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domingo, 7 de febrero de 2010

1.- LAS ULTIMAS HOJAS (Catarroja descuberta)

Hace ya muchos años que dejó de fabricarse unos librillos de papel de fumar, creo que la marca era BAMBU en los que, al final y para que al fumador no le cogiera desprevenido, una hoja en rojo le decía: AVISO: QUEDAN 5 HOJAS. En los trenes actuales, una voz femenina nos indica la próxima estación de parada y el pueblo de la siguiente hasta que llega una en la que a su nombre añade: Fin del trayecto.



Sentí desde la infancia una gran afición por la literatura. Dotado de una excelente memoria aprendía, con muy escasas lecturas, cualquier poesía que entendiera. No tendría más que siete u ocho años registré en mi cerebro, de principio a fin, íntegramente, el Tenorio de Zorrilla. De La Vida es Sueño, de En Flandes se ha puesto el Sol, de Fuenteovejuna, memoricé aquellos trozos que me parecían más interesantes. Las rimas de Bécquer, poesías de Ruben Darío, de Espronceda, todo quedaba en mi recuerdo cuando fijaba, aunque fuera brevemente, en ello mi atención. Años después, ya en la adolescencia, me tentó la escritura: dejar constancia de cualquier acontecimiento que me hubiera impresionado. Nunca intenté escribir una novela, ni siquiera lo pensé, convencido de que para ello es necesaria una imaginación de la que carezco. Escribí, muy joven, una obra de teatro, que encontré recientemente, cuando ya la tenía olvidada. La rompí aceleradamente. No pude soportar el rubor por haberla escrito.



Manfredo Monforte Soler, amigo desde la infancia, que tiene escritos tres libros, dos de ellos con más de un tomo, me incitó más de una vez a que, dados los avatares de mi vida, especialmente mis vivencias consecuentes a la guerra civil española, escribiera mi autobiografía. Pensé que mi vida podía tener algún interés para mis familiares y para algún amigo que me aprecie, pero para nadie más. Ultimamente me decidí a escribir, movido por la indignación que me produjo la publicación de un libro, escrito por un catalán, que reniega de ser español, en el que trata de la historia de Catarroja en el periodo de la guerra civil. Según don Agustín Colomines i Companys, Catedrático de historia de una Universidad catalana aquello fue poco menos que un Edén, que tenemos que agradecer a los próceres anarquistas locales. Así cubre ese señor, con descaradas falsedades, aquella etapa que tan trágica resultó para todos los pueblos y ciudades de España, incluida Catarroja. Esta es la razón primordial de que uno de los que sufrieron aquellos horrores, escriba un libro, descubriendo las falsedades del señor Colomines. Lo subtitulo por ello Catarroja descuberta, esa frase tan conocida en toda la región valenciana y cuyo origen nadie ha podido explicar. En cuanto a la primera parte del título “Las últimas hojas,” bien claro está: la hoja roja de mi Bambú está al caer, si no es que ya la pasé y se me ha olvidado. Con mis 85 años presiento ya que mi próxima estación es la del fin del trayecto.






Un viejo precepto dice, más o menos, que todo español debe engendrar un hijo, plantar un árbol, y escribir un libro. Tuve tres hijos, y participé en la plantación de miles de naranjos. Faltaba el libro.

2.- LA REPUBLICA DEL SIGLO XX

España tuvo su república del siglo XIX, la primera, que duró menos de un año; tuvo su república, la segunda, en el siglo XX, que duró desde el 14 de abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936 o el 1º de abril de 1939, según se quiera mirar. ¿Tendrá su tercera república en el siglo XXI? Quiera Dios que no, y lo decimos no porque sintamos ningún fervor monárquico, sino por los resultados que nos ofrecieron aquellos dos experimentos.


La República de 1873 surgió como consecuencia del desastre a que nos había llevado la monarquía con sus problemas dinásticos, las luchas entre liberales y absolutistas, entre carlistas e isabelinos. La descomposición era superlativa. El general catalán don Juan Prim, a falta de un rey de cosecha propia, recurrió a la importación de un rey foráneo; fichó, diríamos en términos deportivos actuales, a Amadeo de Saboya, de la cantera italiana, pero el día anterior a la llegada de Amadeo caía asesinado por los anarquistas el hombre que lo traía, el General Prim. Poco tiempo estuvo entre nosotros don Amadeo que nos dejó dándonos una lección que los españoles no deberían olvidar nunca. Dijo: no soy español pero, al aceptar la Corona, juré y me prometí a mí mismo dar mi vida, si necesario fuera, para defender a España, pensando siempre que tendría que defenderla contra cualquier otro país que la atacase. Durante este breve período de reinado percibo que contra quien tendría que defender a España es contra los mismos españoles. En fin, que nos dijo bay-bay o tal vez a rivederci, porque era italiano y nos dejó. Vino la primera república. ¡Cuidado que era difícil superar aquel desastre! Pues lo superó: Estanislao Figueras, Pi y Margall, Nicolás Salmerón y, por último, Emilio Castelar, cuatro Presidentes en menos de un año: desordenes públicos, indisciplina, ausencia de autoridad y, sobre todo, disolución. Estalló el separatismo: la masa de republicanos quería la independencia, pero no la independencia de cada región respecto del resto de regiones, sino también la independencia de comarcas respecto de la región a la que pertenecía. No solo Cartagena quería ser independiente de la región murciana; también lo quería ser Jumilla, hasta el punto de proclamar que declararía la guerra a Murcia capital si osaban invadir el territorio de la nación jumillana.

Con el mal recuerdo que habían dejado Fernando VI y su hija Isabel II, que había contraído varios matrimonios, uno de ellos con un soldado perteneciente a su Guardia real, hubieron de volver los españoles a la monarquía, que fue restaurada con la coronación de Alfonso XII, hijo de Isabel II y bisabuelo del actual Rey Juan Carlos I. Cánovas del Castillo (don Antonio) fue el político que hizo la restauración, de acuerdo con don Práxedes Mateo Sagasta; aquél conservador y éste liberal, concertaron turnarse en el poder para mantener la monarquía de Alfonso XII frente a los republicanos, pero Alfonso XII murió muy joven, a los 28 años y tuvo que sucederle la Reina, austriaca, que ejerció la Regencia prudentemente hasta los 18 años del hijo que llevaba en las entrañas al morir Alfonso XII. Este hijo, Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, reinó hasta el advenimiento de la segunda república en 1931.


Liberales y conservadores actuaron al alimón con Cánovas y Sagasta, lo que terminó cuando otro anarquista, Angiolillo, italiano, mató a Cánovas. Entrados en el siglo XX se acabó aquella entente, llamada Pacto del Pardo y liberales y conservadores se enfrentaron en una lucha por el poder, como es usual en el régimen de partidos, mientras en los estratos más bajos de la población (bajos en el sentido de posibilidades económicas) se incrementaba por una parte el republicanismo pero por otra y en una proporción notablemente superior en esta zona de levante, el anarquismo.


Por la década de 1870, Pablo Iglesias, un impresor gallego, nacido en El Ferrol, en el que nacería después Francisco Franco Bahamonde, había fundado el PSOE y como filial en el campo sindical la Unión General de Trabajadores, U.G.T.; estas dos organizaciones inspiradas en El Capital, el libro del alemán judío Carlos Marx, no tomaron cuerpo hasta entrado ya el siglo XX; el sindicato que aglutinaba a la mayor parte de los trabajadores era la Confederación Nacional del Trabajo. La C.N.T. superaba en mucho a la UGT no solamente en el registro de afiliados sino, además, en poder de convocatoria, en fuerza de arrastre, en suma en capacidad de acción, pero no tenía una organización política que la amparase como el PSOE respecto a UGT. Faltos los cenetistas de este respaldo político, conscientes de que su orfandad les ponía en desventaja frente a la competencia, buscaron el amparo y encontraron un padre adoptivo en la Federación Anarquista Ibérica, F.A.I.. Ya tenemos, pues, dos familias, PSOE-UGT por un lado y CNT-FAI por otro. ¿Capuletos y Montescos frente a frente? No tanto, aunque sí algo de eso. En una cosa están de acuerdo: en ir contra la Monarquía. Más tarde, durante la segunda república se vería que también estaban de acuerdo en ir contra ella, porque siempre estuvieron acordes en ir no ya contra el capitalismo, que esto era natural, sino en ir también contra la simple burguesía, a pesar de que el régimen connatural a la burguesía, creación de la Revolución francesa, no es otro que la República democrátrica y liberal.

El enfrentamiento entre estos grupos, competidores en la captación de la clase trabajadora, no se producirá mientras haya un enemigo común al que vencer. UGT-PSOE por un lado y CNT-FAI por otro actuarán separadamente la mayor parte de las veces, no siempre, pero nunca se enfrentarán mientras el poder esté en manos de los partidos, dominados por la burguesía, mas cuando, estallado el 18 de julio y en la zona no sublevada la clase media pierda el poder se planteará la cuestión de quien se hace con él en exclusiva; en una primera etapa serán los libertarios, CNT-FAI, para tener que cederlo después, no al PSOE-UGT sino más bien al Partido Comunista que, apoyado por Moscú, se hará dueño de la situación hasta el final de la guerra.


No adelantemos los acontecimientos. Estábamos en los antecedentes de la República. Roto el pacto entre liberales y conservadores para defender la monarquía restaurada, fallecidos Cánovas y Sagasta, se ha puesto al frente de las fuerzas conservadoras un gran político: Antonio Maura. Después surgirá otro gran político para acaudillar a los liberales: don José Canalejas, nacido también como Pablo Iglesias y Francisco Franco, en El Ferrol (¿Qué tendrá ese Ferrol?), pero, una vez más, los anarquistas matan; cuando Canalejas de paso al Ministerio de la Gobernación, en la Puerta del Sol, pasa por delante de la Librería San Martín, aún hoy existente, y se detiene a mirar el escaparate, el anarquista Pardiñas le mata de un tiro en la nuca para suicidarse a continuación. El dúo Maura - Canalejas que, puestos de acuerdo, hubieran podido hacer las reformas que España necesitaba, ha sido roto, y el mallorquín quedará arrinconado ya de por vida. No me resisto a relatar una anécdota que, sea o no cierta, es en todo caso una muestra de ingenio. Entra un viejo en el Congreso, en un día de pleno y se sienta en las gradas destinadas al público al lado de un joven. Otro joven, diputado, está en el uso de la palabra. El oyente viejo le pregunta al joven oyente: ¿Quién es este diputado que está hablando?.- Un chico de Mallorca, abogado, cuñado de Gamazo, casado con una hermana; se llama Antonio Maura. (Gamazo era diputado destacado del Partido Conservador) Termina Maura su discurso y el oyente joven le pregunta al viejo oyente: ¿Qué le ha parecido?. Responde el viejo: Que muy pronto será Gamazo el cuñado de Maura.


Maura dijo tres frases escuetas, muy sencillas, que son toda una filosofía del poder: “Una cosa es gobernar y otra estar en el Gobierno”, “que gobiernen los que no dejan gobernar” y, por último “La revolución desde el poder”. ¡Cuanta sabiduría política en esas tres frases! Lo malo de los partidos políticos es que entiendan que la función de la oposición es ponerse siempre en contra, sistemáticamente, de todo lo que decida el gobierno, conseguir derribarle para sustituirle, considerando toda esa empresa como primordial, dejando en un plano secundario el verdadero interés público. En suma: no dejar gobernar para conseguir estar en el Gobierno. Lo que Maura pretendía era gobernar. ¿Para qué? Para hacer una revolución, desde el Poder. España necesitaba esa revolución y Maura veía que el sitio desde el cual las revoluciones son fructíferas no es la calle, que los autores de una obra tan compleja no pueden ser las masas, sino que las minorías gobernantes, el Congreso y los ministerios, ocupados por personas idóneas son los medios adecuados para tan magna obra. La descomposición política y social que sufría España había hecho exclamar, creo que a Ganivet aquello de: En España, algún día tendremos que sacrificar a un millón de españoles para evitar que a todos se nos coman los cerdos. Fue Costa, el gran pensador de Graus quien dijo aquello de que España necesitaba un cirujano de hierro que nos diera lo que el país necesitaba: escuela y despensa.


Ya veremos en otro lugar cómo esa revolución se hizo después en la segunda mitad del siglo XX, cómo apareció el cirujano de hierro y como España consiguió al fin la escuela y la despensa. A Maura no le dejaron que anticipara el logro de estas conquistas. Todos los partidos, el liberal en primer lugar que, aunque monárquico, era adversario del Conservador que presidía Maura, los partidos republicanos, los sindicatos UGT y CNT con sus socios PSOE y FAI, todos estuvieron contra Maura y en el deshojar de aquella margarita del “Maura sí” “Maura no”, triunfó el no. Por si algo faltaba, el mallorquín tampoco era el hombre del Rey, porque el dilecto de Alfonso XIII era el Conde de Romanones, listo, ocurrente, intrigante, acomodaticio, cortesano, maniobrero. Una frase retrata lo que fue en la historia de este tiempo la personalidad de este político. Cuando falleció, apartado de la política activa, ya en tiempos de Franco, un coetáneo suyo preguntó: ¿Qué pretenderá el Conde con esta jugada?


Alejado Maura del poder como consecuencia de la Semana Trágica en 1909, asesinado Canalejas en 1912, a manos de Pardiñas, la monarquía de Alfonso XIII va ya a la deriva. Una huelga revolucionaria en 1917, dirigida por Saborit, Anguiano, Largo Caballero y Besteiro, pone al país al borde del caos. Alfonso XIII llama a todos los políticos monárquicos y les lanza un ultimátum: si no deponen sus diferencias y forman un gobierno de coalición, se va de España. Se forma ese gobierno, presidido por Maura que se reincorpora desde su destierro, al ser llamado, diciendo para sus adentros: Ahora, ahora me llamáis... Tampoco ese Gobierno logra consolidarse: a los dos meses ya dimite un ministro, luego otro... lo de siempre, hasta que en 1923, un general, don Miguel Primo de Rivera, bajo la inspiración o, al menos, la complacencia del Rey, implanta la Dictadura que es recibida por el pueblo, libre de compromisos políticos, con general alegría. Hasta un filósofo con tan buena cabeza como Ortega y Gasset, le da la bienvenida.


Un hecho que demuestra el caos al que había llegado España antes de la Dictadura, es la llamada “ley de fugas”. Los atentados, huelgas y bombas de los que eran autores los sindicatos, especialmente CNT, llegaron a hacer estallar un artefacto en el Teatro Liceo de Barcelona, durante la representación de una ópera. Esa bomba, a teatro lleno, llevó a la muerte a muchos espectadores. ¿Qué tendrían que ver los oyentes de “Il trovatore”, “La Boheme” o “Rigolletto” con las reivindicaciones del proletariado? Posiblemente lo que impulsara a los revolucionarios a matar en el Liceo era la condición de burgueses de aquellos señores y aquellas damas, aficionadas a oír música o a exhibir trajes y alhajas.


