hacienda municipal en pleno estado de abandono y lo que hicimos para encaminarla a la normalidad. También hemos expresado anteriormente que las obras en Catarroja se hicieron siempre a precios notoriamente inferiores a lo de todos los pueblos. Os citaré un caso que demuestra los malos usos anteriores a nosotros. Hubo que reparar un bache en el viejo adoquinado de la calle de Chapa. Andaba Cabanes, el albañil del Ayuntamiento, sobrado de trabajo y se envió a otro albañil para aquella reparación. Presentó una factura de jornales que me pareció tremendamente desorbitada. Cuando fui a ver lo que habían hecho todavía me pareció aún más exagerada. Tres o cuatro jornadas de oficial y peón para reparar un metro cuadrado. Llamé al albañil y le hice mis objeciones. No intentó justificar su cuenta. Me contestó: Usted no tiene derecho a discutir esa factura. ¿Por qué? Le pregunté. Porque no me paga usted con su dinero. La respuesta me dejó admirado. Le dije: Pues mire, eso es lo que no me da el derecho sino que me impone la obligación de discutirla, porque con mi dinero puedo hacer lo que quiera pero con el que no es mío no puedo permitirme generosidades. Pues págueme usted si quiere o no me pague, pero yo no le rebajo ni un céntimo. Como al fin y al cabo el importe total, aun con el abuso, no era elevado, le dije: Voy a decir que le paguen, pero tenga usted en cuenta lo siguiente; para trabajar usted para el Ayuntamiento tengo que pedírselo yo personalmente; a cualquier otro que se lo pida dígale usted que hable conmigo. Por supuesto que aquel señor no volvió a presentar facturas mientras yo fui Alcalde. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />MANTENER SU COMPETENCIA. En la marcha normal de un Ayuntamiento no surgen lo que pudiéramos llamar conflictos jurisdiccionales. Sin embargo, en el tiempo que estamos glosando, años 1955 al 70, había dos instituciones con las que muchos Alcaldes tenían atenciones excesivas: la Iglesia y la Guardia civil. La razón de esto era que los Gobernadores civiles, en el trance de cambiar de Alcalde se acogían no a los afiliados al Movimiento de la localidad que estaban separados de la actividad política o vivían en lucha interna de grupitos. Se informaban de los Párrocos estimándoles alejados de las pasiones políticas o, preferentemente, de la Guardia civil, que disponía de buenos ficheros sobre los vecinos. Yo mismo, como he dicho, fui metido en una terna formada por la Guardia civil, sin tener la menor noticia previa. Los Alcaldes que se marcaban como máximo objetivo permanecer el mayor tiempo posible en el cargo, cuidaban con esmerado mimo al Párroco y al Comandante del Puesto. No iban mis pasos por ese camino. Nada se decía en el juramento de estas subordinaciones. </div><br /><div align="justify"><br />Un día se presentó en el despacho el Vicario de San Miguel. Con mucha soltura me dijo que iba a pedirme una cosa y que ya se había informado en Intervención de que había dinero para pagarla. Intentaba ponerme entre la espada y la pared; no podría negársela. Le respondí que la gestión que había hecho en Intervención para nada servía; todo dependería de lo que él pretendiera. Quería que regalásemos un rosario a cada uno de los niños de las escuelas públicas, con el fin de fomentar el rezo del rosario. ¿Van a pasar ustedes, los sacerdotes, el rosario con los niños? Eso es cosa nuestra, me replicó. Pues si es cosa de ustedes, paguen ustedes los rosarios. Si los ha de pagar el Ayuntamiento, quiero saber lo que se hace con esos rosarios; desde luego no pagaremos rosarios para que los niños los desgranen y jueguen con ellos a las canicas. El sacerdote puso un gesto serio, apoyó su espalda sobre el sillón y me soltó esta frase: Usted se cree muy valiente pero no sabe que los Alcaldes no pueden poner curas pero los curas sí que ponen Alcaldes. Le repliqué: No creo que sea como usted dice porque a mí no me ha puesto un cura, y no estaría ni un día más de Alcalde si para ello necesitase el visto bueno de los curas. Yo, que nada tengo contra la Iglesia, no he venido aquí para estar el mayor tiempo posible sino para estar con la mayor dignidad posible, y no sería digno estar aquí pendiente de lo que le parezca a usted. Mire: su campo y el mío están perfectamente delimitados, no hay entre ellos ninguna concomitancia; a mí no me dejan decir misa, a usted no le dejan administrar el presupuesto municipal. </div><br /><div align="justify"><br />Lo ocurrido con la Guardia civil fue