Como defensa al ataque constante de que era objeto la burguesía por parte de los sindicatos revolucionarios, que así creían defender la escasez de medios en que tenían que vivir los trabajadores, pusieron en práctica aquellos gobernantes la llamada “ley de fugas”. Los sindicalistas detenidos como consecuencia de aquellos hechos vandálicos eran conducidos, por la fuerza pública, de uno a otro establecimiento penitenciario; la ley autorizaba a los guardias a disparar contra el preso o detenido que intentase la fuga. Con ese respaldo la fuerza pública ejecutaba, sin formación de proceso, a los cabecillas considerados más peligrosos, alegando un supuesto intento de fuga durante el traslado. Ocurrió esto viviendo España bajo un régimen democrático.


Dentro de ese cuadro general, hubo en Catarroja, durante todo ese periodo de los primeros 20 años del siglo XX, un notable incremento del anarquismo. No fueron generalmente simples trabajadores asalariados quienes se embarcaron activamente en esas ideas; no fueron jornaleros agrícolas carentes de tierra, sin otros medios que sus trabajos esporádicos como braceros, quienes nutrieron esas filas de los anarquistas. Junto a algunos que pudieron reunir esas condiciones de pobreza, se alinearon otros agricultores propietarios, aunque no terratenientes, que disponían de alguna propiedad rústica, aunque fuera modesta, que les permitía vivir del cultivo de su tierra, complementando los ingresos con los de ir a jornal por cuenta de otros. Antes de 1920, alrededor de 1918, uno de esos anarquistas, apellidado Royo y conocido por “Royet”, murió a manos de la Guardia civil, según oí decir de pequeño. Según información razonada que me facilita un amigo que me supera en edad, el hecho ocurrió así: conducía una pareja de la Guardia Civil a uno o dos anarquistas en dirección a Valencia; al llegar a un cruce de tranvías, llamado de la jabonería, situado entre la Torre y la Cruz Cubierta, en sitio entonces descampado, oculto por unos montones de grava, al pasar la pareja de guardias, asomó Royet quien, para liberar al detenido o detenidos, disparó contra los guardias, hiriendo a uno de ellos; el otro guardia disparó sobre Royet, alcanzándole y dándole muerte.


Uno o dos años después, cuando regresaba, por la noche, en tranvía, el Alcalde de Catarroja Miguel Peris Diego, del Partido Conservador, que tal vez fuera, además, Diputado Provincial, y que tenía algo que ver con la administración de la plaza de Toros, que es propiedad del organismo provincial, fue asesinado con tiro de pistola en la cabeza, cuando el tranvía en que viajaba Miguel Peris estaba parado en espera del cruce de la Jabonería, donde había muerto Royet. La muerte del Alcalde fue atribuida por los conservadores a sus adversarios, los liberales, imputación que oí, incluso, a persona descendiente de un conspicuo liberal. Otros, especialmente los liberales la atribuyeron a miembros de la FAI, explicándola como venganza por la muerte de Royet. Quien me ha hecho el relato supone que por aquellas inmediaciones podrían tener los anarquistas algún refugio o escondite, porque tanto Royet como quien mató a Peris ejecutaron su acción en el mismo sitio y tomaron el mismo camino para huir, si bien Royet cayó en el intento. Intentando saber algún detalle más preciso sobre la muerte de Royet, hablé recientemente con persona descendiente de una rama colateral del interfecto. Nada sabía; solo que un hermano de un antepasado había muerto hacía muchos años “en un lío con la Guardia civil”. Nada exacto ha llegado a mi conocimiento sobre este asunto. El relato del amigo podrán ser conjeturas pero me parecen muy bien razonadas aunque nada aseguren de manera indudable sobre un hecho que, por el tiempo transcurrido, permanece difuso, indefinido.


Nos hemos entretenido en estas dos muertes, la de Royet y Miguel Peris, ocurridas entre 1918 y 1920, que fueron dos acontecimientos en Catarroja y que son una muestra de lo que era la situación política española, verdaderamente dramática, cuando en 1923 el General Primo de Rivera se levanta en Barcelona para poner en suspenso la Constitución de 1876 y declarar inaugurada la Dictadura.


A una dictadura militar la promueve, a veces, el impulso de restablecer el orden público, de restaurar el principio de autoridad y el imperio de la ley, en definitiva de recuperar la libertad perdida cuando los conflictos sociales se ventilan en enfrentamientos resueltos por la fuerza y no por el derecho. Primo de Rivera creó como órgano supremo de la organización política un Directorio militar compuesto por generales y algún almirante; su misión primordial fue sofocar, empleando la energía necesaria, toda vulneración del orden, tan repetida y largamente conculcado no solamente por los conflictos sociales sino también por la delincuencia común. Un acontecimiento inmediato pondría a prueba al Directorio: el vagón correo del expreso de Andalucía fue asaltado para robar el importe de los giros postales que llevaban unos funcionarios de correos, que fueron asesinados; a los pocos días la Policía o la Guardia civil había detenido a los autores; el principal de ellos, el cerebro de la operación era un oficial de correos, conocedor del importe que llevaban las sacas. Este funcionario, de apellido Navarrete, era hijo de un Coronel del Ejército. Dada su filiación y que los componentes del Directorio eran militares, todos pensaron: ¡Bah! A éste, hijo de un coronel, no le pasará nada. En efecto, nada le pasó, nada bueno se entiende, porque un par de semanas después y en virtud de sentencia dictada en proceso sumarísimo era ejecutado a garrote vil. La opinión pública cambió: ¡Ah! Pues esto va de veras. El orden se restableció; terminaron las huelgas, los atentados, las bombas... y la ley de fugas. Empezó la construcción de carreteras, aumentó el empleo; se crearon Comités Paritarios, con representación de empresarios y trabajadores. Se nombró Consejero de Estado al líder sindical y socialista Largo Caballero y, en definitiva, se abrió España a la modernidad y al progreso en lo económico y social. En 1927, mediante el desembarco de Alhucemas, se dio fin a la sangría que desde tantos años, aunque con intermitencias, implicaba la guerra con Marruecos, en la que tantos españoles habían caído.


Al Directorio Militar primigenio le habían sucedido gobiernos compuestos mayoritariamente por personas civiles, entre los que destacó un joven gallego, Abogado del Estado, don José Calvo Sotelo, maurista, que fue, a los 28 años, Gobernador civil de Valencia, más tarde Director General de Administración local, ya con la Dictadura, y, por último, Ministro de Hacienda. El general Miguel Primo de Rivera fue, a pesar de su investidura como dictador, un hombre de principios liberales, campechano, risueño, simpático, extrovertido. Prueba de esas condiciones es el hecho de que, durante sus siete años de dictadura, no se dictase ni una sola sentencia de muerte por motivos políticos. Multas y deportaciones, sí; penas de muerte, ni una. Unamuno, el inquieto y genial Rector de Salamanca, nos reflejó en una frase todo lo que hubo de rigor en la Dictadura de Primo de Rivera respecto a sus enemigos políticos. Cuando, terminada la Dictadura, regresa Unamuno del destierro al que había sido sancionado, y le pregunta un periodista por la persecución de que había sido objeto, contesta el filólogo: ¿Perseguido yo por la Dictadura? De ninguna manera; fui yo quien la persiguió.


Esta era la verdad: los políticos, los intelectuales, en lugar de reconocer el cambio, la mejora que en lo económico y social había traído la Dictadura, en vez de ponerse a estudiar la forma en que pudieran hacerse compatible todo aquel progreso con un restablecimiento de los partidos políticos, se dedicaron a minar los cimientos de aquel sistema autoritario pero benévolo, no ahorraron esfuerzo en desprestigiar al Dictador, en incitar a los estudiantes a la rebeldía. El General, que era hombre noble, espontáneo y sin retranca, aceptó el envite y quiso contestar con razones, a todos los ataques de sus adversarios, mediante notas informativas de publicación casi diaria en la prensa. Cualquier desliz que en el orden humano tuviese el General era motivo de escarnio. Viudo desde hacía años, parece ser que tuvo alguna relación con un cupletista, relación oculta, no pública. Pues bien: aquello fue motivo de escándalo, divulgado por quienes se servían de todo con tal de derribar al Dictador. En lo álgido de este ambiente enrarecido, estalló la crisis económica del 29. Aunque Estados Unidos no tenían entonces en lo económico un papel tan preponderante como el actual, aunque lo que hoy se llama globalización económica fuera inexistente en aquel tiempo, la crisis económica que Estados Unidos sufrió en 1929 llegó a todo el mundo. Nuestra moneda que tenía una relación de cambio con el dólar de seis a uno, pasó a siete; esta desvalorización de menos del 17 por 100 fue considerada una catástrofe imputable no a la crisis mundial sino a la Dictadura. Por fin, en 1930, cae el Dictador, que emigra y a los dos meses muere en la habitación de un hotel de segunda clase en París de un ataque de diabetes.


El Rey nombró como sucesor del General Primo de Rivera al General Dámaso Berenguer, Jefe de su Casa Militar. Tenía la misión de restablecer el régimen constitucional, convocando las elecciones necesarias, entre ellas las de unas Cortes Constituyentes. El Gobierno Berenguer acuerda celebrar primero unas elecciones municipales, seguidas de otras provinciales para terminar con las de unas Cortes constituyentes y nombra Presidente del Gobierno para que presida todo ese proceso electoral al Almirante don Juan Bautista Aznar.


Estamos ya a las puertas de lo que será la república del siglo XX. ¿Qué pasó durante ese tiempo de la Dictadura en Catarroja? Desconozco quien o quienes sucedieron al Alcalde Miguel Peris Diego, asesinado en 1920, hasta 1923. Sé, como pueden recordar todos los de mi edad, que en la mayor parte de la Dictadura, si no en todo su tiempo, la Alcaldía estuvo ocupada por Francisco Martí Muñoz “Paco el Flare”, padre de Francisco Martí Asencio quien, años después, sería concejal en una etapa de seis años del tiempo en que fui Alcalde, y del que guardo muy buen recuerdo. Este Alcalde de la Dictadura, Francisco Martí Muñoz era persona, según referencias que me han dado, pues no le traté, de la que nada malo puede decirse, poco brillante para ocupar la Alcaldía, aunque excelente labrador y hombre de bien. Pertenecía al Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte Raga, que vivía al lado de su casa. La conclusión que uno saca, a riesgo de equivocarse, es que quien consiguió hacerse con la Alcaldía fue don Manuel pero, no queriendo ser Alcalde, o no pudiendo tal vez por ser médico titular y dada la incompatibilidad del ejercicio de ambas funciones, escogió a hombre de su confianza y de buena fama, y nadie mejor y más cómodo que su vecino Francisco Martí Muñoz.


Uno de los efectos de la Dictadura de Primo de Rivera fue la construcción de un conjunto de obras públicas, especialmente carreteras, muy superior a lo que se había hecho hasta entonces; dos de esas grandes realizaciones fueron las Exposiciones de Barcelona y de Sevilla. Cuentan que el general invitó a los valencianos a que le pidiesen algo semejante a lo que se había hecho en Barcelona y Sevilla, que nuestros paisanos, constituidos en grupos distintos y distantes, le pedían cosas diversas, oponiéndose cada uno a lo que pedían los demás, por lo que el Dictador terminó diciendo: Pónganse ustedes de acuerdo y ya me dirán lo que hayan decidido. Y ahí terminó la cosa.


La aportación de Catarroja a este conjunto total de obras de la Dictadura fue la construcción del mercado actual y del grupo escolar Palucié. El mercado como comercio público y diario, especialmente de alimentación, se ejercía en la plaza llamada Mayor hasta que a la muerte del Alcalde Peris, de la que hemos tratado, pasó a llamarse Plaza de Miguel Peris, situada al final o al principio, según se mire, de la calle Mayor o de Cervantes. Carecía el pueblo, por tanto, de mercado-edificio. En aquel reducido espacio se instalaban y desmontaban cada día las paradas, que los viernes se extendían hasta la “plaseta de Martino”. Se construyó el mercado-edificio en el lugar en que hoy lo tenemos, que entonces era zona de huerta, como lo era todo el terreno desde las espaldas de las casas con fachada a la carretera hasta la línea del ferrocarril. La inauguración del mercado debió de ser por los años 27 ó 28. Ese año 1927 se inauguró el grupo escolar Palucié. Recuerdo haber visto de niño unos mapas que editaba don Esteban Palucié y Podreider, apellidos que no suenan a origen valenciano. Este señor adquirió a sus costas los terrenos necesarios, que donó al Ayuntamiento, para la construcción escolar, razón por la cual se le dio el nombre al grupo. No sé qué relación pudiera tener con el señor Palucié el fabricante local de licores Vicente Codoñer Asins, persona con evidentes virtudes cívicas, presidente que fue de la Sociedad Musical “La Artesana” y padre político de la maestra Maruja Bayarri Monforte; me ha quedado el recuerdo, difuso, de que, conociendo a don Esteban Palucié y sabiendo que éste deseaba hacer o contribuir a alguna obra en beneficio de la enseñanza, consiguió Codoñer convencerle de que la hiciese en Catarroja. Ignoro si la obra la pagó el Ayuntamiento o se hizo con cargo al presupuesto nacional de Educación.


Lo que sí se construyó a cargo del municipio, fue el Mercado Municipal, que debió costar sobre 300 o 400.000 pesetas, financiadas con cargo a un empréstito que fue motivo de campañas políticas durante unos años. Los presupuestos municipales de entonces rondarían las 250.000 pesetas; la amortización del empréstito podría estar sobre las 30.000 pesetas, o tal vez algo más. El caso es que del presupuesto ordinario había que detraer, en lo sucesivo y hasta su extinción, una cuota anual que impedía la realización de nuevas obras. Las dimensiones del edificio resultaron sumamente excesivas para aquella época; la mayor parte de los puestos del mercado quedaban sin ocupar. Aun hoy, 70 años después, cuando el censo de habitantes se ha más que duplicado, y no digamos el poder de compra de los españoles, parece que aun sobra mercado. Sin duda día vendrá en que el mercado será totalmente utilizado y otro posterior en que resultará insuficiente. Alguien dirá en el futuro que quienes lo construyeron quedaron cortos, pero si esto ocurre a los cien años de su inauguración, lo que habrá que decir es que en su origen fue excesivo porque su financiación, ociosa durante tantos años, impidió la construcción de obras de necesidad más inmediata.


Así, cuando, terminada la Dictadura, vigente aún la Monarquía, entra de Alcalde Fernando Ribes Santacreu, jefe del Partido Unión Republicana Autonomista, se encuentra con un presupuesto que apenas le cubre los gastos fijos de personal y de sostenimiento de servicios; no puede disponer de un sobrante para obras de nueva instalación, de las que tan necesitado estaba el pueblo, todavía con muchos pozos de agua junto a pozos ciegos (en 1934 hubo una gran epidemia de tifus hasta el punto de que un día hubo cinco entierros de esa enfermedad); todo, según Ribes, porque se había tirado el dinero con la construcción de un mercado desorbitado. Entre lo que pudiera haber de cierto en ello y que Ribes era republicano y liberales monárquicos quienes habían gobernado el municipio durante la Dictadura, las campañas electorales de Ribes se apoyaron siempre y básicamente en el empréstito que había “hipotecado al pueblo” para los próximos 50 años. Otro punto de apoyo de los autonomistas fue que en ese tiempo de la Dictadura, habían robado el dinero guardado en la caja municipal; entrando por el tejado del edificio, habían llegado al lugar en que se encontraba la caja, que quedó abierta sin una peseta dentro. La versión de los autonomistas era que todo aquello había sido un burdo montaje y que los ladrones no habían entrado por el tejado, que estaban dentro del edificio. Este episodio resulta poco edificante en todo caso, tanto para los que gobernaban, si lo que decían los autonomistas era cierto, como para los propios autonomistas si no lo era. Si hago este relato es porque el hecho estará olvidado incluso por las gentes de mayor edad, pero ha quedado en mi memoria, y esta es la razón por la que lo relato. Personalmente no creo que aquellos señores del Partido Liberal fueran capaces de hacer lo que los republicanos les atribuían; sí creo que Fernando Ribes fue un buen Alcalde que, a pesar de los limitados medios de que dispuso (y esto es lo que hay que tener en cuenta para calificar una gestión) pavimentó alguna calle, construyó dos lavaderos y algunas alcantarillas, inauguró el motor de aguas potables, todo ello sin contraer ninguna deuda que tuvieran que pagar quienes le sucedieran.


Toda esta batalla entre Ribes y el Partido Autonomista por una parte, y el Partido Liberal por otra se libró, en un primer tiempo, en las elecciones municipales convocadas por la Monarquía, con posterioridad a la Dictadura, y en un segundo tiempo, ya en la República, entre aquellos mismos liberales, convertidos ahora en republicanos de izquierdas, liderados siempre por don Manuel Monforte en lo local y ahora en lo nacional por don Manuel Azaña que, dicho sea de paso, había militado en el partido Reformista o Progresista, pero en todo caso monárquico, del que había sido jefe don Melquiades Alvarez, asturiano, asesinado en Madrid durante la guerra civil. Fernando Ribes había sido nombrado Alcalde en las postrimerías de la Monarquía. Cuando, derrocada la Dictadura, se inicia el retorno a una situación constitucional, fueron cesados todos los Consistorios nombrados durante la Dictadura, En su sustitución, y temporalmente hasta que se proclamasen por elección los nuevos Ayuntamientos, fueron nombradas unas Comisiones gestoras compuestas por vecinos en virtud de lo que pagaban por contribución rústica, urbana y matrícula industrial. Fernando Ribes tenía una fábrica de jabón, si tal podía llamarse a una empresa que no tenía más que un trabajador, máximo dos, que creo que no. Como tal industrial formó parte de la Comisión gestora, junto con don Salvador Estela Donderis, dueño del huerto de su nombre, que era el mayor propietario en rústica. Esta Comisión gestora votó como Presidente a Ribes. Ese es el origen de que el Alcalde de Catarroja, imperante aún la Monarquía, fuese el jefe del único partido republicano entonces existente, el Partido Unión Republicana Autonomista, fundado por Vicente Blasco Ibáñez y que tenía en Catarroja su sede en la calle Mayor en lo que hoy es una de las entradas al Salón Internacional.


El 12 de abril de 1931 se celebraron esas elecciones municipales en toda España. El resultado fue un claro y rotundo éxito de las candidaturas republicanas. Los monárquicos fieles a sus principios, por encima de la fidelidad a la verdad de los hechos, intentaron entonces y aun ahora lo intenta algún historiador o comentarista, negar la autenticidad del triunfo republicano. Esgrimen a favor de sus opiniones voluntaristas que los monárquicos sacaron, en el conjunto nacional, más concejales que los republicanos. Hasta tal punto llegan a veces los descaros argumentales. El número de concejales de cada Ayuntamiento no es proporcional al censo de habitantes; de serlo, si un pueblo de 500 habitantes tiene tres concejales, uno de 500.000 habría de tener tres mil ediles. En los pueblos pequeños de las zonas pobres de España, la instrucción de las gentes era escasa, el vecino más pudiente, el que podía ofrecer algún jornal a los más necesitados, disponía del voto de estos, ésta era la institución social del caciquismo. Los votos de estas pobres gentes no eran indicativos de verdadera voluntad política; estaban determinados por la ignorancia y la sumisión. Si esto no era suficiente, resultaba que, además, cinco mil de estos habitantes, divididos en diez municipios, designaban treinta concejales, mientras que otros 500.000 de una gran población nombraban el mismo número de 30. Si aquellos concejales eran monárquicos y éstos republicanos, se había dado un empate, en opinión de los monárquicos, cuando la verdad era que los 30 monárquicos representaban una población y un censo electoral cien veces menor.


El triunfo de las candidaturas republicanas fue casi unánime, y tal vez sobre el casi, en todas las capitales de provincia y grandes poblaciones y aun medianas, mientras que el de las candidaturas monárquicas se obtenía en numerosos pueblos pequeños, poblados por gentes pobres y poco instruidas, en aquello que Azaña calificó como burgos podridos. Cuándo el Almirante Aznar, Presidente del Gobierno, sale el lunes de su casa para dirigirse al edificio de la Presidencia, le abordan los periodistas y a la pregunta de ¿Alguna novedad, señor Presidente? responde el marino con otra: ¿Quieren ustedes más novedad que la de un pueblo que se acuesta monárquico y se levanta republicano? El juicio objetivo que merece aquel acontecimiento, sea uno monárquico, republicano o hasta cuáquero, es que los españoles votaron con total sensatez: habían vivido desde 1876 en una monarquía parlamentaria, un sistema de partidos políticos que había resultado un desastre, lo que les había llevado a una dictadura que acababa de ser derribada. ¿Qué iban a hacer ahora? ¿Iniciar de nuevo el ciclo? Lo sensato era probar algo que, si anteriormente había fracasado, había ocurrido sesenta años antes; ahora eran otros tiempos. En su inmensa y consciente mayoría votaron en republicano.


El advenimiento de la República tuvo un acontecimiento previo que resulta curioso, que parecería de sainete si no fuera porque todo hecho que suponga la muerte de alguien debe ser tratado con respeto. En la guarnición de Jaca (Huesca) estaba destinado un capitán del Ejército llamado Fermín Galán, que había combatido en Marruecos a las ordenes de Mola, el que después sería, ya general, director del Alzamiento de 1936. Este Galán, oficial distinguido por su valor y capacidad, creyó ser merecedor, por ciertos hechos de armas, de una laureada, condecoración que no le fue concedida. Terminada la guerra de Marruecos se dedicó, de manera incesante, a conspirar contra la Monarquía. Nombrado Director General de Seguridad, por el Gobierno Berenguer, el General Mola, y dado el ascendiente que creía tener sobre el capitán Galán, le reconvino advirtiéndole que se tenía conocimiento de sus actividades, lo que le advertía amistosamente para que cesase en ellas. No atendió Galán el aviso y planeó un alzamiento militar contra la Monarquía, a finales de 1930. El Comité revolucionario formado por los republicanos, en el que formaban Alcalá Zamora, Azaña, Prieto, Largo Caballero, etc., quienes formarían después el Gobierno Provisional de la República, apoyaba el insensato alzamiento de Galán. Enterados del día en que iba a producirse y creyendo que no era momento adecuado, enviaron a Santiago Casares Quiroga para que comunicara a Galán el aplazamiento acordado por el Comité. Llega Casares a Jaca por la noche y estimando que eran horas intempestivas para molestar a nadie o quizá porque al enviado le apeteciera su propio descanso, se fue al hostal y se acostó. Cuando al día siguiente se despertó se encontró con la noticia de que Galán se había levantado, no de la cama, sino en armas al mando del regimiento del que era capitán, asociado con el también capitán García Hernández. Dirigieron las fuerzas hacia la capital, Huesca, adonde no pudieron llegar a pesar de la sorpresa; fueron parados antes y con escasa lucha apresados y desarmados, después de dejar un pequeño número de cadáveres. Lo chocante de la aventura, lo que hace evocar la representación teatral del sainete es que este hombre, que se alzaba contra una monarquía a la que consideraba un régimen opresor, contrario a la dignidad del hombre, que debe vivir en un régimen de plenas libertades, publicase al alzarse un bando con un artículo único, que decía, más o menos: Todo el que con hechos, de palabra o por escrito, se oponga a la república naciente, será fusilado sin formación de proceso. Fermín Galán. Los capitanes Galán y García Hernández sí fueron sometidos a proceso. Un Consejo de guerra les condenó a la máxima pena. Fueron ejecutados a los tres o cuatro días de la sublevación. Pocos meses después, proclamada la República se convertirían en héroes de leyenda.


El triunfo de las candidaturas republicanas fue claro, pero las elecciones habían sido de concejales. Con un criterio formalista, no se podía alegar que el pueblo había votado por la República, puesto que no era eso lo que se había sometido a su elección. Legalmente no cabía dar a los votos más alcance que el de considerar que, en cada municipio aisladamente, los vecinos habían elegido a las personas que consideraban más idóneas para administrarles y que éstos en su mayor parte eran de ideología republicana, pero nada habían decidido, porque no habían sido consultados, sobre el régimen en que deseaban vivir. Los componentes del Comité revolucionario, que aspiraban a proclamar la república, fueron sorprendidos por un éxito que ni los más ilusos podían soñar. Uno de ellos se atrevió a cometer la osadía de vaticinar, frente a la opinión opuesta y razonable de los demás: Antes de dos años tendremos la República. Mal calculó el osado profeta: la tuvieron a los dos días.


Un cálculo de la situación en aquel momento, hecho hoy a setenta años de distancia, nos indica un estado de suma debilidad en la salud de la corona y una gran inestabilidad en el futuro del Rey. Los republicanos, los socialistas, los anarquistas, los sindicalistas (comunistas no había en número apreciable) se oponían, como es lógico, a la monarquía; los simpatizantes con Primo de Rivera, que no eran pocos, porque la Dictadura había sido una etapa de siete años con paz y progreso, aunque se oponían al grupo anterior de republicanos, socialistas, etc., tampoco sentían entusiasmo por un rey que había sacrificado al General que fallecía a los dos meses escasos de su cese; los monárquicos clásicos, liberales y conservadores, que ahora intentaban recuperar el poder, se habían sentido defraudados por el Rey que permitió que el General les tuviese siete años a dieta, en el ostracismo. Una vez más, se vio lo acertado de esa máxima que dice que la victoria tiene muchos padres mientras la derrota es siempre huérfana. El culpable de la Dictadura era el Rey, sin tener en cuenta que Primo de Rivera tomó el poder por la acumulación de males de una monarquía que habían administrado aquellos dos grandes partidos. Alfonso XIII, ese lunes 13 de abril, debió mirar en su derredor para ver las fuerzas que tenía a su lado. Solo vio un político y un general. El político era Juan de la Cierva, abuelo del gran historiador actual, ex ministro de la UCD, Ricardo de la Cierva; el general, Cavalcanti, un militar de estilo siglo XIX, con enorme mostacho horizontal. De la Cierva, político de valía, hombre con una consciente energía, insistió en que el Rey no abandonara, que esperase al menos las elecciones legislativas, en las que los monárquicos presentarían batalla electoral, lo que no habían hecho en las municipales. Cavalcanti, el general, se apoyaba en la espada, no en razones de orden político, para mantener el trono. Hay una anécdota de este militar a la que le encuentro cierta gracia. Era casado Cavalcanti con una hija de Emilia Pardo Bazán, literata, novelista. Cuando en alguna reunión con literatos o intelectuales, presente Cavalcanti, intentaba éste participar, su suegra le decía: No, hijo, no, estas no son cosas para ti; tú eres un héroe.


Fuera de estos personajes, ningún otro se puso espontáneamente a disposición del monarca. El Conde de Romanones, preferido del rey, le aconsejó que se marchara. El Director de la Guardia Civil, General Sanjurjo, fue pulsado para ver si estaba dispuesto a apoyar la Corona. Sanjurjo había hecho una brillante y rápida carrera de ascensos durante la guerra de Marruecos pero, amigo personal de Primo de Rivera, se sintió dolido por la forma en que el Rey trató al Dictador. Cuando le preguntaron a Sanjurjo si podían contar con la Benemérita para mantener a Alfonso XIII, contestó, fríamente, que él obedecería las órdenes que le diera el Ministro de la Gobernación, porque estaba obligado a ello, pero que no esperasen del Director General de la Guardia Civil ninguna iniciativa propia. Esa respuesta hizo desistir del intento a los escasos defensores de la Monarquía. Ese mismo día, presente aún Alfonso XIII en España, se presentó el General Sanjurjo en el domicilio de Miguel Maura, que formaba parte del Comité Republicano, para decirle: Vengo a ponerme a las órdenes del futuro Ministro de la Gobernación. Esto hizo que Miguel Maura comunicase enseguida la noticia a sus compañeros de Comité: Prepárense a proclamar la República; el Director General de la Guardia civil ha venido a ponerse a mis órdenes.


Fue mediador entre el Rey y los republicanos del Comité, el Conde de Romanones. Amigo de Alfonso XIII por un parte, reunía por la otra haber tenido de pasante en su despacho de abogado a don Niceto Alcalá Zamora, Presidente del Comité Revolucionario y futuro Presidente de la República; el Rey se iría y ellos podrían proclamar la República. Le contestaron: Sí, pero tiene que ser antes de que se ponga el sol. Ir y venir del Conde, gestionando, pidiendo unos pocos días para que el Rey pudiese resolver algunas cuestiones personales y siempre lo mismo: No, no, se tiene que ir antes de que se ponga el sol; de lo contrario no respondemos. Tanta insistencia en que quien aún tenía todo el poder y renunciaba pacífica y generosamente a él no pudiera contemplar un último ocaso en España, hizo decir al Conde, con melancólica sorna: Dichoso sol. Alfonso XIII, sin tiempo para despedirse de nadie, fue en coche a Cartagena, donde embarcó en un barco de la Marina, destino Marsella, antes de que el sol se ocultara. Al día siguiente, 14 de abril, el Comité Republicano o Revolucionario, que de las dos formas se denominaba, proclamó la segunda República española; Miguel Maura fue Ministro de la Gobernación y el General Sanjurjo continuó como Director General de la Guardia civil, como si nada hubiera pasado. Durante algún tiempo fue considerado por los republicanos, y así le llamaban cariñosamente, como “El padre de la República”.


La República vino a España sin el más leve atisbo de violencia. El Rey, jefe del Ejército, manifestó en su mensaje de despedida, redactado por Gabriel Maura, hermano de Miguel, Ministro de la Gobernación, hijos ambos de don Antonio Maura Montaner, la gran figura del Partido Conservador, decía el Rey que, aún disponiendo de la fuerza suficiente para defender los derechos que la historia le confería, no quería provocar un enfrentamiento entre los españoles, que por mantener esos derechos no se derramaría ni una sola gota de sangre.