más complejo. Se había destinado como Comandante del Puesto a un nuevo sargento, que no se presentó a saludarme. Esta incorrección a mí me tenía sin cuidado. Era un gesto de mala educación no darse a conocer a quien es la primera autoridad de un pueblo. Pero esto era lo de menos; lo demás es que el nuevo sargento se dio a conocer pronto en el pueblo por el mal trato que daba a cuantos pasaban por el cuartel y no solamente allí; también en la calle. Un día en la acera de la fachada de la Sociedad ABC, un pobre hombre que había bebido más de lo aconsejable cayó de bruces sobre la acera por la que pasaba el sargento; cuando aquel intentó levantarse apoyándose en los dos brazos, el sargento les dio una patada, lo que hizo que aquel pobre diablo cayera de nuevo y que sangrara por la nariz. El sargento siguió indiferente su camino. La indignación de quienes lo presenciaron es fácil suponerla. </div><br /><div align="justify"><br />No fue ésta la única de sus hazañas. Otro día vino a la Alcaldía un vecino a decirme que había salido del hospital donde estuvo un par de semanas por una patada en los testículos que le había dado el sargento. ¿Dijo usted al médico lo ocurrido? Sí. ¿Dio cuenta el médico al Juzgado? No sé. ¿Le recibieron a usted alguna declaración? No. Estaba claro: en el hospital no habían dado el parte correspondiente al Juzgado de Guardia. Le dije: Voy a dar cuenta de todo esto al señor Gobernador. No, por Dios, no lo haga usted, que entonces el sargento me tomará represalias. </div><br /><div align="justify"><br />Aquello me indignaba: un vecino maltratado salvajemente por un sargento de la guardia civil todavía temía más ataques si el hecho se denunciaba. Llamé al capitán jefe de la Compañía. Le referí lo sucedido y me dijo: A usted es que no le gusta el sargento. Le tuve que decir: A mí lo que no me gusta es lo que hace. Sabrá usted que hace años unos anarquistas mataron a todos los guardias civiles de Castilblanco. No fomenten ustedes futuros Castilblancos, que es lo que está haciendo el sargento. Le he llamado a usted, Capitán, porque le considero acreedor a esta atención, pero como parece no corresponder a mi gesto, voy a dar cuenta al Gobernador civil de lo que está haciendo aquí el sargento. No, por favor, Alcalde, no lo haga, yo hablaré con él. Se lo tengo dicho muchas veces: que nos vas a meter en un compromiso. </div><br /><div align="justify"><br />A partir de ese momento, el sargento moderó su actitud, aunque genio y figura...<br />Hechos estos relatos, tal vez pueda parecer que mis sentimientos hacia la Iglesia y la Guardia civil, no son de admiración. Todo lo contrario. Recuerdo la enorme emoción que sentí el 3 de junio de 1938 cuando, evadido de la zona republicana, llegué a Mosqueruela (Teruel) y vi en la plaza, poblada de militares, pues estaba allí el Cuartel general de García Valiño, a dos señores que estaban plácidamente hablando: uno vestía con sotana; el otro se tocaba con un tricornio. ¡Gracias, Dios mío, por haberme llevado hasta aquí! </div><br /><div align="justify"><br />Hoy las cosas no son así. En el nombramiento de los Alcaldes no interviene la Iglesia ni la Guardia civil. En mi tiempo las dos instituciones se salían, a veces, de su marco propio, abusaban de un poder que legalmente no tenían conferido. La causa de que así fuera no la atribuyo a los sacerdotes ni a los Comandantes de Puesto, sino a los Alcaldes que por mantener un cargo que muchos ostentaban solo para satisfacer su vanidad, levantaban los hombros y miraban a otra parte. </div><br /><div align="justify"></div><br /><div align="justify"><br />AJUSTAR MI CONDUCTA A LA DIGNIDAD DEL CARGO.- Corto es el comentario que voy a hacer sobre este punto. Hay quienes piensan que vestir el cargo les obliga a cubrirlo de pompas y aparato. A mí siempre me molestó estar en el escaparate. Nunca admití que me acompañase ningún guardia. Creí y sigo creyendo que el cargo se debe ejercer con modestia, con prudencia, sin ostentación y con energía, cuando haga falta; que actuar con energía en el fondo y con suavidad en la forma no es incompatible. En cuanto a la vida privada, no tiene por qué ser un Alcalde lo que en cristiano se llama modelo de virtudes. Basta con que respete a los demás, que suele ser suficiente y necesario para que le respeten a uno mismo. A mí, la verdad, antes, mientras y después de ser Alcalde, siempre me respetaron. </div>E.P.A.http://www.blogger.com/profile/15507251562219892815noreply@blogger.com0