3.- LA NIÑA BONITA

La República fue recibida por una gran alegría por los republicanos y con cierta resignación por los monárquicos, aunque esto de los recibimientos resulta bastante engañoso. Los partidarios del que llega con el triunfo salen a recibirle para agasajarle; los contrarios, no. Recuerdo que durante la batalla de Cataluña, entró mi Bandera, sobre las tres de la tarde, en un pueblo de la provincia de Lérida, Vilanova de Bellpuig. Momentos antes, los rojos o republicanos empezaban el saqueo del pueblo, antes de abandonarlo; nuestra llegada evitó un saqueo masivo. Nos recibió mucha gente, con aplausos, con besos y abrazos, más mujeres que hombres porque muchos de estos estarían en filas; unas mujeres daban vivas, otras lloraban; todas emocionadas. Me llamó la atención la cantidad de chicas jóvenes con camisas azules, con las cinco flechas, confeccionado todo en un trabajo clandestino, en una espera ilusionada. El cabo de mi escuadra dijo: Es emocionante ver como todo un pueblo sale a recibirnos. Le dije: No te confundas, salen a recibirnos solamente los nuestros; unos habrán evacuado, otros han quedado en sus casas; mañana alguno de estos que ahora nos están aplaudiendo, será detenido y pasará por un desagradable proceso. Hablaba yo con ese pesimismo, que desentonaba de la general alegría, porque tenía la experiencia de lo que había pasado en mi pueblo. Cuentan que cuando, restaurada la monarquía por Cánovas, vuelto a España quien fue coronado como Alfonso XII, al ver éste la masa humana que le vitoreaba, exclamó: No esperaba yo que viniera tanta gente a recibirme con aplausos, a lo que alguien le respondió: Pues esto es poco comparado con la gente que acudió para gritarle a su madre la Reina cuando marchó al exilio. La verdad es que siempre hay gente para todo.


No obstante, no cabe duda que la segunda república fue recibida, en general, con sana alegría. “El pueblo español ha dado al mundo una prueba de civismo”, “Un régimen milenario ha sido derrocado sin una sola gota de sangre”, “La madurez política de los españoles ha quedado de manifiesto con un tránsito pacífico de una monarquía a una república, con total y plena normalidad en el orden público”, éstas y otras frases parecidas eran titulares o temas editoriales de periódicos. Todo eran cánticos republicanos al civismo demostrado por la sociedad española.
Bien mirado, todas estas virtudes había que atribuirlas a los monárquicos, que eran quienes habían abandonado, sin la más mínima resistencia, un poder que tenían en sus manos y que dejaban en las de los republicanos; muy especialmente, había que agradecérselo al Rey Alfonso XIII que, con todos los resortes del Ejército y de la fuerza pública a su disposición, cancelaba su reinado sin que ninguna fuerza legal le obligase a ello por cuanto lo que se había puesto en juego en la prueba electoral eran los puestos de concejales y alcaldes que éstos designarían pero, de ningún modo, el puesto de la jefatura del Estado.


Por tanto, si el Rey abandonaba su puesto, si los monárquicos entregaban el Estado a los republicanos para que éstos proclamaran su república, el mérito de que la operación se hiciera de manera incruenta, pacífica, correspondía a aquellos, no a éstos.
Llegaba la República limpia de sangre y de compromisos, sin hipotecas ni resistencias, sin odios ni enfrentamientos. En el viejo juego de la lotería doméstica, aquel en el que participaban especialmente las vecinas bien avenidas en las largas noches de invierno, al número 15 se le llamaba, por razones fácilmente deducibles, “La niña bonita”. Así fue bautizada la segunda república porque, si bien fue proclamada el día 14, en ese día, hasta la hora de la proclamación, por la tarde, hubo Monarquía; fue el siguiente, el 15, el primer día que amaneció ya republicano. La segunda república se nos presentaba limpia, pura, adornada con todas las bellezas. Todos deberían respetar, cuidar y proteger a la Niña, no solo bonita; también inmaculada. Pero...
Veintiséis días después, a unos señores de ideas monárquicas, que ninguna oposición habían hecho a la proclamación de la República, se les ocurrió abrir un Círculo Monárquico en Madrid, en un piso de la calle de Alcalá, un domingo por la mañana. En la celebración del acto, sonó el antiguo himno de granaderos, llamada después marcha real y que había sido durante tantos años Himno de España, pues la primera República mantuvo himno y bandera; solo la segunda cambió esos signos españoles por otros republicanos. Un público expectante en la calle, al oír la marcha penetró violentamente en el local para destrozarlo; echaron muebles, mesas y sillas a la vía pública. Juan Ignacio Luca de Tena, bajo amenaza de muerte, tuvo que huir aprovechando el paso de un coche, subido en el estribo. Las masas se dirigieron al diario A B C, del que Luca de Tena era propietario y director, con el fin de destrozar la maquinaria del periódico; la fuerza pública, para evitarlo, tuvo que disparar; hubo dos muertos. A consecuencia de estos hechos, Juan Ignacio Luca de Tena fue detenido y el diario clausurado durante unos cuatro meses.


El día siguiente, 11 de mayo, se iniciaba en Madrid y a continuación en otras capitales de provincias, una vez más, un incendio de iglesias y conventos. ¿Es que la Iglesia había atacado a la Niña? No, en absoluto. La Iglesia no había hecho la más mínima oposición al cambio de régimen. ¿Por qué, entonces, la Niña o sus adictos se dedicaban a incendiar templos? Sus tutores, los componentes del Gobierno Provisional fueron convocados; el titular de Gobernación, Miguel Maura propuso que la fuerza pública saliera a la calle para evitar más incendios y detener a los autores; su compañero, el Ministro de la Guerra, don Manuel Azaña, se opuso totalmente: Es la justicia inmanente, dijo. Vale más la uña de un republicano que todos los conventos de España. De estas dos opiniones opuestas, triunfó la del señor Azaña, la que implicaba una impunidad para los desmanes. Posteriormente, ha querido justificarse estas barbaridades alegando que aquellos excesos eran desahogos espontáneos del pueblo causados por la represión a que había estado sometido por la Monarquía. Nada de espontáneo podían tener unos hechos vandálicos que estallaban simultáneamente en varias capitales de provincia. Es famoso el telegrama del Gobernador civil de Málaga, dirigido al Ministro de la Gobernación, en el que venía a decir: Sin novedad en los incendios, mañana continuarán. ¿No tenía todo aquello un evidente aspecto de plan premeditado?


Durante la Monarquía derrocada había existido en España, debidamente legalizado por aquel régimen partidos republicanos como, entre otros, el Radical de Lerroux, el Autonomista de Blasco Ibáñez, el Republicano federal, el Partido Socialista Obrero Español, fundado en 1870 por Pablo Iglesias; hubo numerosos Alcaldes republicanos, así como Diputados; Pablo Iglesias pronunció en las Cortes, como diputado por el PSOE, un discurso en el que dijo que el atentado personal contra Maura, diputado de derechas, era una acción lícita; y lo dijo con toda impunidad, sin que se aplicara ni la más mínima sanción como medio de defensa contra aquella incitación al asesinato del jefe del Partido Conservador, un hombre que llegó a sufrir cuatro atentados. Una prueba de esa tolerancia de la monarquía con sus adversarios, se podía comprobar en Catarroja: en la calle Mayor, en lo que hoy es una de las entradas al Salón Internacional, estaba el Casino republicano, que presidía Fernando Ribes, nombrado Alcalde vigente aún la Monarquía, en 1930. Pues bien: viene la República democrática, que es el régimen que representa la máxima libertad política, que se basa en el derecho de reunión, de manifestación, de expresión, de asociación, que propugna la convivencia política, la tolerancia y el respeto a la opinión de los demás, que garantiza a las minorías el derecho, no ya de hablar, sino el de ser oídas, y a unos señores que sienten la añoranza del sistema político a cuyo derrocamiento nada han opuesto, que han entregado el poder en bandeja a los republicanos, son considerados por el Gobierno no como ciudadanos dignos de protección sino como “unos señoritos monárquicos que provocan a la mayoría del pueblo español, que se ha declarado republicano, abriendo un círculo monárquico”. Es decir que en un régimen represivo, como, según sus adversarios, era la monarquía, se podía ser republicano y ejercer cargos políticos importantes, pero en un régimen tolerante como la república no se podía abrir un círculo monárquico.


La República mostró desde su origen no una imagen de respeto a todas las ideologías, no un ambiente de tolerancia para todas las creencias, no una postura de defensa de la libertad de expresión de todas las opiniones; ya vimos que Fermín Galán, en el artículo único de su Bando, castigaba con el fusilamiento, sin formación de proceso a todos los que, simplemente, manifestaran de palabra su oposición a la república naciente por la que él se había alzado; ahora, el 11 de mayo de 1931, a los 27 días de ser implantada la república democrática, la opinión del Ministro de la Guerra, de quien sería después el personaje más destacado de la República, el hecho de atentar contra la Iglesia católica, privando a los creyentes cristianos del ejercicio de las prácticas de su fe, no constituía ningún ataque a derechos humanos, ninguna merma del estado de derecho; contrariamente, todo aquello era una consecuencia de la justicia inmanente.


Después se atacaría a la Compañía de Jesús declarándola ilegal, incautando sus bienes, sería desterrado algún obispo, se privaría a la Iglesia del derecho a ejercer la enseñanza privada. Todo eso ocurría cuando la Iglesia, como ya hemos dicho, no había mostrado la más mínima oposición al advenimiento de la República, cuando la característica de una democracia es el cuadro más amplio posible de la libertad y la tolerancia. Nada tiene de extraño que, después de todas aquellas medidas, esa Iglesia tan tenazmente perseguida adoptara, por puro derecho de legítima defensa, una posición contraria a los partidos que tan reiteradamente la atacaban y, consecuentemente, el acercamiento a sus adversarios políticos. Pues bien: para muchos de los historiadores de la época, aquellos que actúan más como propagandistas que como historiadores, fue la Iglesia la que, al venir la República, se puso frente a ella. Los franceses suelen usar una frase graciosa que sirve para casos como éste: “¿Fulano? Es un violento malvado; si le atacan se defiende.”


Este conflicto entre la autoridad política y la religión católica, tuvo su repercusión en Catarroja. Fernando Ribes, designado Alcalde durante la vigencia del Gobierno Berenguer, vigente aún la Monarquía, había presentado en las elecciones del 12 de abril su propia candidatura en representación del Partido Republicano Autonomista. No conozco el resultado en detalle de aquellas elecciones en Catarroja; solo sé que Ribes fue confirmado como Alcalde, lo que entra dentro de la más estricta lógica: si lo era vigente aún la Monarquía ¿cómo iba a dejar de serlo al venir la República siendo él el jefe del único partido republicano que había presentado candidatura? Por otra parte, el Partido Autonomista era la creación política de Blasco Ibáñez, enemigo declarado de la Iglesia, como demuestra toda su trayectoria pública y, sobre todo, esa novela suya “El Intruso” donde en tan mal lugar deja al personal eclesiástico. El Gobierno prohibió las procesiones en toda España lo que produjo un gran disgusto, no solamente en quienes vivían en la práctica de la fe cristiana, sino también (sobre todo las mujeres) que aún viviendo fuera de esa práctica, gustaban de esa especie de pases de modelo que hacían chicas y chicos jóvenes que estrenaban trajes y vestidos y se engalanaban con ellos para exhibirse en los desfiles procesionales.


La Iglesia, por su parte, tampoco se prestaba a renunciar a lo que hasta entonces había sido un tácito sometimiento a sus normas. Por ese tiempo, año 32 o 33, falleció un señor, no recuerdo quien, que dejó dicho que no quería ser enterrado por el rito cristiano, que rechazaba toda asistencia religiosa. La Iglesia no tenía ningún derecho a oponerse a la voluntad del fallecido, aparte de que era pura y total incongruencia realizar preces por quien las rechazaba. Recuerdo el gran escándalo que estalló por este asunto. Hoy, con un criterio más formado sobre la cuestión, opino que si aquel señor quiso ser enterrado sin asistencia religiosa en el cementerio civil, la Iglesia carecía de todo derecho legal y ético para imponer su presencia en el entierro y que era un atropello inexplicable no respetar la última voluntad del difunto; otra cosa era que los familiares del difunto pretendieran que fuera enterrado en el cementerio católico; no puede enterrarse en lugar católico a quienes, aún habiendo sido bautizados, hayan renegado públicamente del catolicismo; en este caso, la oposición de la Iglesia a que fuese enterrado en el cementerio católico, estaba totalmente dentro de la ley civil, de los cánones de la Iglesia y de la más simple lógica: el cadáver tenía que ser enterrado en el cementerio civil.


Poco tiempo después, se celebraron las elecciones legislativas de Noviembre de 1933; ganaron las derechas y el centro sobre las izquierdas. Don Alejandro Lerroux pasó a presidir un gobierno formado exclusivamente por ministros del Partido Radical, que contaba con el apoyo de lo que entonces era el equivalente a los partidos demócrata-cristianos, la CEDA, de la que era jefe don José Mª Gil Robles, la prohibición de celebrar procesiones fue retirada y modistas, mozos, mozas y señoras de mayor edad pudieron gozar, otra vez, de realizar, lucirse y contemplar desfiles de modelos.

4.- DE 1931 A 1933

En la Gaceta del 15 de abril del 31, el Comité revolucionario se auto designa Gobierno provisional de la República. Lo de provisional viene impuesto porque el nombramiento carece de una legislación anterior que lo regule. Atendiendo al historial político de los personajes, la presidencia le correspondía a don Alejandro Lerroux, que era el republicano histórico, frente a Alcalá-Zamora, Maura o Azaña que habían tenido concomitancias monárquicas. En su contra tenía Lerroux su fama de aventurero. Se decía que durante la Monarquía cobraba de los gobiernos con cargo a los fondos de reptiles (denominación barriobajera de los fondos reservados) porque, aunque era republicano íntegro era también inmaculado españolista, enemigo del separatismo, latente siempre en Cataluña, donde don Alejandro ejercía de político. Los republicanos eran la izquierda en el cuadro político de la monarquía; el catalanismo estaba en la derecha. Lerroux cobraba de la monarquía no por ser republicano sino por ser antiseparatista. Al llegar la república, este antecedente no le hizo ningún favor por cuanto los separatistas habían formado parte del Pacto de San Sebastián, en 1930, acto previo y próximo a la sublevación de Jaca y al advenimiento de la República. En el Gobierno Provisional fue nombrado Ministro de Exteriores, cargo para el que carecía de conocimientos y de afición. Lo situaron allí para que su intervención en la política interior fuera mínima.


Fue nombrado Presidente Alcalá Zamora, Ministro de Gobernación Maura y de la Guerra don Manuel Azaña. Convocadas elecciones para elección de unas Cortes Constituyentes, dieron un resultado abrumador a favor de los republicanos. Hubo un solo diputado monárquico, el Conde de Romanones, que salió por Guadalajara, no por su condición de monárquico, sino por ser el principal terrateniente de la provincia. Salieron otros diputados de derecha, entre ellos los agrarios, los de Acción Popular, encabezados por José María Gil Robles, un joven catedrático de Salamanca, que se acreditó como orador parlamentario en la discusión de su acta. El conjunto de los diputados que pudiéramos llamar conservadores, era muy inferior al de los republicanos.


Se dedicó el Parlamento a redactar una nueva Constitución que sustituyera a la monárquica de 1876. De esta Constitución arrancan todos los males que nos llevaron cinco años después a una guerra civil. Lo que se instituyó no fue una democracia. Fue un régimen sectario, sin el más mínimo respeto a quienes tuvieran ideas monárquicas, comulgaran en la fe cristiana o fueran en lo económico conservadores. Al tratar de la Iglesia, en el Art. 26 se acometió con saña contra la Iglesia; se disolvió la Compañía de Jesús, se expulsó a un par de obispos, se quitó el crucifijo de las escuelas, fueron prohibidas las procesiones, secularizados los cementerios católicos. El Presidente provisional, Alcalá-Zamora, que era católico practicante, dimitió para quedar como simple diputado. Fue sustituido en la presidencia provisional por don Manuel Azaña, que continuó sin dejar por ello el Ministerio de la Guerra. Al tomar posesión, pronunció Azaña una frase que situaba a la República totalmente fuera de la esfera democrática: “La República ha de ser regida, gobernada y dirigida por los republicanos y ¡ay de quien intente levantar la mano obre ella!”.


La república, entendida como un régimen democrático, ha de ser regida, gobernada y dirigida por quienes obtengan en el Parlamento la mayoría suficiente para gobernar, sean republicanos, monárquicos o cuáqueros. Una república que impida el gobierno de quienes no sean republicanos no es democrática; si tiene que ser gobernada por los republicanos, necesariamente, aun sin tener mayoría, será una dictadura republicana, nunca una democracia. Los ejemplos actuales son bien palpables: en España, que vive desde 1978 en una monarquía parlamentaria, ha gobernado desde 1982 a 1996, y ha vuelto recientemente al gobierno, un partido, el PSOE que es históricamente un partido republicano. En Bulgaria el régimen vigente es una República; el jefe del Gobierno es el propio rey destronado al advenir la república. Lo necesario para alcanzar el poder en una república no es que quienes lo ostentan sean republicanos, sino que tengan mayoría y que en su labor como gobierno actúen dentro de la Constitución. Esto tan sencillo, tan lógico, no fue admisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar. Ya han gobernado bastante, durante siglos. La república es para los republicanos.


Merece ser destacada la diferencia entre la generosidad con que la Monarquía y el Rey Alfonso XIII y todo su contorno dejaron el poder y el exclusivismo egocéntrico con que lo tomaron los republicanos. La reacción de éstos no pudo ser más inadecuada. Los españoles, contrariamente a lo que sobre este punto opina historiador tan serio y documentado como Ricardo de la Cierva, se habían pronunciado el 12 de abril, de una manera clara, a favor de la república. La Constitución de Cánovas de 1876, había quedado obsoleta desde la desaparición de la escena política de Cánovas y Sagasta. A partir de ahí las grandes catástrofes se suceden una tras otra: el crecimiento del anarquismo se muestra imparable. La Escuela Moderna, que dirige Francisco Ferrer Guardia es no solo el centro desde el que se imparte doctrina ácrata, es también el lugar desde el que se gesta el activismo terrorista; Mateo Morral autor del atentado en la boda de Alfonso XIII, es profesor de la Escuela Moderna; al pasar el cortejo por la calle Mayor lanzó desde el balcón de una pensión en la que previamente se había alojado, un ramo de flores que envolvía una bomba que, al estallar, ocasionó la muerte de unas veinte personas y de algunos de los caballos de la carroza real, sin que afectara para nada a los recién casados. En 1909 una huelga general, con motivo de un llamamiento de soldados para intervenir en la guerra con Marruecos, que se había recrudecido, lo que pasaría a llamarse la Semana Trágica, con centenares de muertos y la acostumbrada quema de iglesias y conventos. El Gobierno de Maura pidió a la Scotland Yard, la célebre policía británica, un estudio sobre el origen, el foco, de la subversión española. La respuesta de los Sherlock Holmes británicos fue la que todos presumían: el anarquismo y su órgano español, la Escuela Moderna de Ferrer Guardia. Pocos años después, un anarquista, Pardiñas, asesina a Canalejas, Presidente del gobierno. En 1917, la UGT, central sindical obrera, filial del PSOE, quiere competir con su rival la CNT, asociada a la FAI, y organiza una huelga general revolucionaria, al mando de Largo Caballero, Saborit, Anguiano y otros dirigentes socialistas. Antes, una bomba en el Liceo, durante la representación de una ópera, hizo una carnicería; después otro Presidente de Gobierno, el conservador Eduardo Dato, que había creado esa institución tan social y hoy tan importante como es el Instituto Nacional de Previsión, cae asesinado por otro terrorista. Bombas contra empresarios industriales, ley de fugas contra dirigentes sindicales, desastres y guerra en Marruecos, hasta que un general, don Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923 dice “Hasta aquí hemos llegado”, suspende, no deroga, la Constitución de 1876, instaura un Directorio Militar y da principio a un paréntesis –la Dictadura- que acabará con el desorden, con la guerra de Marruecos y con el juego de los partidos políticos. Ni un asesinato político, ni una pena de muerte en ese tiempo. Obras públicas, construcción de carreteras; paz, orden y progreso. Sin libertad, dirán los disconformes. En efecto, sin libertad, para presentar candidaturas porque no hay partidos políticos legalizados ni se convocan elecciones. Sin embargo, hay una faceta en la política del Dictador que merece ser destacada. Primo de Rivera favorece y apoya a la central obrera socialista UGT, frente a su rival en el campo laboral, la anarquista y poderosa CNT. Crea para resolver pacíficamente los conflictos laborales unos Comités paritarios formados por representantes de empresarios y trabajadores y nombra nada menos que Consejero de Estado a Francisco Largo Caballero, líder de la UGT.

Siete años de paz y de progreso, al final de los cuales los políticos, consiguen restablecer los partidos, reanudan la vigencia de la Constitución de Cánovas y convocan las elecciones municipales que nos traerán la República de 1931.
Este cambio, visto con la objetividad que hoy nos brinda la distancia de los hechos, libres de prejuicios sentimentales nos parece perfectamente lógico ¿Qué tenían que votar aquellos españoles de 1931, que estaban sufriendo además, la gran crisis económica mundial de 1929? ¿La vuelta a la Constitución del 76? ¿El retorno al juego político de los partidos de la Monarquía?

Aprobada la Constitución, cesaba la provisionalidad del Gobierno. Había de procederse al nombramiento de un Presidente no del Gobierno sino de la República y no provisional sino constitucional. Fue designado el que lo había sido del Comité revolucionario y primer Presidente provisional, don Niceto Alcalá Zamora y primer Presidente constitucional del Gobierno, el que lo era provisionalmente, don Manuel Azaña y Díaz.


Lo que la lógica imponía en aquel momento es convocar nuevas elecciones para el nombramiento de una Cámara legislativa, no que siguiera actuando como legislativa la que había sido elegida como Constituyente. Redactada y aprobada la Constitución, su misión había terminado. No obstante no fue disuelta; cómo la representación derechista en esa Cámara era insignificante, no quisieron renunciar las izquierdas a la mayoría aplastante de la que disfrutaban y siguieron funcionando como Cámara legislativa para, decían, redactar las nuevas leyes orgánicas que la nueva Constitución exigía ¡Como si una nueva Cámara no pudiera hacerlo!


El Gobierno no fue modificado. En él continuaba como Ministro de la Guerra don Manuel Azaña, que sería muy pronto su figura más destacada, para confirmarse más tarde como el hombre de la 2ª República, hasta el punto de estimarse por algún historiador que Azaña es la 2ª República. ¿Qué era políticamente este hombre que se autodefinió como burgués, liberal e intelectual?


Alguien ha dicho que en todo ser humano hay tres valoraciones distintas: lo que dicen que es, lo que se cree ser y lo que realmente es. Nadie le negará lo de burgués, pues fue nieto de un notario, hijo de una familia en buena posición económica, alto funcionario del Ministerio de Justicia; para admitir lo de intelectual basta con leer todo lo que escribió en sus diarios, que nadie que se interese por la Política, especialmente por lo ocurrido en España en el Siglo XX debe dejar de leer. En cuanto a lo de liberal, es ya otro cantar.


Marañón dijo que ser liberal no consiste en tener unas determinadas ideas políticas. Es no una manera de pensar sino una manera de ser. En Azaña son constantes las manifestaciones y las actitudes políticas que desmienten esa manera de ser liberal. Su desprecio por todos los políticos de su tiempo, sin más excepciones que las de quienes se muestran incondicionales suyos, muestran a un personaje dominante, difícil para el consenso. Como prueba del desdén con que trata a todos los políticos coetáneos, basta abrir cualquiera de sus diarios por una página al azar para encontrar palabras de menosprecio. Haré solo una cita, demostrativa de ese desprecio general. El día 28 de Julio de 1932, anota: “Por la tarde, en las Cortes, había menos gente que ayer. Quizá por eso la estupidez era menos masiva” ¡Qué encantadora la forma literaria de la expresión! ¡Cuanta soberbia en quien eso escribe!


Quiso Azaña transformar España mediante tres empresas: 1, eliminar la influencia de la Iglesia en la vida española, 2, transformar al Ejército en una institución que no se opusiera a los fines revolucionarios que perseguían las izquierdas; y 3, hacer la reforma agraria, dando tierras a los braceros para crear una pequeña burguesía que acabara con el caciquismo y pasara a votar a las izquierdas.


Ninguna de estas tres empresas incrementaría la riqueza de los españoles. Disolver la Compañía de Jesús, prohibir la enseñanza de los Colegios religiosos, superior en calidad y resultados a la pública, en nada mejoraría la riqueza española; disminuir el cuadro de generales y oficiales del Ejército, pasando la mayor parte de ellos a la reserva con retribución igual o superior a la que tenían, en nada disminuía el gasto de personal de las fuerzas armadas; expropiar tierras a unos para darlas a otros, era repartir miseria porque la agricultura española, a la que los españoles dedicaban el 70 % de su actividad, era incapaz de retribuirles suficientemente.


Pronto empezarían los españoles, que habían creído que con la República todos sus males serían resueltos, a ver que en nada mejoraba su situación y al propio tiempo que llegaron a esta conclusión, empezaron las protestas, los disturbios, que no estaban provocados por la oposición derechista prácticamente inexistente. El barullo, la rebeldía, procedía de los libertarios, los anarquistas que, perseguidos por la Guardia civil anteriormente, durante la monarquía, por sus ataques constantes al orden público, veían ahora unas circunstancias más propicias para atacar a la benemérita. Era Director de la Guardia civil Sanjurjo, tan bien dispuesto para el advenimiento de la República, amigo de francachelas de don Alejandro Lerroux, militar del agrado de Azaña. Sin embargo, cuando Sanjurjo tenía que asistir al entierro de un guardia civil, víctima del terrorismo ácrata, recibía la consigna de resistir toda tentación de revancha. El general Sanjurjo, formado en la guerra de Marruecos donde tantas atrocidades se cometieron, no era hombre adecuado para que nadie jugara con sus guardias al pim pam pum.

5.- DOS GOLPES. EL 10-08-1932 Y EL 6-10-1934

A pesar de que el poder les fue entregado en bandeja por los monárquicos, no correspondieron los republicanos a la generosidad de sus adversarios, sino que mostraron desde el primer momento una gran aversión hacia ellos. Todavía estaba Alfonso XIII en el Palacio Real, dos horas antes de partir en coche hacia Cartagena para embarcar con destino a Marsella, es decir cuando aún era de derecho y hecho el Rey de España, y ya se había congregado en el patio de Palacio Real una masa de republicanos que coreaba “No se ha marchao, que lo hemos tirao”. Recuerdo perfectamente, a pesar de mis once años, las caricaturas suyas en la prensa en las que se le apodaba, no sé por qué “Gutiérrez” y “El felón”. Todas estas manifestaciones e insultos tan inmerecidos para quien tan correcto había sido al renunciar voluntariamente a usar de la fuerza disponible para defender sus derechos, de los que quiso hacer dejación para evitar una posible guerra civil, pueden explicarse atribuyéndolos a las masas, sobre las que tan acertadamente trató Ortega y Gasset. Lo que no tiene explicación tan cómoda es la de que el Gobierno de la República propusiera al Parlamento una disposición, y el Parlamento la aprobara, por la que se autorizara a que si el Rey entraba en España, cualquier español pudiera atentar contra él sin que tal hecho pudiera ser considerado como delito.


Se constituyó en dogma político una frase que refleja el gran error de la segunda República y que explica su enorme y absoluto fracaso: “La República es para los republicanos”. Azaña la repite varias veces en su diario. Una democracia, adopte la forma de república o monarquía, no es para los republicanos o para los monárquicos, sino para los republicanos y para los monárquicos, para todos cuantos se muevan y actúen dentro de los cauces de la democracia. La segunda república española negó, desde su nacimiento, la posibilidad de que los monárquicos pudieran gobernar, siendo así que en una democracia el derecho a acceder al gobierno lo determina únicamente la mayoría en el Parlamento. Esto, tan sencillo, tan lógico, era inadmisible para los republicanos de 1931. ¿Gobernar los monárquicos? Hasta ahí podíamos llegar; ya han gobernado bastante, durante siglos; la República es para los republicanos. Después, más adelante en el tiempo y en la idea de la exclusión, diría Azaña que los españoles no comprendían que la derecha de la República tenía que ser él. Como Azaña presidía un partido de izquierda, la conclusión era lógica: no admitía como normal el señor Azaña que hubiera partidos de derecha, ni siquiera de centro, si la derecha había de ser un partido que se titulaba Izquierda republicana. Esas dos ideas de excluir en primer lugar a los monárquicos y en segundo a los republicanos de derecha o de centro, están expresa y repetidamente formuladas por el máximo personaje de las izquierdas, don Manuel Azaña, en sus “Memorias políticas y de guerra”, 2 tomos, Grupo editorial Grijalbo, obra que recomiendo por cuanto es sumamente representativa del ideario político del autor, el personaje más importante de la República, constituye un gran documento histórico de aquel tiempo y una prueba de la buena calidad literaria del señor Azaña.


Con esta premisa de que la República era solo para los republicanos, se convocaron las elecciones de Cortes Constituyentes por cuanto, como es lógico, la República no podía vivir bajo la constitución monárquica de 1876, suspendida por la Dictadura de Primo de Rivera. Los partidos sostenedores de la monarquía extinta, el Conservador y el Liberal, que habían dado la espalda al Rey Alfonso XIII en abril de 1931, no iban ahora a presentar candidaturas para intentar recuperar una monarquía que habían dejado en manos de los republicanos; disueltas estas dos organizaciones sus partidarios fueron unos a engrosar las filas de los nuevos partidos (en Castellón generalmente los liberales se fueron al Partido Radical) otros, los conservadores, quedaron, diremos, pendientes de destino. Faltaba un partido que, frente a los partidos republicanos, todos expresa o tácitamente revolucionarios, recogiera a todo un electorado partidario del orden, del respeto a la propiedad, de la moral cristiana, de la familia, en fin de todo aquello que ha constituido siempre el ideal del sector que en la política ha sido siempre “la derecha”. En Catarroja se dio la particularidad, aunque el caso no sería único en España, de que el Partido Liberal de la monarquía se pasó no al centro, sino a la izquierda, al partido de don Manuel Azaña. Desconozco los motivos por los que don Manuel Monforte, jefe liberal en Catarroja, que había gobernado al pueblo “de facto” durante la Dictadura, durante la que fue diputado provincial, diera un giro de tantos grados; estimo que pudo deberse a que estando ya ocupado el centro republicano por el Partido Autonomista, del que era jefe Fernando Ribes, el Alcalde, tuvo que ir un poco más allá y encontró en un hombre de la talla intelectual de Azaña el modelo a seguir.


Don Angel Herrera Oria, director de “El Debate”, persona y periódico de claras ideas conservadoras, antirrevolucionarias, quiso recoger en un partido que tituló Acción Nacional todo ese electorado sin brújula de monárquicos, liberales y conservadores, opuestos a las ideas revolucionarias; no lo consiguió; el Gobierno no le permitió que su partido se adjudicase el carácter de nacional, alegando que ninguna organización podía atribuirse esa dimensión, no obstante lo cual permitió que siguiera llamándose así la Confederación Nacional del Trabajo –C.N.T.-; el partido de Herrera Oria tuvo que llamarse Acción Popular, que sacó en aquella elección para las Cortes Constituyentes no más de cinco o seis diputados, uno de los cuales era José Mª Gil Robles, candidato por Salamanca. En la discusión de su acta en la correspondiente Comisión parlamentaria, hubo de intervenir varias veces; se dio a conocer, a pesar de su juventud y de su falta de experiencia en esta lid, como un gran parlamentario, reconocido incluso por los más firmes republicanos de izquierda. Don Angel Herrera encontró en Gil Robles el futuro jefe de la futura derecha para las futuras elecciones.


Aprobada la Constitución, constituidas las Cortes Constituyentes, fue elegido Presidente de la República el que había sido Presidente de su Gobierno provisional y anteriormente Presidente del Comité Revolucionario, don Niceto Alcalá Zamora y Torres, y Presidente del Gobierno el Ministro que más había destacado, don Manuel Azaña y Díaz, el cual formó un Gobierno de coalición republicano-socialista del que había sido excluido el Partido Republicano Radical, el que presidía el republicano más añejo, el republicano histórico, el republicano sin sombra, don Alejandro Lerroux y García. (Téngase en cuenta que Alcalá Zamora había sido dos veces Ministro con la Monarquía, que Maura había sido monárquico hasta poco antes de venir la República, que Azaña se había presentado una o dos veces a diputado, sin que fuera elegido, por el partido que presidía Melquíades Alvarez, que aceptaba la Monarquía, que Largo Caballero había sido Consejero de Estado durante la Dictadura). Azaña, jefe de un partido con escaso número de diputados, no más de treinta, estuvo asociado con Lerroux en lo que se llamó Alianza Republicana. El partido de Lerroux, en su origen tremendamente revolucionario, había evolucionado a una posición de centro que parecía ser la que correspondía a un hombre como Azaña, de familia burguesa, nieto de un notario, alto funcionario por oposición del Ministerio de Justicia, intelectual, pensador, literato. Pues no: excluyó a su antiguo socio, el señor Lerroux, se fue hacia la izquierda revolucionaria y se alió con el Partido Socialista, que bebía en las fuentes del más puro marxismo.


Los españoles de hoy pueden creer que el PSOE de la República era el PSOE de ahora. De ninguna manera. El PSOE de entonces era un partido claramente revolucionario, marxista, antiburgués, opuesto al liberalismo, con ideas de economía de estado, con unas juventudes, los “chibiris” que se organizaban en formaciones paramilitares, tendente todo a derrocar el sistema capitalista para, mediante la abolición de la democracia, llegar a la revolución social. Se dirá que no era eso lo que decía don Julián Besteiro ni lo que propugnaba don Indalecio Prieto, figuras destacadas del PSOE. En efecto, Besteiro era partidario de la evolución, en lugar de la revolución, lo que en definitiva venía a significar que no estaba de acuerdo en el medio, aunque sí en el fin; Prieto se proclamaba “socialista a fuer de liberal”, fórmula escasamente comprensible por cuanto liberalismo y socialismo son términos antónimos. Presumía aquel hombre, sumamente inteligente, de no haber leído nunca “El Capital” de Carlos Marx, lo que le califica más de liberal que de socialista, en esa zona de socialismo descafeinado o al menos solo aparente que es la socialdemocracia. Junto a estos dos personajes del PSOE, se encontraba otro, Francisco Largo Caballero, que era el que encajaba de pleno en el talante del partido. Largo Caballero, revolucionario, marxista, aceptaba la República y la democracia como medio para llegar a la dictadura del proletariado. Fue éste y no Besteiro ni Prieto quien dominó al partido o fue por él dominado, aceptando la denominación de “Lenin español”.


En ese primer período de la República constitucional que es el Gobierno presidido por don Manuel Azaña, se desarrolla una política caracterizada por la persecución de la Iglesia, la debilitación del Ejército y la reforma agraria. En otro lugar tratamos con detalle estos tres aspectos de la política de Azaña. Intentaremos ahora expresar las razones que nos llevan al convencimiento de que con esas tres empresas no se llegaba a resolver el problema fundamental de los españoles, que era la escasa riqueza nacional con relación a la de los países europeos. España no había realizado la revolución industrial de la que había sido pionera la Inglaterra del siglo XIX. Contrariamente, en esa centuria habíamos perdido todas las colonias. A una pobreza que ya venía de largo, había que unir en el inicio de la década de los 1930, la crisis económica del 29, que tanto afectó a todos los países, incluidos los más ricos. El cambio de monarquía a república hizo germinar en muchos la ilusión de que todos estos males iban a tener remedio pero la solución “escuela y despensa” que proclamara Costa no se alcanzaba prohibiendo a la Compañía de Jesús el ejercicio de la enseñanza ni quitando tierras de secano a unos terratenientes para entregarlas en dosis mínimas a unos colonos carentes de medios económicos para cultivarlas. Una enorme población de braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, veía que su situación en la República en relación con la de la Monarquía, en nada había mejorado, antes bien había empeorado aunque no fuera en razón al cambio de régimen sino al deterioro de la economía mundial. 700.000 parados españoles en aquel entonces era una cantidad pavorosa, muy superior como tragedia a los tres millones que hayamos podido tener recientemente, porque ahora hemos tenido y seguimos teniendo una economía sumergida de la que entonces carecían y unos subsidios de paro que entonces, cuando se daban, era en cuantía ínfima. La gente de mi edad recordará aquellas llamadas constantes a las puertas de las casas pidiendo limosna hombres de 30, de 35 años, físicamente sanos, con hijos a los que alimentar y sin más recursos que el de la mendicidad.


Esa situación general produjo, tenía que producir necesariamente, un gran trastorno social. La gran población de braceros agrícolas, sin contratación suficiente para poder alimentar a sus hijos famélicos, fue terreno abonado para que el anarquismo pudiera extenderse como una plaga por toda España; especialmente en Aragón, en Valencia y en Andalucía, la CNT-FAI adquirió una presencia notablemente superior a la de la UGT, sobre todo en la población rural. En Barcelona esa misma superioridad tenía ya origen antiguo.


En los núcleos rurales el desorden público tenía que ser restaurado por la Guardia civil, única fuerza pública existente en este sector de población. La benemérita se constituyó por ello en el gran enemigo de los anarquistas. En los frecuentes enfrentamientos entre ambos hubo víctimas, en números crecientes. El caso más notable fue el de Castilblanco donde, al intentar disolver la Guardia civil a los anarquistas que habían producido un desorden, fueron atacados y muertos todos los componentes del puesto. Sucedía esto en diciembre de 1931. A un hombre de la mentalidad del General Sanjurjo, Director general de la Guardia civil, formado en la guerra de Marruecos, le era muy difícil soportar que cuando, ante hechos como éste, fuera a presidir los entierros de sus guardias, recibiera del Gobierno la orden de evitar todo intento de represalia. ¿Iba él a permitir que fuerza pública a sus órdenes fuera cazada como si fueran conejos en una cacería? En el mes siguiente, enero del 32, en el desorden de una huelga en Arnedo (Logroño) la Guardia civil, atacada, disparó ocasionando la muerte de seis huelguistas. La contrariedad entre las órdenes y consignas que recibía del Gobierno y la formación y el instinto del General africano, hizo que fuera relevado del cargo en el que le sucedió el General don Miguel Cabanellas, de ideas republicanas. Sanjurjo, considerado en un tiempo como “el padre de la República”, no podía ser arrinconado. Fue nombrado Director general de Carabineros, cuerpo que por sus funciones aduaneras estaba libre de enfrentamientos con sindicalistas.


La oposición de los españoles respecto del Gobierno Azaña iba en aumento. La agravación del problema económico, el aumento del desorden público, las medidas de restricción de libertades políticas con una Ley de Defensa de la República que permitía al Gobierno el cierre de periódicos durante varios meses cuando estimaba que un medio de comunicación había publicado algo que atentaba a la República, potestad de la que el señor Azaña hacía uso con gran frecuencia, todo eso hizo que un hombre como Ortega y Gasset, el filósofo autor del artículo “Delenda est Monarchía”, que había abierto las puertas a la República, dijera en este año de 1932, refiriéndose a la República, aquello tan escueto pero tan expresivo, de “No es esto, no es esto”. El General don José Sanjurjo y Sacanell, máxima figura del Ejército activo (en las fuerzas armadas siempre hay un General al que se le considera como el jefe moral, de la misma manera que los gitanos siempre tienen en todo grupo colectivo un rey), el General Sanjurjo, el 10 de agosto de 1932, levantó contra el Gobierno a la guarnición de Sevilla, que se puso a sus ordenes. El Alzamiento fue secundado por algunos militares, pocos, en general oficiales retirados, en Madrid. Azaña, Ministro de la Guerra además de Presidente del Gobierno, tuvo conocimiento de él con anterioridad al estallido pero no quiso frustrarlo, pudiendo hacerlo; prefirió dejar que estallase para sofocarlo después, consiguiendo así inmunizarse contra posibles levantamientos posteriores. El golpe del general Sanjurjo se saldó con solo siete u ocho muertos, todos del bando de los sublevados, bien poco para esta clase de experimentos. El general rebelde fue condenado a pena de muerte por un Consejo de Guerra. El General Franco, al que le habían pedido su colaboración con el golpe de Sanjurjo, se negó diciendo, que a la República había que respetarla, que los militares solo debían alzarse cuando no hubiera más remedio y que no era esa la situación. Señalado el día del juicio por el Consejo, le pidió Sanjurjo a Franco que interviniese como su defensor. No aceptó, diciendo: Usted se ha alzado y ha fracasado; se ha ganado usted todo el derecho a ser fusilado. No obstante, Azaña indultó a Sanjurjo la pena de muerte, rebajándola a la de máxima prisión, alegando que alguna vez los españoles tenían que dejar de matarse unos a otros y que iba a ser él el que iniciase esa buena costumbre; evidencia esta idea los buenos sentimientos de quien la expone, pero no su visión política. También Alfonso XIII se fue de España para evitar una guerra entre españoles. No habían transcurrido cinco años cuando pese a los buenos deseos de estos dos españoles, sufrimos la guerra civil más cruenta de toda nuestra historia.


Durante un descanso en el juicio del General Sanjurjo, le preguntó un periodista: ¿Pero usted con quien contaba para derribar al Gobierno? Contestó el general: Como he fracasado, con nadie; de haber triunfado con muchos, incluso con usted. Esto nos lleva a hacer unas consideraciones sobre algo que es común a todos los levantamientos militares. En todos ellos se quejan sus promotores de no haber tenido la colaboración de muchos compañeros que la habían prometido; en todos los casos acusan de traidores a aquellos que, comprometidos con la acción subversiva, no la secundan, con lo que la condenan al fracaso.


Hay que tener en cuenta que los militares son, en general y con muy escasas excepciones, personas que proceden de familias económicamente no poderosas; muchos de ellos eligieron la carrera militar porque era la que tenía su antecesor, lo que les permitía gozar de un trato benevolente al ingresar en las Academias. Son frecuentes los casos en que un general es hijo de un suboficial de la Guardia civil. Un sargento o brigada de la Benemérita, que no podía llegar más que a capitán, ¿qué mejor porvenir podía ofrecer a su hijo que el ingreso en la Academia Militar donde podría llegar a general? Así, pues, nos encontramos con un jefe del Ejército, que no tiene más sostén económico que su retribución como militar. El General Mola, cuando Azaña lo separó del Ejército, tuvo que dedicarse para subsistir a escribir libros sobre ajedrez.


A ese militar genérico, con tan pocas reservas económicas, viene un día un compañero de estudios o de campaña a hablarle de un levantamiento que está preparando el Ejército contra el poder constituido y a preguntarle si él está dispuesto a colaborar con sus compañeros. El militar requerido se encuentra en un compromiso; si secunda el Alzamiento y éste fracasa, puede perder su carrera militar y sus medios de vida; tendría que decir que se abstiene; pero si niega su participación y el movimiento prospera se encontrará descolocado; serán los promotores y sus colaboradores quienes administrarán la victoria. Lo más prudente será decir: yo estoy con mis compañeros; si el Ejército se levanta, yo también; podéis contar conmigo. Esta será la respuesta dada a los organizadores por la mayoría de los consultados. Llegará el día X, señalado para el acontecimiento y ¿qué ocurrirá? Que la mayoría de los considerados como comprometidos por los organizadores esperará a ver seguro el triunfo, es decir, no a que se levanten los dirigentes, sino a que se levante el Ejército, o sea la mayoría de los militares; y claro está que, si la mayoría espera para levantarse a que se levante la mayoría, la mayoría no se levantará porque estará en posición de espera. Claro está que el General Sanjurjo había recibido adhesiones que le fallaron; hombre ingenuo e impulsivo creyó que solo con su nombre y el prestigio que tenía entre sus compañeros, conseguiría que el Ejército se uniese en torno a él; debió pensar en lo que había respondido el General Franco, mucho más sagaz y desconfiado. En el Alzamiento de Julio del 36, tuvimos varias pruebas de esto. El General Aranda, en Oviedo, estuvo quince días dudando hacia qué bando inclinarse. En un principio estuvo con el Gobierno; facilitó el envío de mineros a luchar contra los militares sublevados, para después alzarse él y situarse entre los rebeldes. En la 3ª región militar tenía que hacerse cargo de la sublevación el general González Carrasco, que antes del 18 de julio estaba en Valencia para realiza su misión, pero esperó; vio que fracasaba en Madrid y en Barcelona, donde eran fusilados los generales Fanjul y Goded, respectivamente; que la ciudad sublevada más próxima era Teruel, el general sublevado que tenía más cerca era Cabanellas en Zaragoza, porque el otro más próximo era Queipo en Sevilla; debió medir mentalmente las distancias y pensar: ¿Qué hago yo aquí, aislado? Lo estuvo pensando unos días; las tropas acuarteladas en Paterna, esperando órdenes del general; hasta que un sargento, Fabra, fomentó un motín dentro de los cuarteles, se cargaron a unos cuantos oficiales comprometidos y terminó la situación de espera.


Volvamos al golpe del 10 de agosto de 1932. El Alzamiento del General Sanjurjo no iba dirigido contra la República, a favor del restablecimiento de la monarquía, sino a favor del restablecimiento del orden público y en contra del Gobierno Azaña y de la autonomía catalana, que era para el general Sanjurjo, como para muchísimos españoles, no un fin sino solo un medio para alcanzar la independencia. No convenía a las izquierdas esta versión de los hechos sino la de que era un movimiento de las derechas en contra de la República votada por el pueblo. En ese tiempo estaba Gil Robles dedicado a la enorme tarea de aglutinar en una coalición no solo a toda la gente conservadora, antirrevolucionaria, dentro de la Acción Popular, del que era jefe, sino a todas las derechas regionales en una confederación que se aliara con Acción Popular. Estas Derechas Regionales eran autónomas (autónomas, no autonomistas), es decir no formulaban para España una organización que dividía al país con esas Comunidades Autónomas que hoy conocemos; eran autónomas en el sentido de que esa Derecha no había formado un Partido de ámbito nacional, sino que lo había hecho por zonas, de forma que cada una de esas Derechas estaba provista de personalidad propia, sin dependencia del resto de las otras Derechas Regionales; lo que Gil Robles intentaba hacer es que todas esas Derechas independientes se uniesen no en un partido único sino en una Confederación. Lo consiguió al constituirse la Confederación Española de Derechas Autónomas, cuyas siglas CEDA se harían famosas. La CEDA se alió con la Acción Nacional, de Gil Robles, que se hizo cargo de la presidencia. La Derecha Regional más importante fue la valenciana, dirigida por Luis Lucia, que pasó a ser Vicepresidente de la CEDA. En esa metamorfosis de que unas derechas independientes y aisladas, se unieran entre sí y posteriormente con un partido creado por la Acción Nacional de Propagandistas del diario El Debate, obra todo de su director Angel Herrera Oria, el golpe ingenuo del General Sanjurjo no podía sino constituir un gran contratiempo para la consolidación de aquel gran bloque de la derecha, debido al empeño de las izquierdas en atribuir la inspiración del golpe militar de Sanjurjo a los derechistas, sus adversarios. Desde donde se mire y en conjunto el golpe de Sanjurjo fue un gran error de su mentor, que favoreció en gran manera, aunque ese no fuera su propósito, a las izquierdas en general y muy particularmente al Gobierno del señor Azaña, que tomaba oxígeno cuando tanta falta le estaba haciendo. Pues bien: para la historia ha quedado escrito, aunque no por todos los historiadores, que la tontería del General Sanjurjo, sin apoyo de sus compañeros de armas, y con evidente enfado por parte de Gil Robles, fue una maniobra de la derecha española que buscó el apoyo militar para recuperar la monarquía perdida.


Don Manuel Azaña continuó gobernando y teniendo que hacer frente a la multitud de problemas sociales y de orden público que le creaban las clases trabajadoras, en especial los braceros agrícolas, con escasos y cortos jornales al año, sobre todo en zonas de monocultivo como era Andalucía. En una aldea de la provincia de Cádiz, Casas Viejas, hubo una huelga de braceros que atacaron a la Guardia civil. Era Ministro de la Gobernación Santiago Casares Quiroga incondicional de Azaña y Director General de Seguridad don Arturo Menéndez. Enviados refuerzos de la benemérita, no pudieron sofocar a los rebeldes, que proclamaron el comunismo libertario y ocuparon fincas ajenas. Varios de ellos se encerraron en una choza de la que se negaron a salir a pesar de los constantes requerimientos de que fueron objeto por un segundo refuerzo, una Compañía de Asalto, al mando del Capitán Rojas. Personado en la choza un enviado de la fuerza pública para parlamentar con los rebeldes, previo acuerdo con ellos, fue retenido y asesinado. Los de Asalto incendiaron la choza; al salir los rebeldes dispararon sobre ellos, matándolos; después llevaron a varios huelguistas para que vieran lo que había ocurrido y ante algún gesto de desafío mataron a varios de estos huelguistas. Preguntado el Presidente del Gobierno en el Parlamento sobre lo ocurrido en Casas Viejas, contestó que había ocurrido “lo que tenía que ocurrir”. Si añadimos a la gravedad de los hechos el interés de la oposición por explotar a su favor los errores en que pueda caer el gobierno, podemos imaginarnos, sin ningún esfuerzo, el escándalo que estalló en el asunto de Casas Viejas: unos pobres jornaleros agrícolas andaluces, desconfiando de una reforma agraria que no llegaba nunca, con una economía sumamente precaria, agravada en aquel tiempo por una crisis económica mundial, se habían manifestado, protestando de forma violenta por la situación dramática en que se encontraban; el Gobierno, en lugar de reconducirles pacientemente a la legalidad, prestándoles las ayudas necesarias para superar la crisis, había actuado contra ellos con todo el rigor permitido por las armas de que dispone la fuerza pública. Se extendió por toda España la noticia de que al darse cuenta al Presidente del Gobierno, don Manuel Azaña, de lo que estaba ocurriendo en Casas Viejas, respondió: No quiero heridos ni prisioneros: tiros a la barriga. Probablemente este detalle no obedeciera a la realidad; tales expresiones no parecen propias del carácter del señor Azaña, pero sí que es cierto que el capitán Rojas, que mandaba la Compañía de Asalto y que ordenó las ejecuciones manifestó haber recibido ordenes superiores que le conminaron a que, como fuera, en un plazo corto de unos minutos, terminase aquello. ¿Cuál era el origen de esta orden? Siguiendo el hilo en un sentido ascendente se llegó al Director General de Seguridad don Arturo Menéndez, que reconoció haber dado la orden, de la que exculpó al Ministro y al Presidente del Gobierno. El Director General de Seguridad, señor Menéndez, fue procesado y condenado mientras el Ministro y el Presidente del Gobierno no fueron ni siquiera procesados. No sabían nada.


Examinando la cuestión con espíritu crítico imparcial, es difícil creer libres de pecado a los señores Casares y Azaña. Los Tribunales estimaron que la orden de acabar con la rebelión, como fuera, en el plazo de unos minutos, fue dada y que partió de la Dirección General de Seguridad, pero no se estimó que fuera aprobada, ni siquiera conocida, por el Ministro ni por el Presidente. Cabe pensar, dentro de una lógica elemental, que el Director General de Seguridad, en un caso de vulneración del orden público, en un hecho individual o de escasa trascendencia aunque sea colectivo, tome una decisión determinada, de carácter ordinario, sin consultar con su superior, el Ministro de la Gobernación. Si para resolver todos y cada uno de los casos que se le presentaran, consultara con el Ministro, sobraría el Director General. Pero lo de Casas Viejas no era un caso individual, ni intrascendente; su desarrolló ocupó todo un día; el Ministro y el Presidente del Gobierno tuvieron que seguirlo minuto a minuto. ¿Cómo se puede comprender que una decisión de acabar aquello “como sea” y “en quince minutos” se tomase por el Director general sin que su Ministro y el Presidente del Gobierno fueran ajenos a tal resolución? El caso, dicho sea entre paréntesis, tiene una evidente semejanza con la creación posterior del GAL y con los señores Vera, Barrionuevo y González.


Aquella matanza de Casas Viejas, hizo subir la tensión a todos los partidos políticos; a las derechas les venía muy bien aquello porque, consideradas siempre como opresoras y explotadoras de los pobres, se encontraban con un Gobierno de izquierdas que los había machacado; al centro radical de Lerroux porque, despreciado por el señor Azaña, se beneficiaría de su impopularidad ya que en política las transferencias de votos siempre se hacen entre los partidos más próximos y Lerroux y Azaña habían formado antes la Alianza Republicana; los radicales socialistas, que formaban Gobierno con Azaña se dividieron en dos grupos, uno que le seguía apoyando y otro que se puso enfrente, hasta el punto de que la denuncia al Parlamento la presentó un radical-socialista disidente Gordón Ordás; los socialistas no podían ponerse al lado del gobierno, exponiéndose a que los trabajadores viesen como sus únicos defensores a la CNT; por último los anarquistas, que en Andalucía tenían una gran fuerza estallaban de indignación porque, precisamente, eran ellos los que había iniciado el conflicto en Casas Viejas y ellos, especialmente, los que habían sufrido las consecuencias.


Pues bien: a pesar de todo esto, presentada una moción de censura al Gobierno, no fue aprobada. ¿Por qué? Ninguno de los partidos de izquierdas admitía formar un Gobierno con intervención del Partido Radical, de Lerroux. Socialistas y radicales-socialistas no reunían mayoría suficiente, aparte la división interna en cada uno de estos partidos; tampoco Lerroux conseguía esa mayoría aliándose con los conservadores, porque la derecha disponía de muy pocos diputados; en suma, si el Gobierno Azaña caía no había combinación que le sucediera. Con una gran mayoría en contra del Gobierno Azaña, el Gobierno Azaña continuó, a trancas y barrancas hasta que el Presidente de la República, viendo que aquello no podía continuar, decretó la disolución de las Cortes y la convocatoria de nuevas elecciones, que se celebraron el 19 de noviembre de 1933.


La transformación política que la proclamación de la Republica había originado en toda España tuvo su proyección en todos y cada uno de sus municipios. Ya hemos dicho que en Catarroja el Partido Liberal, del que era jefe don Manuel Monforte se transformó en Izquierda Republicana, que presidía en España don Manuel Azaña. El Partido Conservador, del que había sido jefe Miguel Peris Diego perdió a su líder al ser éste asesinado en 1920 o 1921, siendo Alcalde. Le sucedió en la Alcaldía su hermano, Pascual Peris Diego, padre de quienes después serían médicos, con clínica de mucha fama en Valencia, los hermanos Pascual y Juan Peris Asins, a quienes tanto les debe Catarroja por el excelente y generoso trato que han brindado siempre a sus paisanos.


No fue el señor Peris Diego, excelente agricultor, hombre con excesiva vocación política; esto y el hecho de que al venir la Dictadura el gobierno del pueblo estuviera en manos del Partido Liberal, hizo que el Conservador, viera disminuido el número de sus seguidores, máxime cuando al proclamarse la República surgieron otros partidos; los enemigos de los liberales pudieron adscribirse al Partido Autonomista, de Ribes, enemigo de don Manuel Monforte; otros se fueron a la Derecha Regional Valenciana, partido de derechas. El conservador. Pascual Peris Diego, que antes de la República ocupó de nuevo la Alcaldía, durante el Gobierno Berenguer, lo hizo no como jefe de un partido sino, probablemente, como contribuyente agrícola, de la misma forma en que después sería Alcalde Ribes como industrial. Al venir la República el Partido Conservador pasó a ser el Partido Agrario. Era éste un partido político que, como su nombre indica, pretendía encontrar su clientela en el gran conjunto de ciudadanos que vivían del cultivo de la tierra. Lo presidía desde Madrid un tal señor Martínez de Velasco, que era Letrado del Consejo de Estado, uno de los Cuerpos más selectos del funcionariado español, al que pertenecía también el propio Presidente de la República don Niceto Alcalá Zamora de quien el señor Martínez de Velasco era, además de compañero, muy buen amigo en lo personal. Este Partido Agrario, presidido por un funcionario técnico de alto linaje, no encontró arraigo en España, donde se limitó a tener un escaso número de diputados, que se aliaron siempre con la derecha. Tampoco en Catarroja tuvo éxito.


La Derecha Regional Valenciana abrió su local en lo que hasta el año 2000 y desde antes de 1950, fue la Sociedad ABC, hoy extinguida. La finca pertenecía a la familia de los “Barriños” y fueron éstos, los hermanos Juan, Rafael y Francisco Ramón Raga, los pioneros y promotores de este partido de derechas, que sería clausurado a partir del 18 de julio del 36 y perseguidos y asesinados algunos de sus componentes.


En cuanto a los partidos de izquierdas, fueron mucho más numerosos. Posiblemente el más antiguo, al menos en nuestro recuerdo, fue un casino instalado en la calle Nueva, lindante a la izquierda mirando a fachada con el establecimiento de “Lloranset”. Su título era: Centro Instructivo Republicano”. De allí salió Fernando Ribes para fundar su Partido Autonomista, abriendo local en la calle Mayor. De allí salieron los hermanos apodados “Ponent” para fundar otro partido, creo que el Radical Socialista que abrió local en la esquina de la calle de Palucie y Francisco Llorens, en lo que después sería, durante muchos años, Sindicato Arrocero, y hoy el establecimiento “La Bodega”. De este Partido Radical-Socialista salió Juan Antonio Catalá Raga, corredor de fincas, quien después del triunfo del Frente Popular sucedió como Alcalde a Fernando Ribes. Otro partido de izquierdas, cuyo nombre desconozco, se abrió en la calle Nueva, creo que en lo que es hoy zapatería de los hermanos Peris. En lo que hoy es Banco Español de Crédito, en la plaza Nueva, estaba el Partido Reformista, que presidía en lo nacional don Melquíades Alvarez, asturiano, gran orador del que oí decir que pronunció un discurso en el Parlamento de la monarquía que duró SIETE HORAS. ¿Cabe en un régimen político mayor demostración de tolerancia? Este Partido Reformista no era monárquico ni republicano, era un partido anfibio, que aceptaba las dos formas de gobierno. Don Manuel Azaña se amparó dos veces en don Melquiades para presentarse como candidato a Cortes, sin lograr el triunfo. Después se hizo republicano. Siendo Presidente de la República, durante la guerra, tuvo que ver como en la fosa de Paracuellos arrojaban el cadáver de don Melquiades, a quien tanto apreciaba. El jefe de los progresistas de Catarroja era un señor que tenía un molino de arroz, junto al garaje de El Turco, creo que se apellidaba Peris, conocido por “El moreno de la Maca”, que sería después padre político de Francisco Izquierdo, convertido en constructor. Y ya solo nos queda, para agotar el censo de partidos, uno minúsculo, que abrió su local en un piso de la carretera, aproximadamente en lo que hoy es la finca donde está la Notaría. Era una casa de planta baja y un piso alto; en éste se abrió el casino de un partido que la gente llamó “La cambreta”, que creo que era el que presidía un diputado por Alicante apellidado Botella Asensi. El personaje más destacado de este partido de izquierdas en Catarroja era el que después de la guerra sería, durante cinco o seis años, Alcalde y Jefe local del Movimiento: Rafael Canet Soria.


Cerramos el censo de esta clase de locales con otro muy distinto de todos los citados. Estaba en la esquina de la calle de las Moreras y la de Músico Serrano (barrer Arc), un local que en otros tiempos ha sido barbería o tienda de comestibles. En este local, a diferencia de los otros que eran sedes de los partidos, no se jugaba con cartas ni con fichas de dominó; no había servicio de bar o café. Esos eran usos burgueses que no encajaban en la gente que allí se reunía. Aquello no era un partido; era algo muy superior. Su titulo en la fachada bien lo indicaba: “Centro científico de divulgación social”.


Eran los anarquistas.


Celebradas las elecciones del 18 Noviembre 1933, ofrecieron un resultado muy favorable a los partidos de centro y de derecha; hubo por tanto un retroceso importante en los partidos de izquierdas; de los 473 diputados que componían el Parlamento fueron elegidos: 115, (24,31%) CEDA; 79 (16,70 %) Radical, de Lerroux; 55 (11,63) % PSOE; 29 (6,13 %) Agrarios; 10 (2,11 %) Izquierda Republicana, de Azaña. El descalabro de las izquierdas era menos real que aparente; el sistema electoral de entonces, al igual que el actualmente vigente, favorecía a los partidos más votados, o sea que los partidos con más votos recibían, proporcionalmente, más diputados que los partidos menos votados. No obstante, la desunión de las izquierdas y el Gobierno Azaña que había durado dos años, había traído como consecuencia una descomposición del electorado de izquierda y una reorganización de las fuerzas conservadoras tan desmoralizadas al final de la Monarquía. Es éste, a nuestro entender, un momento decisivo que determinará la consolidación o la liquidación de la joven segunda república española, punto sobre el cual vamos a exponer unas consideraciones previas. La diferencia entre las dos formas de gobierno, Monarquía o República, no afecta más que en el modo de acceder a la jefatura del Estado; en la Monarquía por herencia de la familia reinante; en la República por elección directa o indirecta; los inconvenientes del sistema monárquico se encuentran en que la sucesión hereditaria pueda llevar a la cumbre del Estado a un señor carente de las condiciones necesarias para tan alta función; los inconvenientes del sistema republicano están en que quien ocupa la más alta magistratura, quien tiene facultad arbitral y como principal cometido ejercer un poder moderador entre los partidos contendientes, pertenezca a uno de ellos. Si la monarquía y la república son constitucionales y admiten el libre juego de los partidos políticos, esa será la única diferencia; es decir, en un sistema democrático basado en la existencia de partidos, lo fundamental son los partidos y lo accesorio la forma de provisión de la jefatura del Estado.


Cuando se instaura la segunda república española, el Parlamento condena a Alfonso XIII porque como jefe del Estado aceptó la Dictadura de Primo de Rivera, que suspendió la Constitución de 1976, que establecía una Monarquía como forma de gobierno. Lo grave era que se había subvertido el orden constitucional, tomando el Gobierno un Directorio militar que actuaba sin oposición por la falta de los partidos políticos.


El error de la República de 1931 fue considerar desde su inicio que la República era solo para los republicanos: una democracia no puede excluir a ningún partido de su derecho a gobernar; ni la Monarquía puede poner el veto a los republicanos, ni la República a los monárquicos; gobernará, según los principios democráticos, quien obtenga en el Parlamento el número de diputados que le den la mayoría suficiente. El ejemplo, bien claro y evidente, lo hemos tenido en la vigente monarquía española: el PSOE es un partido históricamente republicano; a ninguno de sus miembros le hemos oído decir nunca que sea partidario de la monarquía; algunos sí que han dicho que son juancarlistas, pero esto no es ser monárquico; a uno puede gustarle mucho Guardiola y no ser del Barsa o Raul y no ser del Madrid; a mí personalmente hay varios personajes del PSOE que me gustan mucho sin que por ello me sienta socialista.


Es evidente, y no hace falta la insistencia para admitirlo, que el PSOE es un partido republicano que ha gobernado en España durante trece años respetando y guardando una Constitución española que restableció una monarquía parlamentaria; no hay en ello la más mínima incongruencia porque lo fundamental en el sistema es el juego libre de los partidos políticos ¿Por qué la República de 1931 tenía que ser una exclusiva, un coto para los republicanos, vedado para los monárquicos?


Acción Popular y la CEDA no se declararon partidarios de la República, pero tampoco servidores de la monarquía. Simplemente, no se manifestaron sobre esta cuestión; aceptaron una Constitución que declaraba al Estado republicano y se movieron dentro de ella. ¿Qué de haber obtenido algún día la mayoría necesaria hubieran reinstaurado la Monarquía? No es probable porque dentro del concepto global de derechas no eran mayoritarios los monárquicos que, además, estaban divididos entre carlistas y alfonsinos. Pero en el caso de que hubieran logrado esa mayoría de monárquicos ¿por qué tenían que privarse del derecho legítimo de volver a la monarquía? ¿Pues no reside en la voluntad de la mayoría, según los principios democráticos, la soberanía del pueblo?


Visto el resultado de los escrutinios, que daban como partido vencedor de las elecciones a la CEDA, previendo que se encargara de la formación de gobierno al señor Gil Robles, se presentó don Manuel Azaña en el domicilio de don Diego Martínez Barrios para pedirle que anularan las elecciones. Martines Barrios, grado máximo de la Masonería española y andaluz, persona moderada y capaz, pertenecía al Partido Radical, de Lerroux; era, después del jefe, el político más destacado, al que se veía como sucesor de don Alejandro; representaba en el partido el ala izquierdista. El Presidente de la República, Alcalá Zamora gustaba de cultivar a las segundas figuras de los partidos, estableciendo con ellos una relación de protección amistosa en perjuicio de las primeras figuras; era una de las prácticas maniobreras y caciquiles del político de Priego. Para presidir las elecciones de Noviembre de 1933 había entregado el decreto de disolución no a Lerroux sino a su segundo, Martínez Barrio, lo que, en cierto modo, había sido prudente porque el sevillano, político de un partido de centro, estaba muy bien visto por las izquierdas, que fueron siempre la preocupación de don Niceto.


Aquí tenemos a don Manuel Azaña, al día siguiente de las elecciones pidiéndole al jefe del Gobierno que las declare nulas porque ha ganado la derecha y eso es un desastre que ellos no deben permitir, porque la República no puede ser gobernada por las derechas. Le responde el Presidente que él no puede anular unas elecciones, que han sido correctas, porque las haya ganado un determinado partido. A los dos o tres días vuelve Azaña a reiterar su petición y, ante la negativa de don Diego, le encarga Azaña que consulte con el Presidente de la República. Elevada la consulta Alcalá Zamora rechaza la insólita pretensión de Azaña de anular unas elecciones porque a él no le gusta el resultado. Esta gestión reiterada de don Manuel Azaña tan contradictoria en quien es hoy presentado como la máxima expresión del espíritu democrático, sería increíble si hubiera sido relatada por uno de sus enemigos políticos. Lo curioso del caso es que el relato lo hace en sus memorias el mismo don Diego Martínez Barrios que, si en aquel momento pertenecía al Partido Radical de don Alejandro Lerroux, meses después se separó de él para fundar un partido de izquierda moderada, Unión Republicana, muy bien relacionado siempre con Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Personalmente, Martínez Barrio fue siempre un admirador entusiasta de don Manuel, y basta leer sus memorias para advertir cuán noble, sincera y profunda era esa admiración que reviste de total veracidad a un relato en el que tan debilitado queda el ánimo democrático de don Manuel Azaña, al menos en aquel trance.
La amenaza de las izquierdas al Presidente de la República fue tajante: si daba el poder a las derechas, las izquierdas se levantarían; habría una guerra civil.


Alcalá Zamora, católico practicante, dos veces ministro en la Monarquía, hombre moderado, maniobrero, pastelero, no tuvo arranque suficiente para resistir la coacción. En la práctica democrática, después de unas elecciones legislativas, el jefe del Estado debe encargar la formación de gobierno, al partido que haya sacado mayoría absoluta; de no darse esta circunstancia al jefe de la minoría que haya obtenido mayor número de diputados; sucesivamente a los demás jefes de minorías, hasta que alguno de ellos encuentre las alianzas necesarias para disponer de una mayoría. Lo procedente, por tanto, era encargar la formación de gobierno a Gil Robles. El argumento para no hacerlo así fue el de que ni la CEDA ni Acción Popular se habían declarado republicanos, lo que les privaba del derecho a gobernar la República, razón equivalente a que se dijera hoy que el PSOE o Izquierda Unida, por republicanos, no pueden tener ministros en un gobierno.


El veto a que pudiera gobernar la minoría más importante del Parlamento alcanzaba a que ni siquiera podía tener ministros en un gobierno dominado por los republicanos. Lo curioso del caso es que Gil Robles respetó esta absurda prohibición. Si hubiera albergado los deseos que le atribuían de acabar con la República, hubiera aprovechado este desafuero para atacarla de frente porque el abuso no podía ser más manifiesto. En lugar de esto transigió. El Gobierno lo formó don Alejandro Lerroux con una mayoría de miembros de su Partido Radical más algún agrario o independiente pero, de ningún modo, con participación, ni siquiera mínima, de la CEDA de Gil Robles. Como el Partido Radical, ni aún contando con el Partido Agrario y con algún otro partido de centro como el Liberal Demócrata de Melquiades, podía alcanza mayoría, tenía que gobernar con la aquiescencia del jefe de la derecha, que era quien en el Parlamento tenía que defender, generalmente, los proyectos legislativos que presentaba el gobierno. La situación era perfectamente absurda. Un partido que no puede gobernar, que no puede tampoco estar en la oposición, porque tiene que defender en el Parlamento un proyecto político que no es el suyo, pero que no puede realizarse si ese partido réprobo no lo aprueba y defiende.


Así funcionó la política y la gobernación del país, con cambios frecuentes de presidentes y ministros del gobierno, hasta que en Octubre de 1934, once meses después de haber ganado las elecciones la CEDA, se constituyó un gobierno con doce ministros, tres de los cuales pertenecían a la derecha de Gil Robles; el resto venían de otros partidos centristas, eran independientes o del Partido Radical, que era el dominante. Como la CEDA era una organización amplia en la que cabían monárquicos, republicanos, católicos, conservadores, liberales y socialcristianos, eligió Gil Robles a tres personajes de entre los menos típicamente derechistas, uno de los cuales, el más destacado, era don Manuel Jiménez Fernández, catedrático sevillano, declarado republicano, socialcristiano, pudiéramos decir un cristiano de izquierdas. Este señor, que intentó como Ministro de Agricultura realizar una política social a favor de los trabajadores agrarios, se opondría después al Alzamiento Militar del 18 de julio; pasados bastantes años, fue maestro y protector de Felipe González, al que inició en las Hermandades Obreras de Acción Católica. El Ministro de Trabajo, Anguera de Sojo, había sido Fiscal del Estado en la etapa del Gobierno Provisional, luego era republicano inequívoco. El tercero, Aizpún, era un político moderado incoloro. La actitud de Gil Robles aportando como ministros a un gobierno republicano a tres de los personajes de que disponía más alejados de la derecha pura, no aplacó las iras de las izquierdas. La amenaza constantemente repetida de que si las derechas tomaban poder, se levantarían las izquierdas, no se había hecho solamente para asustar; fue una realidad que se mostró rotunda e implacable. En el Parlamento, dijo Prieto, en Julio de 1934, dirigiéndose a un gobierno republicano-radical apoyado por la CEDA.: “Habrá una lucha entre las dos Españas. Nos habíamos hecho la ilusión de veros junto a nosotros. Pero el Partido Socialista jura aquí poner el máximo empeño en impedir que la reacción se apodere de España”. Azaña, por esos mismos días, en un mitin en el Cine Pardiñas de Madrid: “Antes que una República entregada a fascistas y monárquicos, preferimos cualquier catástrofe, aunque nos toque perder y derramar sangre”. Si a todo esto se añade que se consideraba fascistas a los partidos de derechas, por democráticos que fueran, no extrañará nada de lo que ocurrió tres meses después.


El 6 de octubre de 1934 estalló en Asturias una rebelión de los mineros y en Cataluña otra de los separatistas, contra una República que permitía la atrocidad de admitir en un gobierno de trece miembros, a tres diputados que no eran monárquicos ni fascistas, que pertenecían a un partido de derechas que era al que mayor representación le había conferido el pueblo en las últimas elecciones.


En Barcelona Luis Compañas, manifiesta a los catalanes que, ante el asalto al poder, perpetrado por las fuerzas fascistas, él como Presidente de la Generalidad proclama el Esta Cátala dentro de la República Federal Española y ordena al General Bate, jefe de la 4ª División Orgánica, lo que hoy llamamos Capitán General de Cataluña, que se ponga a sus ordenes. Batet, catalán de nacimiento, militar de profesión, en contacto con el Gobierno de Madrid, contesta a Company comunicándole el Bando por el que se declara el estado de guerra.


Don Manuel Azaña se había trasladado a Barcelona dos o tres días antes de ese ataque contra la Constitución y, por tanto, contra la República. Alojado en un hotel, había celebrado varias entrevistas y conferencias con personalidades políticas catalanas de su propio partido y de la Esquerra, y con Consejeros de la Generalidad. Antes del estallido, había dejado el hotel y se había escondido en casa de un amigo. Esta actitud y sus manifestaciones del mes de julio que hemos literalmente citado, daban motivos para sospechar con toda lógica que el señor Azaña era, por lo menos, cómplice del levantamiento del que era autor el señor Companys. Azaña lo niega de manera terminante, razonada y creíble, en su diario. Nunca tuvo don Manuel sentimientos simpatizantes con el separatismo, al que atribuye repetidamente (léase la “Velada en Benicarló) una de las mayores causas, si no la mayor, de la derrota republicana en la guerra civil. En una ocasión llega a decir, no recuerdo cuando ni donde, que para que España subsista es necesario, cada cincuenta años, bombardear Barcelona. Recuerdo que al ser detenido, fracasada la rebelión separatista de Barcelona, se publicó una viñeta en una revista semanal “Gracia y Justicia”, en el que, al ser descubierto su escondite y detenerle, preguntaba don Manuel a la fuerza pública: ¿Por qué me detienen? Uno de los guardias le respondía con otra pregunta: ¿Por qué te escondes? La respuesta a esta última pregunta no estaba, probablemente, en la presunta complicidad y sí en la tendencia de don Manuel Azaña a no afrontar las situaciones que exigen para ser superadas una dosis, aunque sea mínima de valor. El dúo Gil Robles – Lerroux, intentó por todos los medios lícitos demostrar la culpabilidad de don Manuel Azaña en los sucesos de Octubre del 34 en Cataluña; los tribunales absolvieron al acusado, que incrementó su popularidad, tan de capa caída desde la tragedia de Casas Viejas, revistiéndose de mártir de una persecución que había terminado con una declaración judicial de su inocencia.